jueves, 28 de mayo de 2009

Otras voces, otras memorias

Este texto es la introducción del libro inédito Otras voces, otras memorias que aparecerá alguna vez.

En 1980, un entonces desconocido arquitecto ganó el Premio Nobel de la Paz y a mí, como a gran parte de los argentinos, ese acontecimiento me descolocó. Tres años después, a mediados de abril, Adolfo Pérez Esquivel llegó a esta provincia para dar una serie de conferencias. Asistí a una de ellas y, cuando él afirmó que en Jujuy existieron lugares donde se torturaba, yo miré a quien estaba a mi lado y los dos pusimos caras de asombro. En rigor, casi todos los asistentes nos sorprendimos.

Enseguida, una mujer ya grande y morocha se puso de pie, era Eublogia Cordero de Garnica, madre de dos jóvenes detenidos-desaparecidos y sobreviviente del Centro Clandestino de Detención (CCD) de Guerrero.[1] Ella se levantó la pollera, nos miró con la tranquilidad de no ser mal interpretada y expresó: “Yo fui torturada. Éstas son las marcas de la picana”. Yo ya había leído una entrevista de Mona Moncalvillo a varias integrantes de Madres de Plaza de Mayo,[2] pero sentía que la represión ocurría allá lejos. El testimonio de Eublogia me hizo ver lo cerca que estaba todo.

Después, me enteré que en esta provincia dos escritores habían estado en el exilio. Uno de ellos se llama Andrés Fidalgo; el otro, Héctor Tizón, es el esposo de Flora Guzmán. Ellos volvieron del destierro en 1982. Entre 1984 y 1986, los dos escritores formaron parte de la Comisión Extraordinaria de la Legislatura de Jujuy que se encargó de registrar las denuncias de las personas que fueron mal tratadas por la dictadura. Después de las leyes de “punto final” y “obediencia debida”, la Comisión se disolvió y Tizón se dedicó a consolidar su obra, ya reconocida por la crítica[3] y el gran público. Por su parte, Fidalgo retomó sus anotaciones, profundizó sus investigaciones y, en el 2001, publicó su libro sobre la dictadura en Jujuy.

Por mi parte, en el 2002 edité el libro de poemas de Alcira Fidalgo[4] y, un par de años después, una obra de no-ficción titulada Con vida los llevaron, que relata casi de manera cronológica los hechos sucedidos en esta provincia durante la dictadura. En ese libro intenté guiarme por la ética propia del documentalista: aprender de lo real antes que imponer una tesis; pero no soy el más indicado para referirme a la obra.[5]

Algunos años antes, en una larga entrevista[6] que le realicé a Ernesto Aguirre, el poeta expuso una idea que durante mucho tiempo me acompañó y –a la vez– me incomodó:

Yo creo que no puede haber nadie que afirme que no ha sido contaminado por los ocho años de dictadura militar, por ejemplo. Es imposible. A pesar de que en la poesía no exista la denuncia de la tortura, de la desaparición, no importa; pero que somos afectados por la circunstancia que vivimos, eso creo que está fuera de toda discusión.

Como verán, existen varias cuestiones personales y afectivas que me acercan a la temática de esta investigación. Dado que siempre pensé que todo trabajo científico debe poseer rigor y distanciamiento, me costó mucho decidirme y trabajar esta cuestión como una investigación académica. Fue un texto reflexivo en el que sus autoras revisan la experiencia del Programa Memorias de la Represión, incluido en el último volumen de la colección ya citada, el que me aclaró que una cuestión como ésta es muy difícil que uno pueda realizarla sin comprometerse; lo que no quiere decir que uno deba convertirse en un militante de la memoria que trata de “acomodar” los relatos de acuerdo a su propia conveniencia o a los de un sector. Afirman las autoras citadas:

Cuando el tema de investigación es la represión y la violencia política, las pérdidas y las experiencias dolorosas, la implicación personal del/la investigador/a no puede ser omitida. Es difícil, si no imposible, mantener criterios de “objetividad” o “neutralidad”. Estamos en presencia de investigaciones ancladas en el compromiso político y afectivo, y en la necesidad permanente de incluir y reflexionar sobre el lugar desde el cual cada uno/a lleva adelante la tarea. Los sentimientos, los límites personales y la involucración debían ser incorporados en el proceso de investigación mismo (Jelin y Kaufman, 2006: 187).

