jueves, 27 de octubre de 2011

Las flores de Nélida

Ayer se condenaron a doce genocidas a prisión perpetua, entre ellos a Alfredo Astiz. Todos sabemos, en líneas generales lo que hicieron estos criminales; pero varios desconocen cómo impactó aquel genocidio en nuestros vecinos. Por eso, vamos a rescatar esta nota que fue publicada en el número 7 de la revista Nadie olvida nada, en marzo del 2006.



José Luis Mangieri, Nélida, RC e Inés Peña, marzo de 2004

“¿Alcanzaré a verlo?”, me interrogó con gran esfuerzo y no supe qué contestarle. En sus últimos días, Nélida ─la compañera de toda la vida de Andrés Fidalgo─, apenas podía hablar. Una enfermedad terminal se había apoderado de ella, de manera evidente, en la primera mitad del año pasado.

Es probable que el tumor maligno haya empezado el 20 de noviembre de 1974, el día que Andrés fue detenido por personal de la Policía Federal y quedó a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Si esto fue así, la flor del mal creció en 1976, durante la segunda detención del abogado defensor de presos políticos. No tengo dudas de que flores malignas se metieron en el cuerpo de Nélida el 4 de diciembre del año siguiente, cuando su hija mayor, Alcira, fue secuestrada por Alfredo Astiz en la entrada a un cine de Buenos Aires.

Entonces, el matrimonio Fidalgo estaba en su accidentado exilio de Venezuela (allí trabajaron duramente y uno de ellos se enfermó de dengue). La desaparición de Alcira, fue sentida por ambos como una muerte recién podada. Esa manera de morir ─es decir, ser desaparecido─ floreció con más muertes; digamos, con alrededor de treinta mil muertes.

¿Cómo pelearon los Fidalgo contra las flores del mal? Andrés, con sus mejores armas: las palabras; el escritor tomó datos, clasificó y escribió un libro fundamental donde se apoyaron varios trabajos de memorias. Nélida, por su parte, no sólo hizo habeas corpus cuando los abogados que debían hacerlo estaban presos o atemorizados; también se sumó a otros familiares de detenidos-desaparecidos en una lucha desigual contra los dictadores. Y, cuando la dictadura empezó a tambalear, los dos volvieron al país.

Una vez en su casa, Nélida limpió, ordenó y ─una cuestión fundamental─ llenó su jardín con flores de distintos colores.

Un buen día, cuando Andrés estaba por terminar su libro sobre la dictadura en Jujuy, ella me propuso publicar el libro de poemas de Alcira. Yo, que creía que iba a tener una tarea sencilla (para alguien que tenía alguna experiencia en la edición de libros de poemas), me sorprendí con lo que me esperaba. Nunca vi a una madre con tanta dedicación y esmero con las cosas de las hijas. No sólo edité el libro de poemas Oficio de aurora, aquel impulso me llevó a recopilar, editar y publicar un libro de las integrantes más activas de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de esta ciudad. Y, como si fuera poco, también armamos esta revista que sólo faltó, en diciembre pasado, a la cita con sus lectores. El huracán Nélida, además, alcanzó para la producción del video documental que dirigió Ariel Ogando y que tomó el nombre de esta publicación.

Ahora ella no está. No podrá ver el libro que tendrá por título, no gratuitamente, Andrés Fidalgo: Una marca en la memoria. En sus páginas habrá poemas escritos en servilletas que Nélida sacaba clandestinamente de la cárcel. Son textos de dolor, es verdad; pero también de esperanzas por un futuro mejor.

“No sé si vas a poder ver el libro”, le contesté. “Sólo sé que va a ser un libro editado con mucho cuidado, respeto y amor. Andrés se lo merece; sus lectores se lo merecen”. Esas deben haber sido las últimas palabras que pude decirle a Nélida. Ella asintió y apenas sonrió. Nélida no verá el libro. Nosotros lo haremos y, en cada jardín, veremos su jardín.

Un jardín con flores de todos los colores.


San Salvador de Jujuy, 7 de diciembre de 2005.

miércoles, 5 de octubre de 2011

La ambición extrema

¿Quién no ha querido escribir el poema que lo redima? ¿Quién no ha querido escribir la página imposible de escribir? Por eso, el bueno de Ciorán escribió: "Somos fervientes de la obra abortada, abandonada en el camino, imposible de concluir, minada por sus propias exigencias". Hay que ser muy lúcido para entender que esa imposibilidad es lo que nos empuja a escribir. Que ser poetas es un manera de comportarse en el mundo. Una manera de caminar. O, para decirlo con una palabra altisonante, una ética. Y detrás de toda ética hay una estética. Ya sé que parece confuso esto que escribo. Pero, por favor, créanme, es preferible ser oscuro y no atarse a lo que peligrosamente nos acostumbra la rutina. Es preferible la ambición extrema, imposible de lograr, y no la mediocridad que siempre nos peina con sangre.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Ilob de Paula Soruco

Tapa del libro
Las editoriales Black & Vermelho (Buenos Aires) y Perro Pila (San Salvador de Jujuy) invitan a la presentación del libro de poemas Ilob de Paula Soruco. El para nada solemne acto será en el Centro Cultural Héctor Tizón (Hipólito Yrigoyen esq. Junín), el jueves 29 de setiembre, a horas 20. Conjuntamente se inaugurará una muestra de dibujos de Bruno Rojo y otras actuaciones imperdibles (performance de Charlee Espinosa y sus ADN shockitos, Mistol Algarroba y sus canciones + Dj Mendoxa y fotografías de la mismísima poeta y de Walter Mendoza).
Ilob (coedición de Perro Pila y Black & Vermelho, 2011) de Paula Soruco (PS) es quizás el libro de poemas más radical del conjunto de autores de este nuevo milenio. Los poemas componen este libro, cuyo título ya es desconcertante para el lector ingenuo, están realizados con total libertad de los mecanismos inconscientes que rigen en la vida de toda actividad creativa. Al igual que su título, cada verso exige una posición activa del lector (¿es que acaso existe otra posición para el buen lector de poesía?) y su autora sabe que corre un riesgo grande. Por eso, ella violenta al lenguaje, rompe con normas de sentidos y crea su verdadera posesión: el riego de escribir. Así, PS es capaz de hablar sobre “una avenida en rojos donde todo se va poniendo verde sin que nunca nunca tengas que frenar”. Esa vertiginosidad de la imagen es la transformación de una realidad por medio de las palabras. La realidad que se puede leer en estos poemas es inseparable de los que ellos son en el continuo cambio.
Con una escritura ágil, los textos de este libro logran ampliar el horizonte estético al que estábamos (peligrosamente) acostumbrándonos. Para despertarnos de la modorra local, PS escribe textos que desencadenan palabras. Des-encadenan palabras, lo repito, por si quedan dudas. Ella borra los límites espaciales y marca, de alguna manera, los extremos que permite tocar la poesía:

“Piernas haciéndose nudo con otras piernas. Dormir trenzados y amanecer, en el cuerpo de la conciencia de la trenza. Ese tipo de elasticidad para llevar. Erguidos y lejanos continuar trenzados y que lluevan meteoritos. Vos allá, yo acá.”

Sobre la autora:
PS, autorretrato con sombra
Nació en Jujuy. Residió (y reincidió) varios años en Córdoba, donde se recibió de Psicóloga. Anteriormente, publicó Illinois (Córdoba, La Creciente, 2005) y Cornisa (Córdoba, Llanto de mudo, 2008). Poemas de PS forman parte de las siguientes antologías: Espuma de rabia: plaqueta de poesía perra (Córdoba, La Creciente, 2003), Poetas argentinas 1961-1980, compilado por Andi Nachon (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2008), Quince – Antología de poetas mujeres de Córdoba (Córdoba, Tinta de Negros, 2010), Once – Salpicón de poesía jujeña (San Salvador de Jujuy, Intravenosa, 2011) y Peligro inflamableAntología de poesía contemporánea (Buenos Aires, Folia ediciones, 2011). Es, además, fotógrafa. Ejerce su profesión universitaria en el barrio separatista de Alto Comedero, San Salvador de Jujuy.





domingo, 4 de septiembre de 2011

Lectores 3.0


Los lectores no son lo opuesto a los escritores; son complementarios: los unos no pueden existir sin los otros, aunque a veces los lectores llegan tarde al encuentro.
Los buenos escritores hacen escuela. Los buenos lectores, a lo sumo, son difusores; pero no por eso son menos importantes.
Los que leen son paseantes en ciudades extranjeras. Algunos se pierden y, con gusto, viven en sus laberintos. Otros son callejeros que arrebatan ideas, conceptos o metáforas que ya fueron escritas para, después, dejar que terceros las vuelvan a robar.
Los que tienen incorporado el hábito de la lectura pueden reconocer a un buen escritor con sólo leer una frase. Esa velocidad para descubrir es su orgullo secreto. Es, además, su maldición porque saben que todo buen texto debería haber sido escrito por ellos.
Para zafar del orgullo del solo o no caer en la maldición, algunos comienzan a escribir. Pero sólo unos pocos -o mejor: muy pocos- van a quedar en la historia.

sábado, 27 de agosto de 2011

Piedras, editores y otros sujetos de moral dudosa

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejo,
si es que entonces quedó alguna piedra.
(Joaquín Pasos, “Canto de guerra de las cosas”).


Néstor Groppa, creador de la editorial de la UNJu

Es posible que muy pocas personas conozcan los versos que acabo de citar. Pertenecen a Joaquín Pasos (Nicaragua, 1914-1947) y están incluidos en su único libro Poemas de un joven (FCE, 1962). Parto de este poeta porque me parece emblemática su historia: formó parte de un país atrasado, como nosotros, vivió tan solo 33 años en los que no llegó a ver su obra publicada (“Sólo poetas, putas y picados conocieron sus versos”, expresó en un verso memorable Ernesto Cardenal que después musicalizó Joan Manuel Serrat) y, sin embargo, su obra trasciende.

