jueves, 10 de marzo de 2011

Escritores nuevos, escritores jóvenes

A propósito de la antología Nueva poesía de Jujuy

Tapa de Víctor Montoya

Armé este libro entre 1989 y 1990, y fue publicado en los primeros meses de 1991 en Jujuy. Entonces apareció con el título de Nueva poesía de Jujuy y, no bien vi el primer ejemplar, me di cuenta que era un título engañoso. Nuevo es algo que irrumpe, que no pide permiso, pero ya cuando se lo califica -en ese preciso momento- deja de serlo.
Por aquellos años, algunos amigos -con absoluta buena voluntad- me convencieron de lo oportuno del título, “hay una nueva poesía que se diferencia notablemente de la ya establecida”, decían no sin fervor. En ese momento tenían razón. Pasado el tiempo, el título empezó a oler mal.
Digo que era un título que invitaba al engaño porque muchos, cada vez que hacían referencia a los poetas seleccionados, hablaban de “nuevos poetas”, como si estos recién estuvieran haciendo sus primeros garabatos. Decían: “ahí va fulanito, ese joven que escribe...”, cuando para la gran mayoría la juventud era una visita que ya empezaba a levantarse de la silla.
Pero, más allá de la discutible juventud de estos “muchachos”, lo que me interesa aclarar es que la nueva poesía irrumpió gracias a la madurez poética de hombres y mujeres que venían de años de buscar, experimentar y empujar -a ciegas algunas veces- contra una forma de escribir que estaba clausurada para contener un espíritu nuevo. (Insisto: lo que en su momento fue nuevo, no nació por generación espontánea; fue el resultado de un largo camino que tenía -como aquella canción de Silvio Rodríguez- peligrosas sillas que invitaban a descansar.)
Ahora que vuelvo a reller estas páginas me doy cuenta de algunas ausencias notoria. Ángel Negro no està incluído porque leí sus poemas recién después de la primera edición; Víctor Ocalo García no tenía razón de estar ausente. Tampoco pueden faltar unas líneas de agradecimiento.
Compilar, juntar y editar poemas de distintos autores es, más que una forma de arte, un trabajo de periodismo cultural. En el periodismo, ya se sabe, siempre es importante tener un buen soporte de producción. Importa decir, entonces, que este libro se formó gracias a la producción de muchas personas y el apoyo de distintas instituciones.
Hago una lista (incompleta) de quienes colaboraron en la primera edición: Víctor Montoya responsable de la diagramación; Víctor Redondo y Reynaldo Jiménez, quienes armaron los originales; Cecilia Acuña que se bancó la difícil tarea de la corrección de pruebas; Ernesto Monteavaro y Pablo Teruel, autores de las mejores fotografías del libro; las municipalidades de Palpalá y de San Salvador de Jujuy, que apoyaron económicamente; los escritores e investigadores que escribieron acerca de los poetas seleccionados; y, fundamentalmente, los poetas seleccionados que acercaron sus trabajos con total desprendimiento.
La circulación de la antología se logró sin utilizar los circuitos comerciales (no porque se los desprecie, sino por tener una vocación de perdedor). Para que la poesía de Jujuy sea leída resultaron imprescindibles algunos escritores generosos que publicaron comentarios: Andrés Fidalgo en Jujuy, Cristina Siscar, Jorge Fondebrider y Julio Bepré en Buenos Aires, Rodolfo Alonso en Tucumán y Barcelona, Ricardo Díaz Villalba en Salta (casi todos están incluidos en el último capítulo de este libro). Otros no publicaron nada, pero sí hicieron una decisiva campaña oral; entre tantos nombro al más desaforado: José Luis Mangieri.
En un país que -entre tantas cosas- carece de una política de divulgación cultural hacia el exterior, las posibilidades de viajar merecen una mención especial. En 1996 recibí una beca de investigación del Instituto de Cooperación Iberoamericana que me permitió conocer a escritores e investigadores -Uberto Stabile, Adrián Alemán de Armas y la lista sigue- de España que tienen un discurso que no se contradice con el que armamos por aquí. El viaje, además, fue aprovechado para organizar un seminario que se tituló “Poesía actual de Jujuy” en la sede Iberoamericana de la Rábida de la Universidad Internacional de Andalucía, por su excelente disposición quiero mencionar a algunos de mis anfitriones: Juan Marchena, Braulio Flores, Manuela Fernández y los amigos de la Fundación “Juan Ramón Jiménez”.
Las investigadoras Ileana Medina Hernández (Universidad de La Habana, Cuba) y Sara Marcela Bozzi (Universidad Jorge Tadeo Lozano, Colombia) han logrado que algunos de los poetas que integran este libro sean conocidos en esas lejanas y queridas tierras.
Andrés Fidalgo fue el asesor espiritual (y material) de esta generación. Él y su esposa, Nélida, fueron generosos amigos que organizaron -entre otras cosas- las mejores comilonas. Los dos nos han enseñado que no hay que tener problemas digestivos a la hora de escribir. (Creo que es la primera vez que escribo sobre ambos en pasado; es posible que ahora soporte el vacío que generaron esas muertes, lo que no toleraré es que nadie diga que hubo alguien más jóven que los Fidalgo).

No hay comentarios.:

FeedBurner FeedCount