Es decir, los trabajos de las memorias son procesos subjetivos, lo cual no significa que una investigación de este tipo disponga de libertad absoluta para fluctuar entre lo objetivo y lo subjetivo. Significa –eso sí– que es necesario renunciar a una objetividad imposible.

A la subjetividad del investigador hay que agregarle la fluctuación discursiva de los sobrevivientes. Muchos de ellos, durante años, guardaron silencio debido a las inhumanas prácticas que tuvieron que soportar en la dictadura. Después, empezaron a narrar lo que tuvieron que soportar y se dieron cuenta de que no existe una precisa manera de narrar aquellas atroces experiencias. Es decir, esos testimonios también están afectados por la problemática de la subjetividad en la construcción de las memorias.


Método de recogida de datos. A pedido de una madre, durante dos años (después de que terminé de preparar la breve biografía que escribí sobre Alcira Fidalgo, la poeta desaparecida) grabé a los familiares directos de detenidos-desaparecidos de San Salvador de Jujuy. Las personas que gustosamente aceptaron ser entrevistadas eran todas mujeres y pensaban que yo podría ayudarles para que sus testimonios referidos a la dictadura se dieran a conocer, como efectivamente ocurrió con la publicación de un libro de memorias en el 2004.

Esta investigación se realizó, conviene aclararlo, con una parte de las más de cincuenta horas de conversaciones que –grabador de por medio– realizamos. Esas grabaciones corresponden a entrevistas grupales que, por ser tales, tienen el respaldo testimonial de las personas presentes. Esta técnica de recogida de datos funcionó de manera muy efectiva ya que la memoria que siempre es falible, incompleta y selectiva se vio fortalecida por la intervención de nuevas preguntas y aclaraciones que ayudaron a delinear la figura de un rompecabezas al que todavía le faltan varias piezas.

Estas entrevistas grupales han sido cotejadas con diversas fuentes. Por un lado, se relevaron una gran cantidad de publicaciones, como ser El diario del Juicio y el Nunca más. El libro de Fidalgo (2001), por otro lado, resultó muy útil; no sólo por la reputación, seriedad y rigor del escritor, sino porque él desenterró diversos materiales inéditos. Otras fuentes importantes fueron los ejemplares, de la época en cuestión, del diario Pregón. Los testimonios públicos de los ex presos políticos que se grabaron durante la conmemoración del golpe en el año 2001 también aportaron un material que posteriormente fue chequeado y confirmado. También realicé cinco entrevistas personales que, al igual que las grupales, fueron grabadas.

Por supuesto que no utilizo, para esta investigación, la totalidad de las entrevistas realizadas (que transcriptas equivalen a casi mil páginas); centro mi análisis en un corpus constituido por los discursos de cinco mujeres que integran Madres y Familiares de Detenidos-Desaparecidos de San Salvador de Jujuy: dos madres, dos esposas y una hermana.[7] Estos discursos han sido tomados, de manera aleatoria, de las entrevistas grupales que ya mencionamos.

Los testimonios recogidos pueden ser ordenados por parentesco y por edad (de hecho, más adelante se hacen lecturas sobre las distintas respuestas narrativas que brinda una generación y la otra). Para una mejor presentación, están ordenados de la siguiente manera: aquellos que están referidos al impacto (o no) del 24 de marzo de 1976 forman parte del capítulo III (“Golpe a golpe”); los que se refieren a la detención y/o desaparición de personas están incluidos en el capítulo IV (“La detención, la desaparición”); finalmente, el capítulo V (“Cara de madre de desaparecido”) contiene las narraciones que dan cuenta de la búsqueda de los detenidos-desaparecidos por sus familiares y la construcción de una identidad grupal.

