lunes, 29 de octubre de 2007

El fin de la inocencia 3

Campo literario jujeño en la década del noventa: El suplemento literario


Leer: El fin de la inocencia 2


El campo literario jujeño de los noventa fue construido trabajosamente. Dos prolíficos autores ocupan un lugar central: Néstor Groppa y Héctor Tizón.[1] Ambos están identificados con la mejor revista que se publicó en esta región.

Tarja es ya un hecho prestigioso, un lugar común de cualquier discurso acerca de la historia cultural de Jujuy y cada vez que su nombre sale, como quien dice, a relucir, me pone en aprietos porque se da por sentado que yo fui uno de sus parteros, lo cual, vuelvo ahora a declararlo, es una leyenda apócrifa. Yo, lamentablemente, no fui partero ni padre de esta criatura prestigiosa, sino, tal vez, su entusiasta tío. Sus padres verdaderos fueron –según está debidamente registrado– [Mario] Busignani, [Jorge] Calvetti, [Andrés] Fidalgo, Groppa y [Medardo] Pantoja –algo así como la línea delantera del seleccionado jujeño de entonces (en el ordenamiento antiguo), con más algunas comadres como Pequeca [Juana Luisa Mercedes Pérez de Busignani], Nélida [Pizarro de Fidalgo] y Nelly [Ase de Álvarez Groppa]. Flora Guzmán, mi mujer, y yo, que pateábamos desde inmediatamente detrás, o del costado.[2]

Groppa, además, es uno de los factores centrales en la construcción del campo literario local. Bajo su dirección se inicia, en 1960, el suplemento cultural del diario Pregón, cargo que después es alternado (él termina, en junio de 2001, su función como periodista cultural).

En un análisis sobre la producción literaria realizada en el periodo 1992-1995, encontramos al autor recién nombrado junto a Marcos Paz como los editores responsables alternos del suplemento.[3] Las características de ellos –tanto por su formación como así también por su producción estética– son disímiles y antagónicas en lo que se refiere a la selección (formal y temática) y edición de los trabajos que aparecen los domingos en el suplemento. En algo coincidieron los dos directores: en ningún momento utilizaron las páginas del suplemento para promocionarse a sí mismos.

Pasemos ahora a las diferencias. La obra de Groppa es una búsqueda universal que tiene a la ciudad y sus habitantes como tema central; su poesía es muy trabajada pero nunca hermética y permite interpretaciones nuevas porque se dirige a un lector sensible e inteligente a la vez. El segundo, por su parte, representa a la tradición, tanto en los aspectos formales como en los contenidos; no resulta extraño entonces que una de sus obras centrales, Canto al éxodo, se destaque por la grandeza misma del episodio y no por sus recursos estilísticos.[4]

A pesar de las diferencias apuntadas, no existió –o, por lo menos, yo no me enteré– en ningún momento una declaración de hostilidades entre Groppa y Paz. Ambos, como buenos periodistas, aceptan alternar la dirección de este suplemento que, junto con el de La Gaceta de Tucumán, es uno de los más antiguos del interior del país.

Una primera clasificación casi taxonómica de las obras publicadas permite apreciar la preeminencia de la poesía por encima de las otras formas de creación literaria. Durante los primeros años de la década, un grupo no demasiado numeroso de poetas produce, como demostraremos más adelante, una renovación del campo literario local.

Otra marca de distinción del director está dada por los temas que se presentan. Si un domingo las páginas literarias del diario están cargadas de referencias a una próxima celebración patrióticas (retratos de próceres, odas o símbolos patrios y exaltaciones a la grandeza nacional), significa que las mismas han sido editadas por el autor de Viltipoco. En tanto, siete días después, ya de la mano de Groppa, el suplemento puede estar cargado de reproducciones de artistas abstractos (como por ejemplo: Petorutti, Xul Solar) o la primer entrevista a Víctor Montoya, en la que el por entonces joven artista reflexiona sobre los lenguajes estéticos y, en esa reflexión, cuestiona a los profesores de la Escuela de Arte “Medardo Pantoja”, a la masividad, a la formación autoritaria y a la ideología del consumo.

La misma distinción se proyecta con la mayoría de las obras literarias que se publican. La dirección de Paz se puede sentir cada vez que aparecen formas tradicionales como el soneto, cuentos con moralejas, palabras cargadas de invocaciones o de cierta moral, tal es el caso de Héctor José Méndez (1938), Raquel Murillo (década del 40), Gloria Quiroga de Macías (1933), Hairenik Eliazarián de Aramayo (1925), Fortunato Farfán (1935), Saúl Sánchez (1962), Oscar López Zenarruza (1946), Carlos E. Figueroa (1925-1995), Germán Walter Choque Vilca (1940-1987) y Nélida Cañas (1949), entre otros. Todos los nombrados –excepto Cañas, quien pronto se pasa de “bando”– poseen una marcada temática regional que, en la mayoría de los caso, se confunde con el folklore literario.

