miércoles, 19 de diciembre de 2007

Hora cero

Nota publicada en el diario El Tribuno, Salta, lunes 24 de diciembre de 2007.

En mi niñez, las fiestas de fin de año eran equivalentes. Sólo se distinguían porque Navidad la pasábamos con unos abuelos y Año Nuevo con los otros. En las dos siempre había mucha comida porque vengo de familias numerosas.

Mis cuatro abuelos eran trabajadores rurales. Todos semianalfabetos y con una salud de hierro. No sé cómo mi abuela materna llegó a administrar prósperamente un almacén y también ignoro el trabajo que hacía mi abuelo paterno en la sala que todos sus hijos llamaban el escritorio y donde no debía volar ninguna mosca. Los cuatro eran respetuosos de las fiestas religiosas y cortaban las puntas de las orejas de sus gatos para que no los dejaran entrar en la Salamanca.

Recuerdo los preparativos de aquellas fiestas: las mujeres se movían presurosas en la cocina, los hombres preparaban brasas o una bebida con frutas y mucho alcohol; todos tenían alguna obligación. Por eso, mis primos y yo podíamos jugar libremente sin miradas vigilantes. Desde temprano regulábamos fuerzas porque sabíamos que lo mejor estaba, siempre, a la medianoche.

A la hora cero uno podía comer lo que se le antojara y los buenos modales ya hace rato que se habían perdido. Pero no era eso lo que más nos gustaba. Siempre había un tío soltero que nos regalaba petardos, cañitas voladoras y baterías de cohetes. Y, como estaba con unos tragos de más, nos regalaba su encendedor.

Creo que no hace falta decir que dejamos de ser niños cuando tenemos nuestro propio encendedor. Ese pequeño aparato, para cualquier adolescente, vale más que el arco de flechas, la pelota de cuero o el disfraz del Zorro. No sé por qué siempre me hice ilusión que la mujer de mi vida me iba a reconocer por el encendedor.

Después, como todos, concurrí a muchas fiestas, pero las reuniones familiares ya no fueron tan numerosas ni tan divertidas. Me perdí con otras gentes y cuando tenía veinte años creí que una nueva Navidad era posible. Era el tiempo de la posdictadura y yo también, ingenuamente, creía que con la democracia se comía, se educaba y se curaba.

Ya soy grande y no creo en los Reyes Magos. Tampoco creo en el rey que manda a callar a un mestizo presidente. Ni muchos menos en el presidente del norte que invade países con recursos naturales. A propósito, hace un par de años, unos amigos españoles me mandaron una postal digital en la que George Bush colgaba bombas (en lugar de guirnaldas) en un arbolito de Navidad.

Todavía creo en las reuniones de familiares y amigos. Pero no creo que cuando sea abuelo alcance a sentarme en una mesa numerosa como las que armaban mis predecesores. Por otro lado, sé que mi decadencia física es inevitable y por eso he dejado de fumar. Guardo, sin embargo, un encendedor. Es posible que le sirva a un sobrino para que, a la hora cero, deje de ser niño.

Fotografía: "El asado en Mendiolaza" de Marcos López.

jueves, 13 de diciembre de 2007

El fin de la inocencia 6

Campo literario jujeño en la década del noventa: Los premios

Leer: El fin de la inocencia 5

Un premio literario es importante cuando posee, por lo menos, dos características: la institución que lo organiza posee un prestigio reconocido y el jurado está compuesto por escritores importantes. Estas condiciones específicas otorgan validez al premiado y posibilitan que emerjan nuevas obras que se atrevan a producir rupturas con las corrientes establecidas y con las maneras de leer.

En 1986, el libro Café de la luz de Aguirre obtiene el primer premio del concurso organizado por la Fundación del Banco del Noroeste Cooperativo Limitado de Salta. El jurado estuvo compuesto por Walter Adet, César Antonio Alurralde y José Ríos; el primero de los evaluadores escribió en la contratapa del libro:

Un oficio aprendido y dominado en un mundo mágico y personal, reflexivo y a la vez emocionalmente tenso, en imágenes nítidas y delicadas, de gran poder de sugerencia.

Un libro “trabajado” en decantación y en equilibrio. Hay el epigrama, el apunte, pero también los poemas logrados, donde el conceptualismo es siempre tensión lírica. Un hilo sutil que da unidad a los poemas como “Estamos trabajando” y “el oficio de los cuerpos desnudos”.

Una alucinación que consigue el equilibrio por la justeza expresiva. (Grandes hallazgos y una engañosa levedad.)

Al año siguiente, Marcelo Constant (1954), con el libro de cuentos Antología para destruir, gana el mismo premio. El jurado también estuvo a la misma altura de la edición anterior: Alicia Martorell, Raúl Aráoz Anzoátegui y Francisco Zamora. Aquella justificó su decisión con estas palabras:

Narraciones insinuantes de situaciones dolorosas, de vidas anónimas asfixiadas por la urgencia de escapar. Los barrios pobres de las ciudades porteñas, en donde se mezclan como alucinaciones el hastío diario, la ironía, la inventiva social, la melancolía… todo conformando una fábula que nos parece inventada.

Estamos ante un escritor de gran originalidad –creo que todos sentimos el impacto de un lenguaje en donde el pensamiento se distiende velozmente, y sobre todo, el subconsciente exhumado, en casi la totalidad de la obra, sólo el recuerdo de posibilidades.

Un año antes, el libro de poemas Elementos de Carrizo consigue el premio Fondo Nacional de las Artes. El jurado estuvo formado por Jorge A. Madrazo, Francisco Madariaga y Joaquín C. Gianuzzi. En 1987, la obra apareció con el sello de Torres Agüero Editor y tenía, además, otros dos respaldos: un prólogo de Armando Tejada Gómez y una breve carta de Elvio Romero en la contratapa.

Es posible que estos concursos y sus premiados hayan funcionado como antecedentes a imitar para que la dirección provincial de Cultura local organizara, en 1988, un importante concurso de poesía. La institución convocó a un jurado incuestionable (digno es mencionarlo porque también existieron otros concursos con evaluadores de dudosas referencias)[1]: Fidalgo, Rodolfo Alonso y José Clemente; aunque sus nombres no figuran en los libros publicados un año después. Con un criterio que resulta difícil de entender, tampoco figura el orden en que fueron otorgados los premios. De todas formas, el resultado fue el siguiente: el primer premio le correspondió a Crónicas del buen amor de Aguirre y la primera mención a Cuentos de la mujer y el solitario de Baca y la segunda a Punk y circo de Accame. Las dos menciones no habían sido previstas en el reglamento del concurso, pero dado que el jurado consideró importante la calidad de las obras, éste también sugirió la publicación de los libros mencionados.[2]

Tampoco figuraron los nombres de Madrazo, Eugenio Mandrini y Esteban Peicovich en el libro Epifánicas y otros poemas (Buenos Aires, La sociedad de los poetas vivos, 1993) de García. El poeta de San Pedro había obtenido, un año antes, el 2º premio del concurso nacional de poesía “Ramón Plaza” que fue organizado por la citada editorial.

