viernes, 29 de octubre de 2010

Apuntes para una historia de la literatura de Jujuy

Andrés Fidalgo, en su Panorama de la literatura jujeña[1], nos recuerda que la provincia de Jujuy se constituyó como tal el 18 de noviembre de 1834 y que el quichua fue la lengua general (aclara que, subsidiariamente, el aymara también fue practicado). Ambos, junto al castellano, fueron adoptados para difundir los manifiestos de la Junta Patria de 1810, algunos decretos de la Asamblea de 1813 y el anuncio de la Expedición Libertadora de San Martín al Alto Perú.

De las lenguas indígenas, no se ha encontrado literatura escrita; al menos con alcances aproximados a los que hoy damos a esa expresión. Pero resulta evidente su gravitación en cuanto a temas de mitos, fábulas, cuentos, leyendas y canciones, algunos de los cuales han llegado hasta nosotros por vía oral. No es despreciable tampoco, la incorporación de vocablos quichuas y la influencia de ese idioma en la pronunciación diaria (eses silbantes en exceso, aspiración impropia de sílabas que se inician con vocal, etc.).[2]

Fidalgo también expresa que el conocimiento de la biografía de un autor y el contexto social ayudan a comprender la obra literaria. Es decir, el origen social de cada autor, su historia educacional y el tiempo que le toca vivir, nos permite analizar las influencias que esas marcas tienen en toda obra literaria. Esto no significa que tengamos que pensar en clases e instituciones sociales y, después, en las personas como sus simples representantes; por el contrario, en más de una oportunidad, existen autores que se desvían del mandato social recibido y traicionan a su propia clase[3]. Como sea, todos crecemos en relación con un modelo social, por lo que “el supuesto de la creación autónoma –el individuo creativo que actúa con completa libertad– es engañoso e ingenuo”[4].

Un dato importante: la primera imprenta en nuestra provincia comenzó a funcionar en 1856. Su propietario fue Macedonio Graz (en ese momento, diputado nacional en el Congreso de la Confederación en Paraná). El primer periódico fue un seminario dirigido por Graz y su tío, Escolástico Zegada (vicario foráneo de Jujuy), se llamó El orden y apareció el 6 de setiembre de ese año.

Debido a la tardía llegada de la imprenta a Jujuy y a la inexistencia de escritura entre los pueblos originarios, la producción literaria se realizó por transmisión oral y, en consecuencia, afirma Fidalgo, “no había interés en mantener el nombre del autor”. La literatura anónima incluye distintos géneros: la prosa en sus distintas variantes (leyendas, cuentos, mitos, relatos, etc.), pero el uso hegemónico está dado por la transmisión de versos (mayoritariamente por medio de la copla, aunque también por medio de glosas. Lo sustancial de esta poesía anónima, afirma Fidalgo, fue compilado por Juan Alfonso Carrizo en su Cancionero Popular de Jujuy, impreso originalmente en Tucumán en 1934.

Etimológicamente, copla deriva de la voz latina “copula”, unión, enlace. Y se la define como aquella composición poética breve que suele servir de letra en canciones populares. Es una de las formas más bellas y fecundas de la literatura española y tan antigua como la historia de la misma. Desde su origen fueron composiciones destinadas a ser puestas en música y cantadas en regocijos populares. Su carácter distintivo es la naturalidad. Por eso, rechaza las formas rebuscadas y los pensamientos alambicados. Las coplas que pudiéramos llamar “eruditas” son falsa expresión del género, y aunque muchos poetas cultos las hayan escrito, su virtud consistió en adecuarse a las características arriba señalada hasta el punto de disimular técnica y cultura del autor.[5]

Existen distintas variedades de copla que no las vamos a desarrollar aquí. Sí queremos expresar que muchas de ellas son construcciones dignas de cualquier antología, como las que transcribimos a continuación que –con justicia– figura en una selección de textos eróticos:

Paloma quisiera ser

y que me cace el halcón

que me derrame las plumas

y me coma el corazón.

