martes, 25 de octubre de 2005

Escribir en el norte del sur

[Nota publicada en La Revista, año 2, nº 18, noviembre de 2005. San Salvador de Jujuy]


Ésta es la primera vez que escribo a partir del título. Me gusta el impacto que producen -en mí, al menos- las palabras “el norte del sur”. Es como decir el comienzo del fin. Como imagen tiene mucha fuerza porque une dos términos aparentemente contradictorios. Por eso, digo, son palabras que impactan.


El norte es Jujuy, la provincia que habito. El sur es la parte inferior del continente americano, el territorio donde está mi país. Pero también señala otras contradicciones: es una de las regiones más pobres de un país que alguna vez fue rico (ahora sigue estando entre las más pobres, pero la Argentina dejó de ser próspera); es una tierra con fuertes identidades locales en contraste con Buenos Aires que siempre quiso parecerse al modelo europeo; los norteños somos casi todos morochos y honramos a la Pachamama, en un país que, según los manuales de geografía, está compuesto por personas de tez blanca que profesan el cristianismo. ¿Será el comienzo del fin?


Comienzo y fin se dan simultáneamente en estas tierras. Mientras los porteños tienen que (re)leer a las vanguardias europeas de comienzo del siglo pasado, acá un niño puede asistir, sin mayor gasto, a una performance escandalosa -característica propia de la vanguardia. Otros tienen que asistir a un espectáculo de La Fura dels Baus[1] para sentir el vértigo de una “ampliación de fronteras de la experiencia estética y receptiva”[2], mientras que cualquier jujeño que visita a parientes o amigos generosos que ofrecen una comida, hecha en horno de barro, puede asistir -como me ocurrió a mí de niño- al espectáculo de ver carnear a una chancha que lleva en sus entrañas nueve crías que no llegan a ver la luz. En consecuencia, me parece erróneo señalar a lugares metropolitanos como el territorio exclusivo de la vanguardia.


¿Qué significó aquella visión de aquel animal y sus crías en el niño que fui? No lo sé. Pero sí puedo afirmar que la lectura posterior del surrealismo no me produjo ese deslumbramiento que enceguece, aunque sea por unos momentos. “Soy un escritor surrealista”, decía Roberto Santoro, “es decir, realista del sur”. Por mi parte, afirmo que he consumido textos de las vanguardias, no me han indigestado -por el contrario: me han alimentado muy bien-; pero escribo desde esta tierra confusa.


Soy un escritor en el norte del sur. La primera vez que publiqué un poema fue en una revista que editábamos varios jóvenes. De aquel grupo, los únicos que persistimos en la escritura somos Estela Mamaní y yo. En esa publicación, me acuerdo, invitamos a unos hermanos mayores: Raúl Noro, Ernesto Aguirre, Ocalo García, Jesús Ramón Vera y Pablo Baca. ¿Por qué lo hicimos? En ese momento no teníamos mucha conciencia del motivo -me corrijo: era yo el que no tenía mucha conciencia. Ahora, me doy cuenta que cada uno busca reconocerse en una familia.


Me acuerdo que cuando fui a la casa de Ernesto Aguirre, me equivoqué y toqué la puerta de su vecino. Pregunté por Aguirre y aclaré que era un muchacho (¡los dos éramos tan jóvenes!) que tenía barba y que escribía poemas. El dubitativo dueño de casa, me dijo que efectivamente, en la casa de al lado había un joven que tenía barba, pero ignoraba que fuera poeta y, enseguida, largó una sonrisa burlona. Un par de años después, apareció un excelente libro de Néstor Groppa[3], en sus páginas encontré unas líneas dedicadas a Raúl Galán, nuestro primer poeta clásico, y me di cuenta de que hay situaciones que se repiten: “Galán cuenta que cuando preguntaban en Piedras al quinientos sobre el poeta Galán, donde vivía, el vecino contestaba que ahí, al lado vivía una familia Galán, pero que el señor fuera poeta no era probable, primero porque era su vecino y segundo, porque lo veía todos los días”.


