Ver reseña en el diario La Capital de Rosario: El violento oficio de escribir
El autor con un lector de este blog: el escritor Pablo Aguiar Cau. Fotografía de Amalia Eizayaga (Otra tinta), quien además ofició de presentadora del libro, en el acto que se realizó el jueves 8 de noviembre, en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNJu.
¿Qué motivos lo llevaron a reunir textos de periodistas?
Desde que tengo memoria soy un recolector de frutos. En mi primera infancia, ayudaba a mis primos a cosechar frutas y verduras de un pequeño sembrado que tenían mis abuelos en un lote de San Pedro. A veces -en rigor: muy pocas veces- también levantábamos alguna fruta tentadora de un vecino; pero no había intención lucrativa en nosotros, nuestra práctica tenía el dulce sabor de lo prohibido. Más tarde, cuando mis viejos se volvieron sedentarios, empecé a coleccionar historietas. En el barrio, todos leíamos El Tony, Intervalo, Patoruzú, Hora Cero y otras que no recuerdo. Enseguida llegaron otras lecturas que practicábamos a escondidas: Kiling, Goldrake y, cuando no había nada, las fotonovelas de nuestras abnegadas madres.
¿Por qué la practica de la lectura encubierta?
Porque estaba mal que un niño, un púber digamos, lea historias en las que aparecían minas con bombachas grandes, un poco de violencia y relaciones amorosas en las que casi nunca había un final feliz. Esas lecturas constituían la educación sentimental de aquellos adolescentes que entonces éramos y tenían, además, aquel sabor de lo prohibido.
¿Y cómo siguió su historia como lector?
Después me harté un poco de tantas imágenes y busqué tramas argumentativas y formas expresivas más elaboradas. Empecé a coleccionar libros de cuentos y poesías. Ya no buscaba sólo matar el aburrimiento y, a medida que más leía, me daba cuenta que mi formación intelectual tenía muchos baches. Todavía hoy siento que no he leído lo suficiente y que quizás nunca logre completar una formación aceptable. Esto no quiere decir que hay que dejar de leer, por el contrario, significa aceptar que es una tarea interminable y aquí surge uno de los motivos que me llevan a armar una compilación.
¿Cuál es ese motivo?
Son tantos los libros que uno atesora que no hay estante que alcance y entonces hay que buscar un nuevo objeto que los contenga. Esa situación se puede resolver editando un libro que contenga fragmentos de otros libros. Así, armé antologías de poemas, historias de relatos orales de la última dictadura y ahora este libro que contiene textos de y sobre periodistas.
Como te dije, tengo la manía del coleccionista y desde que tengo PC -digamos desde hace un poco más de diez años- guardo en “Mis documentos” archivos con notas que me ayudaron o simplemente me gustaron. Esas notas las he releído varias veces, a algunas se las reenvié a otros lectores y a casi todas las imprimí para hacerles anotaciones al margen. Ahora que lo pienso, ahí ya existía un protolibro.
¿Cuál fue el criterio utilizado para seleccionar los textos?
El criterio salió casi naturalmente. En “Mis documentos”, tengo otra carpeta que se llama “Comunicación” y a ésta la tuve que dividir en otras veinte que tienen los nombres de periodistas que sigo con cierta devoción y envidia a la vez. Después, mi deriva laboral me llevó hasta la oficina de prensa de
¿En qué consiste ese orden?
Es un orden temático. Arranca con la cuestión de lectura y enseguida se solapa con el acto de escribir y esto inevitablemente nos lleva a la práctica periodística. En este punto resulta inevitable la presencia de los grandes maestros: Rodolfo Walsh, Truman Capote, García Márquez, Néstor Groppa, Karl Kraus y la lista sigue. También me pareció interesante hacerlos dialogar entre sí por medio de lo que escriben.
¿En qué consiste ese diálogo?
Consiste en contraponer posturas intelectuales y ver qué es lo que resulta. Así, Abelardo Castillo evoca a Roberto Arlt y, antes o después, existe un texto del autor de Los siete locos. La cuestión central fue cómo hacer convivir a los distintos textos y autores. En algunos tramos esa convivencia es tranquila; en otros, explosiva.
Pienso en Ricardo Piglia que rescata a Arlt y, unas páginas después, aparece una entrevista a Carlos Gazzera que compara la caída del muro del Berlín con la imagen de Piglia abrazado al cheque de una editorial comercial. Este libro, entonces, también muestra miserias y grandezas de prácticas intelectuales.
Creo que puede ser útil para todos aquellos que practican el periodismo, para los que se interesan por la lecto-escritura y también para aquellos que utilizan las nuevas tecnologías para comunicarse con el mundo. Más allá de esta cuestión temática, creo que puede interesar a todos los que buscar recolectar ideas. Las ideas, esto lo sabemos bien, en tiempos de campañas políticas, son frutos prohibidos que atraen a los buenos lectores.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario