viernes, 9 de junio de 2006

Encuesta a la literatura jujeña contemporánea


[Prólogo a Encuesta a la literatura jujeña contemporánea, San Salvador de Jujuy, Perro Pila, 2006.]



Un estado de la cuestión

“Dios perdone mis olvidos; que yo, mis recuerdos.”
Néstor Groppa, Abierto por balance



La idea de este trabajo surgió en una reunión preparatoria de la Feria del Libro del presente año. Partíamos de una certeza: la primera edición de la Feria había resultado el evento literario más importante de esta provincia y, por lo tanto, pensábamos que –en la nueva programación– debíamos incluir la presentación de una pequeña encuesta para determinar cuáles eran los diez libros más importantes de Jujuy, según la mirada de sus escritores.


En la distribución de tareas, me tocó hacerme cargo de la producción. No bien regresé a mi casa pensé en agregarle un par de preguntas y, después de desechar otras, preparé un cuestionario que superó la idea inicial. Pensé que se me había ido la mano y, por una cuestión de pereza intelectual, no tuve el ánimo de podar nada.


Para mi sorpresa, el grupo organizador de la Feria no sólo vio con buenos ojos mi desmesura sino que, sin reparar mi mal uso de un verbo, se puso a distribuir copias de la encuesta a un numeroso grupo de escritores y les pidió a éstos que invitaran a sus pares. Sin esa distribución amena y no tanto (en especial cuando se acercaba la fecha del cierre) esta tarea hubiese resultado un fracaso.


Todos sabemos que el mapa no es el territorio. Las respuestas que aquí se presentan, por razones de tiempo y distancia, no incluyen a todos los escritores que viven en Jujuy. Forman –eso sí– un plano que representa, aquí y ahora, un estado de la cartografía literaria.


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Algunos números. En 1969 apareció Poesía y prosa en Jujuy, un “muestrario cronológico de la literatura”, según advertía Néstor Groppa (1928), quien realizó la selección junto a Héctor Tizón (1929), Miguel Ángel Pereira (1926) y Andrés Fidalgo (1919). En ese libro figuraban cuarenta autores. Casi un cuarto de siglo después, en 1993, Groppa y Fidalgo, solicitaron a setenta autores textos literarios para incluir en el tomo II y así actualizar la muestra que, finalmente, contó con sesenta y un escritores.[1]

Han pasado más de diez años, el número de escritores se ha modificado; sin embargo, el número de librerías que promueven libros de autores locales no creció. Si en la segunda mitad de la década del cincuenta, la única librería que promovía productos de arte y literatura de autores locales era la que funcionaba en la sede de la revista Tarja; hoy sólo dos realizan esa función: Horizonte y Rayuela, la primera con treinta años de vida y la segunda con veinte.[2]

En las dos librerías podemos ver un número grande de escritos de poesía; en orden descendente siguen las obras de narrativa, ensayo y teatro. Los dos últimos géneros ocupan un lugar minoritario: las obras de teatro, editadas hasta el año 2000, no eran más de veinte; en tanto que el ensayo (a menudo erróneamente confundido con una monografía calificada o un documento evaluador de una carrera universitaria) es otro género no muy practicado.[3] Es una lástima que esto sea así y no se entienda al ensayo como una dimensión relacionada con el pensamiento y la reflexión, sobre todo cuando estas acciones brillan en un libro, que sólo uno de los encuestados citó (de manera indirecta), y que es fundamental para la región, me refiero al Panorama de la literatura jujeña[4] de Andrés Fidalgo.


Hablemos ahora de los géneros más practicados. La narrativa publicada hasta 1990 –a pesar de tener autores destacados: Daniel Ovejero (1894-1964), Libertad Demitrópulos (1922-1998), Héctor Tizón y Leonor Picchetti (1942)– no se visibiliza como un conjunto de coordenadas que determinen un espacio literario consolidado. Para confirmar esto, basta con repasar las pocas antologías dedicadas al género. Recién en la última década del siglo pasado, un considerable número de narradores se afirma a través de sus obras: Jorge Accame (1956), Alberto Alabí (1959), Pablo Baca (1958), Elena Bossi (1954), Marcelo Constant (1954), Ricardo Dubin (1963), Miguel Espejo (1948), Mita Homs (1939), Ildiko Nassr (1976), Susana Quiroga (1942), Mónica Undiano (1958). De ellos, el más prolífico es el primero de los nombrados (publica, por lo menos, un libro por año, en los últimos lustros), en tanto que Baca es el narrador surgido en los noventa que más reconocimiento tiene para figurar entre los autores más valiosos de la literatura jujeña. Un mayor desarrollo tiene el género que veremos a continuación.