Después, Raúl Noro me aconsejó que me presentara ante Groppa, quien por entonces, dirigía el suplemento literario del diario Pregón. Para mi fortuna, Jujuy es chico y todos estamos en lugares fáciles de ubicar. Así que lo visité, Groppa fue muy amable y me pidió algunos poemas que, al poco tiempo, aparecieron en el suplemento. Sé muy bien que no en todas las provincias existen editores de suplementos que funcionan como instancia de reconocimiento a un campo intelectual y literario y, a la vez, como formadores del gusto del público lector sin subordinarse a las reglas del mercado, así que celebro la labor de Groppa.


En 1991, edité una antología titulada Nueva poesía de Jujuy. La selección de los poetas fue hecha gracias a que los seleccionados habían publicado sus primeros trabajos en el suplemento bien editado que recién nombré. Por aquel tiempo, varios no poseían libro propio pero tenían una fuerte presencia que no pasó desapercibida por Groppa: “La página o suplemento que venimos censando, posibilitó la creación de un público lector. El lector es el que a su vez, en cierto modo, crea al escritor. Se puede suponer, con legitimidad, que ese diario local tuvo y tiene mucho que ver con la afloración de escritores y entusiastas aspirantes como nunca había acontecido en Jujuy”.


Unos años antes, en un memorable encuentro de escritores, realizado en Tilcara y organizado por el entonces director del Instituto Interdisciplinario Tilcara, Guillermo Madrazo, conocí a un viejo escritor que venía del exilio y que sería, para mí y para muchos, fundamental. Sobre él voy a hablar más adelante.


Meses después, en una conspiración que nació en un boliche de Salta, donde tocaba el mítico fuelle de Anachuri, el poeta Jesús Ramón Vera y el artista Santiago Javier Rodríguez me ayudaron en la gestación de mi primer libro de poemas. De ese libro, me queda el recuerdo borroso de uno o dos poemas interesantes y nada más. Sí retengo en mi memoria las palabras generosas de quien me brindó un espaldarazo al presentarlo: Andrés Fidalgo, el escritor que volvió al país en los últimos días del ‘82.


Fidalgo encarna la figura clásica del intelectual. No digo esto sólo por su lucha en favor de la dignidad -a pesar de los golpes recibidos-, sino porque él puso orden en ese montón de libros dispersos que era la literatura jujeña. Un excelente ensayo titulado Panorama de la literatura jujeña y una gran cantidad de notas publicadas en diversas revistas y suplementos literarios dan cuenta de esto que escribo.


Ya en el cambio de milenio, Andrés me convocó a colaborar con él en un libro documental sobre las violaciones a los derechos humanos[4]; después su mujer, Nélida, me empujó para que editara el libro de poemas de Alcira Fidalgo, nuestra poeta detenida-desaparecida por los genocidas de la última dictadura. Y a mí, después de haber mamado de ese clima intelectual, se me ocurrió escribir el libro Con vida los llevaron que presentamos el año pasado.


¿Por qué escribí sobre mí? Porque pienso que, a veces, cometemos el error de hablar en nombre de un colectivo cuando no hacemos más que hablar según nuestro propio interés personal y, en consecuencia, damos gato por liebre. Por otro lado, escribí en primera persona porque me hago la ilusión de que, al hablar de mí, puedo compartir situaciones que se repiten con otros escritores. Y, de esa manera, entrego gato por gato; o, si lo prefieren los lectores que viven en el norte del sur: llama por llama.


Podría haber citado a Pierre Bourdieu y hacerme el capanga con sus conceptos acerca del campo intelectual. Podría haber dicho que el campo intelectual se constituye diacrónicamente y funciona sincrónicamente, que existe un sistema de relaciones que incluyen obras, instituciones y un conjunto de agentes intelectuales y que la lógica que rige en este campo es la de la lucha o competencia por la legitimidad cultural. Pero no.


No quise citar al sociólogo francés porque entre los escritores e instituciones que nombré no hubo un sentimiento de competencia sino más bien de solidaridad y agradezco que así sucediera. Por lo demás, escribir en el norte del sur es muy agradable: uno puede vivir en una sana marginalidad. Pocos vecinos saben que escribimos y uno, tranquilo, puede desarrollar su obra. Además, por el hecho de escribir no hay que creerse que uno es referente de algo. Por el contrario, uno debe dudar permanentemente sobre lo que hace.