¿Por qué digo que trasciende? Porque sus poemas están incluidos en las más importantes antologías latinoamericanas. Porque su único libro tiene un prólogo muy esclarecedor de Cardenal. Repito lo que dije antes: es posible que pocos conozcan la obra de Joaquín Pasos, pero estoy seguro de que todos saben de la importancia del prologuista para la poesía de idioma español.
Quizás, la práctica concreta de una política editorial sea lo que les acabo de contar: un poeta reconocido rescata del olvido a otro autor por medio de un prólogo que contextualiza, pondera y posiciona al poeta olvidado. Esta acción –nunca estará de más decirlo– va acompañada de un sello editorial que otorga prestigio ( en este caso el FCE).
La segunda cuestión, entonces, es cómo armar un sello editorial que otorgue respaldo a sus autores. Creo que para lograr este objetivo hay que cuidar extramadamente la edición. Esto es: corregir, mejorar lo más que se pueda el estilo, buscar una diagramación adecuada al contenido y –quizás lo más importante– armar un catálogo coherente al perfil de la editorial.
El catálogo es importante no sólo por lo que se publica; también es importante por lo que no publica. Me explico: si yo soy editor de la Universidad, debo armar un catálogo con obras que estén directamente ligadas con la cultura universitaria (trabajos de investigación, obras literarias muy bien escritas y obras de divulgación científica). Esto que digo parece una obviedad, pero creánme si les digo que en la actividad concreta no todos entienden esto. Están los que se presentan a la editorial y dicen que son parientes del rector o (lo que es casi lo mismo) que han colaborado en su campaña política para que el supremo jefe ocupe el lugar que bien se merece.
En más de una oportunidad he recibido a sujetos con esa prepotencia del acomodo. Cierta vez, harto de la insistencia de un mal escritor le contesté que el rector tenía una idea general de toda la Universidad, pero que en el producción de libros el responsable era yo. Que su obra ya había sido rebotada dos veces por el comité editorial y, si él no aceptaba los cambios sugeridos, tendría que buscarse otra editorial.
Llegados a este punto nos conviene definir qué es un editor. Un editor es alguien que, a menudo, tiene que convivir diariamente con diseñadores gráficos que se creen artistas incomprendidos, autores que sienten que ocupan el lugar dejado vacante por Borges, imprenteros que buscan sacarte ventaja con respectos a los insumos, libreros que te miran con desconfianza cuando le llevás una obra de un autor local, abogados que colocan tantas claúsulas en el contrato de edición que, cuando firmás, sentís que estás vendiendo tu alma al diablo, contadores que te entregan el cheque para la edición meses después de que el libro fue presentado y otros personajes similares que forman parte de las delicias de la vida laboral.
Volvamos a la importancia del sello editorial. El sello más importante del fin de milenio fue el de nuestra Universidad. Y aquí hay que destacar la tarea ejemplar de Néstor Groppa, el creador, empujador y, cuando llegó el caso, el que plantó la renuncia cuando veía que la cuestión laboral empezó a resultar insostenible.
Un sello resulta importante cuando tiene un catálogo que enorgullece a sus editores. Un sello será dudoso cuando se averguence de algunos títulos que publica o los niegue públicamente. La construcción de un sello prestigioso se realiza de manera lenta y sostenida. Tan importante como determinar qué títulos se van a publicar, es explicitar aquellos que no se quieren publicar. Los sellos que publican según la lógica del dinero a lo sumo pueden aspirar a un lugar en la literatura comercial. No niego su derecho a existir, pero digo que no es la empresa que a mí me interesa mirar. Tampoco me parece mal que una editorial gane algún dinero. Pero esa ganancia tiene que ser una consecuencia del armado de un buen catálogo. Nunca se debe armar un catálogo que marque los pasos que dicta el gobierno o el poder de turno (hablo de los familiares que me visitaban y empezaban con una frase gastada: “Dice el rector”).
Por otro lado, gestionar una editorial con un espíritu transgresor es una actividad que muy pocas personas están preparadas para desarrollarla. Y lo peor que puede ocurrirle a una propuesta editorial que busque ser subversiva en el campo intelectual es tener éxito.[1] Porque de esa manera su espíritu buscará –conscientemente o no– repetir ciertas fórmulas que le hicieron conocer las mieles del éxito y es, en ese preciso momento, que su rebeldía se transforma en norma. La consecuencia lamentable es que toda la invención subversiva original se transforma en aquello que sus editores decían combatir.
Pero entonces, ustedes se preguntarán si una editorial transgresora es posible. Si vale la pena intentar subvertir el estado actual de las cosas. Si todo no está cooptado por el mercado. La cuestión –me parece– es mirarse críticamente y responder: ¿qué estoy haciendo?, ¿responde lo que hago a mi voz interior?, ¿estoy traicionando los ideales que me llevaron a escribir, a editar, a amar la literatura?
Esta sociedad parece condenar de antemano todo intento de subversión, pero eso no significa que tengamos que renunciar a nuestros ideales. Me explico: toda nuestra educación nos prepara para vencer. Desde nuestros padres que nos decían: “Estudiá para que seas alguien en la vida y la gente te respete”; no decían estudiá para que te superes vos mismo. Ni hablar de las competencias que existen en algunos colegios para determinar quién llevará la bandera y estupideces por el estilo. Desgraciadamente, estamos educados para vencer, no para cooperar. Me pregunto, entonces, ¿no será mejor cooperar aunque seamos el último orejón del tarro de la cooperación?, ¿qué hay de malo en ser el último de la fila?
Creo que las vanguardias literarias le han hecho mucho bien al arte en general. Han ampliado el horizonte estético y abierto nuevos caminos, pero –me pregunto– si ese modelo que abrió todo el siglo XX sigue aún vigente. Quizás no. Quizás estamos entrando en otro tipo de modelo, aunque el viejo aún se resiste a ser enterrado definitivamente.
La idea del pelotón que se filtra por las líneas enemigas para golpear en el corazón del adversario ya está decadente. A lo mejor tenemos que confundirnos con las personas comunes que caminan por nuestras calles. Ser, como bien lo había definido Walter Benjamin, un perfecto paseante: “Estar fuera de casa, y sentirse, sin embargo, en casa en todas partes, ver el mundo, ser el centro del mundo y permanecer oculto al mundo, tales son algunos de los menores placeres de esos espíritus independientes, apasionados, imparciales, que la lengua sólo puede definir torpemente”.
Postulo, por la tanto, la existencia de pequeñas editoriales independientes que se contrapongan a los postulados oficiales. No por una opisición dogmática, pero sí para garantizar una diversidad literaria. ¿Hace falta decir que este modelo de editorial independiente debe tener una autonomía de cualquier tipo de poder? Hace falta porque deben tener una creciente autonomía para no ser cooptadas, para que el poder nos las envuelva.
Hablo de pequeñas editoriales que tengan fluidez para desplazarse, “para burlar los controles y hacer temblar la estructuras”, como define Ricardo Pochtar al término “Alternativo”[2]. Hablo de diversidad literaria y no de autores que corren a escribir los que los lectores o editores –o, lo que es peor, el mercado– le piden que escriban. Hablo de diversidad y no de búsqueda de un best-seller. Los autores que ceden a la presión del mercado no tienen pudor en abrazarse al cheque que les ofrecen. Nos tienen verguenza: se muestran complacientes frente a los concursos. Posan para las fotos para que otros escritores los envidien o, en el mejor de los casos, los admiren.
La diversidad literaria, por el contrario, nos permite reflexionar y ganar en autonomía. No convertirnos en dependientes del poder. Sí en constructores de ciudadanía. La reflexión nos empuja –necesariamente– hacia el camino de la creatividad, hacia la instación de valores éticos, hacia la defensa de los derechos humanos. La diversidad, para Jesús Martín Barbero, está muy ligada con el concepto de comunicación plural:

Frente a ese tramposo pluralismo, que cofunde diversidad con fragmentación, y al fundamentalismo de los nacionalistas étnicos que transforman la identidad en intolerancia, comunicación plural significa el reto de asumir la heterogeneidad como un valor articulable a la construcción de un nuevo tejido de lo colectivo.[3]

Hablé de editoriales que posean fluidez; hablé de la importancia de reflexionar. Digo, entonces, que toma mucha importancia la gestión que pueden hacer estas editoriales independientes y la reflexión sobre esa importancia.
Gestión y reflexión, por lo tanto, son dos práctica necesarias. Hasta el momento, muchos hemos estado más preocupados en la forma de gestionar nuestras editoriales, ahora, gracias a la oportunidad de este foro, tenemos que preocuparnos también de reflexionar. Romper con esa idea de que “los que hacen  no reflexionar y los que reflexionan no hacen”. Toda gestión editorial merece ser reflexionada.
No dudo de que estamos aún en una etapa inaugural de la profesionalización de la edición en esta región. Es posible que aún nos esperen pruebas mucho más dura que las que hemos superado, pero ya el sólo hecho de estar reflexionando y gestionando constituye un horizonte prometedor que nos empuja hacia adelante. De esta manera, trataremos de llegar a viejos con nuestras editoriales; no arrojaremos piedras, las respetaremos; como nos respetaremos más entre nosotros.

(Este texto fue leído en el 1er Simposio Regional sobre la Literatura del Noroeste Argentino, organizado por la Universidad Nacional de Jujuy, en San Salvador de Jujuy, el 19 de octubre de 2010. El título con el que se expuso fue “Política editorial, políticos y editores”.)




[1] Al respecto, afirma Elfriede Jelinek que “el peor lugar para un artista es la fama y que la marginación es el lugar del escritor”, en “El hábito de la irreverencia”, revista Ñ, Clarín, Buenos Aires, sábado 5 de febrero de 2005.
[2] En Hugo E. Biagini y Arturo A. Roig (directores), Diccionario del pensamiento alternativo. Buenos Aires: Biblos, 2008.
[3] Jesús Martín Barbero, “Comunicación: el descentramiento de la modernidad”, en revista Anàlisi, n° 19, Universidad Autónoma de Barcelona, 1996: 94.

viernes, 29 de julio de 2011

Traicionar a la tradición

Dibujo de Manuel Ortega
Los sucesos trágicos de Libertador General San Martín llevaron, rápidamente, a varias personas a relacionarlos con los siniestros apagones en la que se secuestró, torturó y asesinó a varias decenas de trabajadores y estudiantes de esa ciudad. Tienen razón en, por lo menos, un punto de coincidencia: existen fuerzas represivas que actúan en favor de una empresa que apoyó a desaparecedores (la carta que Carlos Pedro Blaquier enviara a su amigo "Joe" Martínez de Hoz, el 29 de junio de 1978, es prueba suficiente).
Ahora bien, el hecho de que uno de los muertos sea de la misma policía y que muchos jóvenes estén enrolados en esa fuerza a falta de una posibilidad laboral, nos debería hacer pensar sobre la situación que viven muchos de ellos. Obligados a ser fuerza de choque, muchas veces frente a sus propios amigos ya que en Jujuy, no lo olvidemos, la gran mayoría podemos reconocernos o, por lo menos, tener referencia de las personas con las que tratamos o vemos.
Supongo que, en su formación, a los futuros policías les enseñan que hay que proteger la vida de los ciudadanos. Lo que dudo es sobre lo que no se le enseña al futuro miembro de la fuerza policial: cuál es la imagen negativa que portará por el solo hecho de formar parte de una institución que tienen una tradición de reprimir, torturar y matar personas. No nos olvidemos que, a fines de los setenta, la escuela de Policía funcionaba en el mismo predio donde estaba el tenebroso Centro Clandestino de Detención de la localidad de Guerrero. Esa marca, lamentablemente, es muy fuerte.
Ningún oficial de estos tiempos democráticos puede afirmar que es conveniente torturar a los sospechosos, pero no todos los discursos circulan en afirmaciones explícitas, también hay discurso que circulan secretamente y se filtran en eso que los pedagogos llaman currículum oculto.
Los que investigamos sobre cuestiones referidas a las atrocidades de la dictadura somos, en alguna medida, responsables de que ciertas prácticas no sean desterradas. Digo esto porque no nos metemos en la institución que forma a los policías. No opinamos sobre el aspecto formativo. No exigimos que la institución policial revise su accionar. ¿Es que acaso nos olvidamos que el torturador más despiadado de Jujuy se llamó Ernesto Jaig y estaba al frente del comando Radioeléctrico en los tiempos de la dictadura?
¿Por qué ninguno de nosotros no dijo nada cuando, hace unos años, la Policía editó un libro institucional con un prólogo justificatorio de Jorge Albarracín, por entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) filial Jujuy?
No me estoy olvidando de que murieron cuatro personas. Que el gobernador se llama Walter Basilio Barrionuevo. Que el ingenio Ledesma sigue siendo una empresa tan poderosa desde hace varias décadas. No me olvido de ellos, simplemente quiero decir que hay otras cuestiones en las que no tenemos que involucrar los que tenemos algún tipo de formación y responsabilidad.
Ser solidarios con las víctimas hoy no es suficiente. Como tampoco lo es escribir esta nota o colocar "me gusta".

domingo, 24 de julio de 2011

Estela Mamaní o la centralidad de los marginales

Pablo Baca, RC y Estela Mamaní, en el CC Héctor Tizón
El reciente 20 de julio, en el Centro Cultural (CC) Héctor Tizón, me tocó moderar una mesa de poetas en la que estuvieron: Pablo Baca, Estela Mamaní, Pablo César Espinoza Lafuente y Juan Pablo Salinas Guillén; los dos primeros de esta provincia y los restantes de Cochabamba, Bolivia. Fue la primera vez que visité el CC Héctor Tizón y debo reconocer que me agradó mucho. Un público numeroso siguió la lectura de los poemas que no fue para nada acartonada, ni aburrida. (Aclaro esto porque mi amiga Nati sólo conoce lecturas plúmbicas que hacen que ella, cuando las recuerda. afirma que se "pegaba unos emboles importantes". Algún día, alguien deberá juzgar a muchas de nuestras instituciones, en especial a las "sádicas", por el crimen de lesa poesía).

