martes, 13 de marzo de 2007

Memoria contra memoria

[Nota publicada en La Revista, San Salvador de Jujuy, año 4, nº 30, marzo de 2007]

Una trayectoria de las ideas referidas a la represión dictatorial en Jujuy

Era un gilastro en estado natural. Estaba en medio de la dictadura más feroz y observaba las piruetas que hacían los aviones en la inauguración del entonces aeropuerto internacional, pero no miraba que –en ese mismo momento– Nélida y Andrés Fidalgo empezaban su doloroso destierro. Sí, era un gil; hablo de mí, naturalmente.
Nélida Fidalgo, Reynaldo Castro e Inés Peña; 2004.


Hay momentos o circunstancias en que ciertas ideas están en las mentes de casi todos. O, por lo menos, se trata de ideas parecidas. Esas ideas, por lo general, circulan por los medios de gran alcance, en especial –qué duda cabe– por la televisión. Pero antes de ser imagen hace falta la letra, que alguien diga o escriba qué se debe decir, qué se debe mostrar. Esta construcción, digámoslo ya, no es para nada inocente.


En aquella nefasta época, la construcción era exclusiva del poder. Costosas campañas que monopolizaron la información repetían lo que había conceptualizado Jorge Rafael Videla, presidente de facto y genocida, “los desaparecidos son eso, desaparecidos”. O sea, de “eso” no se hablaba.


Sólo un grupo pequeño de mujeres se animaron a protestar. Y, en esa protesta, se organizaron y se convirtieron a sí mismos en una respuesta excepcional contra el régimen asesino, también excepcional. Hablo del símbolo de la resistencia: las Madres de Plaza de Mayo. Y hablo también de un pequeño grupo de hombres y mujeres de Jujuy; más mujeres que hombres, justo es decirlo.


Cuando terminó la dictadura, las organizaciones de Derechos Humanos (DDHH) fueron quienes hicieron factible que Raúl Alfonsín ordenara, en diciembre de 1983, el Juicio a las Juntas Militares. Después, ya sabemos lo que ocurrió. Todos nos enteramos que aquí también se torturaba, que aquí también existían Centros Clandestinos de Detención, que aquí desaparecieron más de cien personas y que contamos con el triste record de tener el pueblo con mayor cantidad de desaparecidos por densidad poblacional: Tumbaya.


Era el tiempo en que Olga Márquez de Aredez no marchaba sola (después una imagen de un film documental la dejaría congelada en soledad); Andrés Fidalgo preparaba las primeras nóminas de detenidos y desaparecidos, y también preparaba la primera lista de represores y personas vinculadas con actos de represión que alguna vez la justicia deberá investigar. Era el tiempo en que casi todos nos indignábamos con las atrocidades cometidas durante la dictadura. Pero llegaron la obediencia debida y punto final o, para decirlo sin eufemismos, las leyes de protección al torturador. Leyes que aprobaron los legisladores que supimos votar, como por ejemplo los tres jujeños que a fines de 1986 aprobaron la ley que puso un límite de ¡dos meses! a las citaciones judiciales y posibilitaron que los torturadores sigan en libertad. Y, en ese momento, casi se enfría todo.


Los familiares siguieron con su discurso inclaudicable que resumieron en tres palabras clave: memoria, verdad y justicia. No olvidar para no repetir, dice el primer mandato; conocer qué paso, por qué sucedió y quiénes estuvieron involucrados en esos sucesos trágicos; y, finalmente, buscar la justicia, sentar en el banco de los acusados a los responsables de los crímenes de lesa humanidad y –aunque pocos los dicen– a los ideólogos, los empresarios que los solventaban y a los funcionarios religiosos que perdonaron lo que no había que perdonar y que no denunciaron lo que había que denunciar.