El único premio importante realizado en una ciudad del interior fue el que ganó Ángel Negro (1951) con su libro de poemas Epístolas y fragmentos (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1993). El concurso fue organizado por el departamento de Cultura de la Municipalidad de Palpalá, el libro apareció con el sello de una de las más importantes editoriales de poesía y el jurado estuvo constituido por Cañas, Baca y Fidalgo. El último de los nombrados escribió en su dictamen:

Nota predominante es la referencia a estados interiores, el tono de introspección guiado más por sentimientos que por razones. No hay relatos ni anécdotas evidentes, sino lo que pueda haber quedado de algunas experiencias que se recuerdan con distanciamiento adecuado. Así, la emoción no es exacerbada sino más bien, contenida; y la persona del autor no se empeña en ocupar primeros planos. Si a eso se agrega el buen empleo de imágenes o metáforas, es dable reconocerlos como trabajos que responden a notas distintas de la poesía contemporánea.

En 1993, Cumbia de Accame recibió el primer premio del concurso regional para narrativa del noroeste argentino. El certamen fue organizado por la dirección municipal de Cultura y Turismo de San Salvador de Jujuy; los integrantes del jurado fueron Calvetti, Aníbal Ford y Jorge B. Rivera. El libro, con varias modificaciones, recién será publicado en la década siguiente por una editorial de Buenos Aires.

Durante aquel año aparece la obra Primer certamen literario Premio Universidad Nacional de Jujuy. Como si fuese un aviso que prefigura lo que vendría después, la edición dejó mucho que desear ya que no pasó por las manos de Groppa y porque uno de los integrantes del jurado, tuvo que agregar la siguiente fotocopia en los libros:

La impresión de este volumen, que estuvo a cargo del director de la Casa de la Cultura de la Unju, omite (o modifica) aspectos de la convocatoria y de la decisión del Jurado, que pueden confundir a los lectores. Por eso, creo conveniente establecer que la convocatoria se hizo sólo para residentes en la provincia y para dos categorías: Poesía y Cuento. Dentro de ellas, por grupos según edad. A continuación, los detalles. Se recibieron 53 trabajos; 7 no reunieron condiciones formales

I. Poesía

Grupo 1 (13 a 19 años). Participaron 5 autores. 1º y 2º premios, desiertos. 3º Mención especial a Elva Meles.

Grupo 2 (20 a 29 años). Participaron 8 autores. 1º premio Reynaldo Castro. 2º premio Norma Wierna. 3º premio César Yurquina.

Grupo 3 (30 a 59 años). Participaron 17 autores. 1º premio Víctor O. García. 2º premio Nélida Cañas. 3º premio Oscar Berengan.

Grupo 4 (más de 60 años). Participaron 3 autores. 1º y 3º premios, desiertos. 2º premio Elba D’Abate de Zenarruza.

II Cuento

Grupos 1, 2 y 4, desiertos (el 1 por falta de postulantes). Grupos 2 y 4, dos autores cada uno. Grupo 3. Participaron 9 autores. 1º premio Irma Homs. 2º premio Susana Quiroga. 3º premio Nélida Cañas.

La convocatoria se hizo en julio de 1991. El jurado se expidió en setiembre del mismo año. El libro fue presentado el 5 de agosto de 1993.[3]

De todas maneras, ése fue un año prolífico: la municipalidad de San Salvador de Jujuy organizó un concurso de poesía en el que Sofía (in memoriam) de Aguirre y Golja de Accame obtuvieron el primer y segundo premio, respectivamente. Esa vez, el jurado estuvo compuesto por Víctor Redondo, Diana Bellesi y Mangieri. Las obras recién aparecerían editadas dos años más tarde.

Previamente, cuando ningún funcionario era capaz de garantizar la efectiva edición de los libros,[4] Aguirre recibió la propuesta de Noceti de inaugurar la serie “La sombra del agua” de la editorial Cuadernos del Molle, auspiciada por la fundación Norte Chico. El poeta aceptó y, a fines de 1995, recibió –en el mismo día, con una diferencia de horas– dos ediciones diferentes de Sofía...

Antes y posteriormente, existieron otros concursos literarios organizados en esta provincia, pero determinadas razones (entre ellas, la conformación de jurados que no evidenciaban méritos suficientes, la falta de solvencia a la hora de entregar los premios o la inexistencia de una política cultural) hacen que no sean considerados para los fines de este trabajo.

Recién con la salida de Cuatro Poetas (1999) de Accame, un certamen de poesía volvió a ser relevante. Un año antes, la municipalidad de San Salvador de Jujuy había convocado como integrantes del jurado a Santiago Sylvester, Manuel Bendersky y Marta Goldín.

Estos concursos funcionaron ya no como ingresos al campo literario (recordemos que casi todos los ganadores habían publicado sus primeros trabajos en el suplemento que dirigía Groppa), pero sí como maneras de posicionarse dentro del mismo. Significaron, asimismo, la legitimación de sus poetas que, en los noventa, tienen una visibilidad incuestionable. Esta legitimidad también produce nuevas lecturas de una obra que había circulado casi en secreto: Historietas (1978) de Aguirre.[5]

La narrativa, en tanto, era un terreno que todavía tenía que abonarse.



Imagen: "El saco blanco" de Carlos Alonso / Fotografía: Pablo Baca en 1998.

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[1] Al respecto, Fidalgo afirma que “durante muchos años, la dirección provincial de Cultura auspició publicaciones sin llamado previo a concursar y sin constituir jurados. Así, hubo libros de autores cuyo mérito consistió en satisfacer la dudosa capacidad crítica del funcionario de turno, la vanidad o (eventualmente) alguna coincidencia político-partidista. Parecida falta de mesura hubo en presentaciones o auspicios ‘en vivo’, donde elogios excesivos terminaron por equivocar a público y autores. Sin duda que debe darse lugar a una política de estímulos (en particular a los jóvenes), pero se hace necesario señalar también los distintos niveles de valor, dejando en claro cuándo se trata de reconocimiento de méritos ya alcanzados y cuándo de palabras de aliento. La actitud que comentamos contribuyó y contribuye (ahora con más prudentes limitaciones) a mantener un estado de confusión generalizada; sobre todo en un medio donde el público lector o auditor no está capacitado, en general, para ejercer su propia crítica fundada”, en Escritos casi póstumos (San Salvador de Jujuy, Ediciones Culturales San Salvador, 2003).

