miércoles, 5 de junio de 2013

La política como guardiana del mito

Tapa de libro editado por la UNJu
Había una vez un hombre que dijo "no somos hijos de Adán y Eva, somos parientes del mono". El tipo armó una teoría y, por supuesto, no fue felicitado por el poder del turno que lo declaró hereje. Otro fulano dijo que nuestro mundo no era plano, ni estaba sobre cuatro elefantes que a su vez pisaban una tortuga gigante; lo declararon loco. Un tercero dijo que no somos el centro del universo, que nuestro planeta gira alrededor del sol; ya sabemos lo que pasó: el fulano fue a declarar al tribunal de la inquisición. Un cuarto dijo que muchos de nuestros actos no son responsabilidad exclusiva de nuestro estado consciente y sí de nuestro inconsciente; los comisarios del sentido común dijeron que seguro que ese tipo era un degenerado que teorizaba sobre la envidia del falo.
Hoy, en pleno siglo XXI, un grupo de historiadoras profesionales arroja luz sobre un hecho que estuvo oculto durante mucho tiempo y tampoco son felicitadas. El tono que usan algunos legisladores se enmarca en la nefasta tradición de hogueras, cepos y desollamientos. Solicitar que se deje de emitir un capítulo es la continuidad de la censura por medios democráticos. Resulta curioso lo lento que estuvieron, esos mismos legisladores, para repudiar el paso marcial de un pelotón que reivindicaba el "Operativo Independencia". Claro, estaban juntando un centenar de fotos para diseminar la culpa de la lentitud de sus reflejos democráticos. La culpa compartida es menos culpa, o por lo menos es más llevadera.
La ciencia, estimados funcionarios, no está para consolarnos por la pérdida del paraíso perdido. La ciencia no trabaja con relatos redentores. La ciencia no nos coloca en el centro del universo.
Y una última cuestión: el principio de autoridad no es válido para la ciencia

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