El primer capítulo (“Memoria sobre las memorias”) está formado por dos marcos teórico-metodológico: uno, sobre las memorias; el otro está referido a la entrevista periodística y el Análisis Crítico del Discurso. El capítulo II contiene información que permite conocer aspectos de las personas que enuncian y el contexto de su enunciación (quién, qué, cómo, dónde y cuándo se rememora). El último contiene las conclusiones de esta investigación que –de ninguna manera pretende ser acabada ni total, sino servir para formular nuevas preguntas que lleven a nuevas indagaciones en una tarea que, por su naturaleza, merece continuarse.


Imagen: Luis Felipe Noé. La Memoria


[1] El CCD de Guerrero funcionaba en la localidad homónima, sobre la ruta provincial nº 4, a unos cinco kilómetros de la ruta nacional nº 9. Más información en Fidalgo (2001).

[2] Revista Humor, Nº 92, octubre de 1982. Buenos Aires: Ediciones de la Urraca.

[3] Uno de los aspectos por lo que se destaca la obra de Tizón es el tratamiento que el narrador otorga al paisaje y la memoria popular. Para profundizar el pensamiento de este autor sobre la condición del exilio, véase la entrevista que le realizó Boccanera (1999).

[4] Este es el libro de poesía de una autora jujeña que más repercusión crítica tuvo en los últimos años. Para más detalles, véase Aguirre (2003), Freidemberg (2003), Terrón de Bellomo (2003), Moyano (2004) y da Silva Catela (2005), entre otros. No obstante lo expresado, resulta –por lo menos– llamativa la ausencia de esta poeta en un ensayo de Calvelo (2004), en el que ésta nombra a las autoras “consagradas” de Jujuy.

[5] Para un análisis de la recepción de la obra en esta provincia véase: Aguirre (2004), Baca (2004), Dubin (2004) y Martínez (2004); fuera de ella la comentaron –entre otros–: Leonardi Herrán (2004), Izaguirre (2005), Aguirre y Zuzek (2005), Mangieri (2005) y Sosnowski (2005).

[6] La entrevista fue publicada en el suplemento literario del diario Pregón, San Salvador de Jujuy, en 1987. Al año siguiente, precedida de un ensayo de Graciela Frega, apareció en formato de libro.

[7] Como dice una vieja regla del oficio periodístico, la totalidad de las entrevistas, por más que muchas no aparezcan en este trabajo, son necesarias para dar solidez a las que sí aparecen.


miércoles, 27 de mayo de 2009

El largo camino que recorren las mujeres de Jujuy


Las mujeres, desde hace varios años, luchan para tener presencia activa en los lugares de decisión en Jujuy. Así, varios grupos presionan a políticos para lograr una ley de cupo que les garantice un lugar importante en las listas de candidatos a legisladores. A pesar de esa insistencia, la ley tarda en materializarse.
Alejandra García Vargas
Quizás, el único lugar institucional en el que ellas han ganado una activa participación es en la Universidad Nacional de Jujuy. En el gabinete directivo de la actual gestión, son responsables de la Secretaría Académica, la Secretaría Administrativa, la Secretaría Legal y Técnica, la Secretaría de Ciencia y Técnica y Estudios Regionales (SECTER) y la Secretaría de Extensión Universitaria; es decir, las mujeres ocupan cinco de las seis secretarías que dependen directamente del Rector y poseen autonomía para generar políticas. Un número importante de ellas, por otra parte, han estado al frente de tres de las cuatro Facultades.

No sólo se destacan por su capacidad de gestión. Ellas, además, llevan la delantera en tareas de investigación. En estos días está por aparecer el libro Científicos de Jujuy, la primera encuesta a directores de proyectos de investigación en la que éstos analizan su propia actividad y la enmarcan en la realidad social de la región. La encuesta fue repartida a la totalidad de los directores de proyectos de investigación acreditados en la SECTER. Sobre un total de más de setenta investigadores, contestaron veintiséis; quince son mujeres y once son hombres. Es decir, la ventaja se mantiene.

Veamos a continuación qué sucede en un campo intelectual vecino: el literario. Un muestrario cronológico de la literatura de Jujuy hasta 1969 contenía a cuarenta escritores; de éstos, ocho eran mujeres. En 1993, el trabajo inclusivo se completó con otro tomo que llegó hasta ese año; la cantidad de autores se incrementó: sobre un total de sesenta y uno, veintisiete eran mujeres. Más acá, en una encuesta que publicamos en el 2006 (Encuesta a la literatura jujeña contemporánea), sobre una muestra de veinte escritores, contestaron doce hombres y ocho mujeres. Es decir, la mayoría varonil se mantenía.

