[Nota publicada en La Revista, año 2, nº 17, octubre de 2005. San Salvador de Jujuy]
Mi sobrino acaba de llegar de Córdoba. Está en esa edad que lee para impresionar a los adultos y sabe que soy fácil de conmover con ese ejercicio. Él lee los carteles de las calles, me repite los nombre de los candidatos y me pregunta quiénes son esos fulanos. Trato de explicarle algo rápido para zafar y hablarle de “El príncipe feliz”, aquel cuento de Oscar Wilde que Borges tradujo a los nueve años. Pero no hay caso, el muy preguntón no me deja zafar.
Ese hombre un poco pelado, le digo. Es alguien que nació a la política así. No tengo una imagen anterior en mi memoria. Un día, hace algunos años, me enteré que era diputado provincial; después supe que era senador y que ahora se postula para seguir. No sé cómo era cuando tenía su cabellera completa. Ni si militaba en su juventud. ¿Hace falta saber cómo era antes para saber cómo es hoy y cómo será mañana?, le pregunté a mi sobrino en un intento de contragolpear y esa pregunta funcionó como si yo me hubiese hecho un gol en contra.
Este otro es como si fuese de la familia, le dije mientras él se paraba frente a un hombre de cerca de cuarenta y cinco años. Es tan conocido que lo vimos envejecer en cada campaña. Cuando empezó tenía una cara angelical y era el candidato que toda madre quería que se fije en su hija. Ocupó casi todos los cargos electivos, pero nunca obtuvo la figurita difícil del álbum. En la última elección a gobernador estuvo cabeza a cabeza con el que finalmente ganó. Como decía un afiche postelectoral de aquella vez: sigue participando.
Aquel otro es un disidente (que se juntó con otro disidente). Dice que se cansó de comer las heces de su partido y, ya que estaba en el cambio, hace poco realizó un oneroso curso para no comerse las eses. Las arrugas que tiene no son tan crueles como en el afiche anterior, a pesar de que ambos tienen casi la misma edad. Si, ya sé que parece un contrasentido: hace dieta y, sin embargo, está más gordo que en la elección anterior.
“Tío, ¿por qué hay más caras de hombres que de mujeres?”, dijo el pibe y yo demoré en contestar. Él, ya les dije que me quería impresionar, me disparó a boca de jarro: “¿Será que las mujeres ocupan un lugar secundario?”. No me quedó más remedio que asentir y entonces comprendí que los rostros femeninos que van en las fórmulas nacionales no tienen la misma alegría de sus compañeros que van en primer término. Es más, una de ellas está tan molesta en la fotografía que mi sobrino quiere agregarle un globito que diga: “Y yo, ¿qué hago aquí?”. Y casi me olvido: hay otra que tiene la sonrisa enigmática de Mona Lisa. ¿Por qué ese misterio?, ¿qué tendrá nuestra Gioconda?
A uno que ofrece su nariz aguileña sin el subrayado del bigote que tenía desde aquella vez que vino Alfonsín en su memorable campaña del ’83, mi sobrino casi no le dio bolilla y yo me alivié porque no hubiese sabido qué decirle más allá de su afeitada. Hizo un poco de ruido con la jubilación anticipada pero, hasta el momento, los resultados no fueron muy convincentes que digamos.
Después salió el tema de los cerros de la campaña radical. Me acordé de una humorada de Borges: cuando uno narra sobre el desierto no hace falta nombrar a los camellos. ¿A quién favorece la imagen de los candidatos con los cerros de fondo?, pregunté en voz alta. “Al de nariz aguileña y cabeza inclinada hacia delante”, grito el niño y, enseguida, largó el remate: “Parece el cóndor andino que hace poco liberaron en la cuesta de Lipán”.
Una cuadrilla de municipales apareció a blanquear las paredes. Nunca me alegré tanto por verlos. El niño quiso saber algo del concejal que hace falta y yo le contesté -con pose de Serrat-: “Niño, deja de joder con esos afiches”. Así que él no pudo criticar a la única mujer que encabeza una lista de diputados (cosa curiosa, ella habla desde un partido nuevo que, según sus propias palabras, es juventud; pero los candidatos a legisladores nacionales son dos personas que extienden a la juventud de manera generosa; bastante generosa).
Tampoco hablamos de la única propuesta de cierta extensión: un cuadernillo de menos de cuarenta páginas que su autor tituló “Un horizonte de propuestas para Jujuy”. Está hecho con el ritmo de una elección, es decir: a las apuradas y con algunos errores tipográficos; no obstante, posee un diseño ágil y las propuestas son sólidas. Me pregunto si este candidato –que casi no sonríe– no sabe que para ganar unas elecciones no hacen faltas ideas sino unas caras sonrientes.
En definitiva, le dije a mi sobrino, tenemos una buena cantidad de candidatos sonrientes. A algunos ya los conocemos tanto que forman parte de nuestra vida. Y, como los conocemos, no les vamos a pedir que escriban propuestas que después se puedan convertir en un peligroso boomerang. Parece que casi todos nuestros candidatos están contentos y tenemos un horizonte de pocas páginas. ¿Qué más se le puede pedir a un montón de caras bonitas?
Caminos un rato en silencio y yo me acordé de una frase de José Luis Mangieri, él último de los editores felices, que dice: “En este país, a los hombres no nos hacen cornudos las mujeres, sino los políticos que elegimos”. Me reí un poco y el inquisidor de la familia volvió a la carga: “¿De qué te reís si vos no sos político?”
Le contesté que me acordé de un magnífico cuento de Oscar Wilde. Es la historia de la estatua de un príncipe que está condenado a sonreír todo el tiempo. Llueve y sonríe. Sale el sol y sonríe. Lo cagan las palomas y sonríe. Siempre sonríe.
1 comentario:
MIENTRAS MÁS CONOZCO A LOS POLÍTICOS, MÁS QUIERO A MI SOBRINO
El ego que tienen la mayoría de los políticos es un Alien que no deja de crecer nunca. En estos días, tuve la oportunidad de entrevistar a uno de ellos. Yo pensaba que podía lograr una buena nota sin tener que trabajar tanto, pero me equivoqué. Para entrar en confianza, le pregunté si tenía que tratarlo de usted o si podía hablarle de vos. “Nooo –me contestó– hablame de mí”.
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