martes, 30 de diciembre de 2008

Un año intenso

Se va este año que fue muy intenso por distintos motivos.


Las muertes de Andrés Fidalgo y José Luis Mangieri son hechos que todavía duelen. Los dos marcaron un camino que nadie puede dejar de ver. Libros, una corriente clara de pensamiento y una lucha intachable en defensa de la libertad: he aquí tres características de ellos que todos –o casi todos– quisiéramos tener.


Mirar lo que Andrés y José Luis han hecho nos obliga a mirar lo poco que hace cada uno. Me comparo con ellos y sé que soy un enano intelectual. Pero sé, además, que mi camino está marcado por algunas señales que dejaron. No sé hasta dónde llegaré y no me importa.


Dije que fue un año intenso. Conocí poetas que nunca había pensado conocer, hablé con otros que recién están empezando. Me hice amigo de unos y me peleé con otros. Como sea, no creo en peleas eternas ni tengo recetas para la felicidad, como dice una letra de Jorge Drexler. Tengo, eso sí, algunas fotografías de amigos que están en mi pared de maestros y eso me basta.


Escribo este blog que se pierde en este fin de año y, de alguna manera, eso me permite repasar marcas que tengo en la memoria.


Rememorar y escribir: dos cosas que hacen que la vida sea intensa. Y una tercera: saber que, cada tanto, alguien lee estas líneas me permite tener de ganas de brindar. A todos los que siguen El norte del sur, entonces: ¡salud!

miércoles, 24 de diciembre de 2008

El pasado que se niega a pasar

Primero fue la noticia que informaba sobre nuevas querellas relacionadas con los delitos de lesa humanidad cometidos por la última dictadura en Jujuy. Después, varios periodistas me escribieron solicitando información sobre Tulio Valenzuela. Por último, esta mañana, Estela Fidalgo (hermana de Alcira, primera esposa de Tulio) me mandó un mensaje en el que me informaba que había aparecido la hija apropiada de su ex cuñado. Todo esto me sacudió emocionalmente.


Paralelamente a estas acciones, yo estaba tratando de cerrar mi año laboral. Hablo en pasado, pero todavía no lo cerré. Tengo que rendir cuentas sobre una obra de teatro que escribió Federico Leguizamón y otra de danza que no llegó a realizarse. Tengo una cuestión personal con los profesionales de la economía y ellos esperan que yo me equivoque.


Por otro lado, quiero escribir historias que no me dejen atado a las narraciones de las situaciones límites ocurridas entre 1976 y 1983, pero siempre vuelvo a ellas.


Cuando leí que Laura Margarita López se había presentado como querellante por la desaparición forzada de su madre, Juana Francisca Torres Cabrera, sentí una emoción que mezclaba alegría y dolor. Algunos de ustedes saben que escribí un libro sobre la dictadura de Jujuy, en esas páginas figura un capítulo denominado “Las maestras y la cadenita”. Ésa fue una de las historias que escribí llorando. Les pido disculpas porque no puedo evitar citarme:

Hay algo más intenso que la tortura en el propio cuerpo: el dolor en el de un ser querido. Seguramente eso pensaron [Ernesto] Jaig y sus esbirros cuando amenazaron a Juana con apoderarse de su beba; ellos pretendían hacer "cantar" a la detenida. ¿Tenía ella alguna información importante para los represores? ¿Estaba comprometida con algún grupo revolucionario? Es posible que sí, aunque nada permite confirmarlo. Pero, hay algo que no admite dudas: ella sabía bien cuál sería su fin. Por eso, le entregó a Gladys [Artunduaga] una cadenita: "Para mi hija, para cuando sea grande".


Cuando escribí el libro no sabía cuál era el nombre de la hija de Juana. Conocí a pocos hijos de detenidos-desaparecidos, pero siempre sospeché que un feroz hachazo se había incrustado en sus subjetividades. Ahora, quiero llamar a Laura; felicitarla por el valor de haber asumido la búsqueda de la verdad, contarle la historia de la cadenita porque seguramente fue incautada por algún carcelero y decirle que no todo está perdido.


Paso a la historia de Tulio. Él había estado casado con Alcira Fidalgo, nuestra poeta detenida-desaparecida. Después volvió a estar en pareja y de esa unión nacieron, presuntamente, mellizos. Se cree que el varón murió a los pocos días, en tanto que la hija, Sabrina, fue entregada en adopción (el final de Tulio y su segunda esposa fue trágico). Hace unos días, las Abuelas de Plaza de Mayo confirmaron que Sabrina había encontrado su verdadera identidad.


He tratado de reconstruir la vida de Alcira y sé lo importante que fue él para ella. Todos sabemos lo importante que son los seres queridos. Estamos unidos a ellos de múltiples maneras. Por eso, Juana intentó dejarle una cadenita a Laura, un simbolo de la unión entre ambas.


Es casi seguro que aquella cadenita ya no exista. Que sus eslabones estén desperdigados. Pero lo que nos demuestran Laura, Sabrina y los hijos que buscan cerrar las heridas de la peor dictadura que tuvimos que soportar es que no todo está perdido.


Ellos son los eslabones de una historia que no termina de pasar.


Fotografía: Casamiento de Tulio Valenzuela y Alcira Fidalgo, San Salvador de Jujuy, 1970. Imagen tomada del libro de poemas Oficio de aurora (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2002) de Alcira Fidalgo.

Nota publicada en El Tribuno de Jujuy del viernes 26 de diciembre de 2008.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Editores

Desde hace algunos años tengo la costumbre de criticar por escrito. Lo hago por dos razones: en un debate me arrebato y, además, mi escritura es tan lenta que esa lentitud me permite ensayar alguna reflexión.

Digo esto porque hace unos días, después de participar en el Festival de Poesía del Norte Grande que organizó la Secretaría de Cultura de Salta, manifesté mi disconformidad por la antología que hizo la editorial Hanne y por el prólogo de Gregorio Caro Figueroa. Al primero le reproché la falta de reciprocidad hacia los poetas que le enviaron sus poemas; al segundo, que calificara de generosa la participación de la citada editorial cuando ni siquiera había retribuido a cada autor con un libro.

Después, recibí respuestas de ambos. Caro Figueroa me expresó que recién tomaba conocimiento del asunto y él creía que la editorial iba a entregar por lo menos seis ejemplares a cada autor. Unos días después, Verónica Ardanaz, colaboradora de Caro Figueroa, mandó un mail informando que la cantidad de libros se reducía a un ejemplar.

Víctor Hanne también contestó mi reclamo. Él se excusó con el siguiente argumento:

La señorita, la niña, a quien pedí por favor que atendiera esa mesa, no tenía los conocimientos ni el manejo de las relaciones como para brindar una respuesta satisfactoria y espero Ud. sepa entenderlo y disculparla.
Es decir, tiró la pelota para otro lado. Es una lástima que él no haya pensado en la relación con los autores de la antología que editó.

Es interesante, por lo tanto, volver a pensar cuál es la función de editor. La tarea básica de este tipo de profesión es tratar con escritores que a veces tienen el ego demasiado desarrollado ("hay varios autores que se creen que son Borges", dijo el Carlos Gazzera, el editor de la Universidad Nacional de Villa María, en aquella reunión de Salta); imprenteros que buscan sacar la mayor ganancia a sus máquinas; libreros que miran con desconfianza a todo libro que no signifique una ganancia rápida; funcionarios públicos que buscan promover políticas culturales que dejen una marca en las historias de las instituciones; distribuidores que, por lo general, son los que llevan la mayor parte de lo que recauda y otros profesionales (diseñadores, correctores, etc.) que nos hacen pensar que es casi injusto que al autor de un libro le corresponda el diez por ciento del precio de tapa del libro. A lo mejor, por eso Víctor Hanne considera innecesario establecer buenas relaciones con los autores.