La cuestión es que fue un gusto conocer a poetas del otro lado de la frontera que manejan bien las palabras y el humor. Lo mismo que reencontrarnos públicamente con Pablo Baca y Estela. A los dos los había leído intensamente antes que de que editaran sus primeros libros. Creo que nunca más volví a leer con tanta voracidad. Ellos, desde entonces, eran buenos poetas y yo tenia veintipico de años y creía en la revolución y en la poesía; ahora sólo creo en la poesía, pero no crean que es poca cosa.

De la poesía de Pablo siempre me gustó su manera enigmática de narrar. La capacidad para crear climas internos y conmover. Me parece que actualmente la política gana mucho más que lo que aparentemente pierde la poesía al verlo tan diputado provincial . Aquella noche afirmé que él es la gran esperanza blanca de la intelectualidad del radicalismo jujeño y, como dijo alguien aquella noche, dará pelea dentro del ring.

Con Estela tengo otro tipo de relación. Desde el vamos, cuando la conocí, ella cuestionó su propia condición de profesora de letras ("para lo único que sirve una profesora es para corregir la ortografía y hasta ahí", me acuerdo que decía).  Que alguien haya estudiado la carrera de Letras en la Universidad, que además no haya matado la creatividad que tiene adentro y que sea capaz de mirar críticamente a sus pares y a ella misma, no es algo muy común. Y que encima escriba buenos poemas, ya está.

Para no ser un plomazo, como diría mi amiga Nati, voy a cerrar este entrada con un texto que escribí, en 1997, para la reedición de una antología que por distintas razones no llegó a tal.


EL SILENCIO DE LOS JUJEÑOS



En una galería de arte -que ya no está más- de la calle Belgrano, un chanta porteño (de cuyo nombre no quiero ni acordarme) organizaba reuniones en las que se hablaba de poesía. Ahí fue donde conocí a Estela Mamaní. Por alguna razón que ignoro, ella no era -ni aparentaba- ser amigable. Un día, todos -o casi todos- leímos cosas propias. Cuando le tocó el turno a ella nadie daba ni cinco. Y nos sorprendió a cada uno de los que estábamos presentes.

Después, me acuerdo, hablamos de la actuación de Charly García en el estadio del Parque San Martín; comentamos un poema de Juan Gelman (“Lamento por gallagher bentham”) y ella me preguntó si quería conocerlo. Le dije que sí y sus palabras fueron tajantes: “Andá a La Quiaca y entrá a la comisaría. Debajo de un cartel que dice BUSCADO, está la foto”. Entonces estábamos en la primavera alfonsinista y todavía Gelman no podía regresar al país.

No sé en qué momento decidimos armar un grupo para publicar poemas. El hecho es que con Estela y otros amigos descubrimos lo que significa trabajar para la poesía. Después nos separamos; ella se fue con sus hijos a Tilcara, yo encaré hacia Córdoba.

Sus poemas todavía no tienen libro propio. Quizás, porque lo que ella escribe no se parece en nada a lo que hay publicado. En sus versos -como en ella- se nota un gran respeto al silencio. Es más: su poder reside en el silencio. Sus poemas valen por lo que dicen, pero más por lo que dejan de decir.

Sus silencios, además de ser representativos (los jujeños, en general, no somos de hablar mucho -excepción hecha de los políticos y los animadores televisivos, tan parecidos últimamente), son signos secretos que esperan a lectores atentos para ser descifrados. Por eso si alguien quiere conocer profundamente nuestra provincia tiene que recorrerla esquivando los circuitos hechos para turistas y meterse a compartir cosas con sus habitantes. Pero también tiene que leer, por ejemplo, “En Jujuy”; en ese poema Estela habla un lenguaje secreto que es de esta tierra. Testimonio de un silencio que muy pocos han expresado.

Muchas veces yo le hablé de publicar. Y ella, sistemáticamente, no le dio importancia. Lo que sí le importa es escribir sin traicionar. Escribir de sus cosas, de sus alegrías y tristezas, del amor.

Debe ser por lo anterior que en un poema les habla a los borrachos de la vereda y, con una especie de sequedad expresiva, les hace un lugar para que metan la espalda. Habla de un sueño que “la ciencia nunca podrá descubrir” y muestra no sólo la precariedad del prestigio científico sino que ella misma confiesa no poder descubrirlo; esa precariedad está en su lenguaje y -aunque parezca irónico- ése es su poder. La búsqueda de este poema no es la belleza como se la entiende generalmente, o es otra clase de belleza que se parece mucho a una especie de totalidad en el vacío.

Y también ha escrito himnos. “Ave fénix” es un canto generacional, una escritura donde entran los años de plomo que nos transformaron en un amor acuchillado y en los que existir equivalía a resistir. En tanto, “Es tolteca” significa una forma de conocimiento que bien podría ser un texto de antropología poética; los espacios en blanco adquieren en la página significados expresivos, tanto que parece un dibujo muy preciso. En estos poemas -como en la mayoría de su obra- hay dos fuerzas que actúan en paralelo: el silencio se expresa con plenitud, a la vez que el lenguaje calla con exactitud.

En estos días, con motivo de trabajar en la reedición de este libro, nos volvimos a reunir. Está contenta de trabajar en Tilcara, aumentó un poco de peso y sigue siendo muy auténtica. Hablamos unas cuantas horas; durante varios minutos el silencio cortaba nuestras palabras. Entonces me di cuenta: el silencio no es el simple hecho de callarse, sino el acto de prescindir de todo ruido especulativo que interrumpa una conexión completa con el mundo.

Estela, armada con la desnudez de los sentidos, sigue viviendo en coherencia con su espacio. Tiene un código cortito: no aparentar, no traicionar.

miércoles, 13 de julio de 2011

Cristina Mucci habla de la Feria del Libro de Jujuy



La conductora del programa Los siete locos (Canal 7, Buenos Aires) habla de su visita a la Feria del Libro de Jujuy. Cristina Mucci, además de prestarse para una entrevista que recorrió su trayectoria como periodista cultural y sus libros de ensayos, habló -sin ningún tipo de almidón- con escritores, libreros y vecinos que se interesan por la literatura de la región.

Fue todo un acierto invitar a esta periodista (felicitaciones a María Eugenia Jaldín y Rodolfo Pacheco) por varios motivos. El más importante, quizás, es que ella -dueña de una imagen y voz muy fuerte en el campo mediático- puedo tener un pantallazo de la literatura que se escribe en esta tierra de fronteras. Otro motivo es que la Feria, al ser comentada en unos breves minutos por la televisión pública, gana en repercusión nacional.

Vale la pena destacar el excelente trabajo de difusión que realizó Amalia Eizayaga, ya que este año hubo mucho más noticias de la Feria, tanto en medios locales como en algunos de Buenos Aires. También es bueno decir que, en varias presentaciones y mesas de debate, estuvo el intendente de San Salvador de Jujuy, Raúl "Chuli" Jorge; lo vi un par de veces: una vez acompañado de su esposa y, en otra oportunidad, tomando nota, en medio del público (hace bien en ir solo y no con algunos de los diputados de su partido que no tienen el hábito de la lectura y mucho menos de la escritura, a excepción de Pablo Baca).

Ya son siete los años que ininterrumpidamente ser realiza esta fiesta literaria. Y no hubo ninguna picazón, como algunos esperaban. Por el contrario, sus organizadores están proyectando repetir esta valiosa experiencia en provincias vecinas y también en Bolivia. Para ellos, ya no se trata sólo de aglutinar esfuerzos en el mes de Julio; ahora van por más. No una, sino dos, tres, muchas ferias de libros. La teoría del foco cultural ya está elaborada y probada en Jujuy.

La praxis literaria de esta gran región -el norte del sur- está en marcha.

La generación de la dictadura

Logo de la revista de memorias que dirigió Andrés Fidalgo
Ahora que dio negativo el primer cruce de muestras genéticas de Marcela y Felipe Noble Herrera con los datos del Banco Nacional de Datos Genéticos, es oportuno reflexionar sobre qué sucede, en Jujuy, con algunos de nuestros vecinos que nacieron en la última dictadura.

Para empezar, no es lo mismo crecer en un ambiente sin libertades y con un régimen terrorífico que hacerlo en democracia. El chileno Humberto Maturana expresa que los niños que crecieron bajo una dictadura lo hicieron corporalmente de manera diferente. Por eso, muchas veces, expresamos que muchos de los integrantes de esa generación tienen incorporada el estigma de la opresión.

Pensemos en los hijos de torturadores. ¿Qué cuestiones pasan por sus mentes cuando se enteran que un progenitor es un violador de los derechos humanos? Existen pocas investigaciones sobre estos casos. La primera vez que se me ocurrió pensar esta cuestión fue cuando conocí a una mujer que había vivido en Brasil, realizado un posgrado en Barcelona y antes había vivido en distintos lugares de nuestro país. Al comienzo de nuestra charla, me gustó cierto desenfado y algunos giros discursivos que sugerían su periplo trashumante. Una luz de atención se prendió dentro de mí cuando le pregunté a qué se debía tanta migración. Temía la respuesta. Sus palabras confirmaron mi temor: era hija de un oficial del Ejército Argentino. Además, su apellido no era común y por eso le pregunté el origen. No recuerdo si me dijo serbio o croata. Más tarde, busqué información en mi computadora y me enteré que por esos días juzgaban a su padre por crímenes de lesa humanidad. Sé muy bien que los hijos no tienen que pagar la culpa de los padres, pero no pude evitar la sensación de incomodidad que sentí. Después, perdí su rastro.

Hace unos años me visitó una persona que figura en mi libro sobre la dictadura en Jujuy. Había sido increpado por su hija que leyó una página en la que él aparece como delator de compañeros. “¿Y ahora qué le digo a ella?”, me dijo. En ese momento me di cuenta de que había hecho mal en atenderlo y le contesté: “Eso tendría que haberlo pensado antes”.

Transcribo ese breve diálogo para expresar que no me interesa analizar lo que pasa en la psiquis de un torturador o un delator. Me parece que tenemos que concentrarnos en la generación de sus hijos. No para que los odien, pero sí para que aprendan a desaprender las marcas nefastas que les dejaron sus padres.

¿Por qué no hablamos de la generación de la dictadura? Quizás porque esta herida aún no terminamos de cicatrizarla. Los psicólogos saben que en cuestiones traumáticas los silencios desempeñan un papel importante. Cierta vez, un amigo que había sido torturado en Tucumán, en su época de estudiante universitario, llevó a su hijo a conocer la Finca Agronómica ya que éste iba a estudiar en la universidad de aquella provincia. En la entrada, mi amigo recordó un episodio en el que tiraban terones para que cayera la caballería represiva, pero –recuerda él– “algo raro pasaba, porque los que caíamos éramos nosotros”. La emoción le jugó una mala pasada y algunas lágrimas se hicieron presentes. Esto le hizo mucha gracia a su hijo porque creía que estaba frente a un viejo sensiblero y le largó un comentario cáustico: “Qué blando que sos. Te emocionás de cualquier cosa”.