La cuestión, por lo tanto, es: ¿por qué en la Universidad la presencia de las mujeres es mayor?, ¿las características de la institución (un espacio que adjudica legitimidad y prestigio a los saberes) tiene que ver con esta supremacía? Y una cuestión más: ¿es posible inferir que la presencia de las mujeres universitarias producirá un efecto de contagio en otros sectores de la sociedad?

Tratemos de responder estas cuestiones. La Universidad es –o, si lo quiere el lector hipercrítico, debería ser– el espacio intelectual por excelencia. Es una plaza que tiene reglas bien explicitadas sobre cómo funciona su mercado simbólico. Así, dispone de un capital que se objetiva (por medio de libros, papers, patentes, etc.), en un espacio altamente institucionalizado (en ningún otro lugar valen tanto los títulos y certificados) y que, además, ha incorporado una eficaz tecnología de reproducción (aquí incluimos los esquemas de percepción, evaluación y acción). La Universidad, al decir de Bourdieu, es un campo relativamente autónomo que posee un sistema de relaciones entre posiciones de sus integrantes que se construyen a lo largo del tiempo (en la diacronía) aunque se la analice en un momento sincrónico.

En consecuencia, podemos decir que el campo científico es un espacio de lucha por la legitimación, lucha que –como lo expresamos en el párrafo anterior– posee sus propias reglas. Gracias a éstas (a su explicitación, su objetivación, su institucionalización y su puesta en práctica), las mujeres universitarias logran sacar ventajas. Si bien existen cuestiones asociadas al poder político, económico o a la pertenencia (o no) de distintas redes sociales en este campo, el bien que más se valora es el capital cultural. Ese capital permite a sus poseedores el acceso preferencial a ciertas ocupaciones o posiciones profesionales exclusivas por medio del manejo de lenguajes y competencias de recursos exclusivos de la ciencia.

En el libro Científicos de Jujuy, como ya expresamos, ellas llevan ventaja numérica sobre sus pares masculinos. Sacan, además, otra ventaja: reconocen a otras mujeres de la promoción que las precede como “maestras” locales de la investigación (Susana Argüello lo hace con Ana María Zoppi, Alejandra García Vargas con Gabriela Karasik, Gabriela Sica y Elena Bossi, y Norma Wierna con Graciela Bovi Mitre). Con esto no queremos caer en el error fácil de afirmar que las investigadoras sólo reconocen como formadores a sus pares de género, por el contrario, tanto María Eduarda Mirande como Elena Bossi reconocen la deuda intelectual que ambas tienen con Raúl Dorra. Sí queremos evidenciar que las investigadoras no tienen los pruritos intelectuales que sí parecen tener sus pares masculinos, que prácticamente no reconocen a ningún “maestro” local.

Por otro lado, las investigadoras también tienen clara conciencia de la imagen pública que poseen dentro del campo académico. Así, Liliana Bergesio reconoce como pares a García Vargas, Laura Golovanevsky, María Elena Marcoleri y Matilde García Moritán. Bossi rescata los trabajos de Mirande, Guillermina Casasco y García Vargas. La última, a su vez, rescata como “compañeras de generación” a Bergesio, Golovanevsky, Mónica Ulloa, Adriana Kindgard y Cecilia Fandos. Mirande ubica como muy importante a los trabajos de Bossi. Clemencia Postigo destaca, de manera enfática, a Zoppi.

Casi todas poseen obra publicada y ya han logrado un reconocimiento institucional. Tienen una ventaja sobre sus pares extrauniversitarias: no se enfrentan a agentes ya establecidos en una función dominante en el campo al que pertenecen (tal vez, la única excepción se dé en la Facultad de Ingeniería, la única en la que todavía ninguna mujer estuvo al frente como decana).