La antología que trata esta nota se realizó con extrema rapidez. Hubo una cantidad de ejemplares que fueron entregados a la Secretaría de Cultura de Salta, pero faltó una actitud similar hacia los escritores. Por otro lado, el editor no consideró importante la relación que debe establecer con los escritores. Por eso, el confío esa relación a una señorita ("una niña") que no estaba capacitada para hacer esa tarea.

Concluyo esta nota con lo que le contesté a Víctor Hanne: la culpa no es de la señorita.

Fotografía: Escritores en el Festival de Poesía del Norte Grande (¿quién pagó el libro que está en el centro de la imagen?). Gentileza del blog La nebulosa de fercita.


lunes, 15 de diciembre de 2008

Respuesta a un editor

Estimado Víctor M. Hanne:

Recibí su invitación y celebro su rapidez, pero no puedo dejar de expresarle mi disconfomidad con su trato hacia los poetas que integran la antología. No crea usted que estoy hablando en representación de ningún grupo, apenas hablo por mí -si bien pienso que esta disconformidad es un sentimiento generalizado.

Usted presentó un proyecto a la Secretaría de Cultura de Salta y ese gesto ha sido calificado como generoso de su parte por el mismo Gregorio Caro Figueroa. Me parece muy bien que se establezcan relaciones entre una institución oficial y una empresa privada, pero creo que esas relaciones no deberían dejar de lado a una parte importante de todo hecho cultural: a los autores.

Digo esto porque los poetas tuvieron que pagar para obtener un ejemplar. Los escritores son, sin dudas, muy buenos compradores de libros; pero no por eso deben ser confundidos por parte de un editor. No dudo que esto usted lo sabe muy bien: por un lado, están los autores de una obra y, por otro, están sus lectores o, si prefiere, los compradores de libros.

A menudo, el trabajo intelectual no es reconocido por algunas instituciones y determinadas empresas privadas. Muchos consideran al escritor como un trabajador fuera del sistema laboral y, como el personal de limpieza que trabaja en muchos hogares, no recibe un salario digno.

Cuando la Secretaría de Cultura convocó a los autores para enviar un poema y un breve CV en ningún momento expresó la convocatoria que cada autor tenía que aportar dinero si quería tener un libro donde figuraban versos de su autoría. No me voy a meter en cuestiones legales (o no lo haré por ahora); si quiero decir que usted debería haber entregado -en un gesto de reciprocidad antes que de generosidad- por lo menos un ejemplar de la antología a cada autor que posibilitó la existencia de ese libro.

Entiendo que una empresa privada no tiene por qué ser generosa. Nadie le pide eso. Sí le reclamo a la Secretaría de Cultura que no le otorgue ese título a alguien que para "recuperar costos" (así me lo expresó una vendedora de la citada antología) tiene que cobrar a los propios autores.

Sé muy bien que muchas veces las ediciones se gestan con el aporte económico del autor y el trabajo solidario del editor, pero esa gestación está pautada desde el vamos entre la editorial y el autor. Esas gestaciones las encaran, a menudo, las editoriales independientes que funcionan por fuera del circuito comercial.

Lo vuelvo a felicitar por su rapidez y agradezco tardíamente su invitación. Por mi parte, lo invito a reflexionar sobre la situación que usted planteó: ¿le parece bien que el autor de un poema reciba una invitación para pagar y así leer su propia obra impresa? ¿Usted le pediría a un trabajador de limpieza que pague por barrer los talleres gráficos donde imprime tan rápido los libros?

Atentamente.

Reynaldo Castro

Leer el doble prólogo de la antología: la presentación del editor, Víctor Hanne, y un texto del Secretario de Cultura de Salta, Gregorio Caro Figueroa.

lunes, 24 de noviembre de 2008

¿Por qué escribe, señor Castro?

el primer poema que publiqué
apareció en el suplemento literario que dirigía néstor groppa
yo no quería reflexionar ni opinar
sólo trataba de expresar lo que sentía
y nada más

pero aquel texto trajo a otro
que también ng publicó
(él siempre fue generoso con los poetas iniciales)
y así empecé a gozar de una sana marginalidad:
me leía muy poca gente
(a pesar de que el diario tenía un tirada mayor que la de cualquier libro de poemas)
esos pocos lectores
eran
por lo tanto
lectores de fierro
algunos hasta se animaban a hacerme preguntas
entre esas estaba la ya clásica cuestión:
“¿por qué escribe usted?”
a lo que yo contestaba:
“escribo porque una palabra puede cambiar el mundo”

nunca decía cuál era esa palabra
pero la buscaba incansablemente
siempre tuve la vana ilusión de encontrarla
(no se lo digan a nadie: creo que nunca la voy a encontrar)
pero eso no invalida que siga escribiendo

escribir es como pelear sabiendo que uno será derrotado

hubo un tiempo en que yo creía que por mi boca podían hablar las bocas muertas
lo creía sinceramente
como creía en la revolución
hasta que un día me puse a escribir sobre la masacre que vivimos
entonces supe que el valor pasa por el cuerpo
que lo que uno escribe (o dice)
lo tiene que defender
que nada nos ha sido dado de manera gratuita

a lo mejor por eso invadí varios géneros
publiqué crónicas, historias privadas
comentarios en blogs dudosos
entrevistas a escritores, escribidores y otros sujetos de moral ligera
investigaciones con tufillos académicos
poemas para una mujer que nunca tendré
graffitis, solicitadas
y algunos panfletos

pero nada de eso fue suficiente
y aquí estoy escribiendo un poema más

entonces
que quede claro:
escribo
para saber
por qué escribo






miércoles, 19 de noviembre de 2008

Mercado poético

La poesía no se vende, dice un memorable poema de Guillermo Boido. Al mercado editorial le interesan solamente los libros que pueden convertirse rápidamente en dinero. ¿Por qué, entonces, persistir en una actividad que aparentemente no tiene posibilidades de persistencia?


Participé en el XVI Festival Internacional de Poesía que se realizó recientemente en Rosario. El primer día participé con una lectura junto a Sergio De Matteo y Clara Rebotaro. Después formé parte de un panel de editores de poesía junto a Alejandro Pidello (Papeles del Boulevard) y José Luis Volpogni (Universidad Nacional del Litoral). El título era un reconocimiento a la dificultad que tiene todo editor de poesía: “Editar poesía y no morir en el intento”. Significaba, además, reconocer que muchas editoriales de poesía se convirtieron en cadáveres.

Allá, comparé las ediciones regionales con las nacionales. Dije que nuestros autores centrales, Néstor Groppa y Héctor Tizón, son un buen ejemplo de esos alcances. Que el poeta edita sus libros con su propio sello editorial y con tiradas que no superan los cuatrocientos ejemplares. En tanto que el narrador llega a un público mayor ya que sus libros tienen una tiradas diez veces mayor. Los números de ambos, para un país que tiene más cuarenta millones de habitantes, inciden muy poco.

