sábado, 2 de abril de 2005

La espuma, el remisero macho y la pulga en la oreja

[Nota publicada en La Revista, año 2, número 11, San Salvador de Jujuy, abril de 2005]

Hay días en que uno quiere escribir pero le sale espuma, como decía César Vallejo. ¿Por qué comienzo esta nota con un tono de bronca? Porque ese malestar me queda después de casi chocar en la calle Güemes casi esquina Lavalle. Paso a contarles.

Yo salía de una rotonda cuando, de golpe, un remis intentó pasarme por el costado derecho. Para atenuar su falta (¿hace falta recordar que el manual del buen conductor indica que se debe pasar a otro vehículo por la mano izquierda?), el remisero sacó su brazo que sólo vi cuando accioné los frenos para no chocar. Pise el freno y no pude lanzarle un insulto en piloto automático. No recuerdo bien qué le dije, pero supongo que era algo así como “¿quién fue el irresponsable que te dio licencia para chocar?”.

Ya sé, amigo lector, que lo que conté no es nada nuevo y constituye lo cotidiano del tránsito de esta ciudad impía. Alguien comete una infracción, otro saca el animal que lleva adentro y lo insulta; el primero le devuelve la gentileza con un discurso similar y todos siguen su vida como si nada. Digo, ¿no pasa nada?, ¿y para dónde miran los que deberían controlar el tránsito? y una última cuestión ligada más al sentido común que a la filosofía: ¿debemos vivir así?, ¿vale la pena vivir de esta manera?

Confieso que estas preguntas me las hago ahora. En aquel momento no pensé y actué según mis reflejos: el pie derecho pisó el pedal del medio, la boca sacó un insulto de ocasión y punto. No hace falta ser un psicólogo para saber que después de vivir un momento de tensión, el cuerpo exige alguna acción para aflojarse y volver a su estado inicial. Sólo eso justifica una buena puteada.

Pero la tensión no terminó. Dos adolescentes que caminaban por la vereda lanzaron un comentario y se rieron con muchas ganas. Fue una risa contagiosa por lo que yo también me reí y recordé aquellas viejas páginas de una revista masiva que tenía una sección titulada: “La risa, remedio infalible”. Es evidente que el remisero nunca leyó aquellas páginas porque, sin ningún motivo, detuvo el auto amarillo, sacó su cabeza y me dijo: “¿De qué te reís, puto? Bajáte si sos macho”.

No sé qué habrá dicho el pasajero del valiente conductor -este no es un dato menor: aquel semental del volante estaba trabajando- . Los adolescentes se quedaron mudos y, de inmediato, mi mujer -otro dato no menor- empezó a gritarme en la oreja que no se me ocurriera bajar, que no le contestara y un montón de prohibiciones que terminaron por apabullarme más que el desafío del remisero.

Conclusiones: 1) la educación vial no existe o no se nota; 2) los “zorros grises” no están cuando deberían estar; 3) la risa no es un remedio, es algo peligroso; 4) los pasajeros no protestan frente al mal servicio de los chóferes; 5) los escritores somos cobardes o, por lo menos, no damos ninguna garantía a nuestras mujeres que salir airosos frente a un robusto remisero. De todas éstas, la que más me preocupa es la última: ¿qué puede más en esta ciudad impía: la trompada de un remisero macho o la página de un puto escritor?

Ya sé la respuesta. Por eso quiero escribir pero me sale espuma. Menos mal que este domingo Gimnasia juega de local y puedo desquitarme con el arbitro.

FeedBurner FeedCount