jueves, 1 de diciembre de 2005

Declaración de amor por el “Viejo” Fidalgo


[Nota publicada en La Revista, año 2, número 19, San Salvador de Jujuy, diciembre de 2005]

Proximamente la editorial Perro Pila presentará el libro de poemas Una marca en la memoria de Andrés Fidalgo. A continuación se reproduce un discurso (leído en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNJu, en el marco de las jornadas de literatura “Persiguiendo signos”, San Salvador de Jujuy, 11 de noviembre de 2004) que hará las veces de prólogo.


Agradezco a los estudiantes de letras que me invitaron a hablar de/ sobre Andrés Fidalgo. Desde ya digo que esto es una declaración de amor por un hombre que hizo mucho por nosotros. Y, cuando digo nosotros, no me refiero sólo a los escritores.

Para empezar, la idea de homenaje produce en mí sentimientos contradictorios. Por un lado, me parece bien que este tipo de acto se realice en vida del homenajeado y no que el reconocimiento sea post mortem. Muchas veces, nos damos cuenta de cierta felicidad sólo cuando la perdemos. Por eso, digo, me parece bien el reconocimiento en vida. Dudo, eso sí, que estas palabras estén a la altura del referente en cuestión.

Pero, por otro lado, la idea de homenaje me molesta porque suena a respeto solemne. El homenaje a veces tiene características similares a las de un velorio y, casi siempre, tiene un tufillo parecido al que emana en determinadas fechas patrias y religiosas. Es entonces cuando algunos políticos se disfrazan de gauchos o simulan –si eso es posible– cara de coya para honrar a la Pachamama. Como no podía ser de otra manera, el mismo Fidalgo desconfía de los homenajes: “Porque es bien sabido que tales ceremonias arrecian cuando el supuesto favorecido se está yendo, algo así como discretos empujoncitos para que se vaya nomás”. [1]

Enmascarado en el humor, Fidalgo dice una verdad que no debería ser descartada en este acto. Ese tipo de humor es un recurso que aparece en gran parte de su obra.[2] No hablo del humor en general, porque el autor emplea uno en particular. Si bien el humor de Fidalgo puede producir la risa –y muchas de sus páginas pueden ser leídas a carcajadas–, les advierto que no se trata de una simple broma; el que piensa eso, se equivoca. Afirmo esto porque una angustia secreta está al acecho en las palabras de Fidalgo. Es un humor que no produce diversión; antes que eso, él practica un humor negro que hace que el lector se ría de sí mismo, con todo lo dramático que tiene esa situación.

Pero no me propongo –no al menos aquí– desarrollar un análisis de los rasgos de la escritura de Fidalgo. Voy a contar sobre cómo un activo escritor ha ampliado –y lo sigue haciendo– el campo intelectual; tarea que desmiente, de manera parcial, a la hipótesis de Pierre Bourdieu sobre la lucha por la legitimidad cultural. Ya volveremos sobre esta cuestión.


Fidalgo y yo

Fidalgo, además de ser figura central del movimiento por los derechos humanos de Jujuy y un apellido sobresaliente en la historia de la literatura jujeña, es alguien que está ligado a múltiples historias. Yo me voy a referir a una de ellas, a una historia menos grandiosa que las dos que nombré al comienzo de este párrafo. Voy a hablar de la historia quizás más atorrante: la mía.

Como tantos, yo sabía que Fidalgo era un escritor importante. Que había sido uno de los cinco directores de Tarja y que su Panorama de la literatura jujeña[3] es un libro indispensable para esta región. De Tarja mucho se ha dicho y no tengo tiempo aquí para aportar más. Sí quiero recordar una cuestión referida al Panorama que me enteré hace poco. Fidalgo ya había mandado el manuscrito a la editorial La Rosa Blindada cuando, el 20 de noviembre de 1974 (dentro de unos días se cumplen treinta años), quedó detenido a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación (PEN). Nunca fue fácil ser abogado de gremialistas y presos políticos, mucho menos lo fue en la década del setenta. El asunto es que aquella vez, Nélida –la mujer de Andrés, no hay que olvidar la importancia de la lugarteniente Nélida en todo esta historia– le envió un cheque a José Luis Mangieri, el director de la editorial política que todavía hoy promueve libros que muerden. La intención de la mujer era apurar la edición para que, de ese modo, se revuelva el avispero intelectual por la injusta detención del escritor. A los pocos días, una carta llegó al barrio Ciudad de Nieva. “Negra del alma mía”, así comenzaba. “¿Cómo se te ocurre que le voy a cobrar al amigo en desgracia?”. Además de las líneas de Mangieri, el sobre contenía al cheque roto en tantos pedacitos que era imposible reconstruirlo.