El clima intelectual de fines de los ochenta se mostró oscuro para el movimiento de Derechos Humanos. En esa oscuridad, Carlos Menem, el 6 de octubre de 1989, firmó los decretos de indulto que beneficiaron a 216 militantes y 64 civiles. En Jujuy, una funcionaria del gobierno provincial (y con un pasado de agitación cultural que todavía es posible reivindicar) expresó a la televisión local que ella estaba de acuerdo con la medida presidencial; a pesar de la firmeza de su enunciado, ella sabía que su decisión sería repudiada por el ambiente cultural que frecuentaba.


Con mucho tacto, los familiares de los desaparecidos buscaban posibles firmantes al petitorio que, en vano, enviarían al Presidente. Es necesario aclarar que la diplomacia empleada por aquellos se debía a que muchos jujeños se negaban a firmar el pedido de nulidad del indulto. Las tres palabras seguían inclaudicables; pero muchos hacían como que no las oían.


El 2001 marcó un punto de inflexión en las luchas por los Derechos Humanos. El juez Gabriel Cavallo declara la “inconstitucionalidad y la nulidad insanables” de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En nuestra provincia, los familiares de los detenidos-desaparecidos solicitaron la apertura del Juicio por la Verdad (un puente para superar el vacío de justicia que habían creado las leyes del perdón y los indultos), pero las audiencias recién comenzarían dos años después. En la conmemoración de los 25 años del Golpe, –además de las organizaciones de DDHH– participaron activamente: ex presos políticos, periodistas, poetas, músicos. La convocatoria a los actos fue una de las más numerosas y también ese año se presentó la primera investigación sobre la dictadura en Jujuy: el libro Jujuy, 1966-1983 de Andrés Fidalgo. A partir de esta obra se elaboraron otros libros, revistas y documentales. La máquina de rememorar se activó y muchos destaparon sus orejas.


Dos años después asumió Néstor Kirchner. Una de sus primeras medidas fue ordenar el retiro a las cúpulas militares. Ese año se anularon las leyes de la impunidad. En nuestra provincia, muchos políticos (que todavía no sabían cómo pronunciar el apellido presidencial) cambiaron su discurso. Seguramente los buenos lectores recordarán aquello que Paul Valery opinaba sobre la corrección literaria: se trata, en rigor, de la reforma espiritual de uno mismo. Nuestros hombres públicos ignoraron al poeta francés y, con mucho empeño, buscaron las palabras y los gestos más suntuosos para quedar bien con su nuevo líder. Es decir, se volvieron políticos ornamentales.


El 24 de Marzo de 2004, la ESMA fue transformada en Museo de la Memoria y fueron retirados, de las paredes del Colegio Militar, los retratos de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone, ex directores y también dictadores. Un día antes, en el salón Auditórium que está al comienzo de la calle Independencia, habíamos presentado nuestro libro de memorias Con vida los llevaron. Unos meses después apareció el primer número de la revista Nadie olvida nada; al año siguiente, un video documental que tiene el mismo nombre y, al poco tiempo, otro titulado Retazos de la memoria.


El 2005 el movimiento de Derechos Humanos sufrió un golpe duro: Nélida Fidalgo murió a fines de ese año. En marzo del año siguiente aparecería el último número de la revista que ella había empujado.


En marzo del año pasado, el principal vocero del Partido Justicialista de esta provincia afirmó que “si es necesario, haremos una autocrítica”. Muchos creen –erróneamente, por supuesto– que todas las atrocidades ocurrieron en cualquier lugar menos aquí; que el horror estuvo concentrado en la ESMA o en otro lugar, pero nunca en Jujuy. Por eso no se animan a afirmar que es necesario hacer una autocrítica. Mirar el pasado con coraje implica reconocer que José López Rega, alias “El Brujo”, fue un militante peronista; que la banda parapolicial denominada Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) operaba antes del golpe del 24 de Marzo; y que Avelino Bazán, dos años antes de aquel infausto día ya estaba cuestionado y por esa razón tuvo que renunciar a su cargo en la Dirección Provincial del Trabajo. ¿Acaso es un detalle menor pensar que los integrantes de la Triple A se sumaron a los Grupos de Tareas que detenían, torturaban y arrojaban a los militantes al mar? ¿Acaso es un detalle ínfimo decir que Bazán fue tildado de subversivo y que un compañero senador por Jujuy –que sabía perfectamente lo estaba sucediendo– no hizo nada por defenderlo?


