jueves, 3 de agosto de 2006

Habla el otro yo de Gerardo


Entrevista apócrifa
[Nota publicada en La Revista, San Salvador de Jujuy, agosto de 2006.]

Al otro, a Gerardo, es a quien le molesta que le hagan chistes sobre Borges. Yo camino por Jujuy y me demoro, acaso ya inconscientemente, para mirar cómo otros gobiernan la provincia. De Gerardo tengo noticias por los diarios (y también por el correo de lectores de La Revista) y veo su nombre en una lista de candidatos o en un parte de prensa. A él le gusta participar (tanto que sus rivales le dicen: “Seguí participando, Gerardín”), disfruta también con los asientos de contabilidad y los sillones de la cámara; yo comparto esas preferencias pero de un modo vanidoso debo confesar que más me gusta Borges. Sí, me gusta ¿y qué? ¿Por qué dudan de mis preferencias literarias? ¿Acaso no puedo ser un lector secreto y silencioso como tantos otros?

No sería acertado afirmar que la relación entre Gerardo y yo es hostil. No nos une el amor, pero tampoco el espanto. Yo leo en secreto y alguna vez casi cedí a la tentación de escribir un poema para una correligionaria, pero debo decir que mi actitud disimulada tiene un solo objetivo: que él pueda hacer su carrera política y esa carrera me justifica.

Nada me cuesta afirmar que ha logrado ocupar puestos de envergadura: diputado provincial, diputado nacional, senador, ministro, gober…, perdón, casi me traiciona el inconsciente o sea yo mismo. Esta traición que casi se me escapa es difícil de contener y, para colmo de males, ya no hay periodistas que redacten el diario de Yrigoyen.

Es por mi falsedad que yo estoy destinado a perderme definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Quizás ese instante sea una anécdota sobre Borges. Cuentan unos amigos que, cierta vez, el mejor escritor se preparaba para cruzar la 9 de Julio, cuando un peronista —parece que siempre hay un peronista en un momento clave— lo vio y pensó: “Ésta es mi oportunidad para vengar tanto desprecio”. El militante se acercó y le ofreció su brazo: “Borges, le ayudó”. Cuando llegaron a la mitad de la avenida más ancha del mundo, el peronista saboreó sus palabras y le confesó su identidad partidaria para así espantarlo al gran escriba. Éste no se inmutó y, con una tranquilidad pasmosa, le contestó: “No se haga problemas, amigo, yo soy ciego”.

Al otro, a Gerardo, le voy cediendo poco a poco todo lo que sé de Borges, aunque me consta su costumbre de querer ser noticia y magnificar un hecho común y corriente. Spinoza (el filósofo; no mi amigo Héctor, el periodista) entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser: la piedra eternamente quiere ser piedra, el tigre un tigre y el senador quiere un cargo vitalicio como Pinochet. Yo he de quedar en Gerardo, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en las leyes que propuso que en los siguientes versos del maestro: “Mi nombre es alguien y cualquiera” y también me identifico en el laborioso accionar de un puntero radical que lucha contra los que detentan los planes Trabajar.

Hace años yo traté de librarme de él. Pasé de la militancia en la Franja Morada a compartir cargos con los dueños del partido. Pero ahora esos cargos son de Gerardo y tendré que inventar otra cosa o postularme para otra función. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos responde en esta entrevista.

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