sábado, 27 de agosto de 2011

Piedras, editores y otros sujetos de moral dudosa

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejo,
si es que entonces quedó alguna piedra.
(Joaquín Pasos, “Canto de guerra de las cosas”).


Néstor Groppa, creador de la editorial de la UNJu

Es posible que muy pocas personas conozcan los versos que acabo de citar. Pertenecen a Joaquín Pasos (Nicaragua, 1914-1947) y están incluidos en su único libro Poemas de un joven (FCE, 1962). Parto de este poeta porque me parece emblemática su historia: formó parte de un país atrasado, como nosotros, vivió tan solo 33 años en los que no llegó a ver su obra publicada (“Sólo poetas, putas y picados conocieron sus versos”, expresó en un verso memorable Ernesto Cardenal que después musicalizó Joan Manuel Serrat) y, sin embargo, su obra trasciende.

¿Por qué digo que trasciende? Porque sus poemas están incluidos en las más importantes antologías latinoamericanas. Porque su único libro tiene un prólogo muy esclarecedor de Cardenal. Repito lo que dije antes: es posible que pocos conozcan la obra de Joaquín Pasos, pero estoy seguro de que todos saben de la importancia del prologuista para la poesía de idioma español.
Quizás, la práctica concreta de una política editorial sea lo que les acabo de contar: un poeta reconocido rescata del olvido a otro autor por medio de un prólogo que contextualiza, pondera y posiciona al poeta olvidado. Esta acción –nunca estará de más decirlo– va acompañada de un sello editorial que otorga prestigio ( en este caso el FCE).
La segunda cuestión, entonces, es cómo armar un sello editorial que otorgue respaldo a sus autores. Creo que para lograr este objetivo hay que cuidar extramadamente la edición. Esto es: corregir, mejorar lo más que se pueda el estilo, buscar una diagramación adecuada al contenido y –quizás lo más importante– armar un catálogo coherente al perfil de la editorial.
El catálogo es importante no sólo por lo que se publica; también es importante por lo que no publica. Me explico: si yo soy editor de la Universidad, debo armar un catálogo con obras que estén directamente ligadas con la cultura universitaria (trabajos de investigación, obras literarias muy bien escritas y obras de divulgación científica). Esto que digo parece una obviedad, pero creánme si les digo que en la actividad concreta no todos entienden esto. Están los que se presentan a la editorial y dicen que son parientes del rector o (lo que es casi lo mismo) que han colaborado en su campaña política para que el supremo jefe ocupe el lugar que bien se merece.
En más de una oportunidad he recibido a sujetos con esa prepotencia del acomodo. Cierta vez, harto de la insistencia de un mal escritor le contesté que el rector tenía una idea general de toda la Universidad, pero que en el producción de libros el responsable era yo. Que su obra ya había sido rebotada dos veces por el comité editorial y, si él no aceptaba los cambios sugeridos, tendría que buscarse otra editorial.
Llegados a este punto nos conviene definir qué es un editor. Un editor es alguien que, a menudo, tiene que convivir diariamente con diseñadores gráficos que se creen artistas incomprendidos, autores que sienten que ocupan el lugar dejado vacante por Borges, imprenteros que buscan sacarte ventaja con respectos a los insumos, libreros que te miran con desconfianza cuando le llevás una obra de un autor local, abogados que colocan tantas claúsulas en el contrato de edición que, cuando firmás, sentís que estás vendiendo tu alma al diablo, contadores que te entregan el cheque para la edición meses después de que el libro fue presentado y otros personajes similares que forman parte de las delicias de la vida laboral.
Volvamos a la importancia del sello editorial. El sello más importante del fin de milenio fue el de nuestra Universidad. Y aquí hay que destacar la tarea ejemplar de Néstor Groppa, el creador, empujador y, cuando llegó el caso, el que plantó la renuncia cuando veía que la cuestión laboral empezó a resultar insostenible.
Un sello resulta importante cuando tiene un catálogo que enorgullece a sus editores. Un sello será dudoso cuando se averguence de algunos títulos que publica o los niegue públicamente. La construcción de un sello prestigioso se realiza de manera lenta y sostenida. Tan importante como determinar qué títulos se van a publicar, es explicitar aquellos que no se quieren publicar. Los sellos que publican según la lógica del dinero a lo sumo pueden aspirar a un lugar en la literatura comercial. No niego su derecho a existir, pero digo que no es la empresa que a mí me interesa mirar. Tampoco me parece mal que una editorial gane algún dinero. Pero esa ganancia tiene que ser una consecuencia del armado de un buen catálogo. Nunca se debe armar un catálogo que marque los pasos que dicta el gobierno o el poder de turno (hablo de los familiares que me visitaban y empezaban con una frase gastada: “Dice el rector”).
Por otro lado, gestionar una editorial con un espíritu transgresor es una actividad que muy pocas personas están preparadas para desarrollarla. Y lo peor que puede ocurrirle a una propuesta editorial que busque ser subversiva en el campo intelectual es tener éxito.[1] Porque de esa manera su espíritu buscará –conscientemente o no– repetir ciertas fórmulas que le hicieron conocer las mieles del éxito y es, en ese preciso momento, que su rebeldía se transforma en norma. La consecuencia lamentable es que toda la invención subversiva original se transforma en aquello que sus editores decían combatir.
Pero entonces, ustedes se preguntarán si una editorial transgresora es posible. Si vale la pena intentar subvertir el estado actual de las cosas. Si todo no está cooptado por el mercado. La cuestión –me parece– es mirarse críticamente y responder: ¿qué estoy haciendo?, ¿responde lo que hago a mi voz interior?, ¿estoy traicionando los ideales que me llevaron a escribir, a editar, a amar la literatura?
Esta sociedad parece condenar de antemano todo intento de subversión, pero eso no significa que tengamos que renunciar a nuestros ideales. Me explico: toda nuestra educación nos prepara para vencer. Desde nuestros padres que nos decían: “Estudiá para que seas alguien en la vida y la gente te respete”; no decían estudiá para que te superes vos mismo. Ni hablar de las competencias que existen en algunos colegios para determinar quién llevará la bandera y estupideces por el estilo. Desgraciadamente, estamos educados para vencer, no para cooperar. Me pregunto, entonces, ¿no será mejor cooperar aunque seamos el último orejón del tarro de la cooperación?, ¿qué hay de malo en ser el último de la fila?
Creo que las vanguardias literarias le han hecho mucho bien al arte en general. Han ampliado el horizonte estético y abierto nuevos caminos, pero –me pregunto– si ese modelo que abrió todo el siglo XX sigue aún vigente. Quizás no. Quizás estamos entrando en otro tipo de modelo, aunque el viejo aún se resiste a ser enterrado definitivamente.
La idea del pelotón que se filtra por las líneas enemigas para golpear en el corazón del adversario ya está decadente. A lo mejor tenemos que confundirnos con las personas comunes que caminan por nuestras calles. Ser, como bien lo había definido Walter Benjamin, un perfecto paseante: “Estar fuera de casa, y sentirse, sin embargo, en casa en todas partes, ver el mundo, ser el centro del mundo y permanecer oculto al mundo, tales son algunos de los menores placeres de esos espíritus independientes, apasionados, imparciales, que la lengua sólo puede definir torpemente”.
Postulo, por la tanto, la existencia de pequeñas editoriales independientes que se contrapongan a los postulados oficiales. No por una opisición dogmática, pero sí para garantizar una diversidad literaria. ¿Hace falta decir que este modelo de editorial independiente debe tener una autonomía de cualquier tipo de poder? Hace falta porque deben tener una creciente autonomía para no ser cooptadas, para que el poder nos las envuelva.
Hablo de pequeñas editoriales que tengan fluidez para desplazarse, “para burlar los controles y hacer temblar la estructuras”, como define Ricardo Pochtar al término “Alternativo”[2]. Hablo de diversidad literaria y no de autores que corren a escribir los que los lectores o editores –o, lo que es peor, el mercado– le piden que escriban. Hablo de diversidad y no de búsqueda de un best-seller. Los autores que ceden a la presión del mercado no tienen pudor en abrazarse al cheque que les ofrecen. Nos tienen verguenza: se muestran complacientes frente a los concursos. Posan para las fotos para que otros escritores los envidien o, en el mejor de los casos, los admiren.
La diversidad literaria, por el contrario, nos permite reflexionar y ganar en autonomía. No convertirnos en dependientes del poder. Sí en constructores de ciudadanía. La reflexión nos empuja –necesariamente– hacia el camino de la creatividad, hacia la instación de valores éticos, hacia la defensa de los derechos humanos. La diversidad, para Jesús Martín Barbero, está muy ligada con el concepto de comunicación plural:

