viernes, 12 de noviembre de 2010

Todo discurso es político


Fotografía: Paula Soruco 
La muerte de Néstor Kirchner nos permitió ver la gran número de políticos que lo querían (como si fuese un padre, manifestaron más de uno), declaraciones que hablan de “rendir un justo homenaje” y pero que no explicitan cómo lo van a realizar, emotivas cartas privadas donde se hacen públicas lágrimas por la pérdida del referente y otras babosadas por el estilo.
Abundante avisos gráficos (los dueños de las imprentas y los responsables de publicidad y de los obituarios de los diarios están más que agradecidos) señalan, además, del impacto que produjo la muerte de un ex presidente, la enorme capacidad sentimental de nuestra clase política que hasta antes de la crisis del 2001 ignoraba cómo se pronunciaba el apellido que comienza con K y quién era ese dirigente que venía del lejano sur.

El rey está desnudo, el político es feo. Un viejo cuento nos enseñó que muchas veces los cortesanos temen decirle al monarca de que su mejor traje es, en realidad, la sola piel. Muchos de nuestros políticos locales cometieron el peor de los pecados que pueden cometer: se creen lindos. Sienten que las mujeres los miran y creen que es por la pinta que derrochan; reciben una atención preferencial y lo atribuyen a su carisma personal; nunca se les ocurrirá pensar que es por el cargo que detentan.
Sólo esta creencia puede justificar que se repitan hasta el hartazgo cierto avisos en los diarios locales donde aparecen los retratos de los intendentes hasta para saludar a las madres en su día. No tengo autoridad para decirlo, pero sospecho que el modelo de hombre que nuestras matronas anhelan no es precisamente el que encarnan los políticos que supimos votar.
Si uno busca un discurso político tiene que remontarse a un libro de historia. Lo que se publica en las secciones de política es sólo noticias de políticos pero no noticias políticas. Nuestros diarios hablan de lo que hacen los políticos, pero no hablan de la política como herramienta del poder, como un instrumento capaz de darles más autonomía a sus ciudadanos, para que éstos cuestionen, incluso, las metidas de pata de los propios políticos. Pero lo anterior, quizás, ya es demasiado para las anteojeras de nuestra dirigencia.
Uno puede disentir con los contenidos de los discursos de Guillermo Snopek, José Humberto Martiarena, Horacio Guzmán, Avelino Bazán o Próspero Nieva, pero no puede negar que sus discursos eran políticos. Lo que nos quedó –lo que supimos heredar– es un número de empresarios que dicen que son parte de tal partido y nada más. Podríamos hacer el ejercicio de sacar los nombres propios de los dirigentes y mezclarlos y veríamos que cualquiera puede integrar la lista de cualquier partido.
No estoy reclamando el regreso de los muertos vivos. Estoy pidiendo algo que debería la norma: que los políticos hablen de política, así como los futbolistas hablan de fútbol, los que hacen ikebana de ikebana y los sangucheros de sánguches. Si permitimos que los empresarios se apropien del discurso político, vamos a permitir que nuestras vidas tengan esa poética, una poética de la mediocridad.



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