El deber de todo aquel que trabaje con ideas es pensar en todo aquello que escapa a la lógica del mercado, la prudencia de las instituciones o el razonamiento fugaz de los medios masivos. Un trabajo intelectual digno consiste en ir en contra de lo políticamente correcto, oponerse a aquello que se cree seguro y examinar las certezas propias con el mismo rigor con el que examinan las ajenas. Pero expresarlo es más fácil que instrumentarlo.


No es una tarea simple reconocer que uno fue un gilastro; que uno pensó a la tortura desde una lógica binaria: el detenido es un mártir que aguanta todo –incluso la muerte– o es un delator que entrega sus compañeros y su dignidad. La militancia de los setenta, ahora lo sé, no se reduce a un padrón de héroes y entregadores.


En un momento, mientras investigaba algunos datos de unas detenidas-desaparecidas, tuve indicios –nada más que eso– de que una mujer había delatado a varias de sus compañeras. Revisé las circunstancias, me concentré durante varias semanas para encontrar pruebas o testimonios definitorios, pero no encontré nada que confirmara aquella suposición. Sí comprendí que, frente a la tortura sin límites, uno no tiene ninguna autoridad para condenar la decisión que tomó la persona torturada. A partir de ahí, sentí que aquella lógica binaria dejaba de tener existencia.


Ahora, está instalada la idea de que el actual presidente promueve una política de DDHH que produce una ruptura con las ideas instaladas en la sociedad. Eso, con perdón de la investidura presidencial, es una gilada. Lo que el gobierno nacional hace es insistir en una búsqueda que hace rato fue enunciada: memoria, verdad y justicia. Algunas medidas, en especial las realizadas en Buenos Aires, tienen un carácter notable por cierto; pero la política de DDHH que prevalece, desde el 2003, es la de una acentuación contundente de una línea prefigurada, pero no es una política de ruptura. Por otro lado, ¿alguien (re)conoce una medida concreta del gobierno nacional que se aplique en nuestra provincia? Yo, que soy parte interesada, conozco sólo una: el preseminario regional de NOA “A treinta años del golpe” que se desarrolló durante dos días de julio de 2006.


En estos tiempos, la construcción de ideas es un derecho de todos. Esa tarea, para no pocos de nosotros, es también una obligación. Sospecho que, con distintas variantes, los familiares de los detenidos-desaparecidos, ex presos políticos, periodistas (algunos todavía con cierta vergüenza por un pasado de gil) y poetas de Jujuy, hemos empezado a pagar esa deuda que no deja de crecer. ¿No será necesario, entonces, que otros actores reflexionen sobre aquel pasado que aún se resiste a pasar?



Referencias

En esta nota he utilizado referencias absolutas (nombres y apellidos, instituciones) y referencias relativas (senador, diputados nacionales y otros funcionarios) de hombres y mujeres de esta provincia. Este recurso discursivo tiene un objetivo preciso: en el primer caso, busqué resaltar los nombres de aquellos que tuvieron una participación activa en la construcción de la memoria colectiva; en el segundo, reforzar el papel pasivo de algunos actores y que, por esa razón, no consideré necesario escribir sus nombres, aunque no resulta difícil deducirlos. Éstos, no obstante el cargo que detentaron o detentan, recitaron un guión que fue escrito por otros y que –en su interior lo saben bien– es difícil de asumir. Sería más que interesante que ellos reflexionen y se conviertan en sujetos activos de lo que dicen, de lo que asumen y de lo que elaboren.

Forma y contenido

ENTRE LIBROS. Aguirre, 2004.
Aguirre, Ernesto. Cuatro cartas de un puntero izquierdo, Ediciones Culturales San Salvador de Jujuy, San Salvador de Jujuy, 2006.