[2] “Una sugerencia de este jurado es, para nosotros, una obligación”, dijo Elena Gerónimo de Gonzálvez, directora provincial de Cultura, en el acto de proclamación de los ganadores del certamen.

[3] Fidalgo es el autor de la aclaración. El jurado, además, estaba integrado por: Ana María Postigo de de Bedia, Baca, Terrón de Bellomo y Accame.

[4] Existen varios antecedentes de concursos realizados que no efectivizaron. Sin ir más lejos, al final del gobierno municipal de Horacio Guzmán, obtuve el primer premio en el concurso de poesía “Raúl Galán”, pero, “por motivos presupuestarios”, la obra no llegó a publicarse. Con una naturalidad rayana en la impotencia, el director municipal de Cultura, Ricardo Guzmán (sobrino del Intendente), me dijo que la edición quedaría para la próxima gestión. Afortunadamente, él no volvió a la función pública.

[5] Para un análisis de la recepción de esta obra, véase mi artículo “Aguirre o la ira de la Pachamama”, en El Ojo de la tormenta /La Revista, año 2, nº 16 (San Salvador de Jujuy, setiembre de 2005).


martes, 11 de diciembre de 2007

El fin de la inocencia 5

Campo literario jujeño en la década del noventa: Una ley para escritores

Leer: El fin de la inocencia 4

La década del noventa estuvo precedida de señales auspiciosas. Varios escritores habían obtenidos premios literarios importantes y, además, existió una ley que no pasaría desapercibida en el campo literario.

El 31 de agosto de 1985, la Legislatura de Jujuy sanciona la ley nº 4.178: “De creación de asignación permanente para escritores jujeños”. Había sido promovida por Carlos Alfonso Ferraro (1953)[1], entonces asesor del diputado Pedro Octavio Figueroa (Movimiento Popular Jujeño). La norma establecía en su primer artículo:

Institúyese una asignación mensual permanente para escritores jujeños de nacimiento o con efectiva radicación en la Provincia no menor de diez años, que se encuentren comprendidos en los beneficios de la presente Ley.

Para acceder a sus beneficios, el escritor interesado debía cumplimentar una serie de requisitos: estar radicado en la provincia, tener la edad que establece la ley de jubilación ordinaria, haber publicado un libro, tener una trayectoria de reconocida relevancia y haber obtenido algún premio reconocido oficialmente. La asignación, compatible con cualquier otro ingreso, debía ser permanente y personal. Otro artículo precisaba:

El monto de la asignación permanente creada por esta Ley será el que corresponda a Director de Cultura o su equivalente al momento del otorgamiento del beneficio y se ajustará automáticamente con los incrementos que perciba el haber asignado a dicho cargo.

Al poco tiempo de ser sancionada, diez escritores resultaron beneficiados: Libertad Demitrópulos (1922-1998), Domingo Zerpa (1909-1999), Miguel Ángel Pereira (1926), Marcos Paz (1916-2001), Ernestina Acosta (1928), Félix Infante (1905-2000), Héctor Tizón (1929), Antonio Paleari (1926-1995), Néstor Groppa (1928) y Jorge Calvetti (1916-2002). Al comienzo, los escritores cobraban su asignación regularmente; pero cuando la crisis económica se hizo sentir; los pagos tardaban en llegar. Ya en el gobierno de Ferraro, hubo largos periodos en los que los escritores no veían ni un peso de la ley que había sido promovida por la misma persona que no podía garantizar los sueldos de los empleados públicos y, mucho menos, la asignación para los escritores.

En su libro inédito Los “TIPROFI”: Títulos provinciales de financiamiento, Groppa le dedica varias páginas a la citada legislación. Citamos un fragmento:

Aquí de lo que se trata es que cumplan una Ley ya creada sin mediar pedido alguno (y que honra a quien la presentó y a quienes la aprobaron y al que la promulgó y reglamentó). Además, la Provincia, no asfalta tres cuadras ni la rotonda de Palpalá con lo que les debe (año 1992 y meses, ya renunciados por los escritores pero condicionados a un acuerdo “de caballeros”, que hoy amenaza con volver al incumplimiento por parte del gobierno, por supuesto apelando a la agonía de siempre....9/2/95). Con unos viáticos menos, cumple la Ley. Y en el sentido de las prioridades, no se trata de igualar hacia abajo, porque entonces son incompatibles las suntuosidades y las miserias paralelas que a cada momento vemos aquí, en esta provincia y en todo acontecer real como si esta ciudad, principalmente, y estos señores mudos, bastos y mediocres y trepadores actuaran en un cine-show-función y serie continua, de no parar: un televisor enchufado por Dios y para siempre en el canal de una provincia argentina que en su presupuesto carece de nueve mil pesos mensuales (una caja chica, nueve viáticos, x vales de nafta, el 3 por ciento de cualquier comisión, la tarjeta de un ñoqui, el fin de semana de otro ñoqui y así de seguido hasta el infinito o lo infinitesimal) para cumplir con una Ley.

Y sin lograr audiencia para conversar con el sátrapa o los ladinos de turno para tratar sobre los siete u ocho años que nos siguen debiendo hasta hoy 29/1/97 10:43:40 en una ofensa gratuita a quien nada les debe y los respetó como vecinos. Nada más que como avecindado.

Finalmente, la ley fue derogada en el 2004 a instancias del diputado Miguel Morales (partido Justicialista), quien redactó otra que compromete a la secretaría de Cultura a otorgar un premio anual a los creadores que, hasta el momento de escribir este trabajo, no se efectivizó.


Fotografía: Jorge Calvetti

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[1] Periodista. Co-fundador de los grupos Tiempo y Brote. Publicó Azuledades (poemas, 1981) y Don Cucha –historias de duendes (cuentos, 1990). Además, escribió y representó un espectáculo unipersonal: Yo con-ver-so… (1989).

lunes, 10 de diciembre de 2007

Personas que no voy a olvidar

El 10 de diciembre de 1948, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los treinta derechos proclamados se encuentran fácilmente con la ayuda de Google o cualquier otro buscador. ¿Qué sucede cuando recordamos cómo esos derechos se encarnan en nuestra historia reciente?

En los primeros meses de 1984, un vecino me dijo: Yo nunca me enteré de nada”. Por entonces, los medios de comunicación hablaban de lo que antes no habían hablado, nos bombardeaban con información sobre los horrores que practicaron los genocidas de la última dictadura. Qué tentación de escribir aquel refrán que habla del peor ciego; pero no, no voy a escribirlo.

“Si es necesaria una autocrítica, tendremos que hacerla”, dijo un dirigente peronista de lengua larga en un acto por la conmemoración de los treinta años del golpe de Estado. ¿Será necesario revisar los que hizo ese partido en la dictadura? ¿Y lo que hizo en los años previos? ¿No será mucho para una autocrítica? ¿Y qué han hecho algunos dirigentes de hoy en aquel tiempo? Y una pregunta más difícil todavía: ¿qué tendrían que haber hecho en aquellos años y no lo hicieron?