Por su parte, los trabajos que publica Groppa poseen temática mucho más variada. En los poemas predomina el verso libre y, tanto en este género como en los restantes, se puede apreciar una preocupación constante por estar al día con los grandes movimientos literarios y principales corrientes del pensamiento contemporáneo. Entre los colaboradores más asiduos están: Ernesto Aguirre (1953), Pablo Baca (1958), Jorge Accame (1956), Luis Wayar (1945-2000), Alejandro Carrizo (1959), Raúl Dorra (1937), Tito Maggi (1913-1994), Mita Homs (1939), Víctor Ocalo García (1953), Blanca Spadoni (1944), Miguel Espejo (1948), Mónica Undiano (1958) y Oscar Augusto Berengan (1949).

Es de destacar, finalmente, los listados de colaboradores que no pertenecen a esta provincia. Por las páginas de Paz, entre otros, pasan: Rubén Vasconi, Elvio Aroldo Ávila, Arturo Berenguer Carisomo, Nilda Correa de Vasconi, Félix Coluccio, Perpetua Flores, Atahualpa Yupanqui. Mientras que por las de Groppa: Juan Filloy, Rodolfo Kusch, Leo Masliah, Marco Denevi, Michi Strausfeld, Julio Ardiles Gray, Raúl Gustavo Aguirre, David Lagmanovich, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, María Luisa Valenzuela, Aldo Parfeniuk, Manuel J. Castilla, Aldo Pellegrini, Rodolfo Alonso y otros.

Basta con observar los nombres con que cada director refuerza sus filas para entender la posición de cada uno: regionalismo, por un lado, y universalismo, por otro. O, para decirlo en otros términos, pintoresquismo contra esencialidad. Las distintas selecciones permiten entender, además, por qué no fue necesario una declaración de hostilidades: la batalla estaba decidida antes de comenzar.


Fotografía: Néstor Groppa y Héctor Tizón.


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[1] Si bien ambos fueron reconocidos explícitamente por sus pares en un trabajo que edité recientemente: Encuesta a la literatura jujeña contemporánea (San Salvador de Jujuy, Perro Pila, 2006); los premios que habían obtenido ya los posicionaban en lugares centrales. Groppa obtuvo el Primer Premio Regional de Poesía, zona NOA, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación, en el trienio 1977-1980; Mención Especial al Premio Nacional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación, trienio 1980-1983; además, fue distinguido como Ciudadano Ilustre de San Salvador de Jujuy, en 1987; Ciudadano Benemérito de San Salvador de Jujuy, en 1995; Miembro de número de la Academia Argentina de Letras, en 1996, y Profesor Extraordinario de la Universidad Nacional de Jujuy, en 1997. Tizón, por su parte, obtuvo la Orden de las Artes y las Letras en grado de Caballero, otorgada por el gobierno de Francia, en 1994; el Premio de la Academia Argentina de Letras en novela, bienio 1993-1995, en 1995; el Premio Consagración Nacional otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación, en 1996; también fue elegido Miembro de número de la Academia Argentina de Letras, en el mismo año; Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes, en 2000, y Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Tucumán, en 2005. Los dos poseen otras distinciones que he obviado para los fines de este trabajo: plantear un panorama general, antes que seguir trayectorias individuales.

[2] Héctor Tizón, “Tarja a lo lejos”, en la reedición facsimilar de Tarja, volumen I (San Salvador de Jujuy, Universidad Nacional de Jujuy, 1989). El primer número de la revista apareció a fines de 1955; el último –el 16– en julio de 1960. En total, 422 páginas que reafirman “la voluntad casi heroica de los grupos que difunden la cultura a través de un empeño sostenido y ejemplar”, como publicó La Nación, Buenos Aires, 6 de enero de 1957.

[3] El estudio fue realizado por Jorge Castro, Arturo Álvarez y quien esto escribe en el marco de un proyecto de investigación subsidiado por la Secretaría de Ciencia, Técnica y Estudios Regionales de la UNJu.

[4] Para un juicio más detallado de estos autores, véanse las consideraciones que realiza Andrés Fidalgo en su Panorama de la literatura jujeña (Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1975).

4 comentarios:

Anónimo dijo...

y se olvidó de poner que nunca ni Paz ni Groppa usaron el suplemento para autobombo. Si uno hace comparaciones odiosas lo de ahora es lamentable.
y lo firmo como anonimo aunque usté sabra quien es el que esto escribe. Ya veo que en uno de estos días me publican y me tengo que desdecir..
en fin
va 1 abrazo

Reynaldo Castro dijo...

Es verdá, anónimo amigo. Podían tener diferencias, pero ninguno se autopromocionó. Hoy podemos ver sociedades de bombos mutuos, pero la uniempresa de autobombo da ganas de vomitar. Voy al baño.

Anónimo dijo...

Otro modo de hacer autobombo es armar blogs y hablñar en revistitas acerca de todo lo que uno publicó, aunque no sean más que antologías, conversaciones y algunos artículos de reducidísima profundidad análítica pero con títulos rimbombantes, para hacer creer a los desprevenidos que somos intelectuales cuando no somos más que mercaderes de la cultura.

Reynaldo Castro dijo...

Lectora casi anónonima: gracias x leerme. A mí no me interesa tu pasado.

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