martes, 30 de diciembre de 2008

Un año intenso

Se va este año que fue muy intenso por distintos motivos.


Las muertes de Andrés Fidalgo y José Luis Mangieri son hechos que todavía duelen. Los dos marcaron un camino que nadie puede dejar de ver. Libros, una corriente clara de pensamiento y una lucha intachable en defensa de la libertad: he aquí tres características de ellos que todos –o casi todos– quisiéramos tener.


Mirar lo que Andrés y José Luis han hecho nos obliga a mirar lo poco que hace cada uno. Me comparo con ellos y sé que soy un enano intelectual. Pero sé, además, que mi camino está marcado por algunas señales que dejaron. No sé hasta dónde llegaré y no me importa.


Dije que fue un año intenso. Conocí poetas que nunca había pensado conocer, hablé con otros que recién están empezando. Me hice amigo de unos y me peleé con otros. Como sea, no creo en peleas eternas ni tengo recetas para la felicidad, como dice una letra de Jorge Drexler. Tengo, eso sí, algunas fotografías de amigos que están en mi pared de maestros y eso me basta.


Escribo este blog que se pierde en este fin de año y, de alguna manera, eso me permite repasar marcas que tengo en la memoria.


Rememorar y escribir: dos cosas que hacen que la vida sea intensa. Y una tercera: saber que, cada tanto, alguien lee estas líneas me permite tener de ganas de brindar. A todos los que siguen El norte del sur, entonces: ¡salud!

miércoles, 24 de diciembre de 2008

El pasado que se niega a pasar

Primero fue la noticia que informaba sobre nuevas querellas relacionadas con los delitos de lesa humanidad cometidos por la última dictadura en Jujuy. Después, varios periodistas me escribieron solicitando información sobre Tulio Valenzuela. Por último, esta mañana, Estela Fidalgo (hermana de Alcira, primera esposa de Tulio) me mandó un mensaje en el que me informaba que había aparecido la hija apropiada de su ex cuñado. Todo esto me sacudió emocionalmente.


Paralelamente a estas acciones, yo estaba tratando de cerrar mi año laboral. Hablo en pasado, pero todavía no lo cerré. Tengo que rendir cuentas sobre una obra de teatro que escribió Federico Leguizamón y otra de danza que no llegó a realizarse. Tengo una cuestión personal con los profesionales de la economía y ellos esperan que yo me equivoque.


Por otro lado, quiero escribir historias que no me dejen atado a las narraciones de las situaciones límites ocurridas entre 1976 y 1983, pero siempre vuelvo a ellas.


Cuando leí que Laura Margarita López se había presentado como querellante por la desaparición forzada de su madre, Juana Francisca Torres Cabrera, sentí una emoción que mezclaba alegría y dolor. Algunos de ustedes saben que escribí un libro sobre la dictadura de Jujuy, en esas páginas figura un capítulo denominado “Las maestras y la cadenita”. Ésa fue una de las historias que escribí llorando. Les pido disculpas porque no puedo evitar citarme:

Hay algo más intenso que la tortura en el propio cuerpo: el dolor en el de un ser querido. Seguramente eso pensaron [Ernesto] Jaig y sus esbirros cuando amenazaron a Juana con apoderarse de su beba; ellos pretendían hacer "cantar" a la detenida. ¿Tenía ella alguna información importante para los represores? ¿Estaba comprometida con algún grupo revolucionario? Es posible que sí, aunque nada permite confirmarlo. Pero, hay algo que no admite dudas: ella sabía bien cuál sería su fin. Por eso, le entregó a Gladys [Artunduaga] una cadenita: "Para mi hija, para cuando sea grande".


Cuando escribí el libro no sabía cuál era el nombre de la hija de Juana. Conocí a pocos hijos de detenidos-desaparecidos, pero siempre sospeché que un feroz hachazo se había incrustado en sus subjetividades. Ahora, quiero llamar a Laura; felicitarla por el valor de haber asumido la búsqueda de la verdad, contarle la historia de la cadenita porque seguramente fue incautada por algún carcelero y decirle que no todo está perdido.