Es posible que aún les falte un conjunto de obras que trascienda el campo científico. Conozco, por mi función de editor universitario, varios libros que están próximos a salir que, sin dudas, van a cruzar esa frontera (pienso en trabajos de Lucía Mallagray, Bergesio, Marcoleri, Golovanevsky, García Vargas, Flora Guzmán, Ana Teruel y Ana María Postigo de de Bedia, fundamentalmente).

En la historia argentina del último siglo, la Universidad funcionó como prueba piloto de varias acciones que se dieron en el resto de la sociedad. En 1918, los reformistas de Córdoba se adelantaron medio siglo a lo que fue la irrupción de los jóvenes como sujeto generacional. Después, en plena “revolución fusiladora”, el campo científico actuó como una isla democrática; en los calientes años sesenta, como un espacio que prefiguraba la praxis revolucionaria de la década posterior. En la última dictadura fue, igual que toda la sociedad, un campo arrasado (un espacio doblemente fracturado, tanto por los exilios internos, como por los externos). En la etapa de reconstrucción democrática, la Universidad se reconstruyó internamente con sus reglas de legitimación, ordenó sus estructuras y sus agentes se profesionalizaron en la acumulación de un capital simbólico. En la etapa actual, cerca de la conmemoración de los bicentenarios, las mujeres universitarias hacen uso público de sus destrezas simbólicas y responden, con un conjunto de obras que de a poco comienzan a articularse, a las demandas de la sociedad.

En esas respuestas está lo más interesante del campo científico actual, está también el adelanto de lo que sin dudas será el rol protagónico que ellas tendrán después de un largo camino (que ya lleva más de dos siglos) y que algunos tratan, en vano, de restringir en los lugares de decisión de Jujuy.

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lunes, 25 de mayo de 2009

Cíentíficos de Jujuy

En las próximas semanas, aparecerá el libro Científicos de Jujuy, editado por la Editorial de la UNJu. Adelantamos aquí la nota de contratapa.

Este libro se enmarca en una política comunicacional de la UNJu. Hasta no hace mucho, nuestros científicos tenían el hábito de escribir sólo para sus pares. Este accionar fue reforzado por el individualismo de los noventa que postergó las prácticas de intervención del discurso intelectual. Pero una década, por más infame que sea, no puede detener una larga tradición del conocimiento que se remonta a la de un hombre que sabe y habla en medio de una plaza. El que sabe, opina. El que opina lo hace desde un horizonte de valores que lo transcienden. Y, cuando esto sucede, esa opinión resulta, indefectiblemente, crítica y política.

Los científicos son herederos de esa tradición. Legatarios de una familia que, en Occidente, posiblemente comienza con Sócrates y Platón y que incluye –entre otros– a Bernardo Houssay, Enrique Gaviola y Oscar Varsavsky. En nuestra Universidad, un nombre se destaca en el campo de la literatura y las memorias de la represión dictatorial: Andrés Fidalgo.

No hay tradición más peligrosa y saludable que la del conocimiento. Peligrosa porque todos sabemos que Sócrates fue condenado a morir, Platón fue vendido como esclavo y otros fueron desterrados de por vida. Más acá, desde la fatídica Noche de los Bastones Largos hasta los años de plomo de la última dictadura, esa tradición se encarna en nuestros investigadores. Ellos fueron perseguidos, encarcelados, asesinados o condenados a partir hacia un exilio del que muchos ya no pudieron regresar.

Esa tradición es –aunque parezca un contrasentido– saludable no sólo porque los investigadores son conscientes de la provechosa experiencia del riesgo, sino porque ellos ponen en cuestión el orden imperante. En este libro, veintiséis científicos analizan su realidad inmediata, reflexionan sobre qué significa hacer ciencia y tecnología en esta provincia (y en el mundo) y también examinan su propia praxis.

Esta encuesta, en definitiva, interpela a nuestra sociedad y, además, comunica lo que hasta ahora había permanecido incomunicado: una reflexión de los científicos de Jujuy sobre su propia función. Las respuestas demuestran que es posible traducir un lenguaje riguroso a otro cotidiano y que, en esa traducción, no se pierde nada y se gana mucho.

Que quede claro: los lectores que busca conquistar este libro no son sólo universitarios.

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