Esa imagen del escritor encarcelado y un libro empujado por su mujer y el editor es una de las más fuertes de la historia intelectual moderna. La esperanza de que un libro puede ayudar a denunciar una injusticia hoy suena a ingenuidad manifiesta, pero en aquellos primeros meses del ‘75 tenía un significado muy fuerte: esa imagen expresaba la dignidad del lenguaje y el compromiso militante.

No existe otro intelectual –no en Jujuy, por lo menos– que encarne esa figura moderna que denuncia con la palabra precisa. Fidalgo es el último representante del intelectual clásico: alguien que se comporta de acuerdo a una ética insobornable, que pone su energía creadora a favor de sectores desprotegidos y que se manifiesta públicamente en contra del poder.

Yo no sabía todo esto cuando conocí a Fidalgo. La anécdota con Mangieri la conocí hace unos pocos años. Ya les dije: Fidalgo forma parte de mi historia como atorrante del campo literario local.

Cuando lo conocí estábamos en medio del fervor de la restauración democrática. Yo dirigía una revista plebeya que costaba un peso y tuve la osadía de dejarla en la librería Horizonte, que entonces estaba en Alvear y Balcarce. Me acuerdo que el librero –un gallego muy culto–, a los pocos días, me dijo: “Tu revista la compró Fidalgo”. De inmediato yo traduje: “Nos leen los escritores importantes de Jujuy”. Él librero vio mi cara y me aclaró que Fidalgo compraba todo el material que se publicaba de los autores locales pero ya no lo escuché. Yo, para qué les voy a mentir, estaba más agrandado que Tizón cuando se enteró de la candidatura para el Premio Nobel de Literatura.

El reconocimiento de Fidalgo como un referente intelectual fue una cuestión unánime para un grupo de poetas jóvenes de los años ochenta. Partíamos de otro faro: Néstor Groppa, quien generosamente había publicado nuestros primeros poemas en el suplemento literario del Pregón y esa circulación hizo que nos conociéramos aquellos que buscábamos hermanos mayores y no encontramos nada más que trabajos sueltos de Luis Wayar, en el mismo suplemento, y la certeza de que otros compañeros de la generación de Wayar no habían vuelto del exilio.

Es decir, partíamos –exceptuando las obras de Groppa y Fidalgo– de la nada. No por un gesto vanguardista, sino porque la literatura, al igual que otros campos, era una tierra devastada por la última dictadura. En ese panorama, la presencia de Fidalgo fue, para todos, un apoyo fundamental[4].

Una de las cosas que más me impactó de Fidalgo es que pensaba a la literatura ligada de manera directa con la sociedad. Él no reproducía esas teorías de modas que enceguecen a algunos profesores ni trataba de hacer encajar ejemplos locales para justificar conceptos globales. Fidalgo encara, en ese sentido, al último de los intelectuales frontales de esta tierra de fronteras.


La década prodigiosa

A fines de los ochenta, ya se había consolidado una renovación poética en esta provincia. Por esa razón, compilé una antología que se llamó Nueva poesía de Jujuy y la persona encargada de presentarla fue –no podía ser de otra manera– Andrés Fidalgo. Recuerdo que conocí a Álvaro Cormenzana el mismo día de la presentación del libro; entonces se hablaba mucho de él y distintas versiones circulaban. Había estado durante los últimos años en Tucumán con altibajos de salud y no sabíamos si él aceptaba la palabra de Fidalgo como el resto de los poetas incluidos en la antología. Me acuerdo que Pablo Baca le había advertido que tuviera cuidado porque para todos (Ernesto Aguirre, Baca, Jorge Accame, Estela Mamaní, Nélida Cañas, Ramiro Tizón) Fidalgo ya era un referente ineludible. Cormenzana amenazaba desde Tucumán: “Si el ‘Viejo’ dice algo que no corresponde, yo le voy a responder”.