[Nota publicada en La Revista, San Salvador de Jujuy, año 4, nº 30, marzo de 2007]


Ernesto Aguirre (1953) es un poeta con una obra consolidada, éste es su sexto libro (tiene, además, dos en colaboración con otros autores), sus poemas han sido incluidos en las principales antologías de poemas del noroeste argentino: estos datos no figuran en esta publicación. Sí figura que trata del primer premio del concurso organizado en el 2004 y que “la publicación de esta obra es un esfuerzo de la Municipalidad de San Salvador, en la gestión de la Intendencia Martiarena”. También se puede leer en la contratapa: “En el Día del Escritor, el Arq. José Luis Martiarena, Intendente de la Municipalidad de la ciudad de San Salvador de Jujuy, tuvo la feliz iniciativa, de anunciar para los Escritores de Jujuy, la publicación de cinco libros. Este gesto, poco común, casi sin antecedentes de un funcionario político, preocupado por la actividad creativa de los escritores de Jujuy, nos habla de una sensibilidad particular y que mérita su accionar en el campo de la Cultura de la Provincia”. Tantas mayúsculas y adjetivos dan ganas de vomitar, así que pido permiso para ir al baño y vuelvo.


Ya volví. El libro tiene un prólogo donde el autor da cuenta del apodo de su infancia: “Yudica” (José Luis de nombre, “Piojo” de apodo), delantero que debutó en la primera de Newells en 1954 y que después jugó en Boca, Vélez y el fútbol colombiano; entre 1974 y 1978 fue director técnico de Altos Hornos Zapla.


El niño “Yudica”, en la Carta 1, escribe: “Ernesto: Esperé que cumplieras mis cincuenta para enviarme estas líneas con noticias tuyas de hace tanto tiempo atrás. Todos los días, frente al espejo del dormitorio, practico diferentes caras de sorpresa imaginándome la nuestra al recibirlas. No es fácil decidirme por alguna”. Después, siguen trece poemas cargados de recuerdos sobre los padres, el patio, la pomada de los zapatos, la escuela, la plaza, el río y la radio.


La segunda Carta comienza así: “Yudica: Tu adulto recibió mi niño que enviaste por correo. ¿Cómo supiste la dirección donde podías encontrarte? (¿Seguiste la línea de mis garabatos en tu cuaderno?) El barrio tuyo que ahora te cuento, es mío. (Yo sí puedo imaginar nuestra sorpresa en tu carta. Mi ventaja son cuatro hijos tuyos que tuvimos en estos años de silencio. Hay gestos de ellos que vienen de un espejo con Yudica mirándose mi niño)”. Ahora es el turno de la descripción poética del poeta que pasó los cincuenta años y que tanto respeta los sueños del niño que fue “que jamás trabajaría para concretarlos”. Está otra vez la plaza, pero al frente ahora existe un cyber, el sida está a la orden del día y el pavimento ya está frente a la iglesia.


Las dos cartas siguientes repiten el esquema anterior. Por razones de espacio no las vamos a comentar. Sí hay que decir que sus páginas están pésimamente diagramadas sobre un papel casi transparente (ahora entiendo aquello de la “sensibilidad particular” del intendente) y que está asegurada la nula difusión de la obra.


Como hay que ser justos con las responsabilidades compartidas, hay que señalar que el libro es una acción conjunta entre la Dirección Municipal de Cultura y la Sociedad Argentina de Escritores de Jujuy.


En resumen, buenos poemas en un libro deformado por el trabajo editorial (un gesto –de verdad– “poco común”); cartas escritas por dos remitentes que, en rigor, son uno. Y todo en un sobre cargado de pegajosas estampillas municipales de muy mal gusto. No obstante la poética de la cotidianidad de aquel niño y el dibujo de Berni reproducido en la tapa, las ganas de vomitar continúan.


Por favor, intendente, no se esfuerce tanto.

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