Pasemos ahora a otro partido: ¿se acuerdan del ex diputado nacional que levantó las manos para aprobar las leyes de punto final y obediencia debida y que dijo que eran una necesidad para asegurar la democracia? Es verdad, gracias a esas leyes varios colaboradores del “Proceso” fueron elegidos en elecciones democráticas. Domingo Bussi, sin ir más lejos; hombre que tiene sus defensores en esta provincia. Flor de demócratas.

Pero no tiremos todas las culpas a los dirigentes políticos. Algunos sindicalistas también son inolvidables. Uno de ellos es el responsable de que las voces de las madres y familiares de desaparecidos quedaran afónicas en una de las últimas marchas conmemorativas. No fue de tanto cantar, precisamente. Ocurrió que un reconocido dirigente de los trabajadores estatales no les quiso prestar un megáfono para que lean la lista de los más de cien detenidos-desaparecidos de Jujuy. ¿Ésa será la famosa voz de los que no tienen voz?

Tampoco nos olvidemos de algunos religiosos. Un discípulo directo del otrora obispo de Jujuy dijo que monseñor Miguel Medina salvó a muchas personas. ¿Y con las otras, señor cura, qué pasó? ¿Qué pasó?

¿Y cómo habrá conmemorado en clase aquella maestra que hace más treinta años escribió en el pizarrón de ADEP: “Queremos el golpe”? ¿Habrá hablado con sus alumnos acerca de Marina Vilte? Y si les habló, ¿qué les habrá dicho?

Antes de terminar debe reconocer que fui un imbécil peor que mi vecino. En aquellos años, yo creía que el móvil policial que se estacionaba frente a la casa de mis padres estaba ahí para protegernos. Como todos, ahora sé que los hombres que secuestraban formaban parte de las fuerzas armadas. Es el caso de Alfredo Astiz y su grupo de tareas, responsables de secuestrar a Alcira Fidalgo (la hija de Nélida y Andrés; la hermana de Estela), el 4 de diciembre de 1977, en la entrada a un cine de Buenos Aires, y trasladarla posteriormente a la ESMA.

¿Puedo olvidarme de los genocidas, de algunos políticos, de ciertos vecinos, de gremialistas sectarios, de curas ortodoxos, de maestras dudosas, de mi torpe visión? A lo mejor, un día deje de escribir sobre este tema. Pero de algo estoy seguro: no puedo -ni quiero- olvidar a los Fidalgo. Por el impulso que ellos brindaron para la creación de soportes de las memorias de la represión dictatorial (monumentos, placas, libros, films documentales, revistas). Por lo que hacen. Por los derechos humanos.

Imagen: "El infierno" de León Ferrari

domingo, 11 de noviembre de 2007

Periodistas, escritores y bloggers 2

Autoentrevista a propósito de la presentación del libro Periodistas: Sin ustedes, el mundo estaría al revés que tienen como eje temático: la práctica periodística, la lectura y el uso de las tecnologías de la información y la comunicación por parte de los ciberperiodistas.


Ver reseña en el diario La Capital de Rosario: El violento oficio de escribir


El autor con un lector de este blog: el escritor Pablo Aguiar Cau. Fotografía de Amalia Eizayaga (Otra tinta), quien además ofició de presentadora del libro, en el acto que se realizó el jueves 8 de noviembre, en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNJu.




¿Qué motivos lo llevaron a reunir textos de periodistas?

Desde que tengo memoria soy un recolector de frutos. En mi primera infancia, ayudaba a mis primos a cosechar frutas y verduras de un pequeño sembrado que tenían mis abuelos en un lote de San Pedro. A veces -en rigor: muy pocas veces- también levantábamos alguna fruta tentadora de un vecino; pero no había intención lucrativa en nosotros, nuestra práctica tenía el dulce sabor de lo prohibido. Más tarde, cuando mis viejos se volvieron sedentarios, empecé a coleccionar historietas. En el barrio, todos leíamos El Tony, Intervalo, Patoruzú, Hora Cero y otras que no recuerdo. Enseguida llegaron otras lecturas que practicábamos a escondidas: Kiling, Goldrake y, cuando no había nada, las fotonovelas de nuestras abnegadas madres.

¿Por qué la practica de la lectura encubierta?

Porque estaba mal que un niño, un púber digamos, lea historias en las que aparecían minas con bombachas grandes, un poco de violencia y relaciones amorosas en las que casi nunca había un final feliz. Esas lecturas constituían la educación sentimental de aquellos adolescentes que entonces éramos y tenían, además, aquel sabor de lo prohibido.

¿Y cómo siguió su historia como lector?

Después me harté un poco de tantas imágenes y busqué tramas argumentativas y formas expresivas más elaboradas. Empecé a coleccionar libros de cuentos y poesías. Ya no buscaba sólo matar el aburrimiento y, a medida que más leía, me daba cuenta que mi formación intelectual tenía muchos baches. Todavía hoy siento que no he leído lo suficiente y que quizás nunca logre completar una formación aceptable. Esto no quiere decir que hay que dejar de leer, por el contrario, significa aceptar que es una tarea interminable y aquí surge uno de los motivos que me llevan a armar una compilación.

¿Cuál es ese motivo?

Son tantos los libros que uno atesora que no hay estante que alcance y entonces hay que buscar un nuevo objeto que los contenga. Esa situación se puede resolver editando un libro que contenga fragmentos de otros libros. Así, armé antologías de poemas, historias de relatos orales de la última dictadura y ahora este libro que contiene textos de y sobre periodistas.

¿Cómo fue el armado de este libro de periodistas?

Como te dije, tengo la manía del coleccionista y desde que tengo PC -digamos desde hace un poco más de diez años- guardo en “Mis documentos” archivos con notas que me ayudaron o simplemente me gustaron. Esas notas las he releído varias veces, a algunas se las reenvié a otros lectores y a casi todas las imprimí para hacerles anotaciones al margen. Ahora que lo pienso, ahí ya existía un protolibro.

¿Cuál fue el criterio utilizado para seleccionar los textos?

El criterio salió casi naturalmente. En “Mis documentos”, tengo otra carpeta que se llama “Comunicación” y a ésta la tuve que dividir en otras veinte que tienen los nombres de periodistas que sigo con cierta devoción y envidia a la vez. Después, mi deriva laboral me llevó hasta la oficina de prensa de la Universidad Nacional de Jujuy y ahí, en ese momento, pensé en preparar una carpeta que sirviera como material de capacitación interna para mis compañeros de oficina. Realicé una primera selección que incluía ochenta trabajos y me di cuenta que era excesivo y que más que promover la lectura podría atentar contra ella. No porque los trabajos sean pesados, al contrario: son textos que difícilmente uno puede dejar de leer; pero me parece que un lector no especializado puede huir despavorido cuando le ofrecen un menú generoso que no conoce muy bien. El resto fácil de imaginar: realicé una selección de esa selección. En ese proceso entendí que ya existía algo que rozaba lo artístico: la tarea de seleccionar y proponer un orden a esa lectura.

