viernes, 22 de abril de 2011

Realismo mágico, realismo pedestre y ¿realismo trágico?


Héctor Tizón

Héctor Tizón, con un tono no carente de ironía, manifestó cierta vez que el “Realismo mágico” es un invento para europeos entusiastas: “Yo simplemente recordé que mi abuela cuando se acercaba la noche, tocaba las manos y les decía a los peones: 'Saquen las víboras de los cuartos que se van a acostar los niños'. Eso en Holanda es realismo mágico; en mi tierra es realismo pedestre”. 

Pensemos, entonces, cómo narraron los familiares de los detenidos-desaparecidos sus historias sobre el horror que les tocó vivir. Cada vez que un relato llegaba a la complicación (el origen del conflicto, según Adam, ver "Modelos para narrar" en este mismo blog.), parecía como si el tiempo se “engrosara”. Es decir, narraban sobre un pasado expandido que se diferenciaba notablemente de los otros momentos. Era, en esos momentos, cuando las mujeres presentes en la reunión asentían, agregaban y complementaban los dichos de la que relataba. Se trataba de una dificultad por la que todas tuvieron que pasar. Las huellas de esos hechos están en las mentes de estas mujeres y, posiblemente, sean esos momentos los que más celosamente cuidan y por eso los repiten casi de la misma manera en un afán de no deformarlos.
Ahora bien, ¿cómo se deben narrar estos hechos que son traumáticos? ¿Pueden los familiares ser objetivos cuando rememoran el horror? ¿Es posible lograr la objetividad cuando se intenta reconstruir el drama con palabras y silencios que narran el abuso de poder?
Para responder estas cuestiones partamos de una situación difícil de negar: las aberraciones de la última dictadura –hechos que están probados no sólo en el Juicio a las Juntas– existieron. Por lo tanto, contar lo que sucedió es inevitable; eso hicieron los testigos que dieron su testimonio, eso hicieron los entrevistados que aparecen en libros recientes y eso hacen estas mujeres de Jujuy. Digamos más: los propios familiares quieren que estos hechos se sepan para que se afirme: “Así ocurrió”.
Aclaremos algo: no todos los relatos tienen una estructura narrativa completa (según el esquema propuesto por Adam). Es posible que sólo se complete el día en que estos familiares obtengan justicia (la resolución del caso); mientras tanto, un componente discursivo (la complicación) constituye el núcleo de casi todas las narraciones. Además, muchos relatos tienen algún vacío temático ya que parece imposible la reconstrucción total. Por lo tanto, los testimonios grabados –por más que traducidos al papel insuman un millar de páginas o las que sean– no pueden formar una memoria grupal ni mucho menos se les puede juzgar a los sobrevivientes por comprender (o no) la situación contextual del momento de la complicación. Pero no por estas deficiencias son innecesarios; por el contrario, constituyen narraciones claves para entender “lo que no debió ocurrir”.
Ya sabemos que existen distintas disciplinas científicas que pueden aportar para el análisis de aquellos trágicos años. Pero mucha sería la exigencia que estaríamos colocando sobre los hombros de estas mujeres si, aparte de pedirles que rememoren lo ocurrido, les exigiéramos que sus relatos se presenten con un alto grado de coherencia y cohesión[1].
La narración, como su nombre lo indica, es la actividad propia de los narradores; es decir, de los escritores (aunque no les pertenece en exclusividad). A ellos deberíamos remitimos para exigirles una completa estructura formal que cuente sobre lo ocurrido. (Escribí “estructura” y no contenidos porque ya sabemos que la reconstrucción total es una ilusión vana).
De la misma manera que, en la década del sesenta, se hablaba del “Realismo mágico” para (re)conocer a un numeroso grupo de escritores que renovaron el campo literario; la literatura posterior a la dictadura recién empieza a tener una presencia sólida a fines de la década del ochenta. Entre ambos momentos hay diferencias notables. Un esquema podría ser el siguiente:
Una de las claves de esta narrativa postdictatorial (o la que muchos grandilocuentemente llamaron posmoderna) es que no contiene escenas de tortura explícita, no se trata ahora –para hacer un parangón con la década del sesenta– de un “Realismo trágico”. Sucede, eso sí, que las tragedias realizadas por la dictadura están en el imaginario de muchos creadores y “emerge solapadamente, como a contrapelo del relato”, como afirma Liliana Heker en Después: Narrativa argentina posterior a la dictadura (1996), porque si “la narrativa actual, si viene de algo, viene del desencanto y de la muerte”.
Ildiko Nassr
En Jujuy, la obra que marcó un cambio de época fue Octogenario, ¡las pelotas!: Anti­homenaje a Andrés Fidalgo, una publicación de tirada reducida que apareció en 1999 en la que varios escritores celebramos los ochenta años del querido intelectual. ¿Y qué sucede con la narrativa producida en el nuevo milenio? ¿Los microrrelatos de Ildiko Nassr referidos a una niñez atroz tienen que con el hecho de que esta autora nació el mismo año en que comenzó la dictadura más aberrante que tuvimos que soportar?
Sospecho que tanto en la narrativa reciente como en las estrategias comunicativas de las mujeres que tienen familiares detenidos-desaparecidos, existe una deliberada intención de reflexionar sobre lo ocurrido. Ellas tratan de mantener vigente la tragedia de los detenidos-desaparecidos de Jujuy por medio de diversos soportes (placas, videos, revistas, fotos, libros, murales, etc.). Para eso re- viven lo sucedido. Para que ese trabajo no sea en vano –lo que equivaldría a un re- morir– es necesario que las escuchemos; sobre esto volveremos más adelante.



