martes, 29 de agosto de 2006

El aliento de las pantallas



[Nota publicada en La Revista, San Salvador de Jujuy, año 3, nº 26, setiembre de 2006.]
Que la política ya no convoca a multitudes no es ninguna novedad. Ahora los discursos se pronuncian frente a las cámaras de televisión o no existen. Las arengas en las plazas y en los cortes de ruta son de uso exclusivo de las protestas de los trabajadores y de los que quieren llegar a ser considerado como tales. Y estas medidas de fuerza se levantan recién cuando un camarógrafo registra el hecho.


Marshall McLuhan tenía razón: la aldea se hizo global gracias a las pantallas. Podemos conocer el ánimo de Manu Ginobili en el mundial de básquet, ver la guerra en vivo y directo que cada tanto inaugura Bush o el último trabajo que enganchó Nazarena Velez para dar de comer a sus hijos.

Y también podemos ver, como una comedia trágica, nuestra propia aldea: la tacita de lata.

Aparentemente, los políticos que supimos conseguir saben de la importancia de llegar a miles de televidentes. Si éstos los (re)conocen, más fácil les será conseguir su voto, parece que razonan. No siempre es así. Hay reconocimientos que no son de los mejores y hay famas que cuestan.

Sólo en las campañas electorales los políticos patean las calles. Pero hasta en eso ya hay una construcción escenográfica: inevitablemente siempre hay un candidato que besa a un chico de un barrio pobre. Después, pasado el fragor de los comicios, ya se sabe lo que pasa: los políticos se meten al living de las casas de sus potenciales votantes por medio de los televisores.

“Que hablen bien o mal, no me importa. Me interesa que hablen de mí”, explica un político que, contradiciéndose, no quiera figurar en esta nota, pero sí quiere dejar en claro cuál es su estrategia mediática. Él, como tantos, está convencido de que el emisor determina los sentidos del mensaje. Si me siguen, veremos que no siempre es así.

El medio es el masaje

Antes de continuar, una aclaración: resulta difícil seguir al medio televisivo desde una revista que aparece una vez por mes. Digo esto porque la televisión se renueva día a día y una noticia que tiene más de veinticuatro horas no aparece en las pantallas porque, sencillamente, ya huele a podrido.

No obstante la lógica televisiva, podemos congelar algunas imágenes y buscarles algún significado. Cuestión que, como veremos, no necesariamente tiene que coincidir con los objetivos de los protagonistas de las noticias.

Una rápida y arbitraria selección nos puede hacer recordar que en este mes la diputada provincial Mirna Abregú se metió en el dedo en la oreja delante de una cámara indiscreta y que después su imagen fue reiterada para el deleite de sus rivales. Que el diputado Mario Pizarro le hizo un gesto de desprecio a su ex compañero de bloque Fado Zamar. Que el también diputado Pablo Baca expuso con fundamentos la falta de una política ambiental y que Guillermo López Salgado, secretario de Medio Ambiente, afirmó que había recibido una gran cantidad de mails de todo el país por la obra que realiza en su gestión. Que en la legislatura se discutió sin pelos en la lengua y que, en la misma sesión, el tiro al pichón estuvo en la orden del día.

También vimos imágenes de archivo en las que el diputado nacional Rubén Daza se refería al actual gobierno provincial y los motivos que lo llevaron a posicionarse como franco opositor; enseguida vimos declaraciones del mismo (sí, el mismo) enunciador que afirmaba ser un disciplinado de la decisión de su superior antes que de su propia coherencia.

Qué decir del mismísimo Eduardo Fellner cuando afirmó que eran totalmente infundadas las noticias de las renuncias del ministro de Gobierno y del jefe de Policía, qué se puede expresar, digo, si al otro día asumían los nuevos funcionarios en los puestos que él había mencionado como incuestionables.

Una mención especial se merece el flamante ministro de Gobierno. El popular “Pollo” Cavadini expresó que con varios de los dirigentes del Frente de Gremios Estatales se habían conocido en las luchas populares y no en los escritorios, como si su pasado reciente hubiera estado en los cortes de puentes y no en las cámaras legislativas.

La lucha por la recepción

Lo dijimos al comienzo de esta nota: la lucha por los significados tiene que ver con lo que dicen los medios. Ahora bien, esa pelea no siempre la ganan los emisores de los mensajes; los receptores también podemos plantear una guerra de guerrillas para construir lo que significan las imágenes que vemos a diario.