Llevé libros de la editorial de la Universidad Nacional de Jujuy, de la editorial alternativa Perro Pila y uno de Ernesto Aguirre. Vendí varios ejemplares (un Tizón, un Calvetti, un Aguirre, un Castro, una Encuesta a la literatura jujeña, un Tarja) y regalé otros (Nassr, Ortiz, Leguizamón, Osvaldo Aguirre, Castro). Recibí más de lo que di: Herejía Bermeja de Juan Carlos Bustriazo Ortiz (Ediciones en Danza y Espacio Hudson, Buenos Aires, 2008); La Vieja Usina: Cuentos y poemas de autores pampeanos (CPE, Santa Rosa, 2008); Nadie cerca o lejos: El centralismo cultural en la Argentina de Eduardo D’Anna (Identydad, Rosario, 2005); El prójimo: pieza maestra de mi universo de Sergio De Matteo (Fondo Editorial Pampeano, Santa Rosa, 2006); Soy fiestera de Mercedes Gómez de la Cruz (La creciente y Junco y Capulí, Córdoba, 2006); Las 40: Poetas santafesinas 1922-1981 de Concepción Bertone (compiladora) (Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2008); Poesía argentina contemporánea, Tomo I, parte decimoséptima de AAVV (Fundación Argentina para la Poesía, Buenos Aires, 2008); Un taxi a Bucarest de Cecilia Fontán (Papeles de Boulevard, Rosario, 2007); Estuario de Marisa Negri (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2008); Áspero cielo de Jorge Isaías (Ciudad Gótica, Rosario, 2006), La demora de Carlos Battilana (Siesta, Buenos Aires, 2003); El lado ciego de Carlos Battilana (Siesta, Buenos Aires, 2005); Síndrome del verso libre de Alberto R. Bautista (Amaru, Lanas, 2006); Otra vez labranza de Mercedes Yapar (Papeles de Boulevard, Rosario, 2007); Zombar de Guilherme Zarvos (Mansalva, Buenos Aires, 2008); Contra o chao e o vento de Paulo Fichtner (Confraria do vento, Río de Janeiro, 2007); Estación de animales buenos de Alejandro Pidello (Papeles de Boulevard, Rosario, 2007); Manual del agua de Nora Hall (Papeles de Boulevard, Rosario, 2007); Desde el hastío de Victoria Novell (Papeles de Boulevard, Rosario, 2007); Capital de nada: Una historia literaria del Rosario / 1801-2000 de Eduardo D’Anna (Identydad, Rosario, 2007); A los amigos de Jorge Isaías (Ciudad Gótica, Rosario, 2007, 2ª ed.); Spoon in Rosario de Philip Meersman (DAstrugistenDA, Bélgica, 2008) , y también recibí varias revistas: La buhardilla de papel, editor: Enrique D. Gallero (Rosario) y Museo Salvaje, dirigida, editada y diseñada por Sergio De Matteo (Santa Rosa).

Algún día, alguien debería contabilizar la cantidad de dinero que circula en encuentros como el de Rosario. Me refiero al trueque de libros y a los libros que se regalan para que poesía camine.

Yo ya hice mi propio balance y ratifico lo ya escrito: el resultado es positivo. Puedo sobrevivir un tiempo más con la lectura de buenos poemas.



+ INFO:
Suplemento Lea

sábado, 1 de noviembre de 2008

Un histórico

Sabíamos que estaba en los metros finales. Pero eso no calma la tristeza que tenemos. Hoy murió José Luis Mangieri.

Fue un poeta de verdad, un maestro de editores y, fundamentalmente, un amigo.

Estuvo pocas veces por Jujuy. Esas visitas fueron suficiente para apuntalar acciones poéticas y políticas. Vio como arrancó Tarja, editó gran parte de la obra de Andrés Fidalgo y también tres libros referidos a las memorias de la represión dictatorial en Jujuy.

En la fotografía, es el primero de la izquierda, el que mira al público que asiste a la presentación de uno de los libros que él editó. Lo acompañamos Pablo Baca, Inés Peña y yo. Más arriba, fotos de detenidos-desaparecidos de Jujuy.

Así fue su vida, un nexo entre los lectores, los escritores, la poesía, la memoria y la política.

Un histórico.

+ INFO:
Un asado en la biblioteca
Final para el editor de la entrega y pasión absoluta

martes, 21 de octubre de 2008

Octogenario, las pelotas!

Es el 7 de marzo de 1999, en el barrio Ciudad de Nieva de San Salvador de Jujuy. Es el cumpleaños número 80 de Andrés Fidalgo, el escritor más querido de la ciudad. Desde el día anterior, su amigo, el editor José Luis Mangieri, está de manera clandestina en la provincia. Es el invitado especial.



Aquella vez, varios amigos nos confabulamos junto a Nélida, la compañera de Andrés, para armar una fiesta digna del escritor. Yo tenía una flamante cámara que me otorgó la suerte de todo principiante que hace sus primeras tomas.

La cuestión funcionó de esta manera: primero le hice unas tomas a Andrés que recibía una llamada desde su aparato inalámbrico. Apreté la pausa y corrí hacía el interior de la casa. Ahí estaba José Luis que simulaba hablarle desde Buenos Aires: "Hacé de cuenta que estoy en tu casa festejando con todos". Después volví a filmar la escena del patio y salió como si hubiese sido editada pero no fue así. Les dije: es la suerte de todo principiante.

Hay que destacar la gran simulación de todos los invitados (en el patio se ve a Elena Mateo, integrante de Madres y Familiares de Detenidos-Desaparecidos, a Nélida, al poeta Ángel Negro y también la complicidad activa de Alejandro Carrizo).

La fiesta fue al mediodía y duró hasta que llegaron las primeras sombras de la noche.

jueves, 2 de octubre de 2008

Viejos chotos

Un lector que leyó una nota que escribí hace un tiempo sobre los jóvenes que no leen (“Pendejos”), escribe un comentario en el que usa cinco veces la expresión “viejos chotos”. Luis Wayar, el lector en cuestión, dice que está “cansado de ver cómo en todos los medios se trata de denostar a la juventud” y también afirma que está convencido de que “los jóvenes actuales leen más de lo que leían los de nuestra generación”. El comentario parece escrito al correr del teclado y sugiere, efectivamente, el cansancio del comentador.


Me acuerdo que, en aquella nota, escribí que uno no puede postular su propia experiencia como lector para tratar de entender lo que pasa hoy. Aún sigo defendiendo esa postura. No intenté hablar en nombre de “nuestra generación”. Apenas intenté contar mi propia experiencia con algunas lecturas prohibidas. Eso sí: escribí –y generalicé, con los riegos que eso implica– que los jóvenes no leen libros.


Corrí un riesgo con la pretensión de que algún pendejo contestara mi provocación. Pero no. Ningún joven contestó. Nadie llamó para putearme. No llegó ni un mail anónimo a la redacción de la revista donde fue publicada la provocación.


Escribo, por lo tanto, para vos, Luis. Me parece que te equivocás, tanto como yo, al generalizar. Decir que los jóvenes actuales leen más que nosotros es también una actitud que tiene sus riesgos. Acepto que está bien correrlos. Eso hicimos los dos porque sabemos que hay cosas por las que conviene exponerse.


Expongo, por lo tanto, los motivos que me llegaron a generalizar. En el 2006 apareció la Encuesta a la literatura jujeña contemporánea, libro que contiene respuestas de veinte escritores. Las promociones más numerosas fueron las de los nacidos en la década del cincuenta (ocho escritores) y los nacidos en la década del setenta (seis escritores). Los más jóvenes, en la pregunta que solicitaba los nombres más valiosos, no mencionaron a escritores ya fallecidos. Casi todos respondieron con nombres contemporáneos. Es decir, no han asumido ninguna herencia (ni siquiera para repudiarla). ¿Por qué ocurre esta falta de conexión entre estas generaciones? Sospecho que existen varia cuestiones, quizás la más importante sea que ellos no han leído lo suficiente a Jorge Calvetti, a Libertad Demitrópulos, a Raúl Galán o a Andrés Fidalgo. Tienen huecos en su formación y, sin embargo, seis se exponen a contestar. (No es un mérito menor, hubo quienes arrugaron sus respuestas para no correr el riesgo que ahora corremos nosotros.)


Por otro lado, tengo quince años de antigüedad como docente (para mis alumnos –aquí generalizo sin correr ningún riesgo– soy un viejo). Estos años no me confieren ninguna autoridad, apenas sí me permiten rescatar la experiencia de lecturas de un reducido grupo –los pendejos a lo que me refiero en mi nota anterior. Te cuento algunas anécdotas en los párrafos siguientes.


Una. Les leí un poema de Juan Gelman que habla de seis enfermeras locas de Carolina del Norte. El texto dice que las habían visto salir de hospedajes sospechosos con una mirada triste en la boca. Que las habían visto fornicando con sastres, zapateros y carniceros del lugar. ¿Qué entendieron los jóvenes lectores? Algo que no figura en ninguna parte del poema y que solamente puede estar en las mentes de viejos chotos: que las enfermeras eran prostitutas.