Paso a la historia de Tulio. Él había estado casado con Alcira Fidalgo, nuestra poeta detenida-desaparecida. Después volvió a estar en pareja y de esa unión nacieron, presuntamente, mellizos. Se cree que el varón murió a los pocos días, en tanto que la hija, Sabrina, fue entregada en adopción (el final de Tulio y su segunda esposa fue trágico). Hace unos días, las Abuelas de Plaza de Mayo confirmaron que Sabrina había encontrado su verdadera identidad.


He tratado de reconstruir la vida de Alcira y sé lo importante que fue él para ella. Todos sabemos lo importante que son los seres queridos. Estamos unidos a ellos de múltiples maneras. Por eso, Juana intentó dejarle una cadenita a Laura, un simbolo de la unión entre ambas.


Es casi seguro que aquella cadenita ya no exista. Que sus eslabones estén desperdigados. Pero lo que nos demuestran Laura, Sabrina y los hijos que buscan cerrar las heridas de la peor dictadura que tuvimos que soportar es que no todo está perdido.


Ellos son los eslabones de una historia que no termina de pasar.


Fotografía: Casamiento de Tulio Valenzuela y Alcira Fidalgo, San Salvador de Jujuy, 1970. Imagen tomada del libro de poemas Oficio de aurora (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2002) de Alcira Fidalgo.

Nota publicada en El Tribuno de Jujuy del viernes 26 de diciembre de 2008.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Editores

Desde hace algunos años tengo la costumbre de criticar por escrito. Lo hago por dos razones: en un debate me arrebato y, además, mi escritura es tan lenta que esa lentitud me permite ensayar alguna reflexión.

Digo esto porque hace unos días, después de participar en el Festival de Poesía del Norte Grande que organizó la Secretaría de Cultura de Salta, manifesté mi disconformidad por la antología que hizo la editorial Hanne y por el prólogo de Gregorio Caro Figueroa. Al primero le reproché la falta de reciprocidad hacia los poetas que le enviaron sus poemas; al segundo, que calificara de generosa la participación de la citada editorial cuando ni siquiera había retribuido a cada autor con un libro.

Después, recibí respuestas de ambos. Caro Figueroa me expresó que recién tomaba conocimiento del asunto y él creía que la editorial iba a entregar por lo menos seis ejemplares a cada autor. Unos días después, Verónica Ardanaz, colaboradora de Caro Figueroa, mandó un mail informando que la cantidad de libros se reducía a un ejemplar.

Víctor Hanne también contestó mi reclamo. Él se excusó con el siguiente argumento:

La señorita, la niña, a quien pedí por favor que atendiera esa mesa, no tenía los conocimientos ni el manejo de las relaciones como para brindar una respuesta satisfactoria y espero Ud. sepa entenderlo y disculparla.
Es decir, tiró la pelota para otro lado. Es una lástima que él no haya pensado en la relación con los autores de la antología que editó.

Es interesante, por lo tanto, volver a pensar cuál es la función de editor. La tarea básica de este tipo de profesión es tratar con escritores que a veces tienen el ego demasiado desarrollado ("hay varios autores que se creen que son Borges", dijo el Carlos Gazzera, el editor de la Universidad Nacional de Villa María, en aquella reunión de Salta); imprenteros que buscan sacar la mayor ganancia a sus máquinas; libreros que miran con desconfianza a todo libro que no signifique una ganancia rápida; funcionarios públicos que buscan promover políticas culturales que dejen una marca en las historias de las instituciones; distribuidores que, por lo general, son los que llevan la mayor parte de lo que recauda y otros profesionales (diseñadores, correctores, etc.) que nos hacen pensar que es casi injusto que al autor de un libro le corresponda el diez por ciento del precio de tapa del libro. A lo mejor, por eso Víctor Hanne considera innecesario establecer buenas relaciones con los autores.

