En los ochenta participé de una asamblea donde los docentes
de la UNJu discutían si seguir con el paro más largo (que le hacían a la
gestión de Alconada Aramburu, ministro de Educación de Alfonsín) o no.
Decidieron levantar la lucha y mi amigo Raúl se enojó mucho; les gritó
"¡Carneros!" y arrojó el vaso de su bebida al centro del aula magna.
Ningún docente se sintió ofendido, porque tenían los huevos suficientes para
bancarse el mal momento.
En este milenio, cuando Mario Rabey ganó el decanato de la
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, recibió una lluvia de huevos. El
polémico decano no se inmutó. Abrió su bolso, sacó un paraguas y esperó que
cesara la lluvia. No denunció a ningún estudiante, porque tenía los huevos bien
puestos.
En octubre del 2009, Gerardín recibió huevazos en su saco.
Llamó a la policía, hizo presentaciones en la justicia, pagó solicitadas caras
e histeriqueó en los medios de comunicación. Podríamos recordar la noche que
sacó chapa de trompeador de poetas y de locos, pero no. Vamos a recordar que,
aquellas tarde en el Consejo Profesional de Ciencia Económica, él tenía los
huevos de moño.
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