sábado, 22 de marzo de 2008

El fin de la inocencia 11

Campo literario jujeño en la década del noventa: Sobre los narradores

Leer: El fin de la inocencia 10

¿Por qué parece que el desarrollo de la poesía es mayor que el de la narrativa? ¿Por qué hay pocos autores nacidos en la década del sesenta? Estas cuestiones quizás habría que buscarlas en varios factores. Un factor fue expresado por Tizón: el paso de una promoción literaria a otra fue brutal. Exilios, desapariciones y censuras hicieron que una generación creciera con varios huecos en su formación. La herida abierta por la dictadura será una deuda que los escritores recién empezarán a pagar con el cambio de milenio.

Otro factor, como ya han dicho hasta el cansancio varios escritores, está dado por la falta de una crítica que oriente, pondere e ilumine sobre las estéticas que se desarrollan y que esas críticas lleguen hasta un público no especializado. Éste es el sector que más necesita el accionar de los críticos; los escritores, ya lo han demostrado, bien pueden desarrollar su obra sin ellos.

Los trabajos críticos fundamentales para entender el estado del campo literario han sido los que publicaron Fidalgo, Groppa y Frega. Es decir, dos escritores que dejaron de lado, por un momento y parcialmente, su función creativa y una investigadora universitaria de otra provincia. Cuando realizamos la Encuesta a la literatura jujeña contemporánea muchos se sorprendieron por el rescate de Los pájaros del bosque de Picchetti por parte de los escritores. Pocos advirtieron que esa novela ya había sido elogiada por Jaime Rest y Elvio Gandolfo, entre otros, y también había sido ponderada por Fidalgo –en 1975– y Groppa había llamado la atención –en 1987– por el silencio de la autora (y el silencio de la crítica, agregamos nosotros).

Es posible que la mayor visibilidad de los poetas se deba, por otro lado, a los modelos rectores de ese género que siempre estuvieron en franco diálogo con sus sucesores. Uno desde el suplemento literario, un lugar por el que entraron casi todos los autores que surgieron después de la última dictadura; el otro desde la tarea de presentador de libros como así también desde las páginas de casi todas las revistas culturales en las que generosamente colaboró.[1]

Tizón, la gran figura narrativa, mientras tanto se dedicó a la construcción de una sólida obra, pero no a establecer puentes con las nuevas generaciones (acción que nadie le podría reprochar ya que no tiene ninguna obligación de hacerlo) ni a elaborar notas que ayuden a entender el campo literario donde se inserta su obra. En páginas anteriores, citamos una declaración del narrador en la que afirma que tanto él, como dos escritores emblemáticos que nombra, no tuvieron lectores que oficiaran de parricidas para después asumirlos como herencia. Esta comparación sí nos permite marcar una diferencia que es mucho más que un reproche: esos escritores habían publicado ensayos que iluminaron el campo;[2] en tanto que Tizón, recién una década después, lanzó un poco de luz sobre esta cruel provincia con Tierra de fronteras.


Fotografía: Héctor Tizón.

Seguir con: El fin de la inocencia 12

[1] A esta altura del texto, creo que ya no hace falta nombrarlos. De todas maneras, ojalá que estas líneas sirvan como un modesto homenaje a quienes le molestan los homenajes y dedicaron gran parte de su tiempo para que toda una masa amorfa de libros y revistas literarias logre transformarse en la literatura de Jujuy.

[2] Me refiero a Crítica y ficción de Ricardo Piglia (Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1986) y Una literatura sin atributos de Juan José Saer (Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1988). Por otra parte, es digno de mencionar el importante perfil editorial que, por esos años, armó Edgardo Russo desde el Centro de Publicaciones de aquella universidad.

jueves, 20 de marzo de 2008

Periodismo, una actividad peligrosa

Un investigador argentino que trabaja en una universidad de Estados Unidos me pregunta si yo conocía al periodista que mataron en Jujuy. Desde miles de kilómetros de distancia, el científico afirma que el hecho es una tragedia. Quizás, los jujeños todavía no tengamos la suficiente distancia para apreciar la verdadera dimensión de este asesinato.


Un periodista es alguien que cuenta historias. Busca, edita y comunica; es decir, transforma hechos en noticias. Por lo general, los buenos periodistas no tienen mucho que decir pero sí saben qué preguntar. Y, llegado el caso, saben qué es lo que se debe repreguntar. Entonces, un periodista no importa por lo que opina y sí por lo que pregunta.