¿En qué consiste ese orden?

Es un orden temático. Arranca con la cuestión de lectura y enseguida se solapa con el acto de escribir y esto inevitablemente nos lleva a la práctica periodística. En este punto resulta inevitable la presencia de los grandes maestros: Rodolfo Walsh, Truman Capote, García Márquez, Néstor Groppa, Karl Kraus y la lista sigue. También me pareció interesante hacerlos dialogar entre sí por medio de lo que escriben.

¿En qué consiste ese diálogo?

Consiste en contraponer posturas intelectuales y ver qué es lo que resulta. Así, Abelardo Castillo evoca a Roberto Arlt y, antes o después, existe un texto del autor de Los siete locos. La cuestión central fue cómo hacer convivir a los distintos textos y autores. En algunos tramos esa convivencia es tranquila; en otros, explosiva.

¿Cómo en cuáles?

Pienso en Ricardo Piglia que rescata a Arlt y, unas páginas después, aparece una entrevista a Carlos Gazzera que compara la caída del muro del Berlín con la imagen de Piglia abrazado al cheque de una editorial comercial. Este libro, entonces, también muestra miserias y grandezas de prácticas intelectuales.

¿Quiénes son los lectores potenciales de este libro?

Creo que puede ser útil para todos aquellos que practican el periodismo, para los que se interesan por la lecto-escritura y también para aquellos que utilizan las nuevas tecnologías para comunicarse con el mundo. Más allá de esta cuestión temática, creo que puede interesar a todos los que buscar recolectar ideas. Las ideas, esto lo sabemos bien, en tiempos de campañas políticas, son frutos prohibidos que atraen a los buenos lectores.


jueves, 8 de noviembre de 2007

El fin de la inocencia 4

Campo literario jujeño en la década del noventa: Las editoriales


Leer: El fin de la inocencia 3


El suplemento cultural del Pregón que, con el correr del tiempo, se convirtió en hoja literaria ayudó a crear un público lector. La mayoría de los autores nacidos en la década del cincuenta publicaron por primera vez en esas páginas y algunos de ellos impulsaron la creación de editoriales de vida efímera (las nombro por orden de aparición: Daltónica, Tunupa, Edi Capri y Cuadernos del Molle; la última relacionada con la Fundación Norte Chico[1]) y también apareció otra más perdurable: Cuadernos del Duende, una consecuencia de la revista homónima[2] pero que no posee una línea editorial precisada. Quizás, todas ellas aparecieron como respuesta a la ampliación del público que el suplemento literario y el ambiente literario de los ochenta ayudaron a gestar.


Buenamontaña, un sello editorial de larga vida,[3] continuó publicando a largo de la década –y aún lo hace– pero dedicado casi exclusivamente a su creador: Néstor Groppa.


Es digno de destacar, además, la relación que existe entre Fidalgo y el editor porteño José Luis Mangieri; la mayoría de los títulos de este escritor aparecieron en los sellos editoriales Libros de Tierra Firme y La Rosa Blindada. No ocurrió lo mismo con Tizón, quien publicó su obra en editoriales de Buenos Aires que van desde la experiencia gloriosa del Centro Editor de América Latinas (CEAL) a otras que disponen de desarrollados sistemas de producción y comercialización y que, por esa razón, llegan con comodidad al gran público.


Un sello editorial es importante cuando significa un respaldo al autor y cuando es capaz, por otro lado, de orientar y crear el gusto del público lector. Más allá de los títulos y autores que publicaron por medio de las editoriales jujeñas, resultaría exagerado incluirlas como factores de la incipiente industria cultural.


Es, por lo recién expresado, que un número significativo de escritores decide publicar su primer libro como edición del autor. En todos los casos –excepto en uno– el resultado es todavía más decepcionante: casi nunca logran un comentario crítico en una publicación especializada, el diseño es desastroso y está asegurada, desde el vamos, la falta de distribución en librerías de la región.


La única excepción a la regla expresada está protagonizada por Fortunato Ramos, un escritor que da al público lo que éste espera de él. Sus últimos libros se presentan en ediciones multilingües y de gran tirada, los turistas ingenuos los compran como quien se lleva el recuerdo más autóctono de Humahuaca y los libreros quedan agradecidos por el único autor local que les da cierto margen en las ganancias.


He dejado para el final de esta sección al único sello prestigioso de los noventa: las ediciones de la Universidad Nacional de Jujuy. Su breve historia es muy significativa de lo que ocurrió en el campo intelectual con la aplicación de políticas neoliberales.


En 1986, el ingeniero agrónomo Luis René Kindgard asume como rector de la institución. Él recuerda el día de su asunción como un momento cargado de grandes expectativas:

[L]a presencia del gobernador Snopek, de sus ministros, de legisladores, en un clima de ruidosa euforia proporcionado por los estudiantes, resumía el optimismo que se vivía en el país, y la fuerte creencia en que la Universidad era una pieza clave de su futuro.[4]

Dos años después, el presupuesto de 1988 permitió la ampliación de las Secretarías de la Universidad. El ex rector recuerda que “por sugerencia del decano de Humanidades, Daniel González”, propuso que sea Néstor Groppa el responsable de la flamante Secretaría de Publicaciones. Kindgard destaca que el editor fue elegido “por sus conocimientos acerca de no sólo cómo se escribe un libro, sino también cómo se lo hace” y agrega:

Con Groppa al frente de la Editorial, surgió la posibilidad de hacer reproducciones facsimilares de publicaciones jujeñas agotadas. El decano de Agrarias, Juan Barbarich, acercó el primer texto, Investigación agrícola en la provincia de Jujuy de Eduardo Holmberg, que vio la luz en agosto de 1988. Se sucedieron los títulos y la autarquía de la Editorial, instrumentada a través de la Comisión de Apoyo a la Universidad, permitió su supervivencia hasta el punto en que en junio de 1989, el mes de la inflación más alta de la historia argentina, apareció el Cancionero popular de Jujuy de Juan Alfonso Carrizo.

La Secretaría fue creada a partir de cero. Su objetivo principal estaba bien explicitado: lograr que la UNJu trascienda a la comunidad por medio del libro. Para lograrlo, Groppa armó un vasto plan editorial, constituyó un Comité de Publicaciones que elaboró su propia reglamentación y gestionó el número de ISBN para la editorial. El plan de publicaciones contenía la colección Arte-Ciencia en sus dos series: “Jujuy en el pasado” y “Jujuy en el presente”. En el informe que figura en la Tercera asamblea ordinaria de la Universidad Nacional de Jujuy, realizada el 14 de octubre de 1988, se anhela que el accionar de la editorial sirva “para ponernos a la par de la mejor tradición universitaria”.