Si bien no existe una lectura única de las perlitas televisivas que mencioné antes, sí podemos pelear por la mejor ubicación frente al televisor y comentar lo que vemos y entendemos.

Podemos aprender que las cámaras son indiscretas y no siempre nos muestran como queremos. Que de la violencia simbólica a la lluvia de huevos hay un paso. Que la credibilidad se construye con argumentos sólidos y no con mensajes virtuales. Que la Legislatura no puede ser una caja de resonancia de las patotas; que esa cámara debería ser un lugar de discusión para producir leyes y acciones que favorezcan el bien común. Que hay políticos que practican la obediencia debida y no la obediencia de vida a sus principios. Que el gobernador –quizás el político que mejor cuida su imagen– también puede ser devorado por la falta de coherencia de sus propias palabras. Y que ni siquiera la popularidad nos da licencia para hablar cualquier cosa.

Algo huele a podrido en las pantallas jujeñas. Es una lástima que el viejo McLuhan no esté aquí para reírse.

jueves, 3 de agosto de 2006

Habla el otro yo de Gerardo


Entrevista apócrifa
[Nota publicada en La Revista, San Salvador de Jujuy, agosto de 2006.]

Al otro, a Gerardo, es a quien le molesta que le hagan chistes sobre Borges. Yo camino por Jujuy y me demoro, acaso ya inconscientemente, para mirar cómo otros gobiernan la provincia. De Gerardo tengo noticias por los diarios (y también por el correo de lectores de La Revista) y veo su nombre en una lista de candidatos o en un parte de prensa. A él le gusta participar (tanto que sus rivales le dicen: “Seguí participando, Gerardín”), disfruta también con los asientos de contabilidad y los sillones de la cámara; yo comparto esas preferencias pero de un modo vanidoso debo confesar que más me gusta Borges. Sí, me gusta ¿y qué? ¿Por qué dudan de mis preferencias literarias? ¿Acaso no puedo ser un lector secreto y silencioso como tantos otros?

No sería acertado afirmar que la relación entre Gerardo y yo es hostil. No nos une el amor, pero tampoco el espanto. Yo leo en secreto y alguna vez casi cedí a la tentación de escribir un poema para una correligionaria, pero debo decir que mi actitud disimulada tiene un solo objetivo: que él pueda hacer su carrera política y esa carrera me justifica.

Nada me cuesta afirmar que ha logrado ocupar puestos de envergadura: diputado provincial, diputado nacional, senador, ministro, gober…, perdón, casi me traiciona el inconsciente o sea yo mismo. Esta traición que casi se me escapa es difícil de contener y, para colmo de males, ya no hay periodistas que redacten el diario de Yrigoyen.

Es por mi falsedad que yo estoy destinado a perderme definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Quizás ese instante sea una anécdota sobre Borges. Cuentan unos amigos que, cierta vez, el mejor escritor se preparaba para cruzar la 9 de Julio, cuando un peronista —parece que siempre hay un peronista en un momento clave— lo vio y pensó: “Ésta es mi oportunidad para vengar tanto desprecio”. El militante se acercó y le ofreció su brazo: “Borges, le ayudó”. Cuando llegaron a la mitad de la avenida más ancha del mundo, el peronista saboreó sus palabras y le confesó su identidad partidaria para así espantarlo al gran escriba. Éste no se inmutó y, con una tranquilidad pasmosa, le contestó: “No se haga problemas, amigo, yo soy ciego”.

Al otro, a Gerardo, le voy cediendo poco a poco todo lo que sé de Borges, aunque me consta su costumbre de querer ser noticia y magnificar un hecho común y corriente. Spinoza (el filósofo; no mi amigo Héctor, el periodista) entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser: la piedra eternamente quiere ser piedra, el tigre un tigre y el senador quiere un cargo vitalicio como Pinochet. Yo he de quedar en Gerardo, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en las leyes que propuso que en los siguientes versos del maestro: “Mi nombre es alguien y cualquiera” y también me identifico en el laborioso accionar de un puntero radical que lucha contra los que detentan los planes Trabajar.

Hace años yo traté de librarme de él. Pasé de la militancia en la Franja Morada a compartir cargos con los dueños del partido. Pero ahora esos cargos son de Gerardo y tendré que inventar otra cosa o postularme para otra función. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos responde en esta entrevista.

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