Dos. Frente a un poema de Octavio Paz que contiene la palabra “putas” no pudieron ocultar la risita nerviosa que produce el sexo cuando es considerado un tema del que no se habla demasiado. Es más, hubo una alumna que hacía como que no escuchaba bien lo que yo había dictado por lo que me solicitaba que repitiera la palabra de nuevo. La repetí y otra también pidió la misma confirmación. Grité “putas” y ya no tuvieron dudas.


Tres. Les pedí que lean un reportaje sobre la tensión cultura entre Buenos Aires y las provincias que apareció en la revista Ñ. Les dicté unas consignas para que analicen los nombres que aparecían en publicación y, para mí sorpresa (porque, al igual que vos, Luis, creía que eran diestros en el uso de las nuevas tecnologías) no pudieron dar con la nota en cuestión.


Hasta aquí las anécdotas.


Quizás sea necesario dejar en claro que sería saludable que los escritores jóvenes expresen sus ideas –es decir: que se expongan–, que existe una generación que espera ser leída por los jóvenes como sólo ellos pueden hacerlo; esto es: con el impulso que da el entusiasmo y la novedad que tienen las miradas nuevas.


También quiero dejar constancia que mis alumnos son muy generosos. Me escuchan hablar sobre la literatura de Jujuy y eso ya es un privilegio que agradezco. Pero que poco saben del uso de palabras de provocación y que los que no saben buscar en los libros ignoran cómo se hacen las búsquedas en el ciberespacio.


Que la verdadera literatura no sirve para calmar nada. Que si es verdadera nos tiene que golpear en el ojo y repercutir en el cerebro. Que si está en Internet tiene que ser como un martillazo que sale de la pantalla para golpear en el teclado. Que un buen texto tiene que cuestionar los supuestos que se manejan. En fin, que la buena literatura es tan tajante que hace que los viejos chotos se traguen todas sus palabras.


Imagen: Luis Felipe Noé

sábado, 27 de septiembre de 2008

Por qué voy al Festival Internacional de Poesía de Rosario


No estoy a la altura de los poetas que están presentes en este Festival. Ya saben, en todos lados se filtran tipos como yo. Hace unos años, me filtré en lo que se llamó “Nueva poesía de Jujuy” y, después, quedé freezado en la década del noventa. En 1999, la fiesta por los ochenta años de Andrés Fidalgo, me despertó una calentura por las narraciones de situaciones límites. Ahora acabo de cerrar una etapa que incluye un discreto número de obras referidas a las memorias de la represión dictatorial en Jujuy. Otras escrituras se filtrarán a partir de ahora, pero intuyo que la conclusión de un ciclo delimitado de mi vida –destinada al olvido, seguramente– tal vez sea digna de documentarse. Me ilusiona pensar que esta fiesta, digo este Festival, sirva para despertar calenturas.

Secreto encanto de las palabras

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jueves, 21 de agosto de 2008

Otras voces, otras memorias II

Leer "Otras voces, otras memorias I"

Hablé con presos de las distintas unidades penitenciarias de Jujuy gracias a una invitación de la Secretaría de Cultura de la Nación. Desde un primer momento consideré importante esa acción. Como ustedes saben, he investigado durante varios años sobre las narraciones de la represión dictatorial en esta provincia, por esa razón considero importante compartir parte de esa investigación que tiene como eje central la problemática de los detenidos-desaparecidos con los que ahora están detenidos.

La libertad total que me brindaron los organizadores, como así también la buena disposición de las autoridades carcelarias, me marcaron fuertemente la diferencia entre el tiempo de la última dictadura con este presente. A esto hay que sumarle la atenta organización de traslados, permisos y otras acciones menores (pero no por eso menos importantes) de Rubén Fleitas, encargado de la logística local.

Menores. La primera charla se desarrolló, en una fría mañana, en la Unidad Penal II, donde están detenidos menores de edad. Costó arrancar porque, a la gran mayoría (alrededor de cincuenta jóvenes), la temática de la charla parecía no motivarlos. Todos habían nacido en tiempos democráticos y prácticamente no tenían ningún tipo de información sobre aquellos oscuros años. Hablé cerca de diez o quince minutos y le pedí que me hicieran preguntas y nadie dijo nada. Enseguida uno de los menores preguntó si se podía retirar. Un guardia le dijo algo en voz baja y el joven se mantuvo firme en su silla. Después, comenté sobre la denuncia que hizo Ernesto Sabato, en tiempos previos a la dictadura, y el acompañamiento del entonces juez Andrés Fidalgo para destruir los “chanchos” (así se llamaban, en la jerga carcelaria, a las reducidas celdas de castigo). Después, ya en la dictadura, Fidalgo volvería a entrar a esa cárcel: ya no como juez, sino como detenido. Cuando él entraba, un hombre que había sido expulsado del servicio penitenciario por cometer abusos contra los presos, se le acercó al ex juez. “¿Se acuerda de mí, doctor?”, le dijo al oído.

Después de esta narración, varios jóvenes se entusiasmaron con lo que escuchaban y hubo alguien que se animó a decir que aún existen celdas de castigo. Algo similar sucedió con una mujer del servicio penitenciario: al finalizar la charla, ella se acercó para preguntarme sobre mi libro, le dije que quedaba en la institución (a propósito dejé uno para la futura biblioteca, pero se perdió inmediatamente), pero ella me dijo que lo quería comprar para sus hijos.

Mujeres. A la tarde de ese mismo día hablé en el penal donde están detenidas las mujeres. Me acuerdo que Rubén me dijo que allí estaba Romina Tejerina, la mujer que movilizó a muchas de sus pares y que León Gieco santificó. Pude saber que hubo alguna cuestión interna por la que varias no iban a asistir. El grupo, por lo tanto, fue menor que el de la mañana (calculo que no eran más de diez detenidas). Empecé a hablar y sólo unas cuantas parecieron interesarse. Todo apuntaba a un fracaso pero ingresaron cuatro docentes que trabajan en ese penal. A partir de ahí todo cambió. Hubo un diálogo fluido y las preguntas fueron tan interesantes que nos dimos cuenta del tiempo que pasó (que se pasó, por lo menos, en una hora más de lo que habíamos calculado). Aquí también dejé un libro, y una profesora que conocí bien las rutinas internas se aseguró de que quedará registrada esa donación.

Adultos. La charla en la cárcel mayor de Jujuy tuvo una mayor repercusión. Para esa oportunidad contamos con más recursos, por lo que pasamos fragmentos de videos documentales en la que víctimas de los atropellos de la dictadura ofrecieron sus testimonios. Antes y después de cada fragmento, yo explicaba el contexto de cada situación. El resultado fue altamente satisfactorio porque los presos registraban una rápida identificación con escenas locales. Es más, hubo un momento que mostramos en la pantalla, las puertas de las mismas celdas que ellos ven a diario. ¿Es necesario aclarar que los últimos rastros de varios desaparecidos se pierden en esa cárcel? No lo creo, porque un detenido recordó como se llamaba el lugar donde estaba los presos políticos: el Pabellón de la Muerte.

Tanto en esta Unidad Penitenciaria como en la que están los jóvenes, hubo quienes se acercaron al final de la charla para preguntarme cómo veía yo la situación actual de los detenidos. Me costó hacerles entender que desconocía la situación actual y que ese era mi primer acercamiento a una realidad que muchos ignoramos.

Imágenes. Me llamó la atención la preocupación de casi todos los oficiales por diferenciarse de la aquellas prácticas represivas y el empeño que pusieron para que yo pudiera desarrollar mi tema con absoluta libertad. Tanto ellos, como el personal subalterno, demostraron muchas ganas de conocer sobre el pasado institucional. Esa preocupación por el pasado quedó demostrada con mayor énfasis en el caso de los docentes de la Unidad Penal de las mujeres. Precisamente, con esos docentes hablamos de cómo se transmiten el currículum oculto de generación en generación. De cómo, cuando no se habla de determinados temas, esa cuestión parecería que sigue convalidando. La existencia de celdas de castigo y la pérdida de un libro (un detalle menor pero altamente significativo) son ejemplos de esto que digo.

