miércoles, 13 de julio de 2011

La generación de la dictadura

Logo de la revista de memorias que dirigió Andrés Fidalgo
Ahora que dio negativo el primer cruce de muestras genéticas de Marcela y Felipe Noble Herrera con los datos del Banco Nacional de Datos Genéticos, es oportuno reflexionar sobre qué sucede, en Jujuy, con algunos de nuestros vecinos que nacieron en la última dictadura.

Para empezar, no es lo mismo crecer en un ambiente sin libertades y con un régimen terrorífico que hacerlo en democracia. El chileno Humberto Maturana expresa que los niños que crecieron bajo una dictadura lo hicieron corporalmente de manera diferente. Por eso, muchas veces, expresamos que muchos de los integrantes de esa generación tienen incorporada el estigma de la opresión.

Pensemos en los hijos de torturadores. ¿Qué cuestiones pasan por sus mentes cuando se enteran que un progenitor es un violador de los derechos humanos? Existen pocas investigaciones sobre estos casos. La primera vez que se me ocurrió pensar esta cuestión fue cuando conocí a una mujer que había vivido en Brasil, realizado un posgrado en Barcelona y antes había vivido en distintos lugares de nuestro país. Al comienzo de nuestra charla, me gustó cierto desenfado y algunos giros discursivos que sugerían su periplo trashumante. Una luz de atención se prendió dentro de mí cuando le pregunté a qué se debía tanta migración. Temía la respuesta. Sus palabras confirmaron mi temor: era hija de un oficial del Ejército Argentino. Además, su apellido no era común y por eso le pregunté el origen. No recuerdo si me dijo serbio o croata. Más tarde, busqué información en mi computadora y me enteré que por esos días juzgaban a su padre por crímenes de lesa humanidad. Sé muy bien que los hijos no tienen que pagar la culpa de los padres, pero no pude evitar la sensación de incomodidad que sentí. Después, perdí su rastro.

Hace unos años me visitó una persona que figura en mi libro sobre la dictadura en Jujuy. Había sido increpado por su hija que leyó una página en la que él aparece como delator de compañeros. “¿Y ahora qué le digo a ella?”, me dijo. En ese momento me di cuenta de que había hecho mal en atenderlo y le contesté: “Eso tendría que haberlo pensado antes”.

Transcribo ese breve diálogo para expresar que no me interesa analizar lo que pasa en la psiquis de un torturador o un delator. Me parece que tenemos que concentrarnos en la generación de sus hijos. No para que los odien, pero sí para que aprendan a desaprender las marcas nefastas que les dejaron sus padres.

¿Por qué no hablamos de la generación de la dictadura? Quizás porque esta herida aún no terminamos de cicatrizarla. Los psicólogos saben que en cuestiones traumáticas los silencios desempeñan un papel importante. Cierta vez, un amigo que había sido torturado en Tucumán, en su época de estudiante universitario, llevó a su hijo a conocer la Finca Agronómica ya que éste iba a estudiar en la universidad de aquella provincia. En la entrada, mi amigo recordó un episodio en el que tiraban terones para que cayera la caballería represiva, pero –recuerda él– “algo raro pasaba, porque los que caíamos éramos nosotros”. La emoción le jugó una mala pasada y algunas lágrimas se hicieron presentes. Esto le hizo mucha gracia a su hijo porque creía que estaba frente a un viejo sensiblero y le largó un comentario cáustico: “Qué blando que sos. Te emocionás de cualquier cosa”.

Qué buena ocasión para hablar de la dictadura, le dije. “Para nada –contestó–, no puede contarle nada. ¿Por qué? Porque no quiero que sufra por lo que yo tuve que pasar”.

Algo grave nos ha pasado como sociedad. La dictadura fue tan terrorífica que rompió el diálogo entre padres e hijos. Trabajar esta cuestión es una deuda que tenemos para con los hijos de los que sobrevivieron a la Historia en su más extrema crueldad.

Releo lo que escribí y me doy cuenta de que no hablé de nada nuevo. Ya en el Deuteronomio, capitulo 32, versículo 7, se puede leer: “Acuérdate de los días pasados, recuerda a las generaciones anteriores. Interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te expliquen”.

Amén.

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