Una aclaración. Esto que parece irreverente –y de alguna manera lo es– tiene una explicación: nosotros éramos muy jóvenes y Fidalgo tenía algo más de setenta años. Él ya era, como puede inferirse, un viejo sabio.

Vuelvo al acto de la presentación. Esa noche todos estábamos muy ansiosos. No sólo por la presentación del libro, sino por las palabras de Fidalgo y Cormenzana. Sospechábamos que el “Viejo” nos iba a bendecir porque ya había presentado u opinado favorablemente a algunos libros iniciales de algunos autores incluidos. Temíamos lo que pudiera decir Cormenzana porque para entonces él era un escritor excéntrico: se empeñaba en boicotear cualquier posibilidad de editar sus poemas, además había sufrido varios ataques psicóticos y, paralelamente, tenía momentos de extremada lucidez. En ese momento, muchos considerábamos a Cormenzana como el mejor poeta de la generación posdictatorial.

Aquella noche las palabras de Fidalgo fueron consagratorias para aquella generación. Contrariamente a los pronósticos agoreros, Cormenzana no sólo agradeció al “Viejo” sino que fue el más efusivo con él y, además, cautivó al público presente. No recuerdo la fecha pero estoy seguro que fue en julio de 1991 porque hacía un frío que sólo fue combatido con el vino que robamos del acto de presentación para una parranda que duró hasta el otro día.

Una joda similar armamos en Palpalá, creo que unos meses después, en un Encuentro de Escritores. Vinieron Víctor Redondo de la editorial Último Reino, Cristina Siscar de la revista Humor, varios poetas de Salta, Córdoba y Tucumán y estaba toda la plana mayor de lo que ya se llamaba la Nueva Poesía. Por supuesto que corrió el vino y la planificación se nos vino abajo. Una de las cuestiones que habíamos planificado era un viaje a la Quebrada de Humahuaca. Nélida y Andrés habían quedado en esperarnos en una esquina de Ciudad de Nieva para no tener que trasladarse hasta Palpalá. Pasamos dos o tres horas más tarde de lo acordado. Pensábamos ir por la casa de ellos a pedirles disculpas, pero grande fue nuestra sorpresa cuando los vimos en la esquina señalada, los dos estaban con su bolsito como si en vez de horas nos hubiésemos demorado minutos; como si los importantes fuésemos nosotros y no ellos. Esa fue una lección de humildad que aprendí ese día. Ahora, ya no me emborracho tan seguido pero, cuando lo hago, me convierto en un alcohólico respetuoso de los horarios.

Hablando de horarios, no hace falta haber tomado vino para darse cuenta de que estoy abusando del tiempo que ustedes me prestan. Si están de acuerdo, la corto aquí y quedamos en vernos otro día...

–Fidalgo es un tipo que se merece todo el tiempo, ¿por qué no nos cuenta otras historias de él que no figuran en los libros? –pregunta una estudiante que gusta de leer entrelíneas.

–Bueno, “a pedido del público”, sigo con algunas anécdotas más.

En 1999, nuestro homenajeado cumplió ochenta años y varios nos confabulamos para armarle una fiesta de cumpleaños. Para empezar, varios días antes, lo trajimos a Mangieri, él estuvo clandestino soportando reuniones embebidas de poesía y alcohol. Nélida, por su parte, compró una computadora en la que después se escribió el libro documental Jujuy, 1966-1983, que demuestra, casi sin adjetivos, el accionar represivo del terrorismo de Estado en esta provincia.

