domingo, 27 de julio de 2008

Última noticia sobre Andrés Fidalgo

Esta nota fue publicada en la hoja literaria del diario Pregón, San Salvador de Jujuy, 10 de agosto de 2008.

Nunca podré pagarle a Andrés Fidalgo por todo lo que hizo por mí. Presentó mi primer libro. Escribió sobre una antología que edité y que incluía a poetas emergentes. Compartimos comidas y bebidas para sus cumpleaños y otras fiestas de guardar. Y, por encima de todo, fue un amigo generoso.

Un amigo es alguien que no puede estar ausente en dos momentos importantes de la vida: cuando uno tiene problemas de amor o cuando falta el dinero.

Quizás porque teníamos mucha diferencia de edad, nunca hablamos de cuestiones amorosas, por otro lado, él era muy pudoroso para hablar de ese sentimiento. Me acuerdo que cuando me casé, Nélida, su compañera, le dijo a mi mujer que podían prestarnos dinero porque no ignoraban que empezar una familia siempre es algo difícil. Aunque no nos hubiese venido mal un préstamo de ese tipo, lo rechazamos porque sabíamos que lo que es fácil no es especial. Nunca hablamos de este tema con Andrés por culpa de un maldito pudor que también me domina.

Me enseñó a escribir sobre la represión dictatorial en Jujuy. Casi me llevó de la mano por territorios de la memoria y me señaló el norte de este sur. Aceptó dirigir la revista Nadie olvida nada que editamos para las madres y familiares de detenidos-desaparecidos de esta provincia y, además, colaboró con otros compañeros que también están agradecidos.

Después, cuando casi no le quedaban fuerzas (Nélida había muerto a fines del 2005) y su cuerpo estaba ya muy cansado, nos preparó para su despedida. Nos recibía y casi no hablaba, continuaba con sus lecturas y sólo al final de la visita se excusaba. Decía que así fue nuestra amistad, que nosotros no necesitábamos palabras para saber que podíamos contar el uno con el otro. Eso hacía que yo inevitablemente me acordara de nuestros pudores.

Hace un mes lo visité en la clínica donde estaba internado; ya no podía hablar. Entonces, apreté su mano izquierda y le dije que estaba ahí, como siempre había estado él cuando las papas quemaban. Su mente siempre fue muy lúcida por lo que sabía que se estaba yendo. Por otro lado, Andrés fue un ateo confeso y no esperaba nada después de la muerte. En ese momento, lamenté no ser un creyente para ilusionarme con otra forma de vida.

No es fácil vivir sin un amigo. No hay quien lo reemplace porque si el dinero va y (sólo a veces) viene, los males de amor siempre acechan.

Es difícil aceptar que no hay resurrección. Lo acepto por varias razones que no voy a detallar. Sí quiero destacar la más importante: si habría vida después de la muerte, Andrés –sin ningún tipo de pudor– ya hubiera encontrado la forma para hacer circular esa noticia.

Imagen: Perfil del escritor realizado por Alcira Fidalgo, incluido en su libro Oficio de aurora (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 2002).

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