Entre 1970 y 1990, 78 autores –afirma Fidalgo– publicaron más de cien títulos de poesía. Esta afirmación que parece promisoria se desdibuja un poco si pensamos que

entre los 78 autores registrados, pocos mantienen una labor sostenida; menos, tienen conocimientos vinculados con el oficio de poeta; y más escasos todavía son quienes manejan, con suficiencia o artesanía, los materiales con los cuales operan. Aun cumplidos esos requisitos (ya se sabe), los logros suelen ser ocasionales no sólo en conjunto, sino dentro de la obra de un mismo autor.[5]


Entre los autores que señala el ensayista, figuran algunos de los integrantes de la primera generación literaria de importancia en Jujuy: Mario Busignani (1908-1990), Jorge Calvetti (1916-2002), Néstor Groppa y el mismo Fidalgo. Por otro lado, coexisten, según se desprende del mismo artículo, dieciocho poetas[6] que son “reconocidos o meritorios” de la –por entonces– nueva promoción. Las respuestas que se presentan en las páginas que siguen permiten afirmar que Fidalgo fue demasiado generoso con algunos de ellos.


Nadie duda de que el tiempo sea el que mejor zarandea los libros y, con esa acción, separe a las mejores páginas de la hojarasca. Los años estaban a favor de Santiago Sylvester (1942) cuando publicó una antología de la región[7]. Él incluyó a trece poetas de esta provincia (si se exceptúa a Carlos Hugo Aparicio, quien nació en 1935, en La Quiaca, y vive desde su infancia en Salta) entre los seleccionados. Siete nacieron en las primeras décadas del siglo pasado: Busignani, Domingo Zerpa (1909-1999), Raúl Galán (1913-1963), Calvetti, Fidalgo, Demitrópulos y Groppa. El resto está integrado por autores nacidos entre 1949 y 1959: Cañas, García, Aguirre, Accame, Baca y Carrizo.[8]


Una rápida lectura de los años de nacimientos nos informa de que no existe un movimiento poético continuo; en rigor, no existe un movimiento literario que permita hablar de tradiciones (como bien interroga Aguirre en la presente encuesta). La falta de continuidad puede ser consecuencia de los siguientes hechos:


a) Algunos autores publicaron tardíamente sus obras o sus libros aparecieron en un interregno muy espaciado, razones por la cual no fueron tenidos en cuenta en el momento que se prepararon antologías o estudios generacionales. Es posible que en este razonamiento estén comprendidos, entre otros, Tito Maggi (1913-1994), César Adán Olleta (1930), Gloria Elena Quiroga de Macías (1933), Ana María Gius (1936), Susana Hubeid (1936), Mita Homs (1939), Raquel Murillo (década del ’40), Sergio Roberto “Ututo” Usandivaras (1941), Susana Quiroga (1942) y Luis Wayar (1945-2000).


b) Entre los escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado, entre 1974 y 1983, figuran dos relacionados con nuestra provincia: José Carlos Coronel (probablemente 1944) y Alcira Fidalgo (1949). El primero militó en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), motivo por el que estuvo en prisión; lo amnistió el gobierno peronista de 1973 y, ya como integrante de Montoneros, murió en un enfrentamiento armado en setiembre de 1976[9]; había publicado el libro de poemas Gestos y algo más. Alcira Fidalgo, por su parte, fue secuestrada el 4 de diciembre de 1977 por Alfredo Astiz y su grupo de tareas, posteriormente fue vista en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA); gracias a los papeles conservados por su madre, un cuarto de siglo después, apareció Oficio de aurora que contiene poemas que, hasta ese momento, eran inéditos.[10]


c) Otros autores posiblemente no fueron tenidos en cuenta por la dificultad de conseguir sus obras ya que ellos se trasladaron al exterior y allí editaron gran parte de su producción. Es el caso de Federico Undiano (1932-2000), Raúl Dorra (1937), Ana Pelegrín (1940), Miguel Espejo (1948) y Pedro Salvador Ale (1954). En los últimos años, Espejo retornó a la provincia y, entre los años 2000 y 2002, se desempeñó como director de El Tribuno de Jujuy (desde allí promovió un interesante como efímero suplemento cultural); en tanto que Dorra lo hace con cierta frecuencia debido a los cursos de posgrado que dicta en la universidad local; estos regresos posibilitaron que los lectores tengan acceso a una producción que, de no ser por esta circunstancia, estaría denegada.


d) Los escritores nacidos en la década del sesenta tienen sus obras inéditas o son muy pocos, pero –como sea– tienen poca visibilidad. Conozco solamente a cinco: Pablo Aguiar Cáu (1969), Claudia Scurta (aún inédita en libro), José Saúl Sánchez (1962), Marcelo Mariani y Ricardo Dubin. Es probable que esta promoción literaria sea una de las más golpeadas por la última dictadura.[11] Sin posibilidad de expresarse en sus años juveniles, con hermanos mayores dispersos y callados[12] o en el exilio, ellos vivieron la difícil situación de ser muy chicos para tener una participación militante en la década del setenta y muy grandes para el activismo juvenil de la recuperación democrática en la que algunos entraron como el furgón de cola. Entre las dos épocas –es decir, en “los años de plomo”–vivieron sin ejercer el sentido critico de la existencia.[13]