El otro día, sin ir más lejos, discutí duramente con un vecino. No les voy a contar los pormenores que son más interesantes que estas líneas. Sólo les voy a decir que yo tuve más suerte que Galán y Aguirre ya que, en un momento, mi contrincante me dijo (no sin ironía): “Claro, vos sabés escribir y yo no”. Él no sabe que soy -como diría Luis Franco, un gran vecino catamarqueño- un semianalfabeto que, para despistar, escribe libros.


Ésa es otra razón por la que no quise citar a Bordieu: la lucha no es en el interior del campo intelectual, la lucha es contra algunos de nuestros vecinos.

[1] Compañía catalana que realiza funciones teatrales desde hace más de veinte años. La Fura huye del estatismo mediante partituras musicales de autoría diversa, entre ellas las de creación colectiva a través de Internet. Asimismo, integra en la escena teatral el lenguaje visual del video, que se intercala con textos interpretados por los actores.
[2] Hans Jauss, “Estética de la recepción y comunicación literaria”, en revista Punto de Vista, año IV, nº 12, julio-octubre de 1981.
[3] Abierto por balance: de la literatura de Jujuy y otras existencias, San Salvador de Jujuy, Buenamontaña, 1987.
[4] Jujuy, 1966 / 1983: Violaciones a Derechos humanos cometidas en el territorio de la provincia o contra personas a ella vinculadas, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2001.

Chacarera del expediente

[Nota publicada en La Revista, año 2, nº 18, noviembre de 2005. San Salvador de Jujuy]

El título de esta nota está robado de una magnífica pieza musical de Gustavo “Cuchi” Leguizamón. Aquel músico que solía venir, desde Salta, junto a Manuel J. Castilla para visitar a Néstor Groppa, Andrés Fidalgo y Héctor Tizón, es decir a la plana mayor de la literatura local. Pero no voy a hablar de búsquedas estéticas ni de anécdotas dulces como los vinos de Cafayate que descorchaban. Voy a contar una historia que transcurre entre expedientes de la administración que supimos conseguir.

En una oficina pública de esta ciudad, de cuya repartición no quiero acordarme, hay una señora que debería brindar información de trámites que se gestionan. Pero no. Ahí, no existen carteles que orienten a los ciudadanos que hacen trámites y la persona en cuestión, a menudo, atiende el teléfono con este mensaje de bienvenida: “¿Quién molesta?”; hay, además, un escritorio que más que mueble de oficina parece el parapeto donde se posiciona la gendarme de la administración que juró no dejar pasar a nadie.

Es posible que algunos lectores reconozcan el lugar que describo. Digo esto porque todos los días hay mucha gente que entra a esa oficina con la mejor voluntad de realizar un trámite urgente o, por lo menos, rápido; sin embargo, muchos salen con una mueca en su cara mientras recuerdan, no muy bien que digamos, a la madre de la mujer del parapeto.

Un dato más puede ubicar a aquellos que todavía dudan. En un lugar, por demás visible, de aquella oficina, está la imagen de Santa Rita, patrona de los imposibles.

¿Qué se puede hacer cuando uno llega a esa oficina? Según los entendidos hay varias opciones. La más común es mandarla a pasear mientras nos acordamos de la progenitora que la parió. La de los más pacientes (curioso nombre que indica a aquellos que tienen paciencia, es decir, a los que aguantan sin chistar) es esperar en vano una resolución a su trámite. Otra opción es “la de los bomberos extremistas”, es decir, combatir al fuego con fuego; así, si aquella máquina de detener nos interroga: “¿De nuevo usted por aquí?”, hay que replicarle: “Sí, de nuevo. Y voy a venir todas las veces que sea necesario hasta que usted destrabe al expediente”. Hay otras soluciones que se fundamentan en un trueque de favores, llevarle, por ejemplo, bombones o empanadas; pero esta opción va depender del humor gástrico de la empleada.