Un factor decisivo para el éxito de esta experiencia fue la autarquía que contó la editorial:

Para ello, se decidió recurrir a una ya existente “Comisión de Apoyo” de la UNJu que, como contaba con personería jurídica, podía encargarse de los asuntos administrativos eludiendo los largos tiempos burocráticos. De paso, se daba una funcionalidad tangible a esta comisión que, desde años atrás, realizaba en la sede del Rectorado periódicas reuniones. Esta autarquía en el manejo de los fondos de la imprenta se reveló fundamental, por ejemplo, en los tiempos de la hiperinflación (1988-89) al permitir, concretamente, que Groppa saliera, al día siguiente de recibir los fondos, a comprar los insumos necesarios para la imprenta, evitando la rápida depreciación. La autarquía de que gozaba la Secretaría de Publicaciones la ponía, además, al resguardo de decisiones políticas (o decisiones contables de reasignación de partidas) que pudiesen dar un destino diferente a los fondos obtenidos por el funcionamiento de la imprenta, que llegaron a ser importantes. De hecho, cuando Groppa decide alejarse de la su cargo en la UNJu, dejaba a ésta con un superávit de alrededor de 150.000 pesos.[5]

En 1990, por esta editorial, aparece Bibliografía de autores jujeños de Fidalgo y Herminia Terrón de Bellomo. En 1993, la reedición de Poesía y prosa en Jujuy, una selección realizada por Groppa, Tizón, Miguel Ángel Pereira y Fidalgo (la primera edición había aparecido en 1969). Un segundo tomo –preparado por Groppa y Fidalgo– apareció casi cuatro meses después. Los tres libros completan, de una manera casi total, el panorama del campo literario jujeño hasta ese momento.


Otras dos obras de suma importancia también fueron editadas en los primeros años de esa década: Correspondencia entre Daniel Ovejero y Teodoro Sánchez de Bustamante (1990) de Flora Guzmán y un equipo de colaboradoras, y la reedición de El terruño (1991) de Daniel Ovejero (1894-1964). El segundo libro es una reproducción de la edición original de 1942 y contiene, además, una nota biográfica y crítica de Sánchez de Bustamante que había sido publicada en 1966 y reproducida en la edición correspondiente a ese año; también el libro incluye, como introducción general, un estudio de Guzmán. El primero, en tanto, comienza su estudio preliminar con este razonamiento de la investigadora recién citada: “Se preguntaba Michel Foucault qué puede llamarse a ciencia cierta, ‘obra’ de un autor. ¿Es sólo su producción literaria conocida o son también sus reflexiones, dudas o intuiciones borroneadas en diarios, memorias o –añadiríamos nosotros– en cartas?”.

En los escritos epistolares de este escritor fundamental y su primo, ambos dueños de un pensamiento lúcido y crítico, se puede valorar el ambiente intelectual de Jujuy en la mitad del siglo veinte. Además, como bien dice Guzmán, las cartas son lugares emblemáticos donde se depositan fragmentos de vida.

No dispongo de espacio suficiente para referirme a otras publicaciones que aparecieron por esta editorial, apenas quiero dejar constancia de que el final de Groppa como funcionario no fue feliz. El 9 de junio de 1994, el Consejo Superior de la UNJu resolvió, “en función de una optimización en el cumplimiento de los objetivos”, suprimir la Secretaría de Publicaciones y, en su lugar, crear la Secretaría de Bienestar Estudiantil.[6] En consecuencia, el cargo –ya devaluado– de Groppa pasaba a depender de la Secretaría de Extensión Universitaria; se daba así por terminada la autarquía de la editorial y se privilegiaba otro sector.


El escritor –como todo hombre de bien– realizó un balance del material existente, retiró el dinero de un banco local, realizó un brindis de despedida con su colaborador más inmediato, presentó toda la documentación y el efectivo a las autoridades y, junto a ella, su renuncia indeclinable.


Pronto, el comité de Publicación dejó de funcionar; aparecieron libros de dudoso valor literario, varios con el aviso de fe de erratas, la diagramación empezó a resolverse de manera anárquica y, entre otros errores, se reedito el libro Bibliografía de autores jujeños (2003) y, aunque cueste creerlo, nadie se dio cuenta de que se habían olvidado de poner el nombre del autor principal.


De esta manera, sin la voz autorizada de un editor, el devaluado sector quedó confundido con el murmullo de una imprenta bien equipada.[7] Y la UNJu dejó de estar a la par de la mejor tradición universitaria.


Fotografía: Néstor Groppa.


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[1] En la contratapa del primer libro de Cuadernos del Molle, Raúl María Noceti explicita: “La Fundación Norte Chico tiene como meta contribuir al desarrollo integral de las regiones jujeñas conocidas como Quebrada de Humahuaca y Puna”. Más adelante agrega: “Queremos, como objetivo principal, que los jóvenes del norte conozcan de manera accesible, la poesía, el cuento, la novela y el ensayo que se producen en la actualidad”. También precisa que la organización “donará la mitad del tiraje de todos los libros editados para que sean repartidos en las escuelas secundarias de Quebrada y Puna”. Consta en el pie de imprenta que el libro en cuestión fue impreso en los talleres gráficos de la Universidad Nacional de Jujuy, aunque no se precisa el número de la tirada.

[2] El Duende, dirigida por Alejandro Carrizo, aparece en 1993 y es la revista que mayor permanencia logró en el tiempo: más de diez años. Afirma Miguel Espejo: “En esta revista se advierten colaboraciones de un espectro regional, nacional como internacional. Sin una estética definida, la revista posibilitó la difusión local de importantes autores en los niveles ya mencionados”, en Ana Teruel y Marcelo Lagos (directores), Jujuy en la historia: De la colonia al siglo XX (San Salvador de Jujuy, Unidad de Investigación en Historia Regional, Editorial de la Universidad Nacional de Jujuy, 2006).

[3] El nombre es la traducción literal del alemán Gutenberg. La editorial había nacido en 1966 y, entre otros logros, publicó el libro de Manuel J. Castilla que obtuvo el Premio Nacional de Poesía otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación en 1975.

[4] Testimonio incluido en Universidad Nacional de Jujuy: 30 años de historia (San Salvador de Jujuy, Universidad Nacional de Jujuy, 2004).

[5] Testimonio de Luis René Kindgard, San Salvador de Jujuy, 11 de octubre de 2007.