e) La falta de una política editorial que otorgue continuidad a las distintas promociones y redite aquellas obras de valor que han sido agotadas. Esta cuestión, como veremos, es más fácil de enunciar que de ejecutar. Algunos de los escritores que aparecen en esta encuesta tuvieron o tienen que ver con políticas culturales relacionadas con el Estado pero esa acción no dejó, por lo menos hasta la fecha, una marca que merezca ser tenida en cuenta; la única excepción a esto que digo es el extraordinario trabajo que Néstor Groppa realizó en la Secretaría de Publicaciones de la Universidad Nacional de Jujuy. Antes de seguir quiero aclarar que la presencia de aquellos escritores en las políticas públicas favorece a las instituciones en las que éstos participan, eso sin ninguna duda; pero no puedo dejar de plantear la siguiente cuestión: si nuestras instituciones públicas tienen como objetivo asegurar el funcionamiento antes que privilegiar el espacio de reflexión y crítica, ¿pueden ellos desarrollar sus inquietudes –que incluyen la reflexión y la crítica– sin problemas frente a un Estado que los mantiene? Y ahora me surge otra: ¿pueden existir actividades culturales sin la ayuda del Estado?


f) La inexistencia de una crítica literaria que analice, clasifique y ordene las obras de aquellos que, por diversas razones, no cuentan con el reconocimiento que se merecen (tal es el caso, señalado por varios encuestados, de Picchetti). La crítica debería decir aquello que la literatura no puede decir, no sólo porque está sometida a otras legalidades, sino porque su elemento esencial es indagar en aquello que la literatura oculta. Las respuestas que se presentan en las páginas próximas ayudan a entender cómo está compuesta la topografía del campo literario; pero ni siquiera la ubicación de unos y otros en tradicionales y vanguardistas, en marginales o integrados, es suficiente. Es necesario, además, construir una teoría literaria.


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Esta encuesta. ¿Cómo es un escritor? ¿Qué piensa de su oficio? ¿Es un oficio? ¿Cómo se forma un escritor? ¿Cómo se ve a sí mismo? ¿Qué opina de sus pares? ¿Por qué algunos no contestan todas la preguntas? ¿Es otra forma de respuesta? Algunas de estas preguntas son contestadas en las páginas que siguen, otras a lo mejor nunca tengan respuestas.


Las preguntas de esta encuesta se enviaron a más de cincuenta escritores. La única condición que debía cumplir cada encuestado era poseer, por lo menos, un libro editado. Entre los escritores que faltan, hay dos cuyas ausencias merecen ser justificadas: Andrés Fidalgo y Héctor Tizón. Al primero no quisimos molestarlo porque sabemos que no pasa por un buen momento y, además, su tarea crítica, ordenadora y promotora del campo intelectual local ha sido una de las más fecundas; razones por las que pensamos no solicitarle una nueva intervención, sino (re)volver sobre algunas de las cuestiones que el escritor ya reflexionó. Tizón, por su parte, al momento de distribuirse las preguntas de esta encuesta, se encontraba en Europa.


La experiencia de un libro de conversaciones con Ernesto Aguirre y una encuesta realizada para una revista[14], me permitieron verificar la importancia que tienen las respuestas de los escritores para el conocimiento de la literatura.


Las respuestas tienen, por lo menos, un punto de confluencia: todos tienen algo que decir acerca de su trabajo literario. A lo mejor se pueda realizar, dentro de algún tiempo, otra batería de preguntas para ver el grado de evolución de determinadas estéticas. Y es seguro que, como en ésta, también existirán preguntas sin respuestas.

[...]
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Valiosos. Salvo una escritora que se pregunta si su nombre puede estar entre los más valiosos, el resto prefiere autoexcluirse a la hora de nombrar a los escritores más importantes. El nombre de Néstor Groppa aparece destacado entre las preferencias de los encuestados (obtiene catorce menciones, en tanto que el segundo más nombrado tiene ocho). El lugar que tienen los diez escritores más nombrados se presenta a continuación:

  1. Groppa
  2. Tizón
  3. Aguirre y Baca
  4. Alabí, Calvetti y Carrizo
  5. Cormenzana, Demitrópulos y Galán


Es posible que las ubicaciones de Groppa y Tizón no sorprendan a ningún jujeño. Como sea, una de las funciones de esta encuesta consiste en confirmar supuestos que están en el aire y que todavía nadie los volcó al papel. Quizás sea necesario agregar que, mientras la gran mayoría de las tiradas de los libros de quien ocupa el primer lugar no superan los cuatrocientos ejemplares[15], el segundo publica en editoriales de Buenos Aires que, por lejos, superan aquella cantidad y, por lo tanto, sus libros poseen una distribución por todo el país.


La elección de los nombres de Calvetti, Demitrópulos y Galán, escritores ya fallecidos, no proviene de los escritores jóvenes. Estos parecen haber fijado su mirada en los escritores contemporáneos (Maximiliano R. Calderón así lo explicita: “Voy a limitarme a la literatura actual”). Esta predilección por los escritores que están en actividad también se manifiesta en algunos autores nacidos en la década del ’50 (así lo entiende Ángel Negro cuando afirma: “Después de santificar a los mayores” y, sin nombrar a esos mayores, menciona a cinco poetas de su promoción).


Una mención aparte merece la aparición de Álvaro Cormenzana entre los más nombrados. Sin libro publicado, él se ubica en un lugar importante dentro del campo literario. Es, sin dudas, uno de los mejores poetas de los nacidos en la década del ’50 y, en consecuencia, es un crimen de lesa poesía que su libro inédito Poemas del Jigante siga en esa condición.


