miércoles, 16 de enero de 2008

El fin de la inocencia 7

Campo literario jujeño en la década del noventa: Libros no esperados

Leer: El fin de la inocencia 6

Una literatura no sólo se desarrolla por medio de los premios. También resultan necesarias las obras que irrumpen y abren nuevos caminos. En 1987, Abierto por balance (de la literatura en Jujuy y otras existencias) de Groppa surge como una obra no esperada.

El libro pertenece a un género confuso: el autor presenta una crónica afectiva de la ciudad, historias de vida, entrevistas, un repaso de las revistas literarias, un censo de la literatura de Jujuy hasta 1981 y poemas. La mirada retrospectiva del trabajo permite comparar la producción literaria local con la que se produce en otros lados:

Comparo mi ciudad, mi provincia, con lo que creo conocer de otros lados. Por lo que llega a mis manos publicado en casi todo el resto del país. Por los suplementos literarios y culturales (nueve) que consulto semanalmente, deduzco que si en Jujuy hubiera una ayuda económica, y una sabia dirección, –estatal o privada, pero en ambos casos sin condicionamientos que no fueran los de la calidad, por lo menos hacia los costos de hoy, tal como lo supo hacer en Resistencia el banco del Chaco, por dar un ejemplo cercano– la calidad de la edición jujeña (gráfica y literariamente), superaría la que supo tener años pasados, esa misma que se continúa mencionando y haciendo notar en cualquier antología o enciclopedia consultada.[1]

Un año más tarde, apareció El escepticismo militante, un libro de conversaciones que realizamos con Aguirre y que previamente había aparecido mediante entregas en el suplemento literario del Pregón. El autor de Historietas recuerda que en 1976, año en que –por las trágicas condiciones históricas que todos sabemos– el campo intelectual empezó a fracturarse doblemente (varios escritores tuvieron que exiliarse e internamente también hubo cortes disruptivos), él se reunió con otros autores que habían armado un grupo literario:

Bueno, la cuestión es que en la primera reunión que hicimos […] éramos cuarenta. ¡Cuarenta tipos convocados por el hecho de escribir y nada más! Entonces al poco tiempo, con Saúl Solano [1952] y Javier Soto [1952], al que conocimos acá en Jujuy y que se incorporó al programa de radio [Los Habitantes del Sol], éramos como un frente interno dentro del grupo Tiempo, porque reivindicábamos una poesía mucho más abierta, sobre todo en la cuestión temática. Rechazábamos como único tema de la poesía jujeña al coya, al burro, al cerro. Reclamábamos una poesía más urbana y llegábamos así a extremos de reivindicar a la Beat Generation de Estados Unidos. Te digo extremos porque... claro, era una poesía producida en Estados Unidos, nosotros aquí en Jujuy no podíamos producir esa poesía. Lo que rescatábamos, más que el estilo poético, era la actitud de rebeldía que tenía esa gente hacia la sociedad. Nosotros éramos un poco los parricidas, veníamos así a romper con [Raúl] Galán, con Groppa, con Fidalgo, con Calvetti, con todos los poetas “viejos” de Jujuy.

En otro tramo de su discurso, Aguirre dispara sus dardos contra el poeta Carlos Figueroa porque éste defendía, de una manera arcaica, el postulado del compromiso social del poeta. El entonces poeta emergente recuerda:

Entonces, yo le critiqué por qué en Jujuy los poetas pensaban que la única explotación del hombre era o en el surco de caña o en Mina Aguilar. Esos eran los dos temas de denuncia de la explotación. El poeta de Jujuy, escribía un poema sobre el zafrero o sobre el minero y ya era un poeta comprometido socialmente. Yo le preguntaba por qué no escribía sobre el obrero de Zapla, o sobre el barrendero de la Municipalidad, o sobre el empleado de comercio. Eso fue suficiente, se armó una discusión tremenda, se desarmó la reunión y nosotros fuimos así considerados los petardistas de Jujuy.

Estas distintas posiciones reconfiguran el estado del campo literario. Por un lado, estaban aquellos que, como Figueroa, se ubicaban sobre un espacio cultural superado y relativamente inactivo.[2] Por otro, estaban aquellos escritores que venían de la rica experiencia de la revista Tarja y se mantenían con una producción dinámica. Y, finalmente, estaban los poetas jóvenes (Aguirre, Solano y Soto), los parricidas que emergían con cuestionamientos fuertes sobre la constitución del campo y, de esa manera, se diferenciaban de sus pares generacionales (los poetas del grupo “Tiempo”).[3]

El escepticismo militante resulta una obra reveladora porque, además, contiene un estudio previo de Graciela Frega que permite iluminar las distintas posiciones literarias de fines de los ochenta en Jujuy. La distancia geográfica y la formación de la ensayista (docente e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba), refuerzan los sólidos argumentos con los que ella legitima la trayectoria (para entonces ya madura) de Aguirre. Ese ensayo es, por lo demás, el primer trabajo crítico que explica y fundamenta el estado actual de los poetas que emergen durante los años de la dictadura y el gobierno de Raúl Alfonsín.