Además, en unos días previos, resolvimos entre varios editar un regalo inédito. Porque, imaginen ustedes el dilema que se presenta cuando uno quiere regalar un libro a un escritor que ha leído casi todo; se corre el riesgo de regalar un libro que ya fue devorado por el cumpleañero. Por eso, en la computadora de Alejandro Carrizo editamos un folleto que tenía textos de casi todos lo que habíamos sido “bendecidos” alguna vez por el “Viejo”. Teníamos una foto muy mala y, frente a esa dificultad, decidimos aplicarle una malla digital que nos permitió deformarla hasta que la imagen adquirió un aspecto satírico.

Alejandro, me acuerdo, ya le había puesto el título al folleto: “Homenaje a Andrés Fidalgo”. Yo, en esos meses, me había enterado por un título sensacionalista, que mi abuelo había sido golpeado por el accionar errático de un remisero palpaleño. La noticia estaba titulada como “Octogenario atropellado” y no había pasado de un susto y algunos raspones. No dude un instante y combiné ese título con una película de Leonardo Favio. Así nació el “Octogenario, las pelotas”.

Alguien preguntó si el “Viejo” no se iría a calentar. Entonces, le sugerí a “Alejandrino” (yo le digo así después del poema que publicó en ese folleto) que agregue a la palabra homenaje, en el subtítulo, el prefijo “Anti”. De esa manera, casi de la mano de Nicanor Parra, editamos un ejemplar que se presentó en la casa de Fidalgo el mismo día de su cumpleaños.

Ya en otras oportunidades hablé del libro Jujuy, 1966/1983 por lo que no pienso agobiarlos aquí ni ahora. Sí me interesa dejar constancia de una cuestión que les hablé al comienzo de esta charla: el campo literario se vio enriquecido gracias a la obra de Fidalgo. Digo esto no sólo por su Panorama sino porque él nunca dejó de comprar, clasificar y ordenar las producciones de los autores locales.

En 1993, salió un libro muy interesante que da cuenta esto que digo. Se trata de una “exposición” donde están “casi todos” los que hasta esa fecha han escrito con “cierta competencia y difusión perceptibles”. En el prólogo de ese libro titulado Poesía y prosa en Jujuy: Hasta 1993, Fidalgo afirma: “Alentados, ignorados y en algún caso, perseguidos; por las razones más diversas que oscilan entre la vanidad y esfuerzos o sacrificios encomiables; quienes quieren expresar, comunicar, conmover, cuestionar, por medio de la escritura en función estética, esperamos vean en esta publicación, cierto modo de reconocimiento y estímulo”.[5]

La declaración con que se cierra aquél prólogo es un resumen perfecto del programa de ampliación del campo literario que su autor cumplió al pie de la letra. Por eso, cuando comencé con estas palabras, yo les dije que él desmiente de manera parcial la hipótesis del sociólogo francés sobre la construcción del campo intelectual: Fidalgo aumentó las dimensiones de ese campo pero no propuso –no al menos de manera explícita– la lucha por la legitimidad cultural. Al contrario, su accionar siempre resultó generoso.

Ya les conté que, cuando lo conocí, yo editaba una modesta revista de un peso. Ahora edito otra que se llama Nadie olvida nada, tiene más pretensiones que la de otrora, pero también cuesta un peso (como verán, no progresé mucho). La novedad es que ahora la dirige el “Viejo”, el octogenario generoso, el que alguna vez escribió:

Primero cantó inocente
y con intención después;
no recuerdo su apellido
pero su nombre era Andrés.[6]


[1] Andrés Fidalgo, Escritos casi póstumos, San Salvador de Jujuy, Ediciones Culturales San Salvador, 2003, pág. 116.
[2] No por nada ha escrito un libro –que algunos no supieron digerirlo– titulado ¡Sonría, por favor!, San Salvador de Jujuy, Ediciones Buenamontaña, 1991.
[3] Andrés Fidalgo, Panorama de la literatura jujeña, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1975.
[4] En rigor, había otros jóvenes que también publicaban su revista, pero nosotros no nos reconocíamos en su estética ni los reconocíamos como pares.
[5] Andrés Fidalgo, “Prólogo” en Poesía y prosa en Jujuy, tomo 2, San Salvador de Jujuy, Universidad Nacional de Jujuy, 1993, pág. VIII.
[6] Andrés Fidalgo, Aproximaciones a la poesía, Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1986, pág. 17.

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