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Imprecisiones. No tengo dudas de que formulé mal la sexta pregunta. En vez de solicitarle una lista con los diez libros más importantes, coloqué “un estante” en el enunciado que complicó varias respuestas. Así, ante la imposibilidad de decidirse por un libro de cuentos, Accame mencionó que prefiere –de manera genérica– “los cuentos de Héctor Tizón”; Aguirre también respondió sin precisar cuando se refirió a la obras de Groppa y Calvetti; Calderón y Carrizo nombraron libros indeterminados (“uno”, “alguno”, “uno cualquiera”) de determinados autores; Constant fue más tajante y mencionó una sola obra; Dubin hizo lo mismo con otra, pero la citó de manera indirecta; Escudero propuso alguna antología que todavía no existe; Homs llenó el estante con libros de Groppa y otras cosas; Killcana, tal vez influenciada por la fiebre mundialista, armó un equipo de fútbol; Ramos y Undiano sólo mencionaron autores pero no sus libros; Negro no se anduvo con pequeñeces y, salvo en un título, apostó por más de diez libros sin mencionar los títulos; Ortiz habló de antologías en general; Tregini salteó elegantemente esa pregunta. Los únicos que cumplieron con la consigna fueron: Alabí; Bossi; Chedrese; Nassr, Quiroga y Espejo, quien puso su cuota de ego cuando afirmó que casi todos los libros que seleccionó le fueron “dedicados por sus autores”.


Como si fuera poco, un título de Groppa (Anuarios del tiempo) apareció, en una oportunidad, con la precisión del número del tomo; en otra, la escritora que lo eligió aclaró que se trataba de los ocho tomos (es decir, incluye a uno todavía inédito) y también resultó citado sin precisar tomo ni si se refería a la totalidad de la obra. En este caso, resolvimos unificar las menciones en un solo título por considerar que la obra de este autor es muy consistente y pareja.


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Los libros más importantes. Teniendo en cuenta las dificultades planteada más arriba, hemos optado por sumar sólo aquellos títulos que fueron citados de manera explícita, salvo en los casos en que las obras de los autores se podrían deducir fácilmente (como el libro de Mamaní y los dos de Picchetti). En consecuencia, según los encuestados, los libros más importantes son:

  1. Los pájaros del bosque de Picchetti
  2. Obras completas de Galán
  3. Anuarios del tiempo (T. I al VII) de Groppa
  4. No esperar nada más de las estrellas de Baca
  5. Bitácora del aire de Alabí
  6. Río de las congojas de Demitrópulos
  7. La marca de Carrizo
  8. La casa y el viento de Tizón
  9. Música para corderos de Constant
  10. Obrador de Groppa
  11. Puya-Puyas de Zerpa
  12. Segovia o de la poesía de Accame
  13. Tarja de AAVV
  14. Con vida los llevaron de Castro


La novela de Leonor Picchetti (1942) es señalada, ya lo dijimos, como un libro que no tiene el reconocimiento que se merece. Jaime Rest –quien realizó la presentación de la obra–, señaló que Los pájaros del bosque[16] relaciona a su autora con importantes escritores: Proust, Joyce, Henry James, Colette.[17] Fidalgo, por su parte, agregó:

Además de las relaciones o similitudes anotadas, son advertibles las de Henry Miller, en la medida en que este autor prescinde de estructuras formales, bucea en la sexualidad con frecuencia obsesiva y rechaza la razón. Pensamos que también media por lo menos el conocimiento de los más destacados representantes de la “nueva novela” francesa: Alain Robbe-Grillet, Michel Burton y Nathalie Sarraute. El monólogo interior, la corriente de conciencia (con su antecedentes surrealista de automatismo psíquico), el empleo simultáneo de tiempos dispares, etc., a la vez que acuerdan fuerza expresiva, la apartan de la retórica en uso y de los tabúes sexuales. Con lo cual queda señalada la originalidad de esta autora, especialmente respecto de muchos prosistas jujeños.[18]


Muchos de los encuestados manifestaron su incomodidad a la hora de mencionar un número limitado de obras (como bien lo aclara Accame: se trataba de un estante “muy mezquino”). Por otro lado, si comparamos las preferencias por estos títulos con la pregunta anterior en la que se solicitaban los nombres de los autores más importantes, vemos que no se produce una separación tan marcada. Por el contrario, la diferencia entre los títulos que ocupan los tres primeros lugares es de apenas de una mención. Esta falta de una obra descollante hace posible un triple empate en los tres primero lugares e imposibilita elegir diez títulos. Por lo tanto, el estante se volvió más generoso –o, si lo prefiere el prolífico narrador, menos amarrete–: entraron quince libros (uno de los títulos, la reedición facsmiliar de la revista Tarja, apareció en dos volúmenes en 1989).


El único autor que aparece con dos libros distintos es Groppa, éste también está involucrado directamente con la revista recién citada (fue uno de sus cinco directores); cuestión que permite confirmar que su obra es muy pareja y de gran valor.