Que el primer periódico estuviera dirigido por un diputado y un hombre religioso nos da la pauta de que para escribir (tanto en periodismo como en literatura) hace falta contar con ingresos fijos y seguros que brinden momentos para la escritura en un lugar y un momento en que dicha actividad no es reconocida como trabajo. Si el tiempo es dinero, entonces, el tiempo libre puede ser obra literaria.

En las conclusiones de su ya imprescindible libro, Fidalgo escribe sobre las personas que escribieron en Jujuy:

[E]n un comienzo lo hizo la minoría ilustrada, en especial miembros de la jerarquía eclesiástica, abogados, políticos de nota (incluso ministros y gobernadores). Cierto que tales cargos no tuvieron nunca en este ambiente la categoría que en otros; pero sólo por excepción trascendieron aquí en la literatura, personas con recursos modestos, de humilde ocupación. Esto determina y explica cierto tono general de conformismo, de literatura amable, un tanto académica, que critica sin golpear; que ocasionalmente ironiza pero no fustiga; que si pone en evidencia abusos o atropellos, lo hace tomando distancia, desde afuera, más por simpatía humana que por pasión de lucha. Algún autor que podría considerarse “comprometido” o “tendencioso”, realiza su obra con recursos poco evolucionados o modestos; con formas simples cuando no elementales.[6]

Si bien el autor no profundiza el origen social de los escritores, deja planteada la importancia de conocer dicha procedencia. Más adelante, él se refiere a sus contemporáneos (recordemos que su ensayo fue publicado en 1975) y expresa que “se invierten los términos de la relación: la mayor parte de los escritores son de modesta extracción o de clase media”. Y finaliza: “El proceso de democratización de la cultura se cumple (no sin altibajos) también aquí”[7].

Es interesante destacar la caracterización que hace Fidalgo de la producción literaria que él contribuyó a ordenar: por un lado, una literatura conformista, amable, académica; por el otro, una literatura que fustiga, que denuncia atropellos y que tiene pasión de lucha. De manera muy sutil, el ensayista armaba su propia genealogía: su obra tiene todas las características del segundo grupo.

Volvamos, por un momento, a la copla. En la década del noventa, Fidalgo publicó una nota en la que narra la siguiente anécdota:

[U]na cursante de la Facultad de Humanidades local que logró (ignoro mediante qué gestiones) viajar a España para intervenir allá en seminarios, encuentros y vaivenes similares, referidos a la copla. A su regreso, comentó “el éxito obtenido” antes quienes siguen investigando qué son esas cuartetas generalmente octosilábicas y asonantadas en los versos pares, desde hace más o menos mil años. (Para no andar con cuentas menuda y sin hacer entrar en el baile a los árabes). Lo cierto es que siguiendo el ejemplo de la joven alumna, intenté vender azúcar al Ingenio Ledesma y, después, hierro a Altos Hornos Zapla. Gestiones a las que debí renunciar tras quince días de ayuno.[8]

Quizás, para algunos, no sorprenda la ironía de Fidalgo, pero estoy seguro de que varios ignoran el carácter tajante de varias de sus intervenciones literarias; carácter que, en más de una oportunidad, significó el truncamiento de una carrera literaria. Un ejemplo de esto que afirmo es el que recuerda Fidalgo, en la misma nota recién citada, a “un profesor cuyos versos persiguen ostensiblemente la regularidad de las formas consagradas, pero que no soportan barquinazos de resultas de los cuales deberá acudirse al mecánico de automotores”. El campo literario –y esto lo vamos a ver enseguida– es un espacio de conflictos y tensiones.

En estas páginas presentamos una historia de la literatura de Jujuy. Escribimos “una” y no “la” porque sabemos que no tenemos el suficiente capital intelectual para ordenar, relacionar y ponderar toda la producción literaria de esta provincia. Es –nada más y nada menos– que una historia casi personal de nosotros como lectores activos y cómplices, más una dosis de sistematización académica que aprendimos a lo largo de nuestra formación[9].

Un primer acercamiento a nuestro objeto de estudio podría hacernos afirmar que existe literatura buena y literatura mala. Que hay escrituras tradicionales y escrituras rupturistas. Poemas costumbristas y folklóricos, por un lado, y, por otro, poemas urbanos y herméticos. En definitiva, una literatura prosaica y otra elevada. El esquema recién planteado es algo tremendista y poco digno para cualquier historia. En consecuencia, vamos a tratar de problematizar la cuestión.