Ahora que escribo este informe recuerdo que hace unos meses apareció un libro que cuenta la historia de la policía de Jujuy. Intenté comprar un ejemplar, pero el oficial de relaciones públicas me dijo que no estaba a la venta (efectivamente, no tiene distribución en las librerías) pero que le dejara una dirección que él me iba a mandar un ejemplar. Aún lo espero.

lunes, 18 de agosto de 2008

Pendejos

No leen libros. Uno mira a estos pendejos y enseguida saca una rápida conclusión: hablan con un lenguaje reducido, son lentos adolescentes que no maduran, no tienen intereses políticos ni aspiraciones intelectuales. En muchos casos, ni siquiera tienen deseos sexuales.

No todo es culpa de ellos. Le estamos dejando un tiempo con un sentido fuertemente egoísta, donde los temas de discusión son marcados por la televisión y desde un punto de vista mercantil. Sólo lo que genera audiencia puede estar en el aire; lo que circula en los márgenes está condenado a su destino. Así, las voces de los desesperados no se escuchan.

Casi todos los programas de televisión se hacen con esta lógica. Se arman contenidos de acuerdo a los anunciantes. En menor medida, pasa lo mismo con la radio y, desde hace algún tiempo, también con el periodismo gráfico. El periodismo se reduce, de esta manera, a ser el oficio que se ejerce en los intersticios que dejan los avisos pagos.

Resulta fácil comparar la propia experiencia como lector con las de los jóvenes de hoy. Es muy cómodo, pero también engañoso. Uno no puede postular su propio pasado para comprender lo que le pasa hoy.

Uno era un lector omnívoro (si algún pendejo no sabe lo que significa ese término en este contexto se lo aclaro: uno leía todo). Me acuerdo que uno de mis abuelos le dijo a m madre que tenía que llevarme al médico porque yo estaba leyendo demasiado. Esa temprana lección me enseñó dos cosas: hay que vivir con inteligencia en este sistema y no hay que estar de acuerdo con las consecuencias del sistema.

Mi rebeldía consistía en llevarme una linterna para leer historias prohibidas entre las sábanas. Esas lecturas fueron mis únicas clases de educación sexual. Algunas mujeres generosas, un tiempo después, me supieron orientar. A veces creo que todo es una cuestión de suerte.

De nada sirve comparar la juventud actual con la propia experiencia. Eso hacen algunos padres y profesores introspectivos. Creen que la lógica de entonces sirve para entender a este presente confuso y se equivocan.

Mis lecturas apenas sirvieron para formarme o deformarme. Las páginas pornográficas que he leído fueron como simuladores de vidas que no me atrevía a protagonizar. Me permitieron, eso sí, darme cuenta de que tengo que vivir porque hemos sobrevivido a lo peor. Pero no puedo decir casi nada de los jóvenes.

No leen libros. Los pendejos arman sus historias por medio de brevísimos mensajes de textos y por el chat. Son protagonistas de los que cuentan, arriesgan más de lo que nosotros arriesgamos, tienen menos armas que nosotros y, cuando no tienen suerte, pagan un precio muy caro.

Imagen: obra de Marcia Schvartz

domingo, 27 de julio de 2008

Última noticia sobre Andrés Fidalgo

Esta nota fue publicada en la hoja literaria del diario Pregón, San Salvador de Jujuy, 10 de agosto de 2008.

Nunca podré pagarle a Andrés Fidalgo por todo lo que hizo por mí. Presentó mi primer libro. Escribió sobre una antología que edité y que incluía a poetas emergentes. Compartimos comidas y bebidas para sus cumpleaños y otras fiestas de guardar. Y, por encima de todo, fue un amigo generoso.

Un amigo es alguien que no puede estar ausente en dos momentos importantes de la vida: cuando uno tiene problemas de amor o cuando falta el dinero.

Quizás porque teníamos mucha diferencia de edad, nunca hablamos de cuestiones amorosas, por otro lado, él era muy pudoroso para hablar de ese sentimiento. Me acuerdo que cuando me casé, Nélida, su compañera, le dijo a mi mujer que podían prestarnos dinero porque no ignoraban que empezar una familia siempre es algo difícil. Aunque no nos hubiese venido mal un préstamo de ese tipo, lo rechazamos porque sabíamos que lo que es fácil no es especial. Nunca hablamos de este tema con Andrés por culpa de un maldito pudor que también me domina.

Me enseñó a escribir sobre la represión dictatorial en Jujuy. Casi me llevó de la mano por territorios de la memoria y me señaló el norte de este sur. Aceptó dirigir la revista Nadie olvida nada que editamos para las madres y familiares de detenidos-desaparecidos de esta provincia y, además, colaboró con otros compañeros que también están agradecidos.

Después, cuando casi no le quedaban fuerzas (Nélida había muerto a fines del 2005) y su cuerpo estaba ya muy cansado, nos preparó para su despedida. Nos recibía y casi no hablaba, continuaba con sus lecturas y sólo al final de la visita se excusaba. Decía que así fue nuestra amistad, que nosotros no necesitábamos palabras para saber que podíamos contar el uno con el otro. Eso hacía que yo inevitablemente me acordara de nuestros pudores.

Hace un mes lo visité en la clínica donde estaba internado; ya no podía hablar. Entonces, apreté su mano izquierda y le dije que estaba ahí, como siempre había estado él cuando las papas quemaban. Su mente siempre fue muy lúcida por lo que sabía que se estaba yendo. Por otro lado, Andrés fue un ateo confeso y no esperaba nada después de la muerte. En ese momento, lamenté no ser un creyente para ilusionarme con otra forma de vida.

No es fácil vivir sin un amigo. No hay quien lo reemplace porque si el dinero va y (sólo a veces) viene, los males de amor siempre acechan.

Es difícil aceptar que no hay resurrección. Lo acepto por varias razones que no voy a detallar. Sí quiero destacar la más importante: si habría vida después de la muerte, Andrés –sin ningún tipo de pudor– ya hubiera encontrado la forma para hacer circular esa noticia.

Imagen: Perfil del escritor realizado por Alcira Fidalgo, incluido en su libro Oficio de aurora (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2002).

domingo, 20 de julio de 2008

Andrés Fidalgo (1919-2008)


Hoy, 20 de Julio, en el Día Provincial de los DDHH y también del amigo, murió significativamente Andrés Fidalgo, un luchador y un amigo.

Fue un intelectual, un poeta con lenguaje claro, un abogado que defendió de presos políticos. Y, por eso mismo, también fue un exiliado. Más tarde, después del horror de la dictadura, la Universidad Nacional de Jujuy lo nombró Profesor Extraordinario Honorario.

Andrés Francisco Fidalgo fue registrado el 7 de marzo de 1919, en una oficina del Registro Civil de Buenos Aires. Días después, el niño nació. Su padre, la persona que lo había registrado con anticipación, utilizó la siguiente lógica: si existen sanciones para aquellos progenitores que se demoran en inscribir a los hijos, deberían existir recompensas para los que se anticipan; el razonamiento no prosperó. Sí prospera, en cambio, un destino marcado por la escritura.

Después, en plena adolescencia, vivió en Córdoba. Allí, en un pueblo a orillas del Río Segundo, terminó la escuela primaria. Al año siguiente, ingresó al tradicional Colegio Nacional Monserrat. Cuando cursó el tercer año, un acontecimiento lo empuja a nacer de nuevo: sus padres, por razones de trabajo, regresaron a Buenos Aires. En consecuencia, se quedó solo. Hizo de mandadero en una pensión donde se hospedó (el dueño es un portero del colegio) y completó el bachillerato.