Nadie sabe cuál es la mejor solución. A veces una buena puteada funciona y tanto el puteador como el puteado empiezan a llevarse bien; muchas amistades nacieron -aunque usted no lo crea- del calor de estos intercambios verbales. Otras veces, cuando el fuego se combate con el ídem, la repartición se convierte en Troya, y no hablo de la película precisamente. La solución gastronómica casi siempre funciona pero deja el sabor amargo de la coima. La paciencia es la única que no logra nada; aquel viejo chiste del elefante y la hormiga no es más que una humorada que nos deja con las ganas de que pase algo pero nunca pasa nada.

Esta mala atención no es sólo responsabilidad de la persona que (no) atiende al público. También son responsables sus jefes, el director de la repartición y el ministro. Y, aunque parezca una broma del destino, también somos responsables los que la sufrimos y no hacemos nada. Por eso escribo esta nota: esa mujer encarna a la administración que supimos conseguir. Ya sé, no me digan nada, este texto no tiene el estilo que debería tener para ser efectivo. Pero, amigos lectores, créanme: antes que esperar a un imposible milagro, es preferible escribir.

Saludo a ustedes, atentamente.

Berp para creer

[Nota publicada en La Revista, año 2, nº 18, noviembre de 2005. San Salvador de Jujuy]

Hay momentos en que uno tiene el poder. Por lo general, ocurre cada dos años. Uno se acerca a la escuela donde tiene que sufragar y un rostro, desde un afiche, le ruega por un voto que le permita seguir o empezar. No hay nada más lastimoso que la careta de un político en un cartel arrugado. Sucede siempre: al final de las campañas, hay caras más envejecidas que el retrato de Dorian Gray.

De imágenes del poder trata esta nota. Porque ya lo decía una publicidad reciente, en el cuarto oscuro nadie nos ve y allí podemos usar nuestro poder como mejor creamos. Pero no sólo manifestamos nuestro poder cuando votamos, también lo hacemos cuando opinamos sobre los mensajes que recibimos.



***


Para empezar, si alguien –digamos, por dar un ejemplo, integrantes de un partido que otrora estuvo en el gobierno nacional– muestra una relación clientelar entre un funcionario que entrega un bolsón de mercadería a cambio de un voto, no sólo denuncia al actual partido gobernante sino que hace una autocrítica al trunco gobierno en que le tocó repartir dádivas. Digámoslo con todas las palabras: la gente recibe bolsones pero no come vidrio.

Y ya que hablamos de este partido, ¿a quién se le ocurrió la creativa idea de considerar a los telespectadores como infradotados que no saben pensar? Si el candidato hablaba sobre Zapla, el fondo era una imagen de la fábrica; si hablaba del Fondo Especial del Tabaco, atrás aparecía un campo con grandes hojas verdes; ahora bien, cuando hablaba de los juicios millonarios contra el Estado atrás no aparecía el estudio jurídico que se favorecía, se veía la imagen de la institución que se perjudicaba. Algunos candidatos, ¿comen vidrio?

Mención especial merece el slogan “Para defender lo nuestro”. La defensa es una actitud que se presenta después del ataque de otro o, en el mejor de los casos, frente al posible ataque. No es una acción primera porque otro ya pegó primero o lleva alguna ventaja, y lo sabemos: quien pega primero, pega dos veces. Por otro lado, el artículo ambiguo que figura en el slogan no aclara nada. ¿A qué se refiere “lo nuestro”? ¿A aquello que nos pertenece a los jujeños?, ¿o al lugar que les corresponde en la lista a los inamovibles candidatos desde hace varias décadas? La ambigüedad está bien para las expresiones artísticas pero nunca puede ser útil para la publicidad política. No hay dudas: hay creativos que comen vidrio.


***

No crean que no voy a hablar de las publicidades del partido que ganó. Sus imágenes fueron importantes no por las cosas que mostraron, lo fueron por las que no exhibieron. Quizás el candidato más resistido estuvo en estas filas. ¿Cómo ganó? Porque la candidata que lo secundaba aparecía más y así empujaba a aquellos que el primero no motivaba (es decir, a la gran mayoría). ¿Hace falta que alguien mida la cantidad de carteles y minutos de televisión para apoyar esto que digo?