En un principio llama la atención que no figure ningún libro de Aguirre (autor que ocupa un lugar importante según vimos en la tabla anterior), esa ausencia es posible de ser explicada por la dispersión de sus votos en cuatro libros. Algo similar ocurre con Calvetti y Dorra –si bien éste para un grupo numeroso todavía es un autor poco conocido, cuatro de sus obras son señaladas como significativas.


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Campos, quintitas y lotes intelectuales. El lugar que ocupan los escritores de Jujuy dentro del campo literario es una cuestión que todavía no ha sido muy estudiada. Muchos de ellos mismos prefieren no dejar por escrito posiciones que sí se pueden escuchar en bares del centro, en los pasillos de la Facultad de Humanidades o en una conversación en alguna librería.


Lo sabemos: es más fácil no opinar. Así, no se corren riegos y cada cual riega su propia quintita. Además, de esa manera no se avivan giles que después pueden volverse en opositores. Cuidar el terreno propio significa estar conforme con una sociedad cada vez más uniforme y egoísta; me resisto a creer que esa mezcla fatídica de cualidades sea lo mejor que nos pueda suceder. Las opiniones –y esto lo sabía muy bien Walter Benjamin– son a la inmensa maquinaria social lo que el aceite es a las máquinas. La cuestión que debe tener en cuenta todo intelectual que se precie de tal, es armar un discurso certero. No conozco la fórmula para lograrlo, pero estoy seguro que la eficacia literaria se logra con un riguroso intercambio entre la acción y la escritura, entre la escritura y la acción; aunque el espacio que uno ocupe sea un reducido lote.


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Fundadores y recién llegados. El campo literario jujeño se construyó lentamente con el accionar de algunas figuras paradigmáticas (Zerpa, Galán, Tizón) y, fundamentalmente, con el trabajo grupal de los directores de Tarja (Busignani, Calvetti, Fidalgo, Groppa[19]). Por otro lado, el suplemento literario que dirigió Groppa, durante más de cuarenta años, funcionó como instancia natural de entrada de los nuevos escritores al parnaso local. Ingreso que, como lo recordó Aguirre, no significó un pase libre.[20]


El ambiente de los escritores contiene disputas aunque éstas no siempre se manifiesten a viva voz. Si bien puede ser analizado en un determinado momento –ése es uno de los objetivos de esta encuesta–, el campo ha variado a lo largo del tiempo. Así, en 1984, una poeta que edita su libro gracias a la ayuda estatal supone, o hace suponer, que ella ocupa un lugar importante en el ambiente literario. Los años transcurridos nos permiten afirmar que no fue así, que no siempre el Estado acierta a la hora de distribuir sus recursos y que muchas veces el campo es atravesado por una estrella fugaz o, como dicen los paisanos, por una luz mala.


En los últimos años, los escritores más jóvenes que tienen mayor visibilidad han publicado en dos colecciones editoriales: “La mirilla”, de la Editorial de la Universidad Nacional de Jujuy, y “Cofradía Cero”. En primera hay trabajos de Federico Leguizamón (1982), Patricia Calvelo (1970), Agustín Guerrero, Matías Teruel (1982), César Arrueta, Mariano Ortiz (1974) y Maximiliano Chedrese (1978). En la segunda participan Emilio Temer, Pablo Espinoza (1983), César Colmenares, Gabriela Ahualli, Graciela Alem, Pamela Stemberger, Fernanda Escudero (1976), Ezequiel Villarroel (1983) y Ortiz. La participación del último de los mencionados parece indicar que no se trata de propuestas antagónicas; sin embargo, nuevos posicionamientos y nuevas disputas se acercan. Como siempre, la maquina literaria está ejerciendo su oficio.


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Topografía contemporánea. La mayoría de los encuestados no cree en los dípolos propuestos (escritor tradicional / escritor vanguardista; intelectual integrado / intelectual marginal) o sostienen que son una construcción artificial antes que real o que simplifican un realidad compleja. Es posible que tengan razón.


Sin embargo, nadie –ni siquiera los que no contestaron– duda de que el escritor tradicional por antonomasia sea Fortunato Ramos; hasta él mismo se siente cómodo en ese polo y, por la cantidad de libros que vende, parece que no le va nada mal.


En el extremo opuesto, las pocas respuestas obtenidas (el 10 %) mencionan a Groppa y Carrizo, en primer lugar; enseguida aparecen los nombres de García, Cormenzana, Homs y Leguizamón. Quizás, una definición puede ayudarnos a comprender si los nombres propuestos son acertados o no.


Bien sabemos que el término “vanguardia” proviene del léxico militar, donde designa la “avanzada” de un cuerpo selecto que les abre camino a las tropas que llevarán a cabo la invasión territorial. Las esferas políticas, pero sobre todo las esferas culturales (artísticas e intelectuales) se apropiaron del término “vanguardia”, en la historia del modernismo, para nombrar lo adelantado y precursor de prácticas que “abren camino” bajo el signo rebelde de una batalla contra la tradición y las convenciones.[21]


Posiblemente sólo algunos libros de Groppa puedan ubicarse como obras que pertenezcan a la vanguardia. Recordemos que dos de sus títulos están entre los mejores libros que señalan los encuestados y que él “abrió el camino” de la crónica urbana. Pero no es posible ubicarlo enfrentado –o, por lo menos, no a cielo abierto– contra la tradición y las convenciones; simplemente porque éstas no existieron o estaban en un estado incipiente.