[1] En Ante el dolor de los demás (2003), Susan Sontang  afirma: “Quizás estemos asignando demasiado valor a la memoria y demasiado poco valor al pensamiento”.


2 comentarios:

Insomnya dijo...

Literatura Light? desde que optica y por què? que acaso la anterior era pesada?. Cuanto filicidio y ni siquiera hay explicaciones. Quienes entran dentro de lo que usted llama narrativa post dictatorial?mmm La primera parte de la nota estaba interesante lo demàs no sè, se dispersa entre el machuque y recontra machuque y siga su generación con todo metido en eso de la dictadura y blablabla hasta que puedan narrarse en paz pero cuanta liviadad, valga la redundancia para largar cosas asi no màs. que light que conservadurismo, a los que vinieron despues les toco la peor parte no parecen héroes como lo de los sesenta. L S

Vergalito dijo...

Una vez escuché a una madre de un desaparecido contar que en aquella época sobraban los informantes truchos y los parapsicólogos que les pedían plata para darles información (falsa) de sus hijos.
Yo creo que toda esa canallada que sufrieron los familiares de los desaparecidos y ese vacío de esperar a alguien que no va a llegar debe existir como relato, por eso no está mal que proliferen los libros testimoniales.

Ahora bien, con respecto a la crudeza literaria ("la narrativa posdictatorial no contiene escenas de tortura explícita") me parece bien que se la haya expulsado de las estrategias narrativas. Bueno, no en realidad.
A lo que voy es que esa censura del exceso es la consecuencia lógica de una época donde el horror fue real. ¿Acaso iban a festejar los Juicios a las Juntas o cosas así? No, porque la vida después de la dictadura fue una vida victimizada, donde todos eran algo parecido a las madres que le pagaban a una vidente para que les ubique el hijo, todos podían sentir ese dolor.
Escribir como antes de la dictadura, escribir con toda esa insolencia e idealismo (posteriormente develado como un producto de mentes muy ilusas o muy cínicas), era burlarse de las víctimas en nombre de una venganza fuera de lugar, era ser tan canalla como el informante trucho.
Pasado el tiempo, atemperada la culpabilidad y la victimización, el exceso retorna a contarnos sobre torturas y otras pornografías que sólo son parte habitual de la política. La elipsis es un lujo de la política desarmada. No hay que lamentarse de ella, hay que festejarla hasta que retorne el salvajismo de siempre.

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