domingo, 2 de marzo de 2008

El fin de la inocencia 10

Campo literario jujeño en la década del noventa: Sobre los poetas

Leer: El fin de la inocencia 9

Un diccionario[1], acotado por la fecha de nacimiento de los escritores, nos da la siguiente lista: Accame, Aguirre, Alabí, Baca, Berengan, Cañas, Carrizo, Castro (1962), Espejo, García, Leonor Picchetti (1942), Quiroga, Romano Pérez y Mónica Undiano. A excepción de los narradores Alabí y Picchetti, todos han publicado libros de poesía. Sólo cuatro autores han editado libros exclusivamente de poesía: Aguirre, Carrizo, García y Romano Pérez. En tanto que Accame, Baca, Berengan, Cañas, Castro, Espejo, Quiroga y Undiano practican distintos géneros. Como sea, la poesía es el género que más adeptos convoca.

Si bien existen varias antologías, ninguna obtuvo la repercusión que logramos con Nueva poesía de Jujuy (Palpalá, Daltónica, 1991).[2] En esa obra incluimos a Carrizo, Baca, Ramiro Tizón (1956), Accame, Mamaní, Álvaro Cormenzana, Aguirre y Cañas. Un comentario escrito por Baca, y que fue pensado para una reedición de la antología (truncada por el alejamiento adelantado de Fernando De la Rúa y el posterior desentendimiento de la secretaría de Cultura de la Nación), es un testimonio muy ilustrativo de lo que ésta significó:

Con esta antología Reynaldo trazó una línea sobre el final de la dictadura y su trazo se convirtió en algo definitivo. Aunque parezca un poco grandilocuente. Me explico. Durante el Proceso había llegado a dominar el ámbito público de nuestra literatura un cierto tipo de expresión lógicamente muy mala: inactiva, anacrónica, pasiva, incluso inerte. No es que aquellos ilustrados fueran malas personas: supongo que era la época. Pero vino Reynaldo y trazó por ahí una línea y chau. Lo que tuvo sus víctimas, porque fueron unos cuantos los que quedaron afuera. Lo que importa es lo que ocurrió de este lado de esa línea. “Dispersos por dispersas capitales...”, como empieza Borges su “Invocación a Joyce”. Acaso no era para tanto. No se trataba de capitales, sino -cuanto mucho- de barrios. Pero dispersos, es verdad. Y entonces Reynaldo hizo un dibujo y una teoría, un poco reales y un poco falsos como cualquier dibujo y cualquier teoría, pero fue suficiente para la alegría de inventar una obra en común.

Más tarde, otra clasificación más generosa de Fidalgo incluía a los siguientes poetas de la nueva promoción en los noventa: Aguirre, Baca, Berengan, Bossi, Cañas, Carrizo, Castro, Calderón, Casasco, Cormenzana, García, Spadoni, Mamaní, Negro, Pedro Raúl Noro (1943), Mario Solís (1950-2000) y Wayar.[3] Afirmo que el ordenamiento es generoso porque algunos de los mencionados no publicaron ningún libro en los noventa. Si bien esta cuestión no es categórica (habría que pensar en los casos de Cormenzana y Mamaní, poetas que trascendieron mucho antes de que sus poemas aparecieran en libros), creo que todavía falta ponderar más los nombres que son significativos de la década.

En ese trabajo, el ensayista menciona que existen dos grandes áreas dentro del campo literario. Una de ellas está

constituida por los repetitivos, los que insisten en modalidades ya configuradas, sin ni siquiera intentar modificarlas. Sector que integran autores apegados en exceso a la tradición en cuanto a formas y temas literarios; y a variantes de un folklore no vivido de manera integral o no estudiado adecuadamente en sus relaciones con la literatura. También gravita en este grupo cierto localismo empequeñecedor, que termina por proponer (matiz más o menos) el aislamiento cultural. Quedan excesivamente a la vista, deliberadas y superficiales apelaciones al color local, las innovaciones altisonantes a lo telúrico mediante porfiada insistencia en vocablos lugareños que pocas veces justifican su empleo (se introducen o irrumpen en el discurso; no se incorporan necesaria o naturalmente a él). Cosa similar ocurre con la mención de ritos, costumbres, leyendas, casos o historias que, con demasiada frecuencia, pasan a ser más que simple mención, lo central en textos sin elaboración suficientes.