Junto con sus pares de la revista Tarja, dejó una marca que es imposible pasar por alto a la hora de revisar la historia de la literatura jujeña. Una revista hoy olvidada[22] había iniciado un accionar semejante pero sin la repercusión lograda por Groppa y compañía; es decir, en este terreno, había ya una huella señalada.


Ha escrito, además, un libro difícil de clasificar Abierto por balance. Imposible decir a qué género pertenece. Una posible solución sería colocarlo en el género “confuso” (y no se trataría de una actitud peyorativa, sino todo lo contrario). Ahora bien, ¿esto alcanza para ubicar a Groppa como un vanguardista?


Responder ésta cuestión en pocas palabras, como afirma Homs, significaría simplificar una realidad bastante compleja. Con justicia poética, es posible afirmar que la obra de Groppa está a años-luz del polo tradicionalista y que está cerca de la vanguardia. Pero no la encarna.


Quizás, este prolífico poeta se relaciona con la vanguardia por la lucha secreta que desarrolla contra las convenciones.[23] Me explico: desde 1996 es miembro de la Academia Argentina de Letras y, sin embargo, insiste en publicar libros de difícil o nula distribución. Como señala Bossi, él prefiere la circulación local a través de ediciones propias y, con esa decisión, preserva una sana marginalidad para cumplir su registro diario de una ciudad que un día descubrirá el lugar central que ocupa en los escritos de un hombre apartado de las modas literarias y que escribe casi en secreto.


No es una decisión reciente, la actitud que asume Groppa con respecto a sus libros. A comienzos de la década del 80, él afirmó:


Cuando últimamente se ensayaron clasificaciones y agrupamientos antológicos de los años 50, 60 y 70, en ninguno de ellos me incluyeron. Puede ser por dos motivos: escaparme al encasillamiento o no reunir, en mi obra, el mínimo de calidad que exigían los clasificadores y los antólogos. Sin pretenderme único, autor de generación espontánea, descubro que mi vida y mi actividad literaria participan de la singular condición de aislamiento. Temporalmente o por circunstancias del “oficio de vivir”, siempre anduve más o menos solo. “Contaditos mis amigos” (como dice la copla) y algunos, nada tienen que ver con la vida de cultivo literario, artístico. Así me pasaron los años y desconozco, por dar un ejemplo, la redacción de un diario porteño; jamás concurrí a los habituales lugares de tertulia literaria, lo cual no deja de tener sus inconvenientes, máxime si escuchamos al sopesado Macedonio Fernández: “En este país, suponiendo que se pueda ser famoso sin Buenos Aires…”.[24]


Como ya lo expresamos, el campo literario se modifica a lo largo del tiempo. Así, Groppa pasó de ser un excluido de las principales antologías a integrar la Academia. Un paralelismo nos ayudará a entender este pasaje: ahora que un número importante de escritores reconoce a la obra de su comprovinciano Galán, conviene recordar que no siempre fue así.


Galán cuenta que cuando preguntaban en Piedras al 500 sobre el poeta Galán, dónde vivía, el vecino contestaba que ahí, al lado vivía una familia Galán, pero que el señor fuera poeta no era probable, primero porque era su vecino y, segundo, porque lo veía todos los días… Tal vez el salario justo del poeta que reclamaba Galán, sea el de esta inmortalidad que lo acompaña.[25]


Cuando Groppa habla del reclamo de Galán hace referencia a los siguientes versos: “Reclamo mi cosecha de luz,/ el salario justo del poeta./ Devolvedme aquellos días, aquellos sueños,/ aquellas primicias de la tierra”.[26] Después, el poeta mayor aclaró que ese salario


tal vez sea que se los deje vivir, caminar, circular, simplemente. Un salario sí que es vital y mínimo. Hay poetas que sólo piden que se les escuche y otros que se los dejen cantar, nada más. Porque suponen que su canto es el canto de muchos hombres. Esa puede ser una parte del salario que la sociedad debe al poeta. El pago que el poeta pide por sus búsquedas, sus dudas, su silenciosa batalla interior, como que sólo recompensan la imagen feliz y el poema necesario. El poema imprescindible.[27]


Soy consciente de que he abusado con la cantidad de citas del poeta más reconocido por la comunidad literaria de Jujuy, pero la falta de sus respuestas en las páginas que vienen, me obligaron a buscar más. Y, sin embargo, me doy cuenta que esto no es suficiente.


Con respecto a los dos polos restantes (intelectual integrado / intelectual marginal), las respuestas parecen ajustarse más al grado de visibilidad de los escritores que a la función de los intelectuales (Espejo aclaró que “ambos términos no son sinónimos”). Como sea, existe una mirada por lo menos desconfiada a los términos “intelectual integrado” (Aguirre los entiende como un eufemismo que corresponde a cómplice). En este punto, las pocas respuestas (la nominación de Baca apenas alcanzó el 10 % de la muestra) dibujan a mano alzada el siguiente croquis:


· Intelectuales integrados: Baca, Quiroga, Jorge Albarracín (1945), Accame, Carrizo y Elena Leonardi Cattólica de Gimenez (1939).