Frente a ese tramposo pluralismo, que cofunde diversidad con fragmentación, y al fundamentalismo de los nacionalistas étnicos que transforman la identidad en intolerancia, comunicación plural significa el reto de asumir la heterogeneidad como un valor articulable a la construcción de un nuevo tejido de lo colectivo.[3]

Hablé de editoriales que posean fluidez; hablé de la importancia de reflexionar. Digo, entonces, que toma mucha importancia la gestión que pueden hacer estas editoriales independientes y la reflexión sobre esa importancia.
Gestión y reflexión, por lo tanto, son dos práctica necesarias. Hasta el momento, muchos hemos estado más preocupados en la forma de gestionar nuestras editoriales, ahora, gracias a la oportunidad de este foro, tenemos que preocuparnos también de reflexionar. Romper con esa idea de que “los que hacen  no reflexionar y los que reflexionan no hacen”. Toda gestión editorial merece ser reflexionada.
No dudo de que estamos aún en una etapa inaugural de la profesionalización de la edición en esta región. Es posible que aún nos esperen pruebas mucho más dura que las que hemos superado, pero ya el sólo hecho de estar reflexionando y gestionando constituye un horizonte prometedor que nos empuja hacia adelante. De esta manera, trataremos de llegar a viejos con nuestras editoriales; no arrojaremos piedras, las respetaremos; como nos respetaremos más entre nosotros.

(Este texto fue leído en el 1er Simposio Regional sobre la Literatura del Noroeste Argentino, organizado por la Universidad Nacional de Jujuy, en San Salvador de Jujuy, el 19 de octubre de 2010. El título con el que se expuso fue “Política editorial, políticos y editores”.)




[1] Al respecto, afirma Elfriede Jelinek que “el peor lugar para un artista es la fama y que la marginación es el lugar del escritor”, en “El hábito de la irreverencia”, revista Ñ, Clarín, Buenos Aires, sábado 5 de febrero de 2005.
[2] En Hugo E. Biagini y Arturo A. Roig (directores), Diccionario del pensamiento alternativo. Buenos Aires: Biblos, 2008.
[3] Jesús Martín Barbero, “Comunicación: el descentramiento de la modernidad”, en revista Anàlisi, n° 19, Universidad Autónoma de Barcelona, 1996: 94.

FeedBurner FeedCount