La otra gran área estaría constituida por autores “informados en cuanto a producción poética contemporánea (…), abierta a modalidades diversas, a lo heterogéneo” y dispuestos a correr “ciertos riegos o audacias”. Entre los escritores que Fidalgo incluye en esta segunda área están los diecisiete que ya citamos, ellos serían los encargados de relevar a los poetas mayores: Mario Busignani (1908-1990), Calvetti, Groppa y el propio Fidalgo.

Similar calificación, con respecto al núcleo fundador, realiza Santiago Sylvester en su Poesía del noroeste argentino: Siglo XX (Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2003). El antólogo destaca a Busignani, Zerpa, Galán, Calvetti, Fidalgo, Demitrópulos y Groppa. Entre los de menor edad, incluye a los nacidos entre 1949 y 1959: Cañas, García, Aguirre, Accame, Baca y Carrizo.[4]

Por su parte, Groppa, en una entrevista que le realizó Jorge Boccanera, afirma:

En Jujuy hay buenos poetas, es riesgoso dar nombres, me interesan Ernesto Aguirre, Ocalo García, Álvaro Cormenzana, Susana Quiroga, Estela Mamaní, Reynaldo Castro; prácticamente a todos los publiqué yo en el suplemento del diario Pregón.

Si bien ya hablamos de una generación brutalmente diezmada, hay que puntualizar que los escritores nacidos en los años sesenta son un número menor. Apenas hacen falta los dedos de una mano, para contar a los que tienen obra publicada y nacieron en esa década rebelde. Por lo tanto, podríamos afirmar que se salvaron de la dictadura, pero no del menemismo.

En una nota referida a la bohemia, Carrizo rememora las noches del boliche El Desalmadero que lo tuvo como protagonista y capta el punto de inflexión de los noventa:

Esta bohemia jujeña duró todo el 95 y parte del 96. Allí se cantaba hasta el amanecer, con nostalgia, como vislumbrando una etapa de caída, de abismo, que fue la entrada en la era menemista, en el individualismo, en el fundamentalismo de mercado, del internet y el teléfono celular, de la tarjeta magnética y de la soledad. Fue el inicio del gran bajón cultural en todo el país.[5]

En el campo político mientras tanto, el gobernador Guillermo Snopek perdía la vida en un accidente y, en febrero de 1996, asumía en su reemplazo el escritor que había gestionado una ley para sus pares.

Leer El fin de la inocencia 11




[1] Pedro Orgambide (dirección) y Silvana Castro, Breve diccionario biográfico de autores argentinos, desde 1940 (Buenos Aires, Atril, 1999).

[2] Algunos de los comentarios fueron: Cristina Siscar, “Un documento cultural”, en revista Hum(o)r, n° 295 (Buenos Aires: De la urraca, agosto de 1991); Rodolfo Alonso, “Voces de adentro”, en revista Hora de poesía, n° 75/76 (Barcelona, mayo/agosto, 1991); Andrés Fidalgo, “Nueva poesía de Jujuy”, en suplemento literario del diario Pregón (San Salvador de Jujuy, 13 de octubre de 1991); Jorge Fondebrider, reseña aparecida en Diario de Poesía, n° 21 (Buenos Aires, verano del ’92) y Ricardo Díaz Villalba, “Los poemas transpuestos” en revista Diálogos, letras, artes y ciencias del noroeste argentino, n° 2 (Salta, junio de 1993). Además, hay que destacar que esta antología está incluida en “Treinta años de poesía argentina” de Jorge Fondebrider, uno de los artículos que este autor compiló en Tres décadas de poesía argentina (Buenos Aires, Libros del Rojas, 2006).

[3] Andrés Fidalgo, “La poesía en Jujuy (entre 1970 y 1990), el trabajo había aparecido en una revista de cultura de esta provincia en la década del noventa. Posteriormente, su autor lo incluyó en Escritos casi póstumos (San Salvador de Jujuy, Ediciones Culturales San Salvador, 2003).

[4] Otra antología que incluye autores de todo el país, Poetas 2: Autores argentinos de fin de siglo, selección y prólogo de Juano Villafañe (Buenos Aires, Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1999), apenas incluye a Baca y Carrizo.

[5] “Noches de bohemia”, en revista Nexos nº 41, El Tribuno (Salta, 16 de febrero de 2003).

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