· Intelectuales marginados: Alabí, Ale, Castro, Cormenzana, Leguizamón, Negro (quien, sin dudarlo, acepta esta ubicación), Picchetti, Teruel y Usandivaras.


La cuestión a dilucidar es: ¿integrados a qué? y ¿marginados de qué? Punteo algunas de las instituciones con las que tienen (o tuvieron) algún tipo de relación varios de los escritores del primer lote: Legislatura, Asociación de Escritores Argentinos, Sociedad Argentina de Escritores, Municipalidad de San Salvador de Jujuy, Secretaría de Cultura, Secretaría de Educación y Fundación Norte Chico.


De los escritores del segundo grupo, hasta donde conozco, nadie forma parte de las instituciones nombradas, o al menos no con poder de decisión. La única excepción es Alabí, quien cumple funciones como delegado del Fondo Nacional de las Artes en Jujuy.


¿Esto alcanza para trazar una línea divisoria entre integrados y marginados? Creo que no es suficiente. Sirve, en todo caso, para indagar sobre la trayectoria individual de cada escritor y analizar si su accionar en alguna de las instituciones nombradas ha producido innovaciones o, si por el contrario, su trabajo intelectual ha involucionado.


En páginas anteriores hablamos brevemente de los tiempos oscuros en los que no había libertad de expresión. Esto implicó que una promoción viviera su adolescencia con el contexto del terrorismo de Estado. Una década después, otra pasó su primera juventud con las privatizaciones menemistas como música de fondo. La diferencia entre ambas radica en que mientras la primera tuvo modelos que resistieron a la opresión y también la denunciaron (pienso en el caso emblemático de Fidalgo), la segunda no tuvo figuras intelectuales en las cuales apoyarse y esto es muy grave porque una provincia –un país–puede admitir que sus políticos sean unos incompetentes, pero no que lo sean sus intelectuales.


Las decepciones de los últimos gobiernos democráticos empujan a los integrantes de la esfera pública –y no sólo a los escritores– a dejar de formar parte de los ilusos desilusionados para ser desilusionados lúcidos. En ese pasaje, las armas de la imaginación y el lenguaje son fundamentales. Por lo tanto, la tarea de los escritores todavía no ha acabado.


San Salvador de Jujuy, 24 de junio de 2006.


