miércoles, 20 de junio de 2007

Me ofrezco para hacer metáforas

No sé cómo la que hoy es mi suegra no me expulsó de su casa. Le dije que era escritor y quería casarme con su hija. Ahora, con la tranquilidad que dan los años que nos separan de aquel hecho, sospecho que me subestimó demasiado y no pensó que cumpliría con mi palabra.

Un amigo poeta se casó a la misma edad con esta justificación: “¡Y qué se puede hacer en Jujuy después de los treinta años!”. Confieso que yo no estaba seguro de mi decisión matrimonial; en rigor, casi nunca estoy seguro de nada. Ni siquiera sé cómo responderé el día que mi hija me diga que está por empezar una convivencia. De lo único que estoy seguro es que su pareja no será del mundo literario. Afortunadamente, los padres lectores apabullamos a nuestros críos con demasiados libros y ellos terminan odiando todo lo que tengo tufillo a literatura y se dedican a vivir la vida. Y lo bien que hacen.

Sospecho, además, que los padres de una señorita en edad de merecer añoran para su hija un candidato que tenga solvencia económica. Por mi parte, me conformo con que no sea contador, remisero o policía municipal. Tengo sobrados motivos para no desearlos como parientes políticos y no pienso detallarlos en esta nota.

Sí quiero decir que es muy difícil que cualquier padre no levante una mirada de sospecha si su futuro yerno es alguien que trabaja con cosas intangibles como metáforas. Podemos ser borgeanos pero sabemos que las metáforas no dan de comer, ¿o no?

Imagen de poeta

Para colmo los poetas y los folkloristas han construido una imagen de bohemia que incluye a la noche, el alcohol y los amores fugaces. Una mezcla explosiva para cualquier familia políticamente correcta. Aclaremos que muchos borrachos se las dan de artistas porque así justifican su adicción, pero no tienen escrito ni una zamba que valga la pena tararear.

No obstante lo anterior, sospecho que esa imagen empezó a modificarse. Los mejores escritores actuales no se van de la universidad dando un portazo. Muchos son docentes, otros abogados, algunos periodistas y muy pocos son veterinarios, militares y odontólogos; todos tienen una formación enciclopedista muy sólida realizada con lecturas afiebradas.

Algunos ejemplos pueden ayudar a entender esto que digo: Jorge Accame, docente; Susana Aguiar, docente; Ernesto Aguirre, periodista part time; Alberto Elías Alabí, docente; Jorge Albarracín, docente y empleado bancario; Pablo Baca, abogado y legislador; Elena Bossi, docente; Mario Busignani, abogado; Patricia Calvelo, docente; Jorge Calvetti, periodista; Nélida Cañas, docente; Álvaro Sebastián Cormenzana, músico; Marcelo Vicente Constant, docente; Libertad Demitrópulos, docente; Raúl Dorra, docente; Fernanda Escudero, docente; Miguel Espejo, periodista; Andrés Fidalgo, abogado y docente; Raúl Galán, docente y funcionario; Godofredo Garay, abogado; Víctor Ocalo García, docente y arquitecto; Néstor Groppa, docente y periodista cultural; Mita Homs, contadora; Federico Leguizamón, comunicador social; Tito Maggi, odontólogo y docente; Estela Mamaní, docente; Marcelo Mariani, docente; José Luis Melano, docente; Ildiko Nassr, docente; Ángel Negro, veterinario; Raúl Noro, periodista y docente; Antonio Paleari, militar; Susana Quiroga, docente; Fortunato Ramos, docente; Carmela Ricotti, docente; Blanca Spadoni, docente; Ramiro Tizón, abogado; Héctor Tizón, juez; Sixto Vázquez Zuleta, docente; Luis Wayar, periodista; Domingo Zerpa, docente.

A muchos de estos escritores les sobran horas de potrero literario como a muchos universitarios les sobran horas de cursos de posgrado. Tanto unos como otros se miran con cierta envidia, justo es decirlo.