La antología que trata esta nota se realizó con extrema rapidez. Hubo una cantidad de ejemplares que fueron entregados a la Secretaría de Cultura de Salta, pero faltó una actitud similar hacia los escritores. Por otro lado, el editor no consideró importante la relación que debe establecer con los escritores. Por eso, el confío esa relación a una señorita ("una niña") que no estaba capacitada para hacer esa tarea.

Concluyo esta nota con lo que le contesté a Víctor Hanne: la culpa no es de la señorita.

Fotografía: Escritores en el Festival de Poesía del Norte Grande (¿quién pagó el libro que está en el centro de la imagen?). Gentileza del blog La nebulosa de fercita.


lunes, 15 de diciembre de 2008

Respuesta a un editor

Estimado Víctor M. Hanne:

Recibí su invitación y celebro su rapidez, pero no puedo dejar de expresarle mi disconfomidad con su trato hacia los poetas que integran la antología. No crea usted que estoy hablando en representación de ningún grupo, apenas hablo por mí -si bien pienso que esta disconformidad es un sentimiento generalizado.

Usted presentó un proyecto a la Secretaría de Cultura de Salta y ese gesto ha sido calificado como generoso de su parte por el mismo Gregorio Caro Figueroa. Me parece muy bien que se establezcan relaciones entre una institución oficial y una empresa privada, pero creo que esas relaciones no deberían dejar de lado a una parte importante de todo hecho cultural: a los autores.

Digo esto porque los poetas tuvieron que pagar para obtener un ejemplar. Los escritores son, sin dudas, muy buenos compradores de libros; pero no por eso deben ser confundidos por parte de un editor. No dudo que esto usted lo sabe muy bien: por un lado, están los autores de una obra y, por otro, están sus lectores o, si prefiere, los compradores de libros.

A menudo, el trabajo intelectual no es reconocido por algunas instituciones y determinadas empresas privadas. Muchos consideran al escritor como un trabajador fuera del sistema laboral y, como el personal de limpieza que trabaja en muchos hogares, no recibe un salario digno.

Cuando la Secretaría de Cultura convocó a los autores para enviar un poema y un breve CV en ningún momento expresó la convocatoria que cada autor tenía que aportar dinero si quería tener un libro donde figuraban versos de su autoría. No me voy a meter en cuestiones legales (o no lo haré por ahora); si quiero decir que usted debería haber entregado -en un gesto de reciprocidad antes que de generosidad- por lo menos un ejemplar de la antología a cada autor que posibilitó la existencia de ese libro.

Entiendo que una empresa privada no tiene por qué ser generosa. Nadie le pide eso. Sí le reclamo a la Secretaría de Cultura que no le otorgue ese título a alguien que para "recuperar costos" (así me lo expresó una vendedora de la citada antología) tiene que cobrar a los propios autores.

Sé muy bien que muchas veces las ediciones se gestan con el aporte económico del autor y el trabajo solidario del editor, pero esa gestación está pautada desde el vamos entre la editorial y el autor. Esas gestaciones las encaran, a menudo, las editoriales independientes que funcionan por fuera del circuito comercial.

Lo vuelvo a felicitar por su rapidez y agradezco tardíamente su invitación. Por mi parte, lo invito a reflexionar sobre la situación que usted planteó: ¿le parece bien que el autor de un poema reciba una invitación para pagar y así leer su propia obra impresa? ¿Usted le pediría a un trabajador de limpieza que pague por barrer los talleres gráficos donde imprime tan rápido los libros?

Atentamente.

Reynaldo Castro

Leer el doble prólogo de la antología: la presentación del editor, Víctor Hanne, y un texto del Secretario de Cultura de Salta, Gregorio Caro Figueroa.

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