Hasta entonces, los únicos trabajos que funcionaban como una cartografía literaria eran dos: el Panorama de la literatura jujeña[4] de Fidalgo y Abierto por balance de Groppa. Como se verá más adelante, la tarea de la crítica académica avanza muy por detrás del ritmo de los creadores.[5]

El horizonte[6] de expectativas que se había abierto antes del inicio de la dictadura, pronto se verá frustrado. Así, varios escritores se vieron forzados a marchar al exilio: Fidalgo, Tizón, Espejo y Remo Bianchedi (1950), entre otros. Tres pasaron a integrar la lista de detenidos-desaparecidos: Avelino Bazán (1930), José Carlos Coronel (1944) y Alcira Fidalgo (1949). En tanto que la mayoría vivió –o mejor: sobrevivió– en condiciones de riesgo permanente. En ese contexto, la configuración del campo se desvaneció y, al igual que otros espacios, su lugar fue una tierra arrasada.

El retorno democrático trajo la obligación de reconstruir el campo cultural. Cuestión que no resulta para nada sencilla: el vacío que existía era el producto de la brutalidad asesina. Recuerda Tizón:

[A]penas volvimos del exilio, en el 83, se hizo una mesa en la Feria del Libro en Buenos Aires, para presentar la segunda época de la revista Crisis, y yo le dije a Eduardo Galeano: “Esto no va a funcionar”. Y él contestó: “Pero si está lleno de gente, ¿no ves?”. “Sí, pero no hay nadie de menos de cuarenta”, le dije yo. “No hay chicos, no hay lectores nuevos”.Y es que eso nos pasó a escritores como [Juan José] Saer, [Ricardo] Piglia y yo mismo: no tuvimos parricidas, jóvenes que nos leyeran, cuestionaran y “mataran” primero, para asumirnos luego como herencia. Los diezmó el Proceso. El paso de una generación a otra no fue gradual sino brutal: no hubo trasvasamiento, sino vacío. Y hubo que sobreponerse también a eso.[7]

Los años de represión habían dejado afuera a una generación. En nuestra provincia, los primeros en comenzar la reconstrucción del campo fueron los poetas.


Imagen: "La victoria" de Raquel Forner

Seguir leyendo: El fin de la inocencia 8


[1] Néstor Groppa, Abierto por balance (San Salvador de Jujuy, Buenamontaña, 1987, págs. 15-16).

[2] La obra literaria de este autor se canalizó por distintos medios periodísticos; pero recién, en 1984, apareció su libro de poemas Luz de otoño. Después, publicó Prueba de fe (1990). Figueroa falleció en los primeros años de la década del noventa.

[3] La posición de Aguirre era tajante: “Además, te digo, no solamente se enojó Figueroa, sino que se enojó la gente del grupo Tiempo, y eso fue determinante para que nosotros nos abriéramos y para que nunca más nos juntáramos. Después ellos hicieron el grupo Brote, que todavía existe”. Más detalles en El escepticismo militante (Córdoba, Alción Editora, 1988).

[4] El libro fue editado por la editorial La Rosa Blindada, en 1975, en momentos en que su autor estaba detenido a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación (PEN) por su accionar como abogado defensor de presos políticos.

[5] Es posible que estos grupos no se lleven bien “porque –afirma Beatriz Sarlo– muchos escritores creen obligatoria la hostilidad frente al discurso universitario y, por su parte, el preciosismo amanerado de la academia aburre a cualquiera”, en revista Punto de Vista (Buenos Aires, año XXIX, nº 86, diciembre de 2006).

[6] No casualmente la principal librería de Jujuy tiene ese nombre. Creada, en octubre de 1976, por Elisa Espada y Antonio Ortega Pejó (posteriormente, éste cambió de rubro), Horizonte cumple una tarea que tiene mucho que ver con el desarrollo del campo literario. Las librerías, además de ser emprendimientos comerciales, son instituciones que legitiman los libros, organizan actos culturales y, cuando poseen buenos libreros –como en este caso–, promueven la creación de nuevos lectores.

[7] Entrevista de Raquel Garzón en suplemento Cultura y Nación de Clarín (Buenos Aires, domingo 29 de agosto de 1999).

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