Cuando el periodista empieza a ser reconocido por sus vecinos, cuando su palabra es escuchada con más atención, él está en condiciones de convertirse en una voz autorizada. ¿Autorizada por quién? Por los integrantes de la comunidad a la que se dirige. Ellos legitiman al periodista.

Muchas veces los periodistas son envidiados por los universitarios. Estos, lo sabemos bien, se han profesionalizado en la acumulación de un saber que muchas veces no encuentra eco en la sociedad. Tiene que ocurrir una desgracia evidente (digamos una contaminación que produce una montaña de plomo en el centro de un pueblo) para que las voces de los científicos sean escuchadas atentamente.

Mientras no ocurra una catástrofe, los periodistas son quienes concentran la mirada del público. Y, dentro de su propio campo, los que ejercen su oficio o profesión en la televisión son los que más reconocimiento cosechan.

***

Los teléfonos de una redacción periodística son usados más en llamadas salientes que entrantes. Lo dijimos: los periodistas buscan, indagan, preguntan. Ellos, salvo honrosas excepciones, saben de todo un poco y casi nada en profundidad. Están siempre dispuestos a escribir sobre el último fenómeno mediático; tanto a favor como en contra.

Algunos, aquellos que tienen una fuerte presencia en los medios, ya sea por sus apariciones o sus declaraciones, reciben llamadas desde los centros del poder. He visto a las mejores mentes del campo periodístico local ser tentadas por mandatarios, ministros y aspirantes a políticos. Algunos, esto también me consta, aceptan ciertas prebendas, venden espacios que construyeron a lo largo del tiempo y se dedican a administrar lo que entra y lo que sale. Es evidente, por otro lado, que determinadas presiones son originadas desde los mismos medios de comunicación.

El primer indicador que aparece, cuando una sociedad se degrada, no está relacionado con lo estrictamente económico. El primer síntoma de infamia está dado por la corrupción de la palabra. ¿Cuándo sucede esto? Cuando se difunden tendencias que no existen, cuando se potencian ideas que no merecen ser tenidas en cuenta por las audiencias y cuando sólo habla el que más fuerte grita. Lamentablemente, ya no quedan rebeldes que hagan oír sus voces, pero, a menudo, ese espacio se sigue llenando con sonidos guturales que son afinados por el dinero.

***

Marzo, para los argentinos, es el tiempo en el que la memoria se hace más densa. Significa, a partir de ahora, el mes más cruel para los periodistas jujeños. En la madrugada del miércoles 18, un proyectil calibre 22 dejó sin vida a Juan Carlos Zambrano, jefe de noticias del medio de información local más influyente.

No tengo tiempo ni ganas para analizar la trayectoria periodística del periodista asesinado. Esta tarea bien podría ser uno de los temas de las monografías y tesis que se realizan en la carrera de Comunicación Social de la UNJu: ¿cuáles son los temas que tratan los periodistas en Jujuy?, ¿qué ideas son potenciadas por los medios?, ¿cómo son presentados los distintos actores sociales? Y una pregunta más ambiciosa: ¿de qué no se habla en la esfera pública?

Zambrano ocupó una posición central en el campo periodístico. Fue odiado y reivindicado por importantes sectores de la sociedad. Los avisos de condolencias que aparecieron en los medios gráficos, casi todos firmados por actores sociales reconocidos, y los llamados telefónicos que se difundieron por la radio del multimedia donde trabajaba dan prueba de lo que digo. En algunos casos, varios políticos que lo odiaban en voz baja no tuvieron más remedio que expresar públicamente algo que, en verdad, no sentían. Distinta fue la situación de la audiencia que el periodista supo construir: los llamados anónimos resultaron fuertemente creíbles y no existen motivos para dudar de su sinceridad.

***

Una fuerte sensación de miedo se instaló en la sociedad aquella madrugada funesta. Los compañeros de redacción de Zambrano empezaron a trabajar en busca de indicios no bien se enteraron del asesinato. Ese día, los teléfonos fueron desbordados por los llamados que pedían información, gente que quería saber qué había pasado, por qué había sucedido y cómo fueron los hechos.

Esa vez, la lógica comunicativa se invirtió: el periodista ya no era el que preguntaba sino el que protagonizaba la noticia. Rápidamente empezaron a circular diversas hipótesis, dos se destacaron y ganaron las calles: se trataba de un crimen pasional o era un ajuste de cuentas desde algún resorte del poder.

De nada sirve especular sin pruebas a la vista. Hasta ahora sólo sabemos que hay una persona detenida. Que muchos (y no hablo exclusivamente de los periodistas) tienen miedo. Y que algunos (pocos, afortunadamente) reclaman el regreso de una mano dura que controle la espiral de violencia que crece día a día.