Hablar al flato

Leopoldo Marechal, un peso pesado de la literatura que estuvo postergado durante mucho tiempo por ser peronista, termina su célebre novela Adán Buenosayres con la frase: “Solemne como pedo de inglés”. Él sabía muy bien que ese final sería muy distinto si hubiese escrito “flato” en vez de “pedo”. Conclusión: no siempre hay que hacer lo literariamente correcto.

En nuestra provincia, la mayoría de las veces, los avisos que corresponden tanto a la publicidad como a la propaganda son hechos al reverendo flato. Así, cada vez que hay un aniversario o se conmemora una fecha, aparecen en los diarios numerosos avisos que dicen lo mismo: todos saludan, felicitan y desean buenos augurios de la misma manera. Si la musa inspiradora de estos improvisados “creadores” publicitarios se encarnara en una mujer, todos se acostarían con ella. O lo que es lo mismo: todos se engañarían entre sí. De hecho: casi todos se engañan a sí mismos cuando se definen como creativos publicitarios.

Pero la culpa no es del que crea el aviso, sino del que lo paga. Hoy, los mayores culpables de que existan malos avisos en los medios son los funcionarios públicos. Seguro que todos recordamos aquellos avisos que nos hartaron en el verano: “Maneje a la defensiva”. Fue en esa época que ocurrieron la mayor cantidad de accidentes de tránsito en nuestras rutas. A los creadores de esa frase habría que hacerles un juicio por el crimen de lesa publicidad.

Otra frase que carece de todo gancho y creatividad es el lema: “Trabajamos para todos los jujeños”. ¿No es acaso la premisa normal que debería tener cualquier gobierno democrático? ¿A quién se le ocurrió semejante genialidad? Pero la que es la peor de todas es aquella frase que, al lado de la palabra “Gestión”, coloca el apellido del funcionario de turno.

El poder de las palabras

Nuestros gobernantes (esos que dan las órdenes para que se paguen los avisos institucionales) deberían aprender que las metáforas sirven para abrir las mentes. Al revés de los avisos que ellos a menudo publican y que tienen una visión demasiado estrecha acerca de lo que quieren publicitar y carecen de vuelo poético. Sospecho que es muy difícil que entiendan esto que digo ya que, como lo expresó la directora de esta revista hace dos números, la secretaría de Cultura de la provincia paga por ediciones de dudosa calidad. Las obras y los autores, casi siempre, son incuestionables; lo dudoso, en este caso puntual, es la factura editorial.

Por el contrario, las empresas japonesas conocen bien el poder que tienen las palabras. La empresa Honda, por ejemplo, innovó en el mercado automovilístico cuando sus directivos dieron la orden de trabajar bajo una metáfora que sería críptica para muchos de nuestros funcionarios: “La teoría evolutiva del automóvil”. Ésa fue la metáfora que originó la creación del Honda City, el innovador coche urbano que desplazó a los aparatosos coches americanos que hasta entonces reinaban en el mercado.

Las metáforas, por lo tanto, son palabras que para más de un funcionario local sonaría a estupidez. Las metáforas son palabras que no contienen órdenes cerradas (recuerden las que citamos más arriba) y que contienen el germen del carácter imprevisible de la innovación.

Una última cuestión: ¿hace falta aclarar que las personas más capacitadas para hacer metáforas son los poetas? Hace falta: las personas más capacitadas para hacer metáforas son los poetas. No lo digo para que algún funcionario me contrate; lo digo para que mi suegra me siga invitando a comer tallarines los domingos.

Esta nota se publicará en La Revista, nº 34, San Salvador de Jujuy, julio de 2007.


1 comentario:

Volante de enganche dijo...

Los poetas cargan con ese estigma. Nunca son aceptados por las suegras. Comete usted un grave error al presentarse como poeta.
Las madres no quieren para sus hijas ni poetas ni sindicalistas.
"acaso con canciones la vas a mantener?" reza sabiamente el taquirari..
excelente nota...

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