Más tarde fue soldado voluntario. Cursó la carrera de Derecho. Su vida se parecía al extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde. Desde temprano estaba en el cuartel, a la tarde realizaba protestas creativas a favor de los republicanos españoles que llegan a Córdoba escapando de la dictadura de Franco. En es tiempo, más precisamente en 1943, aparece su primer libro de poemas: Serenata.

En 1950, llega a Jujuy junto a su esposa Nélida y sus dos hijas. Tuvo dos hijas: Alcira y estela. Por mantener una coherencia intachable, en "los años de plomo" estuvo detenido a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación, después que salió de la cárcel fue a saludar al obispo Miguel Medina que lo había visitado durante su detención, el cura al verlo exclamó: "Carajo!!!... ¿todavía estás aquí?"; Fidalgo entendió ese y otros mensajes y se fue al exilio. Más tarde -como todos sabemos- mucha sangre llegó hasta el río.

Entre 1976 y 1982 estuvo exiliado en Venezuela. Publicó los siguientes ensayos: La copla (1958); Elementos de poética (1961); Breves toponimia y vocabulario jujeños (1965); Panorama de la literatura jujeña (1975); Bibliografía de la literatura jujeña -en colaboración con Herminia Bellomo- (1990), El teatro en Jujuy (1995) y Jujuy, 1966-1983 (2001). Es autor de los siguientes libros de poesía: Serenata (1943); Toda la voz (1971); Aproximaciones a la poesía (1986); Coplas y variaciones (1989). Ha publicado, además, un volumen de historia: ¿De quién es la puna? (1988), otro de humor: ¡Sonría por favor! (1991) y un libro que recopila textos de diversos géneros: Escritos casi póstumos (2003).

Más allá de su numerosa bibliografía, él fue un poeta generoso que ayudó a ampliar el campo literario. Primero ordenó todo la literatura que existía hasta los primeros años de la década del setenta y publicó su Panorama de la literatura jujeña. Antes, junto a otros escritores generosos como él, contribuyó a publicar Poesía y prosa en Jujuy (1969). Y no se conformó, unos años después, cuando muchos creían que podría jubilarse de la literatura, Andrés y Néstor Groppa, armaron una “exposición” donde están “casi todos” los que hasta esa fecha han escrito con “cierta competencia y difusión perceptibles”. En el prólogo de ese libro titulado Poesía y prosa en Jujuy: Hasta 1993, Fidalgo afirma:

Alentados, ignorados y en algún caso, perseguidos; por las razones más diversas que oscilan entre la vanidad y esfuerzos o sacrificios encomiables; quienes quieren expresar, comunicar, conmover, cuestionar, por medio de la escritura en función estética, esperamos vean en esta publicación, cierto modo de reconocimiento y estímulo.

La declaración con que se cierra aquél prólogo es un resumen perfecto del programa de ampliación del campo literario que su autor cumplió al pie de la letra. Fidalgo, como ya dije, aumentó las dimensiones de ese campo literario pero no propuso ─no, al menos de manera explícita─ la lucha por la legitimidad cultural. Al contrario, su accionar siempre resultó generoso.

Andrés Fidalgo dejó este mundo el 20 de Julio de 2008, día provincial de los DDHH que él contribuyó a rescatar, y también día del Amigo.

Nunca lo vamos a olvidar.



Un fragmento de este texto fue publicado en El Tribuno, Salta, el 27 de julio de 2008.

Más información:

El último adiós

Un poeta que luchó por la libertad

Adiós a un hombre que hizo culto de la palabra

martes, 8 de julio de 2008

Otras voces, otras memorias

El autor de este weblog ofrecerá charlas referidas a las narraciones sobre la represión dictatorial en Jujuy. Las mismas forman parte del programa Café Cultura Nación y se realizarán en cárceles de San Salvador de Jujuy.

La memoria colectiva de una sociedad no es la sumatoria de las memorias individuales. Los marcos sociales de la memoria varían con el tiempo. Las narraciones sobre la dictadura, en algunos casos, se presentan de manera categórica, como si una mancha negra se estampara en una hoja en blanco. En otras ocasiones, los relatos adquieren un carácter mítico. Casi siempre, las memorias que prevalecen son las más difundidas por los medios masivos de comunicación. Así, las páginas del libro Nunca Más –un verdadero monumento de la memoria–, las imágenes de la ESMA y las marchas alrededor de la pirámide de Mayo, muchas veces no dejar oír lo que cuentan otras voces no tan potentes, otras memorias de lugares alejados de los centros del poder.

Las voces de muchos testigos de la represión dictatorial corren el riesgo de transformarse en figuras del olvido. Para que eso no ocurra, presentamos esta charla que contiene narraciones que hablan de San Salvador de Jujuy, narraciones que muestran zonas grises de la memoria y que nos hablan desde el pasado porque aún tenemos historias no concluidas, injusticias no compensadas y, lamentablemente, desaparecidos que vuelven a desparecer.

Las charlas se desarrollarán en los siguientes lugares y fechas:
  • Unidad Penal II: lunes 28 de julio, 9 horas;
  • Unidad Penal III: lunes 28 de julio, 16 horas, y
  • Unidad Penal I: martes 29 de julio, 9 horas.

domingo, 4 de mayo de 2008

El fin de la inocencia 14

Campo literario jujeño en la década del noventa: Salida

Leer: El fin de la inocencia 13

Como ya expresamos, el campo literario se construye a lo largo del tiempo. Existen numerosas variables que lo constituyen y pueden alterar las distintas posiciones que ocupan los escritores. Para que éste se consolide hacen falta, por lo tanto, buenos libros, críticos, libreros, editores, funcionarios calificados, publicaciones literarias y lectores atentos. Además, el campo debe contar con una autonomía relativa.

En Jujuy, los libros que son considerados importantes[1] de los noventa son: Anuarios del tiempo, tomos I y II de Groppa, No esperar nada más de las estrellas de Baca, Bitácora del aire de Alabí, La marca de Carrizo y Música para corderos de Constant.

Los dos tomos de Groppa relatan de manera explícita la cotidianidad de esta ciudad. El estilo poético es totalmente anticonvencional: al verso libre le agrega el hablar coloquial que él registra de las calles y obtiene un lenguaje distinguido que, en parte, explica las tramas de nuestra jujeñidad. Un trabajo inexplicablemente inédito aún (Los Tiprofi”) es quizás su obra más relacionada con realidad inmediata; en ella, el poeta deja constancia de unas de las épocas más duras que vivimos los jujeños después de las atrocidades de la dictadura. Estos libros no están formados por poemas que se entienden por la coyuntura política y social, por el contrario: son estos versos los que, de alguna manera, explican a los crueles años que vivimos.

Los libros de Baca y Carrizo contienen páginas que ya habían sido editados en libros anteriores. La diferencia radica en que los cuentos nuevos que agrega Baca incrementan el valor de la obra (posiblemente el cuento que da título al libro sea uno de los mejores que se han escrito en la década). No se puede decir lo mismo con respecto a la antología de Carrizo, los últimos poemas que incluye se refieren a leyendas regionales que al ser traducidas al lenguaje poético pierden lo atractivo de su origen popular.

Bitácora del aire tiene el mérito no menor de ser una obra que se puede leer, en diversos párrafos, a las carcajadas. Posee, al igual que los poemas de Groppa, una rápida conexión con la realidad próxima. Quizás estas características justifiquen a los escritores jóvenes (y a los no tanto) que prefieren esta obra.

El título del libro de Constant remite a Música para camaleones de Truman Capote. Éste escribió en el prólogo que su vida como artista podría ser proyectada con el gráfico de una fiebre que tiene altos y bajos. No hay dudas de que la obra de nuestro escritor también puede ser registrada con picos y depresiones. Ya dijimos que él es el único narrador que obtiene un premio importante a fines de los ochenta, después abre los noventa con esta obra que es reconocida por los escritores pero ignorada por los comentaristas (por razones ya apuntadas no coloco la palabra “críticos”) que rondan por las revistas y suplementos literarios. Finalmente, su obra entra en un periodo de silencio que llega hasta los primeros años de la siguiente década.