[6] Los pobres resultados que ofreció la Secretaría de Bienestar Estudiantil en pos de esa “optimización” nos permiten afirmar que la decisión no tenía otro fundamento que ubicar un militante en un cargo jerárquico. Creo que no hace falta decir que la aplicación de políticas neoliberales funcionó como una trituradora de empleos y desmanteló a la industria nacional; en nuestra Universidad, la resolución 070/94 del Consejo Superior destruyó a la única industria editorial.

[7] Ni siquiera Tierras de frontera (1998) de Tizón logró la circulación que se merecía. Cuando dos años después, Alfaguara lanzó una nueva edición, la periodista Raquel Garzón escribió que el libro había sido editado por la Universidad y “que circuló calladamente”. Más información en “La luz de las fronteras”, suplemento Cultura y Nación del diario Clarín, Buenos Aires, domingo 3 de setiembre de 2000.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Funcionarios porteños en Jujuy

Los funcionarios porteños llegan a Jujuy por vía aérea. Se hospedan en un buen hotel, tienen viáticos jugosos y siempre se dejan un tiempo para visitar la Quebrada de Humahuaca.

Aunque no llegan en carabelas, les gusta venir con un gesto a lo Cristóbal Colón y siempre se enojan si no descubren algo. Son descubridores por naturaleza. Saben cómo somos los jujeños y no sólo eso: lo saben mejor que nosotros mismos.

Antes llegaban como interventores y traían la locura suficiente que les permitía descubrir los que ya estaba. Antes de marcharse, nos dejaban espejitos de colores a cambios de deudas que todavía hoy pagamos. Sólo se quedaron en estas tierras aquellos funcionarios cuya locura estaba muy desarrollada.

(El que bebe agua del Xibi-xibi siempre vuelve, pero de la locura del funcionario no se regresa.)

Ahora los funcionarios nos traen planes, exposiciones y proyectos varios. Nos siguen trayendo espejitos de colores. Son tanto los funcionarios que nos visitan que, a veces, se descubren entre ellos. Algunos de esos funcionarios también llegan para invitarnos a Buenos Aires. Eso sí: nosotros tenemos que ir en colectivos de mala muerte, hospedarnos en hoteles baratos y, si tenemos ahorros, podemos comprarnos una remera en Once.

Ayer tuve la oportunidad de ver dos funcionarios de Buenos Aires. Parecían personas serías. Los escuché atentamente. Uno habló sobre dos muestras que organizan con apoyo de una fundación extranjera y del gobierno nacional. El otro esperaba para meter su cuchara.

(Los funcionarios de Buenos Aires saben cómo conseguir fondos y están siempre dispuestos a intervenir en cualquier tema.)

Las muestras contendrán paneles con problemáticas que ocurrieron en otro lugar y en el país. Como parece que Jujuy no queda en el país, dijo que habrá unos paneles libres para completar con fotografías locales. Las muestras se complementarán con dos días de capacitación en un programa elaborado en adivinen dónde (sí, adivinaron), pero quedará una hora para hablar sobre esta provincia. Esto fue lo que explicó el primer funcionario.

(Los funcionarios de Buenos Aires son nacionales. Los de aquí, a lo sumo, provinciales.)

Cuando el segundo funcionario logró meter su cuchara, el estofado empezó a oler mal. Dijo que él, además de ser funcionario, era profesor de la Universidad de Buenos Aires. Que llegaba para “abrir un espacio nuevo”. Que nuestra provincia iba a dar “un primer paso”.

No pude contenerme. Les dije que lo que descubrían, ya había sido descubierto. Que lo que el segundo funcionario quería abrir, ya había sido abierto. Y que el primer paso había sido dado hace rato sin ayuda de funcionarios (ni nacionales ni provinciales).

Cuando me paré para retirarme quisieron darme otra lección. Al funcionario mayor le parecía una falta de respeto que yo me marchara, el otro me dijo que había llegado a Jujuy y que su mujer se había quedado con cuarenta grados de fiebre. Apenas pude decirles que las políticas nacionales prácticamente no llegan a esta provincia porque los funcionarios se pusieron a discutir entre ellos y se olvidaron de mí.

Pobrecitos. No saben lo que en materia de Derechos Humanos han hecho Andrés Fidalgo, Nélida Pizarro de Fidalgo, las madres y familiares de detenidos desaparecidos de esta provincia, Ludmila da Silva Catela, los hermanos Ogando, Diego Ricciardi, Pablo Baca, Pablo Pelazo, la Universidad Nacional de Jujuy y, sin ir más lejos, este blog.

Digo, por dar algunos ejemplos nomás que, algún día, algún funcionario porteño debería descubrir.

lunes, 29 de octubre de 2007

El fin de la inocencia 3

Campo literario jujeño en la década del noventa: El suplemento literario


Leer: El fin de la inocencia 2


El campo literario jujeño de los noventa fue construido trabajosamente. Dos prolíficos autores ocupan un lugar central: Néstor Groppa y Héctor Tizón.[1] Ambos están identificados con la mejor revista que se publicó en esta región.

Tarja es ya un hecho prestigioso, un lugar común de cualquier discurso acerca de la historia cultural de Jujuy y cada vez que su nombre sale, como quien dice, a relucir, me pone en aprietos porque se da por sentado que yo fui uno de sus parteros, lo cual, vuelvo ahora a declararlo, es una leyenda apócrifa. Yo, lamentablemente, no fui partero ni padre de esta criatura prestigiosa, sino, tal vez, su entusiasta tío. Sus padres verdaderos fueron –según está debidamente registrado– [Mario] Busignani, [Jorge] Calvetti, [Andrés] Fidalgo, Groppa y [Medardo] Pantoja –algo así como la línea delantera del seleccionado jujeño de entonces (en el ordenamiento antiguo), con más algunas comadres como Pequeca [Juana Luisa Mercedes Pérez de Busignani], Nélida [Pizarro de Fidalgo] y Nelly [Ase de Álvarez Groppa]. Flora Guzmán, mi mujer, y yo, que pateábamos desde inmediatamente detrás, o del costado.[2]

Groppa, además, es uno de los factores centrales en la construcción del campo literario local. Bajo su dirección se inicia, en 1960, el suplemento cultural del diario Pregón, cargo que después es alternado (él termina, en junio de 2001, su función como periodista cultural).

En un análisis sobre la producción literaria realizada en el periodo 1992-1995, encontramos al autor recién nombrado junto a Marcos Paz como los editores responsables alternos del suplemento.[3] Las características de ellos –tanto por su formación como así también por su producción estética– son disímiles y antagónicas en lo que se refiere a la selección (formal y temática) y edición de los trabajos que aparecen los domingos en el suplemento. En algo coincidieron los dos directores: en ningún momento utilizaron las páginas del suplemento para promocionarse a sí mismos.