Algo grave sucedió. Un periodista fue asesinado. La posición que ocupaba y la violencia del hecho nos obligan a pronunciarnos para repudiar el crimen. Permanecer en silencio es lo peor que nos puede suceder como sociedad. No repudiar este asesinato sería convertirnos en una comunidad ultimada, tan ultimada como el periodista Juan Carlos Zambrano.

Este texto fue reproducido en El informante digital en marzo del 2008.

domingo, 2 de marzo de 2008

El fin de la inocencia 10

Campo literario jujeño en la década del noventa: Sobre los poetas

Leer: El fin de la inocencia 9

Un diccionario[1], acotado por la fecha de nacimiento de los escritores, nos da la siguiente lista: Accame, Aguirre, Alabí, Baca, Berengan, Cañas, Carrizo, Castro (1962), Espejo, García, Leonor Picchetti (1942), Quiroga, Romano Pérez y Mónica Undiano. A excepción de los narradores Alabí y Picchetti, todos han publicado libros de poesía. Sólo cuatro autores han editado libros exclusivamente de poesía: Aguirre, Carrizo, García y Romano Pérez. En tanto que Accame, Baca, Berengan, Cañas, Castro, Espejo, Quiroga y Undiano practican distintos géneros. Como sea, la poesía es el género que más adeptos convoca.

Si bien existen varias antologías, ninguna obtuvo la repercusión que logramos con Nueva poesía de Jujuy (Palpalá, Daltónica, 1991).[2] En esa obra incluimos a Carrizo, Baca, Ramiro Tizón (1956), Accame, Mamaní, Álvaro Cormenzana, Aguirre y Cañas. Un comentario escrito por Baca, y que fue pensado para una reedición de la antología (truncada por el alejamiento adelantado de Fernando De la Rúa y el posterior desentendimiento de la secretaría de Cultura de la Nación), es un testimonio muy ilustrativo de lo que ésta significó:

Con esta antología Reynaldo trazó una línea sobre el final de la dictadura y su trazo se convirtió en algo definitivo. Aunque parezca un poco grandilocuente. Me explico. Durante el Proceso había llegado a dominar el ámbito público de nuestra literatura un cierto tipo de expresión lógicamente muy mala: inactiva, anacrónica, pasiva, incluso inerte. No es que aquellos ilustrados fueran malas personas: supongo que era la época. Pero vino Reynaldo y trazó por ahí una línea y chau. Lo que tuvo sus víctimas, porque fueron unos cuantos los que quedaron afuera. Lo que importa es lo que ocurrió de este lado de esa línea. “Dispersos por dispersas capitales...”, como empieza Borges su “Invocación a Joyce”. Acaso no era para tanto. No se trataba de capitales, sino -cuanto mucho- de barrios. Pero dispersos, es verdad. Y entonces Reynaldo hizo un dibujo y una teoría, un poco reales y un poco falsos como cualquier dibujo y cualquier teoría, pero fue suficiente para la alegría de inventar una obra en común.

Más tarde, otra clasificación más generosa de Fidalgo incluía a los siguientes poetas de la nueva promoción en los noventa: Aguirre, Baca, Berengan, Bossi, Cañas, Carrizo, Castro, Calderón, Casasco, Cormenzana, García, Spadoni, Mamaní, Negro, Pedro Raúl Noro (1943), Mario Solís (1950-2000) y Wayar.[3] Afirmo que el ordenamiento es generoso porque algunos de los mencionados no publicaron ningún libro en los noventa. Si bien esta cuestión no es categórica (habría que pensar en los casos de Cormenzana y Mamaní, poetas que trascendieron mucho antes de que sus poemas aparecieran en libros), creo que todavía falta ponderar más los nombres que son significativos de la década.

En ese trabajo, el ensayista menciona que existen dos grandes áreas dentro del campo literario. Una de ellas está

constituida por los repetitivos, los que insisten en modalidades ya configuradas, sin ni siquiera intentar modificarlas. Sector que integran autores apegados en exceso a la tradición en cuanto a formas y temas literarios; y a variantes de un folklore no vivido de manera integral o no estudiado adecuadamente en sus relaciones con la literatura. También gravita en este grupo cierto localismo empequeñecedor, que termina por proponer (matiz más o menos) el aislamiento cultural. Quedan excesivamente a la vista, deliberadas y superficiales apelaciones al color local, las innovaciones altisonantes a lo telúrico mediante porfiada insistencia en vocablos lugareños que pocas veces justifican su empleo (se introducen o irrumpen en el discurso; no se incorporan necesaria o naturalmente a él). Cosa similar ocurre con la mención de ritos, costumbres, leyendas, casos o historias que, con demasiada frecuencia, pasan a ser más que simple mención, lo central en textos sin elaboración suficientes.