Pero eso no fue todo. El menos carismático ganó, además, por los errores de sus adversarios. De uno ya hablamos más arriba. Otro candidato apostó a nombrarlo por doquier; su campaña se basó en golpear al que después ganó. Estaba por escribir que esta estrategia resultó innovadora pero me olvidé que los dos están /estaban ligados al partido mayoritario. Por lo tanto, no hay innovación de ningún orden ya que el adversario más duro que tiene cualquier peronista es otro peronista.

El slogan de campaña del ganador tampoco fue un alarde de creatividad. Apenas si alcanza a la categoría del refrito de campañas anteriores. El Paso de Jama es la gran obra del gobierno, o por lo menos así se ha instalado a lo largo de la actual gestión, y sobre esa obra se construyó el slogan. Por eso, el mejor “camino” era el que conducían el gobernador y, con un mando a distancia, el presidente.

La imagen del conductor provincial también estuvo sumamente cuidada. Él no apareció en ningún afiche junto a un postulante a legislador y no fue por falta de ganas de los candidatos precisamente. Por el contrario, más de uno pataleó cuando, en la imprenta, un jefecito de campaña le negó la fotografía del abrazo que avala. El conductor no estaba para aparece en disputas menores, sí lo estaba para aparecer junto al presidente porque ambos juegan en las ligas mayores. O, por lo menos, ésa es la pretensión local.


***

No tengo espacio aquí para hablar del diputado electo que tiene la capacidad de hablar de cualquier tema, aunque ignore lo que trata, porque no le teme a la cámara de televisión; ni de aquel otro –también electo– que escribió buenas ideas pero todavía no posee ductilidad para el formato televisivo; ni de tantos otros que no quiero recordar sus mensajes porque me patean el hígado.

Apenas me quedan unas líneas para aclarar que no utilicé nombres propios, salvo el personaje de aquella novela inolvidable, porque no tengo esperanzas de que dentro de dos años los políticos y sus creativos me sorprendan. Entonces, seguramente, para ganarme mi óbolo mensual, volveré a publicar esta nota y nadie se dará cuenta de la falta de actualidad, como sucede con ciertos discursos escolares que se repiten en las fechas patrias.

Ya expresé mi opinión y, por lo tanto, mi poder fue un poco más allá de votar. Releo lo que escribí y me doy cuenta de mi perdición: los lectores de esta revista no comen vidrio. En las próximas elecciones, cuando opine sobre los mensajes de los políticos, tendré que pensar.

lunes, 17 de octubre de 2005

Son mucho más que unas caras bonitas

[Nota publicada en La Revista, año 2, nº 17, octubre de 2005. San Salvador de Jujuy]

Mi sobrino acaba de llegar de Córdoba. Está en esa edad que lee para impresionar a los adultos y sabe que soy fácil de conmover con ese ejercicio. Él lee los carteles de las calles, me repite los nombre de los candidatos y me pregunta quiénes son esos fulanos. Trato de explicarle algo rápido para zafar y hablarle de “El príncipe feliz”, aquel cuento de Oscar Wilde que Borges tradujo a los nueve años. Pero no hay caso, el muy preguntón no me deja zafar.

Ese hombre un poco pelado, le digo. Es alguien que nació a la política así. No tengo una imagen anterior en mi memoria. Un día, hace algunos años, me enteré que era diputado provincial; después supe que era senador y que ahora se postula para seguir. No sé cómo era cuando tenía su cabellera completa. Ni si militaba en su juventud. ¿Hace falta saber cómo era antes para saber cómo es hoy y cómo será mañana?, le pregunté a mi sobrino en un intento de contragolpear y esa pregunta funcionó como si yo me hubiese hecho un gol en contra.

Este otro es como si fuese de la familia, le dije mientras él se paraba frente a un hombre de cerca de cuarenta y cinco años. Es tan conocido que lo vimos envejecer en cada campaña. Cuando empezó tenía una cara angelical y era el candidato que toda madre quería que se fije en su hija. Ocupó casi todos los cargos electivos, pero nunca obtuvo la figurita difícil del álbum. En la última elección a gobernador estuvo cabeza a cabeza con el que finalmente ganó. Como decía un afiche postelectoral de aquella vez: sigue participando.