Una mención aparte merece la obra Venecia de Accame. Estrenada, como teatro semimontado, en junio de 1997, en Buenos Aires, rápidamente obtuvo un éxito que traspasó las fronteras. Al año siguiente, se estrenó en la misma ciudad, con la dirección de Helena Tritek en el Teatro del Pueblo. Además, fue estrenada en quince provincias argentinas. En tanto que, en el exterior, se representó, en 1999, en Montevideo, Nueva York y Santa Fe de Bogotá; un año después, en Santa Cruz de la Sierra, en Londres y en Santiago de Chile; en 2001, en México DF, Montreal, New Brunswick (USA); en 2002, en Lima y en Kranj (Eslovenia); en 2003, en Río de Janeiro, en Lisboa, en Madrid y, dos años después, en Barcelona. La obra, en 1998, obtuvo el premio al mejor espectáculo del off que otorga la Asociación de Cronistas del Espectáculo (ACE) y otros que no vamos a detallar; sí vamos a aclarar que ninguna de esas distinciones fue en Jujuy.

El desentendimiento de los organismos locales en la implementación de una política cultural sostenible, dejó un espacio que nadie ocupó y, lo que es mucho peor, ningún escritor (excepto Groppa y Fidalgo) denunció públicamente. Nadie debería ignorar que la manera de apreciar el arte es uno de los indicadores que permiten medir el grado de la desigualdad social. Es, en esa apreciación, en la que deberían incidir las políticas culturales.

Muchos escritores creían –con una inocencia empujada por la utopía democrática– que el poder político iba a retomar acciones de estímulo cultural, en especial aquellas destinadas a los autores jóvenes; que iba a reconocer a los escritores de larga trayectoria, que iba a fomentar el gusto literario o que iba a reeditar las obras literarias importantes que se encuentran agotadas. Pero nada de eso sucedió.

Tampoco existió una profesionalización en la acumulación de un capital simbólico por parte de los escritores posteriores a la generación de Tarja; por otro lado, ningún escritor recibió un salario aceptable por su tarea específica como tal, ni siquiera hubo un acercamiento al periodismo de opinión como práctica constante rentada. Contrariamente a lo que expresó Espejo en un libro reciente, son muy pocos –en rigor, nada más que tres– los escritores nacidos en la década del 50 que realizan trabajos vinculados con la carrera de Letras de la UNJu. Además, sólo un autor entró de lleno en las leyes del mercado y, aunque su obra carece de valor literario, genera prácticas de ventas que más de un escritor desearía reproducir.

El silencio de los escritores sirve para entender, además, que no siempre es fácil articular respuestas frente al impacto de políticas que erosionan la autonomía del campo literario. Muchas veces la ausencia de palabras precisas no se debe solamente a una cuestión de voluntad; al ser agentes especializados de la producción cultural, los escritores son, además, una representación de lo que somos.

La única obra que apareció con un sentido colectivo fue el folleto de circulación limitada que apareció para festejar los ochenta años de Fidalgo. Esa publicación determina –de manera emblemática– el fin de una época y el comienzo de otra, señala que el campo literario puede estar asociado con el político (en ese sentido, el texto de Mangieri es muy significativo) y que la autonomía literaria está en su etapa final.

Creo que a esta altura del texto no hace falta aclarar que el cambio es una situación que alucina a los escritores. Sí es necesario afirmar que Octogenario, las pelotas no fue planificada por las instituciones culturales ni respondió a la lógica del mercado ni a la demanda de los medios de comunicación; fue el producto de una sana conspiración de escritores porque ellos representan también lo que queremos ser.

En resumen: los noventa comenzaron de manera auspiciosa, varios autores habían cosechado importantes premios, existía una ley para los escritores, una editorial se ponía a la altura de la mejor tradición universitaria, un suplemento literario funcionaba como la gran puerta de entrada al campo literario, existía una funcionaria que tomaba la sugerencia de un jurado como una obligación y, como si fuera poco, una antología y los primeros números de una revista trascendían al espacio local. Después, cada cual se conformó con ocupar un lugar fijo que congeló por unos años al campo, el Estado abandonó su rol de promotor cultural y, recién a fines de la década, apareció la necesidad de reposicionarse para recuperar una lengua y sus sentidos que también habían sido contaminados por el menemismo y su política de sálvese quien pueda. Hubo que darse cuenta que la dictadura nos había afectado más allá de lo que creíamos, que el término “nuevo” no dura para siempre y que la inocencia era algo que también se había perdido.

San Salvador de Jujuy, noviembre de 2007.


[1] Según resulta de las respuestas de los veinte escritores que contestan la Encuesta a la literatura jujeña contemporánea, op. cit.

sábado, 26 de abril de 2008

El fin de la inocencia 13

Campo literario jujeño en la década del noventa: Conclusión 2

Leer: El fin de la inocencia 12

Conclusión 2: Los narradores. ¿Por qué la narrativa –con la excepción de la obra de Tizón– no aparenta ser un espacio consolidado? Pensemos algunas hipótesis: 1) existe un autor paradigmático que opaca al resto; 2) los narradores que surgen en los noventa son autores tardíos que no se animaron en la década anterior a producir rupturas a las corrientes ya establecidas del campo literario y 3) se trata de un género que no es preferido por los lectores.

Intentemos una posible resolución. Efectivamente, Tizón es el autor que más ha trascendido fuera de los límites de esta provincia. Quizás, esa imagen de autor consagrado produzca un excesivo respeto; he escuchado varias diatribas en contra de él, pero sólo una escritora se atrevió a expresarlas por escrito. Esta falta de intención subversiva en el campo narrativo, a mí entender, lo vuelve demasiado rígido, estático y sin vitalidad. No implica esto que hay que injuriar al gran narrador, significa que la irrupción de nuevas maneras de narrar debe lograrse con un gran capital intelectual.

Pasemos a la segunda hipótesis. Salvo Dubin y Nassr que nacieron en 1963 y 1976, respectivamente (obsérvese la diferencia de edad que indica el vacío existente), todos los narradores que editaron en los noventa tenían más de treinta años. A esa edad, cualquier escritor que lee literatura desde los veinte ya debería estar, por lo menos, con una estética definida. Quizás éste sea el motivo para que no exista una obra equivalente a Historietas que, sin ser lo más logrado de Aguirre, marcó un cambio de rumbo en la poesía que después se calificó como nueva.

Por último, la preferencia de los lectores –esto me lo marcaron mis amigos libreros– no es una cuestión de géneros. Es más: uno de los libros que más se ha vendido y se vende es Seres mágicos (1ª ed. 1994) de Bossi, una obra narrativa que, al igual que el poemario Puya-Puyas (1ª ed. 1931) de Zerpa, tiene varias ediciones.

Una cuestión más: en el prolijo gráfico narrativo resultante, Accame y Constant se reconocen mutuamente como pares con todo lo que esto significa. Sin embargo, si observamos la producción de cada uno podemos ver una gran disparidad. Mientras que el primero es el más prolífico narrador de los noventa (publica un libro por año, a excepción de 1991); el segundo, en tanto, abre la década con Música para corderos y no publica nada hasta el 2004. ¿Alguien puede sacar alguna conclusión de esta disparidad entre pares?

Imagen: Fragmento de un dibujo de Néstor Groppa, 1956.

Leer: El fin de la inocencia 14


martes, 8 de abril de 2008

El fin de la inocencia 12

Campo literario jujeño en la década del noventa: Conclusión 1

Leer: El fin de la inocencia 11

Conclusión 1: Los poetas. La constitución del campo poético de los noventa, por lo ya expresado, puede asemejarse a fuerzas que se oponen y se yuxtaponen en la búsqueda de un lugar central. En base al relevamiento hasta aquí realizado, podemos afirmar lo siguiente:

1º) El grupo de los poetas agrupados alrededor de Tarja, a pesar de estar con actividad sostenida, ya no tienen el lugar central que ocupaban en el año 76. La única excepción a este desplazamiento está dada por la obra de Groppa, quien edita, a fines de la década los dos primeros tomos de sus Anuarios del Tiempo. Fidalgo, por su parte, publica su ensayo El teatro en Jujuy (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1995) y apuntala, con notas de opinión que aparecieron en varias revistas culturales, a los autores que se legitiman en los noventa.

