lunes, 10 de diciembre de 2007

Personas que no voy a olvidar

El 10 de diciembre de 1948, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los treinta derechos proclamados se encuentran fácilmente con la ayuda de Google o cualquier otro buscador. ¿Qué sucede cuando recordamos cómo esos derechos se encarnan en nuestra historia reciente?

En los primeros meses de 1984, un vecino me dijo: Yo nunca me enteré de nada”. Por entonces, los medios de comunicación hablaban de lo que antes no habían hablado, nos bombardeaban con información sobre los horrores que practicaron los genocidas de la última dictadura. Qué tentación de escribir aquel refrán que habla del peor ciego; pero no, no voy a escribirlo.

“Si es necesaria una autocrítica, tendremos que hacerla”, dijo un dirigente peronista de lengua larga en un acto por la conmemoración de los treinta años del golpe de Estado. ¿Será necesario revisar los que hizo ese partido en la dictadura? ¿Y lo que hizo en los años previos? ¿No será mucho para una autocrítica? ¿Y qué han hecho algunos dirigentes de hoy en aquel tiempo? Y una pregunta más difícil todavía: ¿qué tendrían que haber hecho en aquellos años y no lo hicieron?

Pasemos ahora a otro partido: ¿se acuerdan del ex diputado nacional que levantó las manos para aprobar las leyes de punto final y obediencia debida y que dijo que eran una necesidad para asegurar la democracia? Es verdad, gracias a esas leyes varios colaboradores del “Proceso” fueron elegidos en elecciones democráticas. Domingo Bussi, sin ir más lejos; hombre que tiene sus defensores en esta provincia. Flor de demócratas.

Pero no tiremos todas las culpas a los dirigentes políticos. Algunos sindicalistas también son inolvidables. Uno de ellos es el responsable de que las voces de las madres y familiares de desaparecidos quedaran afónicas en una de las últimas marchas conmemorativas. No fue de tanto cantar, precisamente. Ocurrió que un reconocido dirigente de los trabajadores estatales no les quiso prestar un megáfono para que lean la lista de los más de cien detenidos-desaparecidos de Jujuy. ¿Ésa será la famosa voz de los que no tienen voz?

Tampoco nos olvidemos de algunos religiosos. Un discípulo directo del otrora obispo de Jujuy dijo que monseñor Miguel Medina salvó a muchas personas. ¿Y con las otras, señor cura, qué pasó? ¿Qué pasó?

¿Y cómo habrá conmemorado en clase aquella maestra que hace más treinta años escribió en el pizarrón de ADEP: “Queremos el golpe”? ¿Habrá hablado con sus alumnos acerca de Marina Vilte? Y si les habló, ¿qué les habrá dicho?

Antes de terminar debe reconocer que fui un imbécil peor que mi vecino. En aquellos años, yo creía que el móvil policial que se estacionaba frente a la casa de mis padres estaba ahí para protegernos. Como todos, ahora sé que los hombres que secuestraban formaban parte de las fuerzas armadas. Es el caso de Alfredo Astiz y su grupo de tareas, responsables de secuestrar a Alcira Fidalgo (la hija de Nélida y Andrés; la hermana de Estela), el 4 de diciembre de 1977, en la entrada a un cine de Buenos Aires, y trasladarla posteriormente a la ESMA.

¿Puedo olvidarme de los genocidas, de algunos políticos, de ciertos vecinos, de gremialistas sectarios, de curas ortodoxos, de maestras dudosas, de mi torpe visión? A lo mejor, un día deje de escribir sobre este tema. Pero de algo estoy seguro: no puedo -ni quiero- olvidar a los Fidalgo. Por el impulso que ellos brindaron para la creación de soportes de las memorias de la represión dictatorial (monumentos, placas, libros, films documentales, revistas). Por lo que hacen. Por los derechos humanos.

Imagen: "El infierno" de León Ferrari

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