jueves, 27 de octubre de 2011

Las flores de Nélida

Ayer se condenaron a doce genocidas a prisión perpetua, entre ellos a Alfredo Astiz. Todos sabemos, en líneas generales lo que hicieron estos criminales; pero varios desconocen cómo impactó aquel genocidio en nuestros vecinos. Por eso, vamos a rescatar esta nota que fue publicada en el número 7 de la revista Nadie olvida nada, en marzo del 2006.



José Luis Mangieri, Nélida, RC e Inés Peña, marzo de 2004

“¿Alcanzaré a verlo?”, me interrogó con gran esfuerzo y no supe qué contestarle. En sus últimos días, Nélida ─la compañera de toda la vida de Andrés Fidalgo─, apenas podía hablar. Una enfermedad terminal se había apoderado de ella, de manera evidente, en la primera mitad del año pasado.

Es probable que el tumor maligno haya empezado el 20 de noviembre de 1974, el día que Andrés fue detenido por personal de la Policía Federal y quedó a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Si esto fue así, la flor del mal creció en 1976, durante la segunda detención del abogado defensor de presos políticos. No tengo dudas de que flores malignas se metieron en el cuerpo de Nélida el 4 de diciembre del año siguiente, cuando su hija mayor, Alcira, fue secuestrada por Alfredo Astiz en la entrada a un cine de Buenos Aires.

Entonces, el matrimonio Fidalgo estaba en su accidentado exilio de Venezuela (allí trabajaron duramente y uno de ellos se enfermó de dengue). La desaparición de Alcira, fue sentida por ambos como una muerte recién podada. Esa manera de morir ─es decir, ser desaparecido─ floreció con más muertes; digamos, con alrededor de treinta mil muertes.

¿Cómo pelearon los Fidalgo contra las flores del mal? Andrés, con sus mejores armas: las palabras; el escritor tomó datos, clasificó y escribió un libro fundamental donde se apoyaron varios trabajos de memorias. Nélida, por su parte, no sólo hizo habeas corpus cuando los abogados que debían hacerlo estaban presos o atemorizados; también se sumó a otros familiares de detenidos-desaparecidos en una lucha desigual contra los dictadores. Y, cuando la dictadura empezó a tambalear, los dos volvieron al país.

Una vez en su casa, Nélida limpió, ordenó y ─una cuestión fundamental─ llenó su jardín con flores de distintos colores.

Un buen día, cuando Andrés estaba por terminar su libro sobre la dictadura en Jujuy, ella me propuso publicar el libro de poemas de Alcira. Yo, que creía que iba a tener una tarea sencilla (para alguien que tenía alguna experiencia en la edición de libros de poemas), me sorprendí con lo que me esperaba. Nunca vi a una madre con tanta dedicación y esmero con las cosas de las hijas. No sólo edité el libro de poemas Oficio de aurora, aquel impulso me llevó a recopilar, editar y publicar un libro de las integrantes más activas de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de esta ciudad. Y, como si fuera poco, también armamos esta revista que sólo faltó, en diciembre pasado, a la cita con sus lectores. El huracán Nélida, además, alcanzó para la producción del video documental que dirigió Ariel Ogando y que tomó el nombre de esta publicación.

Ahora ella no está. No podrá ver el libro que tendrá por título, no gratuitamente, Andrés Fidalgo: Una marca en la memoria. En sus páginas habrá poemas escritos en servilletas que Nélida sacaba clandestinamente de la cárcel. Son textos de dolor, es verdad; pero también de esperanzas por un futuro mejor.

“No sé si vas a poder ver el libro”, le contesté. “Sólo sé que va a ser un libro editado con mucho cuidado, respeto y amor. Andrés se lo merece; sus lectores se lo merecen”. Esas deben haber sido las últimas palabras que pude decirle a Nélida. Ella asintió y apenas sonrió. Nélida no verá el libro. Nosotros lo haremos y, en cada jardín, veremos su jardín.

Un jardín con flores de todos los colores.


San Salvador de Jujuy, 7 de diciembre de 2005.

miércoles, 5 de octubre de 2011

La ambición extrema

¿Quién no ha querido escribir el poema que lo redima? ¿Quién no ha querido escribir la página imposible de escribir? Por eso, el bueno de Ciorán escribió: "Somos fervientes de la obra abortada, abandonada en el camino, imposible de concluir, minada por sus propias exigencias". Hay que ser muy lúcido para entender que esa imposibilidad es lo que nos empuja a escribir. Que ser poetas es un manera de comportarse en el mundo. Una manera de caminar. O, para decirlo con una palabra altisonante, una ética. Y detrás de toda ética hay una estética. Ya sé que parece confuso esto que escribo. Pero, por favor, créanme, es preferible ser oscuro y no atarse a lo que peligrosamente nos acostumbra la rutina. Es preferible la ambición extrema, imposible de lograr, y no la mediocridad que siempre nos peina con sangre.

FeedBurner FeedCount