Qué buena ocasión para hablar de la dictadura, le dije. “Para nada –contestó–, no puede contarle nada. ¿Por qué? Porque no quiero que sufra por lo que yo tuve que pasar”.

Algo grave nos ha pasado como sociedad. La dictadura fue tan terrorífica que rompió el diálogo entre padres e hijos. Trabajar esta cuestión es una deuda que tenemos para con los hijos de los que sobrevivieron a la Historia en su más extrema crueldad.

Releo lo que escribí y me doy cuenta de que no hablé de nada nuevo. Ya en el Deuteronomio, capitulo 32, versículo 7, se puede leer: “Acuérdate de los días pasados, recuerda a las generaciones anteriores. Interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te expliquen”.

Amén.

sábado, 9 de julio de 2011

Néstor Groppa, autor de los mejores nombres de casas de comercio

Ayer, una joven de humor ácido destruyó toda una descripción que hice para indicarle dónde vivo. No alcanzó ni la referencia del altar mayor al Gauchito Gil, tampoco la cancha de rugby o la horrible antena de telefonía celular que tiene los colores rojo y blanco que connotan el descenso, ni mucho menos el bananero de la esquina. La joven, como buena etnógrafa que efectivamente es, borró de un plumazo todas mis aclaraciones con un rotundo comentario sobre la oscuridad de mis palabras. Y ahora que escribo esto, comprendo que tiene razón.

¿Qué tiene que ver el título de esta nota con lo que escribo? Que Néstor Groppa nunca tuvo ese tipo de problemas, él registró minuciosamente nuestra ciudad y fue el poeta de la claridad lúcida. Para lograr esa lucidez, hizo un trabajo profundo de inmersión en los sentimientos de nuestros vecinos. Así, en varios de sus poemas, se pueden encontrar rarezas que observó, como la de una pantalla de aparato de televisión en desuso que ocupaba el lugar de una ventana, en el barrio Mariano Moreno. También le dio sentimientos a un maniquí que lucía un vestido de casamiento y esperaba en vano a su prometido; en ese poema colocó, además, una expresión popular: "La que nunca tuvo novio".

También destacó los nombres que figuraban en algunos carteles: "El palacio de las inyecciones" (¿enseñan este tipo de metáforas en los talleres literarios o en las clases de publicidad de las universidades?), "Si, hay" (un aviso que brilla por la ausencia y que todos los que masticamos coca en Jujuy sabemos de qué se trata) y otros hallazgos verbales que no vamos a detallar aquí.

Sí quiero dejar en claro, ahora, el error que cometí al hacer la descripción del camino a mi hogar. Debería haber señalado que al frente, hace poco, inauguraron una casa que vende pollos. El cartel que figura encima de la puerta dice: "El re-pollo". Brevedad, justeza e impacto: he aquí tres características que le hubiesen gustado al poeta. Son, además, las características que la joven etnógrafa me reprochó.

Para ella es esta nota.

martes, 28 de junio de 2011

El mundo de arriba y el mundo de abajo




Tapa del libro
El domingo 3 de julio, 18 horas, en el marco de la VII edición de la Feria del Libro de Jujuy. estaremos presentando el libro El mundo de arriba y el mundo de abajo de Darío Melano Jasmín, editado por Perro Pila. La cita es en el Profesorado de Artes en Teatro, avenida Bolivia 1600 (ex Hilandería), barrio Los Huaicos, San Salvador de Jujuy.

El libro está compuesto por once relatos literarios basados en la historia jujeña. Su autor nació en San Pedro de Jujuy, en 1981; es abogado; ejerció el periodismo cultural durante los años 2006 y 2007, como columnista y editor en el semanario El Sol Abc; dirigió y escribió el guión del documental Desafiando al silencio, trabajo que recibió la 1era. Mención de Honor en el Festival Nacional de Cortometrajes "Piza, birra y cortos" realizado en la ciudad de Galvez, Santa Fe, en 2009.

A continuación, el prólogo de Francisco J. Fernández:

Cuando el dato objetivo y la recreación literaria se combinan equilibradamente, lo que se dice y el modo en que se dice resultan partes complementarias de un todo. Los textos que integran este libro vienen a poner a prueba dicha premisa, en la medida en que son el producto de un doble y simultáneo enfoque. Por un lado, representan un ejercicio exigente en busca del dato histórico preciso. Por el otro, implican una mirada menos convencional pero igualmente inquisitiva hacia ciertos intersticios de la Historia, a los que a veces sólo es posible acceder apelando a una transcripción de los hechos más laxa e imaginativa.

Ambos aspectos se entrecruzan aquí, se superponen, se relacionan recíprocamente, entrelazando una y otra vez la información documentada con la ficción tramada en la escritura. Desde luego, no es dable narrar sin cruzar fronteras; es decir, sin inventar un relato. Pero es verdad también que los acontecimientos históricos tienden a fijar a esta clase de relatos una dirección determinada, así como a establecer un recorrido cronológico y a pautar sus escalas temáticas. En este caso el autor no ha evitado ni uno ni otro camino. Y, al situar los hechos aquí registrados en la permeable línea que delimita ese mutuo condicionamiento, parece haberse propuesto la meta más deseable para un libro de estas características: estimular el pensamiento crítico de quien lo lee, sin que el pormenor llegue a obturar los espacios demandados por los artificios de la literatura.

Existen en la historia de nuestra provincia no pocos episodios que andan por ahí, sospechosamente desperdigados cuando no deliberadamente tergiversados, encubiertos u omitidos. Darío Melano ha reunido algunos de ellos en este libro y, yuxtaponiéndolos a modo de collage, nos ofrece algo así como una hoja de ruta en la que los escenarios y la cronología cambian pero las situaciones conflictivas que dan base al argumento persisten, impregnando también el presente. Una tesitura que podrá incomodar a algunos, sin duda, pero que el autor aspira a convalidar mediante estas versiones en las que los personajes se definen por su pertenencia de clase o etnia, en ese secular juego del poder económico y político. Es que si bien la Historia no se repite, no es menos cierto que sus protagonistas tienden a reincidir.

El saqueo producido durante la conquista y colonización de nuestros territorios por parte de España constituye, desde esa perspectiva, el inicio de una secuencia de abusos e inequidades que luego se verán reiteradas (bajo similares o diferentes modalidades) por los sucesivos “dueños” de la superficie y de las profundidades del suelo jujeño. De ahí esa clara intención del autor en el sentido de aproximarnos al pasado para rememorar la codicia de los invasores y latifundistas, las luchas y resistencias de los oprimidos, la crueldad de los opresores, los triunfos y derrotas de los inconformes, el coraje impotente de los denunciantes o las rebeldías individuales asumidas como gestos justicieros. Tal vez no debiera sorprendernos demasiado que el ayer y el hoy se nos impongan de tal manera, casi sin solución de continuidad. Porque, hemos de convenir, lo nuevo no ha derivado aquí de una mudanza generada en el campo de los dominados, sino simplemente del cambio de dominadores. Y en tales circunstancias, resulta inevitable que toda convocatoria al pasado acabe conduciéndonos ante el espejo del presente.

Son, pues, esas intensidades pretéritas acechándonos en un pliegue de la memoria, esas que al igual que otras muchas fueron opacadas por complicidades y silenciamientos, las que Darío Melano ha procurado poner en evidencia aquí, transgrediendo deliberadamente los límites instaurados por la Historia oficial.

lunes, 13 de junio de 2011

Una ecuación para el día del Escritor

Fotografía de Aloma Rodríguez
Hoy, 13 de junio, es el día del Escritor. Ya sabemos el origen de esta conmemoración y no vamos a aumentar nada más. Sí vamos a decir que un escritor que siempre es alguien que invierte tiempo, dinero y corre ciertos riesgos para forjar un nombre. Hacen faltas horas para desarrollar la ecuación culo + silla + lectura + escritura + corrección + escritura, y, también lo sabemos, nunca será suficiente el tiempo que le dediquemos. Hace falta dinero para disponer de ese tiempo o hay que robarle a otros trabajos, preferentemente hay que robarle a aquellos que paga el Estado (hay que agradecer aquí a las municipalidades, secretarías de Cultura y universidades nacionales que tanto bien hacen al desarrollo de la literatura al permitir que varios robemos horas y no seamos sancionados; bueno, a veces, sí nos despiden, justo es decirlo); hace falta dinero para impulsar, sobre todo, a las obras que tienen un carácter subversivo dentro del campo literario y hace falta dinero para que no nos acusen de tener una moral ligera, consumir sustancias prohibidas y ser malos ejemplos para los jóvenes, aunque de verdad tengamos una moral ligera, consumamos sustancias prohibidas y seamos malos ejemplos. Y hace falta correr ciertos riesgos para que demostrar que la literatura es una práctica social, que muchas veces se enfrenta a los poderes de turno. Nuestros mejores escritores siempre son termómetros de las sociedades en las que se desarrollan sus obras. Pienso en el libro inédito Los TIPROFI de Néstor Groppa, un conjunto de poemas compuestos de manera lúcida y profunda sobre ese engendro que fueron los bonos con que se pretendió solucionar una crisis económica de los años 90 y que ningún político opositor pudo denunciar de manera tan tajante como si lo hizo el poeta. Y también pienso en Andrés Fidalgo, el escritor que estaba a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación (PEN), en 1975, cuando su mujer, Nélida Pizarro, y el editor José Luis Mangieri apuraban la edición del Panorama de la literatura jujeña, con la intención de hacer más injusta la detención del escritor. Por todo ello, hoy a saludamos a todos los ladrones de tiempo, a los escriben, a lo que arriesgan y, en esas tres acciones, siguen buscando la solución -aunque sepan que nunca la van a encontrar- de la ecuación culo + silla + lectura + escritura + corrección + escritura.

domingo, 12 de junio de 2011

lunes, 30 de mayo de 2011

El grado cero de la escritura universitaria


Un taller para jóvenes de Jujuy que ingresarán a la Universidad.

Temas:

Cómo rendir un examen y no morir en el intento. Un género literario nuevo: las respuestas de los exámenes universitarios. Estructuras discursivas. La argumentación, la narración y la descripción. Legibilidad alta. Campo científico: su funcionamiento y estrategias para posicionarse. Los pliegues de la memoria: algunos de sus usos y abusos. El discurso oral: maneras de presentarse ante un tribunal examinador. La planificación discursiva. Reglas para estudiar: omitir, generalizar y construir. El paper y el sistema IMRD (no confundir con INRI). ¿Es posible escribir poesía después del ingreso?

Libro de divulgación científica
Para los que no me conocen: soy Reynaldo Castro, Licenciado en Comunicación Social, docente en la UNJu, he escrito páginas que ayudaron a posicionar algunos temas en la sociedad de Jujuy: la literatura, las memorias de la represión dictatorial y la divulgación científica. Hago pie apenas en mi mesa de trabajo, tengo iluminaciones y también fracasos. He sido descalificado por el sentido común de algunas feministas y un par de rectores que no saben escribir. He escrito contra varios políticos y otros sujetos de moral dudosa. Escribo, corrijo y vuelvo a escribir. Y yo también fui un joven que no sabía cómo contestar en un examen.