Aquel otro es un disidente (que se juntó con otro disidente). Dice que se cansó de comer las heces de su partido y, ya que estaba en el cambio, hace poco realizó un oneroso curso para no comerse las eses. Las arrugas que tiene no son tan crueles como en el afiche anterior, a pesar de que ambos tienen casi la misma edad. Si, ya sé que parece un contrasentido: hace dieta y, sin embargo, está más gordo que en la elección anterior.

“Tío, ¿por qué hay más caras de hombres que de mujeres?”, dijo el pibe y yo demoré en contestar. Él, ya les dije que me quería impresionar, me disparó a boca de jarro: “¿Será que las mujeres ocupan un lugar secundario?”. No me quedó más remedio que asentir y entonces comprendí que los rostros femeninos que van en las fórmulas nacionales no tienen la misma alegría de sus compañeros que van en primer término. Es más, una de ellas está tan molesta en la fotografía que mi sobrino quiere agregarle un globito que diga: “Y yo, ¿qué hago aquí?”. Y casi me olvido: hay otra que tiene la sonrisa enigmática de Mona Lisa. ¿Por qué ese misterio?, ¿qué tendrá nuestra Gioconda?

A uno que ofrece su nariz aguileña sin el subrayado del bigote que tenía desde aquella vez que vino Alfonsín en su memorable campaña del ’83, mi sobrino casi no le dio bolilla y yo me alivié porque no hubiese sabido qué decirle más allá de su afeitada. Hizo un poco de ruido con la jubilación anticipada pero, hasta el momento, los resultados no fueron muy convincentes que digamos.

Después salió el tema de los cerros de la campaña radical. Me acordé de una humorada de Borges: cuando uno narra sobre el desierto no hace falta nombrar a los camellos. ¿A quién favorece la imagen de los candidatos con los cerros de fondo?, pregunté en voz alta. “Al de nariz aguileña y cabeza inclinada hacia delante”, grito el niño y, enseguida, largó el remate: “Parece el cóndor andino que hace poco liberaron en la cuesta de Lipán”.

Una cuadrilla de municipales apareció a blanquear las paredes. Nunca me alegré tanto por verlos. El niño quiso saber algo del concejal que hace falta y yo le contesté -con pose de Serrat-: “Niño, deja de joder con esos afiches”. Así que él no pudo criticar a la única mujer que encabeza una lista de diputados (cosa curiosa, ella habla desde un partido nuevo que, según sus propias palabras, es juventud; pero los candidatos a legisladores nacionales son dos personas que extienden a la juventud de manera generosa; bastante generosa).

Tampoco hablamos de la única propuesta de cierta extensión: un cuadernillo de menos de cuarenta páginas que su autor tituló “Un horizonte de propuestas para Jujuy”. Está hecho con el ritmo de una elección, es decir: a las apuradas y con algunos errores tipográficos; no obstante, posee un diseño ágil y las propuestas son sólidas. Me pregunto si este candidato –que casi no sonríe– no sabe que para ganar unas elecciones no hacen faltas ideas sino unas caras sonrientes.

En definitiva, le dije a mi sobrino, tenemos una buena cantidad de candidatos sonrientes. A algunos ya los conocemos tanto que forman parte de nuestra vida. Y, como los conocemos, no les vamos a pedir que escriban propuestas que después se puedan convertir en un peligroso boomerang. Parece que casi todos nuestros candidatos están contentos y tenemos un horizonte de pocas páginas. ¿Qué más se le puede pedir a un montón de caras bonitas?

Caminos un rato en silencio y yo me acordé de una frase de José Luis Mangieri, él último de los editores felices, que dice: “En este país, a los hombres no nos hacen cornudos las mujeres, sino los políticos que elegimos”. Me reí un poco y el inquisidor de la familia volvió a la carga: “¿De qué te reís si vos no sos político?”

Le contesté que me acordé de un magnífico cuento de Oscar Wilde. Es la historia de la estatua de un príncipe que está condenado a sonreír todo el tiempo. Llueve y sonríe. Sale el sol y sonríe. Lo cagan las palomas y sonríe. Siempre sonríe.

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