La otra gran área estaría constituida por autores “informados en cuanto a producción poética contemporánea (…), abierta a modalidades diversas, a lo heterogéneo” y dispuestos a correr “ciertos riegos o audacias”. Entre los escritores que Fidalgo incluye en esta segunda área están los diecisiete que ya citamos, ellos serían los encargados de relevar a los poetas mayores: Mario Busignani (1908-1990), Calvetti, Groppa y el propio Fidalgo.

Similar calificación, con respecto al núcleo fundador, realiza Santiago Sylvester en su Poesía del noroeste argentino: Siglo XX (Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2003). El antólogo destaca a Busignani, Zerpa, Galán, Calvetti, Fidalgo, Demitrópulos y Groppa. Entre los de menor edad, incluye a los nacidos entre 1949 y 1959: Cañas, García, Aguirre, Accame, Baca y Carrizo.[4]

Por su parte, Groppa, en una entrevista que le realizó Jorge Boccanera, afirma:

En Jujuy hay buenos poetas, es riesgoso dar nombres, me interesan Ernesto Aguirre, Ocalo García, Álvaro Cormenzana, Susana Quiroga, Estela Mamaní, Reynaldo Castro; prácticamente a todos los publiqué yo en el suplemento del diario Pregón.

Si bien ya hablamos de una generación brutalmente diezmada, hay que puntualizar que los escritores nacidos en los años sesenta son un número menor. Apenas hacen falta los dedos de una mano, para contar a los que tienen obra publicada y nacieron en esa década rebelde. Por lo tanto, podríamos afirmar que se salvaron de la dictadura, pero no del menemismo.

En una nota referida a la bohemia, Carrizo rememora las noches del boliche El Desalmadero que lo tuvo como protagonista y capta el punto de inflexión de los noventa:

Esta bohemia jujeña duró todo el 95 y parte del 96. Allí se cantaba hasta el amanecer, con nostalgia, como vislumbrando una etapa de caída, de abismo, que fue la entrada en la era menemista, en el individualismo, en el fundamentalismo de mercado, del internet y el teléfono celular, de la tarjeta magnética y de la soledad. Fue el inicio del gran bajón cultural en todo el país.[5]

En el campo político mientras tanto, el gobernador Guillermo Snopek perdía la vida en un accidente y, en febrero de 1996, asumía en su reemplazo el escritor que había gestionado una ley para sus pares.

Leer El fin de la inocencia 11




[1] Pedro Orgambide (dirección) y Silvana Castro, Breve diccionario biográfico de autores argentinos, desde 1940 (Buenos Aires, Atril, 1999).

[2] Algunos de los comentarios fueron: Cristina Siscar, “Un documento cultural”, en revista Hum(o)r, n° 295 (Buenos Aires: De la urraca, agosto de 1991); Rodolfo Alonso, “Voces de adentro”, en revista Hora de poesía, n° 75/76 (Barcelona, mayo/agosto, 1991); Andrés Fidalgo, “Nueva poesía de Jujuy”, en suplemento literario del diario Pregón (San Salvador de Jujuy, 13 de octubre de 1991); Jorge Fondebrider, reseña aparecida en Diario de Poesía, n° 21 (Buenos Aires, verano del ’92) y Ricardo Díaz Villalba, “Los poemas transpuestos” en revista Diálogos, letras, artes y ciencias del noroeste argentino, n° 2 (Salta, junio de 1993). Además, hay que destacar que esta antología está incluida en “Treinta años de poesía argentina” de Jorge Fondebrider, uno de los artículos que este autor compiló en Tres décadas de poesía argentina (Buenos Aires, Libros del Rojas, 2006).

[3] Andrés Fidalgo, “La poesía en Jujuy (entre 1970 y 1990), el trabajo había aparecido en una revista de cultura de esta provincia en la década del noventa. Posteriormente, su autor lo incluyó en Escritos casi póstumos (San Salvador de Jujuy, Ediciones Culturales San Salvador, 2003).

[4] Otra antología que incluye autores de todo el país, Poetas 2: Autores argentinos de fin de siglo, selección y prólogo de Juano Villafañe (Buenos Aires, Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1999), apenas incluye a Baca y Carrizo.

[5] “Noches de bohemia”, en revista Nexos nº 41, El Tribuno (Salta, 16 de febrero de 2003).

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