(Más información: netaforas@gmail.com)

jueves, 5 de mayo de 2011

Ayer, murió Néstor Groppa, el cronista sensible

El contestador


Yo estaba viendo "una de Tarzán"
el domingo de aquel noviembre,
mes, en la tierra.
Y sentía que era la misma criatura
caminando por un pueblito
hasta dar con mi madre en la vereda
contemplando estrellas
y surcos del cielo
desde su "mecedora
de las buenas noches".

Me dije: estoy desandándome.
Porque cuando la infancia
porfía en uno
es porque están vistiéndolo
como para salir de visita un largo domingo eterno

"ustéestáhablandoconlacasadeng.
Disculpe pero no lo puede atender
porque acaba de salir de su casa
sin hora ni día ni año
de regreso.
"despuésdeltonodejesumensaje"...
..."elqueseráguardadoportreintadías"...

Néstor Groppa (Laborde, 17 de junio de 1928 - San Salvador de Jujuy, 4 de mayo de 2011)

Ver la a noticia en el diario Clarín

viernes, 22 de abril de 2011

Realismo mágico, realismo pedestre y ¿realismo trágico?


Héctor Tizón

Héctor Tizón, con un tono no carente de ironía, manifestó cierta vez que el “Realismo mágico” es un invento para europeos entusiastas: “Yo simplemente recordé que mi abuela cuando se acercaba la noche, tocaba las manos y les decía a los peones: 'Saquen las víboras de los cuartos que se van a acostar los niños'. Eso en Holanda es realismo mágico; en mi tierra es realismo pedestre”. 

Pensemos, entonces, cómo narraron los familiares de los detenidos-desaparecidos sus historias sobre el horror que les tocó vivir. Cada vez que un relato llegaba a la complicación (el origen del conflicto, según Adam, ver "Modelos para narrar" en este mismo blog.), parecía como si el tiempo se “engrosara”. Es decir, narraban sobre un pasado expandido que se diferenciaba notablemente de los otros momentos. Era, en esos momentos, cuando las mujeres presentes en la reunión asentían, agregaban y complementaban los dichos de la que relataba. Se trataba de una dificultad por la que todas tuvieron que pasar. Las huellas de esos hechos están en las mentes de estas mujeres y, posiblemente, sean esos momentos los que más celosamente cuidan y por eso los repiten casi de la misma manera en un afán de no deformarlos.
Ahora bien, ¿cómo se deben narrar estos hechos que son traumáticos? ¿Pueden los familiares ser objetivos cuando rememoran el horror? ¿Es posible lograr la objetividad cuando se intenta reconstruir el drama con palabras y silencios que narran el abuso de poder?
Para responder estas cuestiones partamos de una situación difícil de negar: las aberraciones de la última dictadura –hechos que están probados no sólo en el Juicio a las Juntas– existieron. Por lo tanto, contar lo que sucedió es inevitable; eso hicieron los testigos que dieron su testimonio, eso hicieron los entrevistados que aparecen en libros recientes y eso hacen estas mujeres de Jujuy. Digamos más: los propios familiares quieren que estos hechos se sepan para que se afirme: “Así ocurrió”.
Aclaremos algo: no todos los relatos tienen una estructura narrativa completa (según el esquema propuesto por Adam). Es posible que sólo se complete el día en que estos familiares obtengan justicia (la resolución del caso); mientras tanto, un componente discursivo (la complicación) constituye el núcleo de casi todas las narraciones. Además, muchos relatos tienen algún vacío temático ya que parece imposible la reconstrucción total. Por lo tanto, los testimonios grabados –por más que traducidos al papel insuman un millar de páginas o las que sean– no pueden formar una memoria grupal ni mucho menos se les puede juzgar a los sobrevivientes por comprender (o no) la situación contextual del momento de la complicación. Pero no por estas deficiencias son innecesarios; por el contrario, constituyen narraciones claves para entender “lo que no debió ocurrir”.
Ya sabemos que existen distintas disciplinas científicas que pueden aportar para el análisis de aquellos trágicos años. Pero mucha sería la exigencia que estaríamos colocando sobre los hombros de estas mujeres si, aparte de pedirles que rememoren lo ocurrido, les exigiéramos que sus relatos se presenten con un alto grado de coherencia y cohesión[1].
La narración, como su nombre lo indica, es la actividad propia de los narradores; es decir, de los escritores (aunque no les pertenece en exclusividad). A ellos deberíamos remitimos para exigirles una completa estructura formal que cuente sobre lo ocurrido. (Escribí “estructura” y no contenidos porque ya sabemos que la reconstrucción total es una ilusión vana).
De la misma manera que, en la década del sesenta, se hablaba del “Realismo mágico” para (re)conocer a un numeroso grupo de escritores que renovaron el campo literario; la literatura posterior a la dictadura recién empieza a tener una presencia sólida a fines de la década del ochenta. Entre ambos momentos hay diferencias notables. Un esquema podría ser el siguiente:
Una de las claves de esta narrativa postdictatorial (o la que muchos grandilocuentemente llamaron posmoderna) es que no contiene escenas de tortura explícita, no se trata ahora –para hacer un parangón con la década del sesenta– de un “Realismo trágico”. Sucede, eso sí, que las tragedias realizadas por la dictadura están en el imaginario de muchos creadores y “emerge solapadamente, como a contrapelo del relato”, como afirma Liliana Heker en Después: Narrativa argentina posterior a la dictadura (1996), porque si “la narrativa actual, si viene de algo, viene del desencanto y de la muerte”.
Ildiko Nassr
En Jujuy, la obra que marcó un cambio de época fue Octogenario, ¡las pelotas!: Anti­homenaje a Andrés Fidalgo, una publicación de tirada reducida que apareció en 1999 en la que varios escritores celebramos los ochenta años del querido intelectual. ¿Y qué sucede con la narrativa producida en el nuevo milenio? ¿Los microrrelatos de Ildiko Nassr referidos a una niñez atroz tienen que con el hecho de que esta autora nació el mismo año en que comenzó la dictadura más aberrante que tuvimos que soportar?
Sospecho que tanto en la narrativa reciente como en las estrategias comunicativas de las mujeres que tienen familiares detenidos-desaparecidos, existe una deliberada intención de reflexionar sobre lo ocurrido. Ellas tratan de mantener vigente la tragedia de los detenidos-desaparecidos de Jujuy por medio de diversos soportes (placas, videos, revistas, fotos, libros, murales, etc.). Para eso re- viven lo sucedido. Para que ese trabajo no sea en vano –lo que equivaldría a un re- morir– es necesario que las escuchemos; sobre esto volveremos más adelante.



[1] En Ante el dolor de los demás (2003), Susan Sontang  afirma: “Quizás estemos asignando demasiado valor a la memoria y demasiado poco valor al pensamiento”.


viernes, 15 de abril de 2011

Un marco teórico-metodológico para trabajar con testimonios sobre la represión dictatorial

Ludmila da Silva Catela, Elizabeth Jelin y Reynaldo Castro

Este texto fue desarrollado en el "VIII Encontro Nacional de História da Mídia" organizado por la UNICENTRO, Guarapuava (PR), 28 de abril a 30 de abril de 2011 (más información aquí)


En los últimos años, ha surgido uno de los fenómenos culturales y políticos más sorprendentes: la memoria corno una preocupación central de la cultura y la política en sociedades occidentales (Huyseen, 2002). Este fenómeno contrasta notablemente con la tendencia a privilegiar el futuro, corriente que fue una de las características dominantes de las primeras décadas de la modernidad del siglo XX. Las vanguardias artísticas de la época hablaban de rupturas con el pasado y de proyecciones hacia el futuro. Así el dadaísmo, el surrealismo y el futurismo anunciaban –a viva voz– la aceleración del cambio y el surgimiento de un nuevo tipo de concepción artística.

¿Por qué motivos vivimos en una época fuertemente conmemorativa? Hay varias cuestiones. Una de esas está dada por el cambio de siglo y milenio; pasar de un estadio numérico a otro, ayudó –entre otras cuestiones– a crear la necesidad de balances sobre la narración de experiencias extremas (Arfuch, 1996). Otra cuestión está dada por “la recurrencia de las políticas genocidas en Ruanda, Bosnia y Kosovo en la década del 1990, década que se alegaba poshistórica” (Huyseen, 2002: 17).
También ocurrieron magnas conmemoraciones transnacionales ancladas en fechas redondas (Jelin, 2002). Un par de ejemplos refuerzan este concepto: los quinientos años de la llegada de Colón a América y los cuatrocientos años de la fundación de San Salvador de Jujuy, ambos signados con polémicas cruzadas pero que no pasaron inadvertidos por gran parte de la sociedad. En el primer caso, fue prolífica la producción de eufemismos para ocultar la violencia: “descubrimiento”, “evangelización”, “tarea civilizatoria”, etc.
Cuando se celebró el V Centenario, en 1992, aquellas fórmulas habían sido suficientemente desmitificadas y se inventó otra más cordial: “encuentro de dos mundos”. Son conocidas las críticas que muchos historiadores le hicieron y las razones por las cuales se sigue prefiriendo, aun en la academia europea, hablar de conquista. No fue un encuentro en medio del Atlántico para una amable feria de intercambios, sino una historia de combates y posiciones (García Canclini, 1999: 87-88).


En la conmemoración de 1993, el gobierno municipal de San Salvador de Jujuy desarrolló una intensa actividad para festejar los cuatrocientos años de la ciudad. En la semana del 19 de abril –día de la tercera y definitiva fundación–, hubo festivales de música popular que rompieron la monotonía provinciana y que fueron cuestionados por algunos dirigentes políticos de la oposición por la desmesura de su gasto; pero la objeción no llegó a ser significativa. La respuesta más fuerte llegaría un tiempo después.
Tres años más tarde, un grupo de docentes de Tilcara publicó la primera edición del libro Quebrada de Humahuaca, más diez mil años de historia. En él, desde el título marcaban una diferencia que iba mucho más allá de la línea de tiempo de la celebración organizada por el estado municipal. Además, en el capítulo diez que lleva el dicente título “De ahí en más, una vida diferente”, las autoras afirman que “la llegada de los europeos a América fue traumática[1] para las poblaciones indígenas” ya que entre las novedades traídas por los españoles estaban diversas enfermedades que causaron estragos. Así, en el territorio de Los Tilcara, la población que tenía más de cinco mil habitantes cayó abruptamente hasta tener “sólo 181 habitantes en 1778” (Albeck y González, 1999: 82).
Dos ejemplos más. En la ocasión de conmemorarse, en Buenos Aires, los veinte años de lucha de la Asociación, Madres de Plaza de Mayo, se realizó un video homenaje en el que participó una gran cantidad de artistas reconocidos[2]. Ya en el año anterior,
se cumplieron 20 años del golpe militar y el mes de marzo concentró energías y actividades que culminaron el 24 de marzo con una de las marchas más masivas de la historia en Buenos Aires y en la mayoría de las capitales de Argentina. Entre otros impactos públicos, este tiempo fue, según el juez español [Baltasar] Garzón, decisivo para impulsar los juicios internacionales que pasaron a imperar a fines de los '90 (da Silva Catela, 2002: 30).
El otro ejemplo es más cercano para mí. En marzo de 2001, los organismos de Derechos Humanos (en adelante DDHH) de San Salvador de Jujuy conmemoraron los veinticinco años del golpe con una acentuada acción que incluyó una exposición de fotografías, una muestra de teatro, mesas redondas (en las que participaron periodistas, dirigentes gremiales, poetas y presos políticos), una disertación acerca de los Juicios por la Verdad, un festival musical, exposición de videos, la presentación del libro Jujuy, 1966/1983 de Andrés Fidalgo y, como actividad central, un acto en el Parque de la Memoria y una marcha por el centro de la ciudad. La cantidad de actos recordatorios fue, sin lugar a dudas, la más extensa que se haya realizado en San Salvador de Jujuy.