Pasemos ahora a las diferencias. La obra de Groppa es una búsqueda universal que tiene a la ciudad y sus habitantes como tema central; su poesía es muy trabajada pero nunca hermética y permite interpretaciones nuevas porque se dirige a un lector sensible e inteligente a la vez. El segundo, por su parte, representa a la tradición, tanto en los aspectos formales como en los contenidos; no resulta extraño entonces que una de sus obras centrales, Canto al éxodo, se destaque por la grandeza misma del episodio y no por sus recursos estilísticos.[4]

A pesar de las diferencias apuntadas, no existió –o, por lo menos, yo no me enteré– en ningún momento una declaración de hostilidades entre Groppa y Paz. Ambos, como buenos periodistas, aceptan alternar la dirección de este suplemento que, junto con el de La Gaceta de Tucumán, es uno de los más antiguos del interior del país.

Una primera clasificación casi taxonómica de las obras publicadas permite apreciar la preeminencia de la poesía por encima de las otras formas de creación literaria. Durante los primeros años de la década, un grupo no demasiado numeroso de poetas produce, como demostraremos más adelante, una renovación del campo literario local.

Otra marca de distinción del director está dada por los temas que se presentan. Si un domingo las páginas literarias del diario están cargadas de referencias a una próxima celebración patrióticas (retratos de próceres, odas o símbolos patrios y exaltaciones a la grandeza nacional), significa que las mismas han sido editadas por el autor de Viltipoco. En tanto, siete días después, ya de la mano de Groppa, el suplemento puede estar cargado de reproducciones de artistas abstractos (como por ejemplo: Petorutti, Xul Solar) o la primer entrevista a Víctor Montoya, en la que el por entonces joven artista reflexiona sobre los lenguajes estéticos y, en esa reflexión, cuestiona a los profesores de la Escuela de Arte “Medardo Pantoja”, a la masividad, a la formación autoritaria y a la ideología del consumo.

La misma distinción se proyecta con la mayoría de las obras literarias que se publican. La dirección de Paz se puede sentir cada vez que aparecen formas tradicionales como el soneto, cuentos con moralejas, palabras cargadas de invocaciones o de cierta moral, tal es el caso de Héctor José Méndez (1938), Raquel Murillo (década del 40), Gloria Quiroga de Macías (1933), Hairenik Eliazarián de Aramayo (1925), Fortunato Farfán (1935), Saúl Sánchez (1962), Oscar López Zenarruza (1946), Carlos E. Figueroa (1925-1995), Germán Walter Choque Vilca (1940-1987) y Nélida Cañas (1949), entre otros. Todos los nombrados –excepto Cañas, quien pronto se pasa de “bando”– poseen una marcada temática regional que, en la mayoría de los caso, se confunde con el folklore literario.

Por su parte, los trabajos que publica Groppa poseen temática mucho más variada. En los poemas predomina el verso libre y, tanto en este género como en los restantes, se puede apreciar una preocupación constante por estar al día con los grandes movimientos literarios y principales corrientes del pensamiento contemporáneo. Entre los colaboradores más asiduos están: Ernesto Aguirre (1953), Pablo Baca (1958), Jorge Accame (1956), Luis Wayar (1945-2000), Alejandro Carrizo (1959), Raúl Dorra (1937), Tito Maggi (1913-1994), Mita Homs (1939), Víctor Ocalo García (1953), Blanca Spadoni (1944), Miguel Espejo (1948), Mónica Undiano (1958) y Oscar Augusto Berengan (1949).

Es de destacar, finalmente, los listados de colaboradores que no pertenecen a esta provincia. Por las páginas de Paz, entre otros, pasan: Rubén Vasconi, Elvio Aroldo Ávila, Arturo Berenguer Carisomo, Nilda Correa de Vasconi, Félix Coluccio, Perpetua Flores, Atahualpa Yupanqui. Mientras que por las de Groppa: Juan Filloy, Rodolfo Kusch, Leo Masliah, Marco Denevi, Michi Strausfeld, Julio Ardiles Gray, Raúl Gustavo Aguirre, David Lagmanovich, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, María Luisa Valenzuela, Aldo Parfeniuk, Manuel J. Castilla, Aldo Pellegrini, Rodolfo Alonso y otros.

Basta con observar los nombres con que cada director refuerza sus filas para entender la posición de cada uno: regionalismo, por un lado, y universalismo, por otro. O, para decirlo en otros términos, pintoresquismo contra esencialidad. Las distintas selecciones permiten entender, además, por qué no fue necesario una declaración de hostilidades: la batalla estaba decidida antes de comenzar.


Fotografía: Néstor Groppa y Héctor Tizón.


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[1] Si bien ambos fueron reconocidos explícitamente por sus pares en un trabajo que edité recientemente: Encuesta a la literatura jujeña contemporánea (San Salvador de Jujuy, Perro Pila, 2006); los premios que habían obtenido ya los posicionaban en lugares centrales. Groppa obtuvo el Primer Premio Regional de Poesía, zona NOA, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación, en el trienio 1977-1980; Mención Especial al Premio Nacional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación, trienio 1980-1983; además, fue distinguido como Ciudadano Ilustre de San Salvador de Jujuy, en 1987; Ciudadano Benemérito de San Salvador de Jujuy, en 1995; Miembro de número de la Academia Argentina de Letras, en 1996, y Profesor Extraordinario de la Universidad Nacional de Jujuy, en 1997. Tizón, por su parte, obtuvo la Orden de las Artes y las Letras en grado de Caballero, otorgada por el gobierno de Francia, en 1994; el Premio de la Academia Argentina de Letras en novela, bienio 1993-1995, en 1995; el Premio Consagración Nacional otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación, en 1996; también fue elegido Miembro de número de la Academia Argentina de Letras, en el mismo año; Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes, en 2000, y Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Tucumán, en 2005. Los dos poseen otras distinciones que he obviado para los fines de este trabajo: plantear un panorama general, antes que seguir trayectorias individuales.

[2] Héctor Tizón, “Tarja a lo lejos”, en la reedición facsimilar de Tarja, volumen I (San Salvador de Jujuy, Universidad Nacional de Jujuy, 1989). El primer número de la revista apareció a fines de 1955; el último –el 16– en julio de 1960. En total, 422 páginas que reafirman “la voluntad casi heroica de los grupos que difunden la cultura a través de un empeño sostenido y ejemplar”, como publicó La Nación, Buenos Aires, 6 de enero de 1957.

[3] El estudio fue realizado por Jorge Castro, Arturo Álvarez y quien esto escribe en el marco de un proyecto de investigación subsidiado por la Secretaría de Ciencia, Técnica y Estudios Regionales de la UNJu.

[4] Para un juicio más detallado de estos autores, véanse las consideraciones que realiza Andrés Fidalgo en su Panorama de la literatura jujeña (Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1975).

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