martes, 8 de abril de 2008

El fin de la inocencia 12

Campo literario jujeño en la década del noventa: Conclusión 1

Leer: El fin de la inocencia 11

Conclusión 1: Los poetas. La constitución del campo poético de los noventa, por lo ya expresado, puede asemejarse a fuerzas que se oponen y se yuxtaponen en la búsqueda de un lugar central. En base al relevamiento hasta aquí realizado, podemos afirmar lo siguiente:

1º) El grupo de los poetas agrupados alrededor de Tarja, a pesar de estar con actividad sostenida, ya no tienen el lugar central que ocupaban en el año 76. La única excepción a este desplazamiento está dada por la obra de Groppa, quien edita, a fines de la década los dos primeros tomos de sus Anuarios del Tiempo. Fidalgo, por su parte, publica su ensayo El teatro en Jujuy (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1995) y apuntala, con notas de opinión que aparecieron en varias revistas culturales, a los autores que se legitiman en los noventa.

2º) Existe un fuerte impulso a comienzos de la década. Quizás, debido a la promoción que brindan los concursos detallados, las repercusiones logradas por la antología Nueva poesía de Jujuy y los primeros números de la revista El Duende. Todos estos hechos permitían ver de manera auspiciosa el comienzo de la última década del siglo. La poesía, entonces, constituía una profesión de fe, una especie de doctrina colectiva que fue desvaneciéndose a medida de que los organismos del Estado interrumpían los concursos literarios o los reemplazaban con jurados de dudosos antecedentes. Recordemos que la Universidad clausuraba el ciclo productivo de sus ediciones y, en determinado momento, lo único novedoso fueron las ediciones de Cuadernos del Molle.[1]

3º) Lo que se llamó nueva poesía ocupó, entre 1991 y 1994,[2] un lugar central y posteriormente apareció un tiempo de transición. ¿Por qué un tiempo de transición? Porque después de mucho tiempo, luego de mucho batallar, hay un campo literario establecido. Esa transición significó, entonces, la conservación del lugar que ocupa cada uno. Es decir, el campo literario se volvió estable; la literatura, por lo tanto, se congeló por unos años. Después, aparecieron reediciones y libros que contenían otros libros ya publicados o fragmentos de ellos. ¿Existió un pacto de no agresión en el que cada cual respetó el espacio del otro? Es posible que sí. Como sea, varios escritores recién volvimos a reunirnos en una publicación colectiva[3] cuando Fidalgo cumplió ochenta años y decidimos hacerle un regalo literario.

4º) La fuerte expectativa que existió hasta los primeros años de los noventa también podría ser explicada por el impulso de la renovación democrática en la que, luego de muchos años, un presidente constitucional es relevado por otro que también fue electo por un acto democrático. Además, la incipiente política cultural del Estado hacía pensar que el campo cultural fracturado por la dictadura podría ser recuperado rápidamente. Sin embargo, la posterior quietud del campo literario demostró que la dictadura nos había afectado más allá de lo que creíamos.

Imagen: Fragmento de un dibujo de Néstor Groppa, 1956.

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[1] En el transcurso de una mesa-debate realizada el 5 de noviembre de 2007, en la que participaron Aguirre, Alabí y Baca, éste último afirmó que su libro No esperar nada de las estrellas (Buenos Aires, Catálogos, 1999) contenía textos editados por la editorial auspiciada por la fundación Norte Chico porque ésta había realizado una tirada de apenas 400 ejemplares. La declaración, cruzada con los objetivos de Noceti reproducidos en la nota 7, expone lo exagerado que resultaron aquellas palabras que habían sido publicadas en la contratapa del primer libro de Cuadernos del Molle. Además, me consta que muchos jóvenes de Tilcara desconocen los títulos publicados por esta editorial.

[2] En este último año apareció Jujuy, todos estos años de gente, una antología que no tuvo la repercusión de su antecesora de 1991. El texto que figura en la contratapa (sin firma, pero de autor conocido), leído a la luz de lo aprendido por los años transcurridos, resulta sumamente equivocado: “Se asiste al velorio de La Carpa, Tarja, Piedra, Vértice, como antecesores válidos”. A pesar del atenuante de validez, varios integrantes de los grupos dados por muertos todavía tenían mucho que escribir. Sin ir más lejos, basta con leer los libros de Groppa de fines de los noventa y la obra de Fidalgo que, a comienzos del presente siglo, surgió como una plataforma donde se apoyaron distintos trabajos de las memorias de la represión dictatorial en Jujuy.

[3] Octogenario, las pelotas. Antihomenaje a Andrés Fidalgo (San Salvador de Jujuy, 1999). En esta publicación escribieron: Alabí, Aguirre, Baca, Carrizo, Castro, Mangieri, Mamaní y Negro.

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