La memoria y el Holocausto

Ya vimos que la presencia del pasado se ha visto intensificada por varios motivos. Quizás, el más influyente sea el recuerdo del Holocausto y sus conmemoraciones dadas por
una larga serie de cuadragésimos y quincuagésimos de fuerte carga política y vasta cobertura mediática: el ascenso de Hitler al poder en 1933 y la infame quema de libros, recordados en 1983; la Kristallnacht –la Noche de los Cristales–, progrom organizado contra los judíos alemanes en 1938, conmemorado públicamente en 1988; la conferencia de Wannsee de 1942, en la que se inició la “solución final”, recordada en 1992 con la apertura de un museo en la mansión donde tuvo lugar dicho encuentro (Huyseen, 2002: 15).
Esta acción hace afirmar a Huyseen que el Holocausto funciona como “tropos universal del trauma histórico”. Así el recuerdo de la barbarie nazi[3] se erige como caso testigo de las violaciones a los DDHH.
Theodor Adorno –figura paradigmática de la escuela de Frankfurt– reflexionó largamente acerca del genocidio. Para él, Auschwitz implica un quiebre en la tradición de la cultura occidental. El filósofo planteó un célebre dictum imposible de eludir[4]: ¿es posible escribir poemas después de Auschwitz? La pregunta es provocadora, sin embargo, la inconmensurabilidad que supone representar la barbarie por medio del lenguaje estético es, antes que un obstáculo, un disparador de ideas. Así, existe una cantidad más que apreciable de representaciones artísticas del Holocausto (lo mismo se puede afirmar para el caso argentino[5]), en tanto que la maldición adorniana ha sido convertida en precisamente eso: una maldición. Por lo demás, no pocos autores han reducido el pensamiento del filósofo a una pregunta que desdeña “la retórica hiperbólica de Adorno y el contexto político de la década de 1950 con toda su carga de restauración”, como afirma uno de sus discípulos más directo (Huyseen, 2002: 122).

¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria?

En Argentina, cuando hablamos de memoria asociamos, por lo general, esa palabra con las violaciones denunciadas por los movimientos de Derechos Humanos.
En una escena todavía dominada por la acción de la justicia, lo primero que aparece es una memoria de los crímenes. Si se puede hablar de un “régimen de memoria” (como Foucault hablaba de “regímenes de verdad”), en la memoria de los crímenes y de los criminales prevalece un régimen en el que la “verdad” en juego depende de los hechos, las pruebas y los testimonios singulares. Pero en el estado presente de la memoria hay otros núcleos y “formaciones”. Existe una memoria familiar, de vínculos afectados por esa ofensa moral que se agrega a los asesinatos, la desaparición de los restos mortales de las víctimas; esa memoria, asociada a los procesos de duelo, se pone en acto en la búsqueda de los niños apropiados. Están las memorias ideológicas, facciosas incluso, de golpe, de grupos que reafirman identidades y afiliaciones al pasado, sea en el relato de la “guerra anti-subversiva”, sea, con variantes, en el relato combatiente de la aventura revolucionaria. Están los trabajos de una memoria intelectual asociada a los saberes y la investigación histórica. Y, finalmente, la memoria pública, política, que discute ese pasado desde tradiciones, valores y afiliaciones diversas y que combina o traduce motivos de todas las demás. En el presente emerge un estado de activación, una temperatura alta de las memorias, que se demostró en las repercusiones del acto del 24 de marzo, en el partido de gobierno, en la oposición y en la opinión pública (Vezzetti, 2004).
La memoria a la que nos referimos en este trabajo es aquella que está ligada a las violaciones a los DDHH, durante la última dictadura. Esa memoria ocupa un lugar que tiene muchos constituyentes: “El lugar de la memoria en una cultura dada se define por una red discursiva sumamente compleja, constituida por factores rituales y míticos, históricos, políticos y psicológicos” (Huyseen, 2002: 148).
Analicemos brevemente los factores que se mencionan. Frente a la pregunta sobre qué es la memoria, la psicoanalista Eva Giberti (citada por Mignogna, 1991) sostiene:
Cuando se los veía, cuando se los llevaban, en las noches, se los oía gritar. No se sabía adónde los llevaban, pero se los veía o se los veía detenidos en plena calle. Se escuchaban los gritos, se escuchaba el ulular de las sirenas, se veía y se escuchaba, se percibía que algo muy grave estaba pasando. Esa percepción fue una huella. Una huella que quedó en buena parte de la población y cuando, en determinado momento se rememora aquello que pasó, lo que se vio y lo que se oyó, se representa mentalmente aquello, cuando juntamos lo percibido con lo representado allí, nace la memoria.
Es decir, una huella psíquica quedó en los que escucharon o vieron detenciones de personas. Esa huella –cuando se rememora– sirve para representar la gravedad de la situación vivida. Memoria y rememoración, entonces, forman un par en el que la primera precede a la segunda.
El pensamiento popular y el filosófico parecen coincidir en este punto: la memoria es una persistencia, una realidad que permanece casi impecable e incesante. La rememoración (o anamnesia), en tanto, es la acción de recuperar algo que en un tiempo se tenía y que se creía perdido (Rossi, 2003: 21).
Rememorar no es una tarea fácil porque gran parte de la sociedad argentina creó las condiciones propicias para la instalación de la dictadura. Para que exista una dictadura no sólo hacen falta dictadores, es necesario –¿hace falta decirlo?– una sociedad que los tolere.
Hoy es posible –para una porción considerable de la ciudadanía, al menos– admitir que la dictadura militar no cayó sobre esta sociedad como un rayo en un día radiante; que encontró bien arraigadas condiciones de violencia, totalitarismo y facciosidad y las exaltó hasta límites que sólo pueden compararse con las páginas más negras de la historia de la humanidad (Vezzetti, 1985).
La rememoración implica un deseo de hacer memoria. Por eso, las personas que apoyaron el golpe de Estado no recuerdan –o no quieren hacerlo–; mucho menos quieren rememorar los que accionaron la represión. Así, el olvido es una necesidad que tiene para vivir todo torturador, pero –lamentablemente para él– así como la memoria total es un imposible, el olvido nunca es completo.
Los factores rituales y míticos fueron protagonizados (casi en exclusividad) por mujeres. Las rondas de los jueves fueron (son) encarnadas por mujeres con pañuelos blancos que caminan alrededor de la pirámide de la Plaza de Mayo. Estas vueltas son una práctica ritual que expresan “no sólo la tenacidad de una lucha o la valentía de un puñado de mujeres” (Feijoó y Gogna, 1985) sino que explican, además, un intento de construir el lugar de la memoria en la cultura contemporánea.
Las marchas circulares en derredor de la Pirámide de Mayo [...] son caminatas que vuelven sobre sí mismas, porque no hay salida. El silencio es la desesperación del sonido vital, y esa ausencia retorna eternamente sobre sí, denunciando la desaparición, que es el modo más mortal que tiene la muerte. Sin el testimonio de los cuerpos de los muertos, no hay progresión rectilínea de la historia. Todo vuelve como en un círculo. Vuelve la muerte. Las romerías circulares de las Madres son un círculo vicioso y doliente, porque los cadáveres a los que se ama no están muertos. Porque los desaparecidos son cadáveres que no han muerto, aunque todos saben lo muertos que están (Wiñazki, 1999).
Este fuerte protagonismo es una respuesta contundente, ya que si bien la dictadura produjo lo que hoy se conoce en todo el mundo como una forma original de la represión: los desaparecidos[6]; también produjo las condiciones de una respuesta excepcional: el movimiento de derechos humanos y su símbolo, las Madres de Plaza de Mayo (Sarlo, 1999).

Memoria y olvido

La relación entre memoria y olvido es recíproca: ninguna puede existir sin la presencia de la otra. A menudo, esta relación despierta quejas que carecen de justificación ya que: “¿Acaso tiene sentido oponer memoria y olvido, como solemos hacer admitiendo en el mejor de los casos que el olvido viene a ser la inevitable imperfección y deficiencia de la memoria misma?” (Huyseen, 2002: 147).
Dado que la posibilidad de recordar todo sólo se presenta de manera enfermiza en la ficción (por ejemplo en el cuento de Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”) es conveniente recordar que, por definición[7], no existe forma alguna de memoria que sea esencialmente pura, perfecta y trascendente (y –como ya expresamos– así como no existe memoria total, tampoco hay olvido perfecto). Sí existen recuerdos que alimentan el deseo de no olvidar. En algunos casos, esos deseos buscan retener hasta el detalle más mínimo por parte de los familiares que tienen un detenido-desaparecido. ¿Por qué rememoran cada uno de esos detalles? Porque, para ellos, representan momentos precisos y son muy importantes para conservar el recuerdo vivo. Después de la tragedia de no saber más nada acerca de un ser querido, cada detalle se torna en un acto que puede ser determinante.
La relación entre la memoria y el olvido encierra una paradoja: una situación olvidada está siempre presta a ser recordada, ya que:
¿Qué es olvidar, sino abrir un tramo y un espacio virtual de recuerdo, justamente porque eso que no está presente, que no es vivido ni pensado está latentemente disponible para ser evocado, confrontado, incluso discutido o rectificado por un acto de memoria? (Vezzetti, 2002, p. 36).
Los familiares entrevistados insisten en recordar pequeños detalles porque estos llenan el espacio con representaciones que pueden ser precisas, significativas e importantes. La insistencia en recordar tiene un motor fundamental: el miedo a que desaparezcan de la agenda pública aquellos motivos que hicieron posible la instalación del Estado criminal. Tienen motivos más que suficientes para temer: en el pasado no sólo han desaparecido determinadas formas de pensar, también han desaparecido los cuerpos[8] de sus familiares (algunos porque encarnaban esos pensamientos, otros porque tenían una relación casual con ellos).

Memoria colectiva

La memoria colectiva no es el resultado de la sumatoria de cada una de las memorias individuales. Es más bien un proceso (nunca acabado, siempre en disputa) ligado al pasado pero diferenciado de la historia, a pesar de que tienen algunas zonas en conflicto que no tienen solución aparente.
Los primeros usos de la palabra historia se refieren a una “descripción narrativa de acontecimientos” (Williams, 2000: 161); afirma el autor recién citado que aún se la sigue considerando corno una exposición o una serie de exposiciones sobre hechos pasados ocurridos. La memoria, por su parte, trabaja en un terreno más incierto y posee procesos subjetivos que muchas veces entran en conflicto (de ahí que los organismos de DDHH hablen de “luchar contra el olvido” y que los investigadores hablen de memoria contra memoria). Las dos comparten la dificultad que consiste en la imposibilidad de encontrar una explicación única del pasado; ambas pueden diferir en el sujeto que explica o describe el pasado. En la historia, el sujeto que narra no necesariamente debe haber sido protagonista o testigo del hecho. Mientras que la memoria necesita ser contada por un protagonista del hecho que se narra. Por lo tanto,
el término memoria tiende a presuponer una recuperación del pasado que involucra a los protagonistas; de modo que, puede decirse, se establece una cierta equivalencia entre los actores de los acontecimientos y los sujetos de la memoria. Pero no en el sentido de que sólo los que vivieron los acontecimientos puedan ser sujetos de la memoria (lo que supondría una noción estrechamente empirista de la relación entre los “hechos” y el recuerdo), sino, más bien, en el de una solidaridad entre el recuerdo y la acción, una reapropiación del pasado que, propiamente, forma el recuerdo como un ingrediente de la acción; y siempre lo hace a posteriori, en el mismo momento en el que, puede decirse, constituye un sujeto de esa memoria (Vezzetti, 2002).
La memoria colectiva depende de correspondencias intersubjetivas o grupales (Feld, 2002: 2). Busca transferir valores y enseñanzas de una generación a otra e intenta documentar y transmitir el conocimiento adquirido. Al igual que la historia[9] tiene una fuerte carga narrativa pero se expresa en diversos lenguajes en los que la imagen tiene un lugar preponderante: murales, parques, películas, placas recordatorias, avisos conmemorativos en diarios, documentación judicial, consignas, canciones, etc.