2º) Existe un fuerte impulso a comienzos de la década. Quizás, debido a la promoción que brindan los concursos detallados, las repercusiones logradas por la antología Nueva poesía de Jujuy y los primeros números de la revista El Duende. Todos estos hechos permitían ver de manera auspiciosa el comienzo de la última década del siglo. La poesía, entonces, constituía una profesión de fe, una especie de doctrina colectiva que fue desvaneciéndose a medida de que los organismos del Estado interrumpían los concursos literarios o los reemplazaban con jurados de dudosos antecedentes. Recordemos que la Universidad clausuraba el ciclo productivo de sus ediciones y, en determinado momento, lo único novedoso fueron las ediciones de Cuadernos del Molle.[1]

3º) Lo que se llamó nueva poesía ocupó, entre 1991 y 1994,[2] un lugar central y posteriormente apareció un tiempo de transición. ¿Por qué un tiempo de transición? Porque después de mucho tiempo, luego de mucho batallar, hay un campo literario establecido. Esa transición significó, entonces, la conservación del lugar que ocupa cada uno. Es decir, el campo literario se volvió estable; la literatura, por lo tanto, se congeló por unos años. Después, aparecieron reediciones y libros que contenían otros libros ya publicados o fragmentos de ellos. ¿Existió un pacto de no agresión en el que cada cual respetó el espacio del otro? Es posible que sí. Como sea, varios escritores recién volvimos a reunirnos en una publicación colectiva[3] cuando Fidalgo cumplió ochenta años y decidimos hacerle un regalo literario.

4º) La fuerte expectativa que existió hasta los primeros años de los noventa también podría ser explicada por el impulso de la renovación democrática en la que, luego de muchos años, un presidente constitucional es relevado por otro que también fue electo por un acto democrático. Además, la incipiente política cultural del Estado hacía pensar que el campo cultural fracturado por la dictadura podría ser recuperado rápidamente. Sin embargo, la posterior quietud del campo literario demostró que la dictadura nos había afectado más allá de lo que creíamos.

Imagen: Fragmento de un dibujo de Néstor Groppa, 1956.

Seguir con: El fin de la inocencia 13

[1] En el transcurso de una mesa-debate realizada el 5 de noviembre de 2007, en la que participaron Aguirre, Alabí y Baca, éste último afirmó que su libro No esperar nada de las estrellas (Buenos Aires, Catálogos, 1999) contenía textos editados por la editorial auspiciada por la fundación Norte Chico porque ésta había realizado una tirada de apenas 400 ejemplares. La declaración, cruzada con los objetivos de Noceti reproducidos en la nota 7, expone lo exagerado que resultaron aquellas palabras que habían sido publicadas en la contratapa del primer libro de Cuadernos del Molle. Además, me consta que muchos jóvenes de Tilcara desconocen los títulos publicados por esta editorial.

[2] En este último año apareció Jujuy, todos estos años de gente, una antología que no tuvo la repercusión de su antecesora de 1991. El texto que figura en la contratapa (sin firma, pero de autor conocido), leído a la luz de lo aprendido por los años transcurridos, resulta sumamente equivocado: “Se asiste al velorio de La Carpa, Tarja, Piedra, Vértice, como antecesores válidos”. A pesar del atenuante de validez, varios integrantes de los grupos dados por muertos todavía tenían mucho que escribir. Sin ir más lejos, basta con leer los libros de Groppa de fines de los noventa y la obra de Fidalgo que, a comienzos del presente siglo, surgió como una plataforma donde se apoyaron distintos trabajos de las memorias de la represión dictatorial en Jujuy.

[3] Octogenario, las pelotas. Antihomenaje a Andrés Fidalgo (San Salvador de Jujuy, 1999). En esta publicación escribieron: Alabí, Aguirre, Baca, Carrizo, Castro, Mangieri, Mamaní y Negro.

sábado, 22 de marzo de 2008

El fin de la inocencia 11

Campo literario jujeño en la década del noventa: Sobre los narradores

Leer: El fin de la inocencia 10

¿Por qué parece que el desarrollo de la poesía es mayor que el de la narrativa? ¿Por qué hay pocos autores nacidos en la década del sesenta? Estas cuestiones quizás habría que buscarlas en varios factores. Un factor fue expresado por Tizón: el paso de una promoción literaria a otra fue brutal. Exilios, desapariciones y censuras hicieron que una generación creciera con varios huecos en su formación. La herida abierta por la dictadura será una deuda que los escritores recién empezarán a pagar con el cambio de milenio.

Otro factor, como ya han dicho hasta el cansancio varios escritores, está dado por la falta de una crítica que oriente, pondere e ilumine sobre las estéticas que se desarrollan y que esas críticas lleguen hasta un público no especializado. Éste es el sector que más necesita el accionar de los críticos; los escritores, ya lo han demostrado, bien pueden desarrollar su obra sin ellos.

Los trabajos críticos fundamentales para entender el estado del campo literario han sido los que publicaron Fidalgo, Groppa y Frega. Es decir, dos escritores que dejaron de lado, por un momento y parcialmente, su función creativa y una investigadora universitaria de otra provincia. Cuando realizamos la Encuesta a la literatura jujeña contemporánea muchos se sorprendieron por el rescate de Los pájaros del bosque de Picchetti por parte de los escritores. Pocos advirtieron que esa novela ya había sido elogiada por Jaime Rest y Elvio Gandolfo, entre otros, y también había sido ponderada por Fidalgo –en 1975– y Groppa había llamado la atención –en 1987– por el silencio de la autora (y el silencio de la crítica, agregamos nosotros).

Es posible que la mayor visibilidad de los poetas se deba, por otro lado, a los modelos rectores de ese género que siempre estuvieron en franco diálogo con sus sucesores. Uno desde el suplemento literario, un lugar por el que entraron casi todos los autores que surgieron después de la última dictadura; el otro desde la tarea de presentador de libros como así también desde las páginas de casi todas las revistas culturales en las que generosamente colaboró.[1]

Tizón, la gran figura narrativa, mientras tanto se dedicó a la construcción de una sólida obra, pero no a establecer puentes con las nuevas generaciones (acción que nadie le podría reprochar ya que no tiene ninguna obligación de hacerlo) ni a elaborar notas que ayuden a entender el campo literario donde se inserta su obra. En páginas anteriores, citamos una declaración del narrador en la que afirma que tanto él, como dos escritores emblemáticos que nombra, no tuvieron lectores que oficiaran de parricidas para después asumirlos como herencia. Esta comparación sí nos permite marcar una diferencia que es mucho más que un reproche: esos escritores habían publicado ensayos que iluminaron el campo;[2] en tanto que Tizón, recién una década después, lanzó un poco de luz sobre esta cruel provincia con Tierra de fronteras.


Fotografía: Héctor Tizón.

Seguir con: El fin de la inocencia 12

[1] A esta altura del texto, creo que ya no hace falta nombrarlos. De todas maneras, ojalá que estas líneas sirvan como un modesto homenaje a quienes le molestan los homenajes y dedicaron gran parte de su tiempo para que toda una masa amorfa de libros y revistas literarias logre transformarse en la literatura de Jujuy.

[2] Me refiero a Crítica y ficción de Ricardo Piglia (Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1986) y Una literatura sin atributos de Juan José Saer (Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1988). Por otra parte, es digno de mencionar el importante perfil editorial que, por esos años, armó Edgardo Russo desde el Centro de Publicaciones de aquella universidad.

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