La literatura folklórica, según Groppa, tiene varios modos de ser representada:

Podrían significar la representación de esta literatura Fausto Burgos, el primer tiempo de Domingo Zerpa, el quichuísta [Sixto] Vazquez Zuleta, Félix Infante (en tanto narrador), Fortunato Ramos y el “Chango” Toconás (estos dos últimos como recitadores, aunque ya fallecido Toconás). Todos ellos con variados tonos que van desde el escritor serio y buscador, indagador del medio y de sí mismo (Zerpa y Burgos, que recaló algunos años en la Puna jujeña en su vida rica de tucumano andariego), hasta los recitadores “costumbristas”, esa especie incalificable que con algo de dudosa juglaría deambula por Peñas y Casas de Comida, con mínima autenticidad, cuando no con un esmerado mal gusto.

La cita corresponde a Néstor Groppa y forma parte de su libro Abierto por balance (de la literatura en Jujuy y otras existencias)[10]. En esas breves líneas, el autor menciona varias categorías del campo literario: para empezar, la literatura folklórica que Augusto Raúl Cortázar define así a las “producciones de escritores que han ido a buscar asunto, ambiente, lenguaje o espíritu para sus obras, en la realidad folklórica”. Además, Groppa, califica a Burgos y Zerpa como escritores serios; en tanto que a los recitadores “costumbristas” los descalifica por la estética de sus producciones y da como (mal) ejemplo un poema de Fortunato Ramos[11].


Continuará


[1] Buenos Aires: La Rosa Blindada, 1975. Las ilustraciones del libro corresponden a Raúl Lara Torrez; en el libro no figuran los créditos por razones que explicaremos más adelante.

[2] Ibídem, pág. 8.

[3] Por ejemplo, Lucía Mallagray con su libro Heridas por la vida: Huérfanas, prostitutas y delincuentes. Control, disciplinamiento e integración social en Jujuy (1880-1920), San Salvador de Jujuy: EdiUnju, 2009.

[4] Raymond Williams, “La historia social de los escritores ingleses”, en La larga revolución. Buenos Aires: Nueva visión, 2003 [1961], pág. 231.

[5] Andrés Fidalgo, op. cit., págs. 14-15.

[6] Ibídem, págs. 189-190.

[7] Una cuestión a profundizar puede ser el origen social de los directores literarios de Tarja: Mario Busignani (abogado), Jorge Calvetti (en ese momento agente sanitario), Néstor Groppa (maestro) y el propio Fidalgo (fiscal). De todas maneras, la cuestión no es tan simple porque después Calvetti sería un periodista con cierta comodidad en Buenos Aires, en tanto que Fidalgo, antes de ser abogado, era suboficial del Ejército; sobre la trayectoria intelectual y social de este autor hay mucho para decir y es, actualmente, motivo de otra investigación.

[8] La nota ha sido recopilada en Francisco Maceiras y Andrés Fidalgo, Escritos casi póstumos de dos autores vinculados con la literatura de Jujuy. San Salvador de Jujuy: Ediciones Culturales San Salvador, 2003, pág. 73. El primer autor es el seudónimo que Fidalgo utilizó en varias oportunidades.

[9] La tarea de censar la literatura ya ha sido analizada por Groppa, quien afirma: “El camino a seguir se abre en dos. Tomo el del catálogo, el camino de “guía telefónica”, aquel de nombres y monótonas enumeraciones, o bien tomo el camino de cornisa que permite visiones amplias, significativas y a la vez simplificadoras durante la contemplación de zonas con el tiempo tenido” (Abierto por balance: De la literatura en Jujuy y otras existencias, San Salvador de Jujuy, Buenamontaña, 1987, pág.13).

[10] San Salvador de Jujuy: Buenamontaña, 1987, pág. 30.

[11] El texto forma parte del libro Poemas costumbristas de un maestro rural. Humahuaca, sin fecha de edición, es probablemente de 1973. La obra cuenta con la adhesión del Bloque de diputados Justicialistas de la Honorable Cámara de Diputados de Jujuy.

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