Memoria e identidad

El término “identidad” forma parte de los estudios de las ciencias sociales a partir de la década de 1960 (Lomnitz, 2002). En épocas anteriores, la problemática identitaria –si bien con otra denominación y sobre todo desde el punto de vista sociológico– ya ha estado presente en autores clásicos como Weber, Marx y Durkheim. Los tres formularon conceptos muy relacionados con la cuestión de la identidad, siguiendo el orden de los ensayistas: “status”, “conciencia de clase” y “representaciones colectivas”.
Para Stuart Hall –autor decisivo para el desarrollo de los Cultural Studies– la problemática de la identidad resulta imposible de pensar fuera de las cuestiones sociales y culturales. El ensayista[10] sostiene que existen tres diferentes concepciones acerca de la cuestión identitaria: 1) el sujeto del iluminismo, 2) el sujeto sociológico y 3) el sujeto posmoderno (Hall, 1992: 275).
Dado que este marco teórico-conceptual se refiere a una serie de acontecimientos ubicados en la segunda mitad de la década del setenta hasta los primeros años de la siguiente (que corresponde a una sociedad descentrada enmarcada en el capitalismo tardío, cuya idea de saber ya no se corresponde con la razón moderna deseosa de unidad, sino que fluctúa entre un espacio ilimitado de indagación y la conciencia del carácter limitado de toda forma de conocimiento) y, aceptando el reconocimiento que distingue a los Cultural Studies en el campo de la comunicación, vamos a centramos en la concepción posmoderna del sujeto (y, como se verá más adelante, en un momento en particular). Esta concepción coloca el acento en la noción de las identidades múltiples y fragmentadas, y se separa definitivamente de la anterior concepción unificada de la identidad.
El sujeto posmoderno ha sido definido como alguien que no tiene una identidad integral, originaria ni unificada. La identidad se transforma en “un banquete móvil": formado y transformado constantemente en relación con las líneas por las que somos representados o dirigidos en los sistemas culturales en los que estamos insertos (Hall, 1987). Esta cuestión está definida históricamente, no de manera biológica. El sujeto, por lo tanto, asume identidades diferentes, en distintos momentos; identidades que no están unificadas alrededor de un “yo”' coherente. Dentro de nosotros conviven identidades contradictorias, tirando en direcciones diferentes; es decir, nuestras identidades cambian continuamente de posición (Hall, 1992: 277).
Hall postula que el sujeto posmoderno no nace por generación espontánea. Entre sus antecedentes hay cinco momentos del proceso de descentramiento: 1) el pensamiento marxista y el cuestionamiento al concepto del sujeto como autor de su propia historia; 2) la noción del inconsciente introducida por el “descubrimiento” del psicoanálisis; 3) el surgimiento de la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure (1970), quien postula la no existencia de un sujeto como autor de los sentidos de sus palabras; 4) la aparición de los trabajos filosóficos e históricos de Michel Foucault (1975, 1977), quien analiza el surgimiento de un nuevo tipo de poder que intenta disciplinar tanto a sociedades como individuos, es decir: a gobiernos como al propio cuerpo del individuo; y el 5) el impacto del feminismo como teoría crítica y social. Perspectivas que, digámoslo, pueden converger.
A este proceso, Pablo Vila, quien analizó profundamente los momentos del desarrollo de descentramiento del sujeto, agrega un sexto momento: el estudio sobre las identidades narrativas.
Lo interesante de este momento es que justamente busca explicar por qué, si a partir de los trabajos de los autores antecitados sabemos que las identidades sociales son descentradas, fragmentarias, y en continuo proceso de formación, la gente vive su identidad como si fuera un todo unificado (Vila, 2001).
Esta nueva manera de estudiar las identidades sociales afirma que la narrativa es una categoría epistemológica que fue tradicionalmente confundida con una forma literaria. Vila –quien se apoya en Paul Ricoeur (1984), Donald Polkinghome (1988), Margaret Somers (1992) y otros– sostiene que la narrativa es uno de los esquemas cognoscitivos más importantes con que cuentan los seres humanos, ya que expresa la comprensión del mundo que nos rodea. Por lo tanto, podemos afirmar que –a través de una forma muy expresiva– los hechos vividos pueden ser contados de manera temática y coherente.
Esta nueva noción reconoce a la narrativa y a la “narratividad” como conceptos de epistemología y ontología social. Estos conceptos afirman que es por medio de la “narratividad” que podemos conocer, entender y dar sentido del mundo social. Es, por lo tanto, gracias a las narrativas y sus distintas formas de narrar que constituimos nuestras identidades sociales (Somers, 1992: 600).
Como consta en muchas publicaciones, una de las cuestiones centrales para las madres y los familiares de detenidos-desaparecidos es cómo transmitir la experiencia traumática de la dictadura a las generaciones posteriores. No es una cuestión menor esa tarea ya que un hecho histórico para ser comunicado debe ser significado dentro de las formas del discurso, postula Hall (1980) en un trabajo ya clásico. En el momento en que ese hecho pasa bajo el signo del discurso, está sujeto a todas las reglas complejas formales a través de las cuales el lenguaje significa. En otras palabras: el hecho debe convertirse en una “historia/relato” antes de que pueda convertirse en un evento comunicativo[11].
La construcción narrativa de las violaciones a los DDHH es una cuestión central porque, cuando recordamos las historias de la comunidad a la que pertenecemos, nos apropiamos de modelos de actuación y de sus resultados. Cuando eso ocurre, la narrativa da lugar a la acción ya que esos modelos recuperados permiten idear estrategias y acciones para desarrollarlas junto a otras personas.
Recordamos historias sobre nosotros y el pasado de la comunidad, y éstas proveen modelos; planificamos estrategias y acciones e interpretamos las intenciones de otros actores. La narrativa es la estructura discursiva que adquiere toda acción humana por medio de una forma que resulta significativa (Polkinghorne, 1988: 135).
Este proceso constante de ida y vuelta entre narrativas e identidades (entre vivir y contar) es el que permite fijar ciertos parámetros de identidad (nacional, local, grupal, de género, política o de otro tipo) que cada sujeto selecciona de ciertos hitos que lo ubican en relación con “otros”. Esos parámetros se convierten en marcos sociales para encuadrar las memorias (Halbwachs, 1994). Si bien la identidad posee una parte permanente y otra continuamente cambiante, algunos de los hitos se tornan, para el sujeto individual o colectivo, en elementos “invariantes” o fijos, alrededor de los cuales se organizan las memorias. Pollak (citado por Jelin, 2002) señala tres tipos de elementos que pueden cumplir esta función: a) acontecimientos, b) personas o personajes y c) lugares. Pueden estar ligados a experiencias vividas por la persona o transmitidas por otros. Estos elementos permiten mantener un mínimo de coherencia y continuidad, necesarios para el mantenimiento del sentimiento de identidad.

Memoria e historia

La dificultad para separar la historia de la memoria es algo que asumen los propios historiadores. Este problema lo enfrenta Tulio Halperin Donghi, quien expresa:
Me pesa que en los años del Proceso se haya abierto una herida que no ha cicatrizado aún, y hace difícil atravesar la invisible frontera que separa el dominio de la memoria del de la historia, con consecuencias que van más allá de las postuladas por quienes suponen que sólo separando con un adecuado espesor de tiempo al historiador de su objeto de estudio podrá acercarse a éste con la serenidad necesaria para alcanzar de él una imagen –como se dice– objetiva. El peligro consiste, más bien, en que cuando la memoria, siempre y necesariamente selectiva, se vuelca hacia una etapa que dejó de herencia una herida como ésa, se concentre en esa herida hasta marginar casi todo el resto (Halperin Donghi, 2003).
El temor del historiador es que la narrativa sobre aquellos años (“tal como la han registrado el Nunca más y El Diario del Juicio”) se convierta en “toda la historia del Proceso”. Ese temor es justificado porque existe una mirada centralizada, en su gran mayoría, en Buenos Aires y en investigaciones sin la suficiente actualización; por otro lado, la narrativa del informe de la CONADEP se torna, en algunos casos, en memoria “oficial” que no permite escuchar a las memorias locales[12].
Existen, además, investigadores que creen que el pasado próximo –o como lo llaman algunos: la historia del presente– es propiedad de los historiadores. Uno de ellos sostiene que
la intervención del historiador en la historia del presente puede contribuir a combatir ciertos peligros de las múltiples y difundidas interpretaciones vulgarizadas circulantes y, a la vez, estar en condiciones de reordenar, reformular y problematizar una historia del presente generalmente narrada por cronistas y periodistas, quienes, más allá de un mayor o menor rigor en su análisis, tienden a producir una interpretación del presente condicionada por el sentido común, por los tiempos mediáticos y por las múltiples presiones sociales (Suriano, 2005: 11).
Me permito disentir en una sola cuestión. Por eso transcribo algunos términos que son sinónimos de “vulgar”: prosaico, mediocre, banal, plebeyo, grosero. Es decir, todo aquel que no es historiador –según Suriano– corre el riego de brindar versiones degradantes de la “historia del presente”. La historia –recordemos– no es propiedad de los historiadores y muchas veces el espíritu de una época es captado por autores que elaboran una contrahistoria (basada más en lo anecdótico y aquello que, en el mejor de los casos, está relegado en los márgenes de la historia oficial), como el que escribió la siguiente interpelación:
Las construcciones de la historia son comparables a instrucciones militares, que acuartelan y acorralan la verdadera vida. Por el contrario, la anécdota es un levantamiento callejero. La anécdota nos acerca a las cosas en el espacio, permite que entren en nuestra vida (Benjamin, 2005).
Aquella “historia del presente” –o, como prefiere decir la investigadora que no es historiadora y escribe el último capítulo que compila Suriano, “el pasado próximo”– es algo que pertenece a todos. Le pertenece, sin ir más lejos a la autora recién citada que postula la construcción de un campo nuevo en las ciencias sociales: los derechos humanos y las memorias de la represión y la violencia política. Este nuevo campo está produciendo
un cambio paradigmático a través de la incorporación de nuevos marcos interpretativos, que traspasan tradiciones disciplinarias (el derecho y el psicoanálisis, la sociología y la ciencia política, la antropología y la historia), en un intento de ubicarse frente a una realidad latinoamericana donde convergen cuestiones y procesos múltiples y complejos (Jelin, 2004: 108).
Es interesante la necesidad de encarar este nuevo campo con miradas interdisciplinarias y, a la vez, reconocer los procesos subjetivos que entran en juego y que trascienden a las distintas disciplinas. Estos procesos siempre han estado presentes, pero ocurre que “nos hemos olvidado de ellos –tanto en el marxismo como en el estructuralismo y sin ninguna duda en las corrientes más funcionalistas–”, como afirma Jelin.
Más allá de esta discusión que no la vamos a resolver aquí, hay que decir que para algunos autores, la memoria y la historia se contraponen. Así, la primera estaría (con)formada por una participación emotiva en el pasado; en tanto que la segunda es aquella que toma distancia crítica del pasado. La memoria es vaga, fragmentaria, incompleta y, de alguna manera, tendenciosa (Rossi, 2003: 30); mientras que la historia se preocupa sobremanera por la autenticidad de sus fuentes y toma muchos recaudos metodológicos que funcionan como controles y pruebas de los hechos ocurridos (Jelin, 2002: 64-65). La memoria está del lado de la fragmentación, de la pluralidad de los grupos y los individuos que son sus vectores efímeros; mientras que la historia está del lado de la unicidad, de la afirmación del uno (Halbwachs, 1994). Una es concreta; la otra encuentra su espacio en el campo teórico, es decir: encarna un saber abstracto.
Sin embargo, los libros de Maurice Halbwachs[13], Robert Darnton[14] y Philippe Ariés[15] demuestran que, tanto la una como la otra, pueden convivir dialécticamente. En esos casos
el llamado a la memoria colectiva y a las memorias privadas permite a los historiadores abandonar el terreno de los acontecimientos públicos, de la cronología oficial, para asomarse al mundo de la vida privada, de las “mentalidades”, de las “historias locales” que fueron sumergidas y derrotadas en el momento del triunfo de la “historia” en detrimento de la “memoria” (Rossi, 2003: 30).
Es decir, la memoria (con su carga afectiva y mítica, formada por detalles, recuerdos vagos y, por lo general, entremezclados) puede –y debe– ser analizada por medio de operaciones intelectuales que exigen un análisis crítico, conceptual y laico.