[1] En aquel momento –lo digo con cierto pudor–, yo era el escritor que ocupaba las páginas finales; es decir, figuraba como un advenedizo en el campo literario.
[2] No sólo las librerías son un indicador del consumo cultural, una encuesta realizada por la Secretaría de Medios de Comunicación de la Nación reveló, a fines de 2004, el porcentaje de lectores del país: “La muestra, realizada sobre casi 3.000 casos de Jujuy a la Patagonia bajo la supervisión del INDEC, desnudó que el 52% de los argentinos no había leído ni un solo libro en el último año y que el 61.9% de los que decían haberlo hecho no podía recordar el nombre de ningún autor” (“Los argentinos y los libros: Las mil y una formas de leer”, reportaje de Raquel Garzón en Revista Ñ, Clarín, sábado 16 de abril de 2005).
[3] Una parte de la crítica académica que se practica en esta provincia muchas veces centra su mirada en obras que corresponden a líneas poéticas que se contradicen entre sí. Una excepción a este tipo de abordaje está dado por el libro Leer poesía, leer la muerte de Elena Bossi, en él la selección de las obras que se analizan –el objeto de estudio– está resuelta de manera incuestionable. Sin embargo, la preocupación de la autora por el lenguaje académico logra, como consecuencia, una separación excesivamente grande con respecto a la comunidad de poetas que prefieren un lenguaje más concreto por parte de la crítica.
[4] Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1975.
[5] Andrés Fidalgo, “La poesía en Jujuy (entre 1970 y 1990)”, en Escritos casi póstumos (Ediciones Culturales San Salvador, 2003, p. 99).
[6] Se trata de: Jorge Accame (1956), Ernesto Aguirre (1953), Pablo Baca (1958), Oscar Augusto Berengan (1949), Elena Bossi (1954), Nélida Cañas (1949), Alejandro Carrizo (1959), Reynaldo Castro (1962), Rafael “Guigui” Calderón (1952), Guillermina Casasco (década del ’50), Álvaro Cormenzana (1954), Víctor Ocalo García (1953), Blanca Spadoni (1944), Estela Mamaní (1955), Ángel Negro (1951), Pedro Raúl Noro (1943), Mario Solís (1950-2000) y Luis A. Wayar (1945-2000).
[7] Poesía del noroeste argentino: Siglo XX (Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2003). El libro incluye obras de 84 autores nacidos o residentes durante mucho tiempo en el noroeste: 13 corresponden a Santiago del Estero, 18 a Tucumán, 20 a Salta, 13 a Jujuy, 9 a Catamarca y 10 a La Rioja.
[8] Curiosamente (o no) este rango de edades coincide con la antología Nueva poesía de Jujuy (Palpalá, Daltónica, 1991) en la que incluí –además de Cañas, Aguirre, Accame, Baca y Carrizo– a Estela Mamaní, Ramiro Tizón (1956) y Álvaro Cormenzana.
[9] En Palabra viva (Buenos Aires, Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, 2005), libro que recopila textos y biografías de escritores “desaparecidos” por la dictadura instaurada el 24 de marzo de 1976, figura –como fecha del enfrentamiento– setiembre de 1975. Hemos optado por la fecha que da su hija, María Coronel, en la obra de Juan Gelman y Mara La Madrid: Ni el flaco perdón de Dios. Hijos de desaparecidos (Buenos Aires, Planeta, 1997, p. 273-278).
[10] He escrito una breve biografía de la poeta que apareció como prólogo en Oficio de aurora (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2002).
[11] Si bien los exilios de Fidalgo y Tizón resultan casos paradigmáticos que ejemplifican la difícil situación del intelectual en regímenes dictatoriales; ambos, al momento de partir, ya tenían una obra literaria consolidada. Por lo demás, no es un dato menor decir que Claudia Scurta fue testigo, en 1976 cuando ella era una adolescente, del secuestro de su madre por parte de un grupo armado al mando del comisario Ernesto Jaig. Unos días después de la detención, Dominga Álvarez de Scurta “desapareció” de la cárcel de Villa Gorriti. Por las atrocidades que cometió, el policía es uno de los más recordados por los familiares de las víctimas de la represión dictatorial en Jujuy.
[12] Aguire y Baca, dos de los referentes de la promoción anterior, publicaron en 1986 y 1989 respectivamente. El primero ya lo había hecho en 1978 y dos años después en una obra compartida, en el caso del segundo se trataba de su primer libro.
[13] “El miedo y el silencio (si era definitivo, mejor) tenían como finalidad poder traficar impunemente. Eso sí, todo fue construido de manera inobjetable para la preservación de los valores morales de nuestro honesto modo de vida, y por supuesto, en nombre de la sacrosanta libertad que había que preservar”, Néstor Groppa en “El cronista sensible”, entrevista de Reynaldo Castro, revista Nexos, nº 1, San Salvador de Jujuy, abril de 1994.
[14] “¿Quiénes son los clásicos locales? Encuesta a escritores jujeños”. Revista Generaciones, N° 2, San Salvador de Jujuy, diciembre de 1996, pp. 9-11.
[15] Cuando lo consulté por una duda que tenía sobre su bibliografía, Groppa me envió un mail donde afirmaba: “Como decía mi amigo [Julio] Ardiles Gray, ‘soy un autor inédito con 30 libros publicados’”. La bibliografía completa del escritor más reconocido figura en el Anexo que está al final de este libro.
[16] Buenos Aires, Falbo Librero Editor, 1964.
[17] Pregón, 10 de octubre de 1964.
[18] Andrés Fidalgo, Panorama de la literatura jujeña, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1975, pp. 174-175.
[19] Además de los citados, la dirección de la revista se completaba con el pintor Medardo Pantoja.
[20] “Yo escribí mis primeros poemas, y claro mi mamá decía que eran extraordinarios, entonces los llevé a Groppa para que directamente los publicara en el diario Pregón. Te cuento que esos poemas hablaban del indio y cuando Groppa los leyó me dijo: ‘Escuchame, ¿vos creés que tenés algo nuevo que decir sobre el indio, algo que no haya dicho Zerpa, que no haya dicho Calvetti, que no haya dicho ningún poeta antes que vos? ¿Vos creés que tenés algo original para decir sobre el indio?’. No –le dije la verdad. ‘Entonces ¿para qué te metes con eso?’ –me contestó.” (Ernesto Aguirre, en El escepticismo militante, Córdoba, Alción, 1988, p. 39.)
[21] Nelly Richard, “Lo político y lo crítico en el arte”, en revista Pensamiento de los confines, Buenos Aires, Nº 15, diciembre de 2004.
[22] Me refiero a Jujuy (Nº 1, septiembre de 1936 – Nº 23, febrero de1940), una publicación que ha sido opacada por su sucesora de la década del ’50 y que debería ser analizada para determinar continuidades o rupturas. Debo este dato a la periodista cultural Belén Romero, quien posee ejemplares de la revista antes citada.
[23] Con esta estrategia coincide Ricardo Piglia cuando afirma: “Los escritores formamos grupos en fusión, bandas en fuga. Hoy la vanguardia (para retomar esa metáfora) es un pelotón perdido atrás de las líneas enemigas, como en una película de Samuel Fuller”, entrevista en suplemento Cultura del diario La Nación, Buenos Aires, 16 de abril de 2006.
[24] Néstor Groppa, en Poesía argentina contemporánea, Buenos Aires, Fundación Argentina para la Poesía, 1980, T. I, parte quinta, p. 2176.
[25] Néstor Groppa, Abierto por balance, San Salvador de Jujuy, Buenamontaña, 1987, p. 42.
[26] Este poema fue publicado en Tarja, número doble 11 y 12, San Salvador de Jujuy, diciembre de 1958.
[27] Néstor Groppa, “El cronista sensible”, entrevista de Reynaldo Castro en revista Nexos, nº 1, San Salvador de Jujuy, abril de 1994.

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