Modelos para narrar

Un problema fundamental de los familiares de detenidos-desaparecidos ha sido cómo narrar el horror que les tocó vivir. Esta dificultad –no está demás decirlo– no ha sido privativa de ellos. Osvaldo Aguirre (2006: 49) sostiene que la interrupción del movimiento poético, en (y por) la dictadura, “se correspondió con la degradación de una lengua donde las palabras también constituyeron el vehículo del terror y el engaño”. Este escritor relaciona a la Argentina dictatorial con la Alemania nazi y cita a Steiner (2003: 119), quien afirma que las palabras “fueron forzadas a que dijeran lo que ninguna boca humana habría debido decir nunca y con las que ningún papel fabricado por el hombre debería haberse manchado jamás”. La conclusión de Aguirre es clara: “Recomponer la tradición implicaba recuperar esa lengua a la que se quiso despojar de historia y de significado”.
Para narrar el horror, los familiares tuvieron que reconstruir los acontecimientos trágicos, rememorar aquellos hechos y ordenarlos de manera de ser comunicables. Tuvieron que recuperar la lengua para poder reconstruirse individualmente y reconocerse de manera grupal. No tenían otra forma para contar lo que vivieron. Esas narraciones les permitieron recuperar sus historias y sus significados.
Una construcción narrativa, lo sabemos, es un discurso donde alguien relata una historia. Ese discurso puede ser escrito, oral –como es el caso de la mayoría de los discursos que rememoran– o también puede ser audiovisual, como es el caso del cine. Los constituyentes básicos de toda narración son: 1) temporalidad (en el caso de la última dictadura, existe una sucesión de acontecimientos entre los años 1976 y 1983, en algunos casos van más allá); 2) unidad temática (dados por las mujeres, en tanto sujetos individuales y colectivos); 3) transformación (los estados cambian, por ejemplo, de alegría a tristeza, de desgracia a felicidad, de plenitud a vacío, de incertidumbre individual a reconocimiento grupal); 4) unidad de acción (de la situación inicial de plenitud familiar se llega a la constitución grupal de familiares que reclaman por memoria, verdad y justicia); y 5) causalidad (la búsqueda del familiar detenido-desaparecido).
A partir de estos constituyentes, se construye al siguiente esquema narrativo canónico (Adam, 1992):
  1. Situación inicial
  2. Complicación
  3. Acción
  4. Resolución
  5. Evaluación
Para Jerome Bruner narrar historias es algo más serio de lo que habitualmente creemos. Esto es así porque:

Mediante la narrativa construimos, reconstruimos, en cierto sentido hasta reinventamos, nuestro ayer y nuestro mañana. La memoria y la imaginación se funden en este proceso. Aun cuando creamos los mundos posibles de la fiction, no abandonamos lo familiar, sino que lo subjetivamos, transformándolo en lo que hubiera podido ser y en lo que podría ser. La mente del hombre, por más ejercitada que esté su memoria o refinados sus sistemas de registro, nunca podrá recuperar por completo y de modo fiel el pasado. Pero tampoco puede escapar de él (Bruner, 2003: 130).
La acción de reinventar nuestro ayer no significa necesariamente una infidelidad a los hechos ocurridos. Significa, simplemente, que el relato y el suceso que cuenta no son idénticos; lo contrario sería creer que el lenguaje es transparente y no una mediación que representa –o busca representar– la realidad[16].
Distintas teorías textuales analizan las formas de narrar. Un trabajo clásico de van Dijk (1980) propone la noción de superestructura para clasificar los distintos textos. El autor afirma que es posible clasificar los textos, de acuerdo a la estructura global que poseen, en argumentativos, narrativos y descriptivos. No significa esto que todo texto deba responder a una superestructura prefigurada, ya que el citado autor “sostiene que el problema teórico de si todos los textos tienen superestructura es, sobre todo, empírico” (citado por Contursi y Ferro, 2000: 29).
La narración produce una ilusión de realidad. Ya vimos que la reconstrucción completa del pasado es una tarea imposible. Entonces, el problema que plantean las narraciones de los hechos de las violaciones a los DDHH es la cuestión de los abismos que abre la lengua en cuanto capacidad de reclamar y exigir justicia. Si no se narra, no hay transmisión; si no hay transmisión, no hay posibilidad de reclamar; si no hay reclamo, no existe pedido de justicia.
En definitiva: no se trata únicamente de conocer qué pasó durante la última dictadura, sino saber qué es lo que cuentan los familiares de los detenidos-desaparecidos y cómo lo narran. El desafío es pasar de un simple recuento de los hechos del pasado a un análisis crítico y reflexivo.
Nada menos.



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[1] El destacado es de las autoras.
[2] Entre otros: Miguel Ángel Solá, Cecilia Roth, Antonio Gala, Chico Buarque, Valentina Bassi, Federico Luppi, Harold Pinter, Soledad Bravo, Eusebio Poncela, Virginia Innocenti, Augusto Roa Bastos, Beatriz Valdés, David Byrne, Eduardo Galeano, Manu Chao, León Gieco, Leonor Manso, Héctor Alterio, Hanna Schygulla, Mario Benedetti, Jesús Quintero, Rubén Blades, Milva, Ernesto Cardenal, Hugo Arana, Ariel Dorfman, Sting, Trudie Styler, Caetano Veloso, Laura Novoa, José Saramago, Leonardo Sbaraglia, Bono, Charo López, Tata Cedrón, Vittorio Gassman, Ofelia Medina y Franklin Caicedo.
[3] Sin embargo, Finkelstein (2002) opina que el Holocausto se usa como un arma política para manipular el presente y –siempre según él– como un mecanismo de enriquecimiento. Para más detalles véase el comentario de Kaufman (2002).
[4] Es imposible de eludir para todo escritor riguroso, como por ejemplo Gunther Grass quien citó el dictum al recibir el premio Nobel en 1999. En su novela A paso de cangrejo (2002), el autor narra la suerte de los expulsados alemanes de los territorios orientales y afirma: “La historia, más precisamente la que nosotros revolvemos, es como un inodoro tapado. Tiramos y tiramos de la cadena, pero la mierda sigue subiendo”. Avanzar, por lo tanto, no significa olvidarse del pasado; hay momentos en la historia en los que para progresar es preciso –como en el caso del cangrejo– retroceder.
[5] En el campo literario jujeño, la respuesta más elocuente la brindan los poemas de Alcira Fidalgo (2002), muchos de los cuales fueron escritos en condiciones de extrema precariedad existencial.
[6] En épocas anteriores también hubo desaparecidos por razones políticas, pero no con la sistematización que comenzó el 24 de Marzo de 1976. Por otro lado, la singularidad de la represión, durante la última dictadura, también dejó su marca en el uso de las palabras; el término “desaparecidos” es una palabra que recorrió el mundo como símbolo de la dictadura argentina; más detalles en Ulanovsky (s/f). Por otro lado, el film Missing (1982) de Constantin Costa-Gavras, basado en un hecho real (el secuestro de un joven periodista en el Chile de Augusto Pinochet), contribuyó también para movilizar a la adormecida sociedad occidental de los años ochenta.
[7] La memoria siempre es parcial. Una de las explicaciones sobre este término que aparece en el diccionario de la Real Academia Española expresa: “Relación de algunos acaecimientos particulares, que se escriben para ilustrar la historia” (el destacado es nuestro).
[8] La falta de sepultura de los detenidos-desaparecidos hace comprensible “la fuerte presencia del Holocausto en los debates argentinos”, afirma Huyseen, op. cit., p 24.
[9] Sobre el conflicto entre historia y memoria, volveremos al final de este capítulo.
[10] Stuart Hall nació en Jamaica en 1932. Realizó sus estudios en Inglaterra. En Oxford trabajó con militantes nacionalistas de las naciones colonizadas y con intelectuales de la izquierda marxista. En 1964, junto a Richard Hoggart funda el Centro de Birmingham, cuya dirección asumirá cuatro años más tarde. Para una descripción más detallada de este autor, véase Mattelart y Neveu (2002).
[11] Cuando Hall analiza la comunicación de masas sostiene que la misma se puede pensar en términos de una estructura producida y sostenida a través de momentos relacionados pero distintivos: producción, circulación, distribución y reproducción. Para este autor, la producción constituye el mensaje y, por lo tanto, el discurso tiene que estar estructurado a través de significados e ideas; el discurso –sostiene Hall– debe “ser traducido-transformado” para ser completado en una práctica social. En consecuencia, hasta que no se articula el significado discursivo en la práctica, no existe comunicación efectiva.
[12] Así, los episodios de violencia conocidos como el “Apagón de Ledesma” tienen muchas versiones. Así lo registra da Silva Catela (2003), quien descubre narrativas diversas y, con mucha valentía intelectual, ella cuestiona el relato “oficial” que aparece en el Nunca más.
[13] Este autor designa con el nombre de “memoria histórica” a la acción de unir memoria e historia. Para más detalles, véase Ricoeur (2002: 28).
[14] En uno de sus últimos libros titulado La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, el autor investiga “las sorpresas que se encuentran en un conjunto de textos inverosímiles: una versión antigua de 'Caperucita Roja', un relato de una matanza de gatos, una extraña descripción de una ciudad, el raro archivo llevado por un inspector de policía”. Este último se dedicó a espiar y a seguir con espíritu maniático a los nuevos “intelectuales independientes”.
[15] Junto a Georges Duby coordinó la Historia de la vida privada. Es, además, autor de Ensayos de la memoria.
[16] Esta problemática de la narración también es compartida por la historia. Al respecto, afirma de Certeau (1993: 13): “La historiografía (es decir 'historia' y 'escritura') lleva inscrita en su nombre propio la paradoja –y casi el oxímoron– de la relación de dos términos antinómicos: lo real y el discurso. Su trabajo es unirlos, y en las partes en que esa unión no puede ni pensarse, hacer como si los uniera”.

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